La problemática económica y financiera que afecta a Portugal lleva a muchas mujeres a la desesperación, obligándolas a un último y extremo recurso para sustentar a sus familias, como es la prostitución.
Optar por vender el cuerpo no es una decisión que se pueda tomar de ánimo leve. Sin embargo, para muchas madres la alternativa es condenar a sus hijos al hambre y, por eso, «hay cada vez más mujeres de entre 30 y 40 anos, víctimas de la crisis, que recurren a la prostitución», sostiene Inês Fontinha, directora de la Associação O Ninho (Asociación El Nido).
Fontinha, quien ha dedicado los últimos 40 años de su vida a apoyar a las prostitutas, aseveró que nunca antes se había registrado una situación tan grave en el país. Añadió que a este drama, se une el del miedo, natural en personas inexpertas en esa actividad, muchas de ellas divorciadas o hasta casadas, que practican la actividad a escondidas de sus maridos.
«Hace unos días, una de ellas me decía: cuando llaman a la puerta de mi apartamento, tiemblo al pensar que puede ser alguien que conozco y, en ese caso, ¿qué puedo hacer?».
Asimismo, entre estas inexpertas mujeres, existe el temor cotidiano de ser víctimas de las redes de tráfico de mujeres, muchas veces controladas por las llamadas «mafias del Este», que en comparación con ellos, los «chulos» (proxenetas) locales parecen casi inofensivos.
En Europa en general, estas redes son principalmente de kosovares, albaneses, rusos, ucranianos y rumanos, que para combatir a «la competencia» utilizan métodos brutales, tales como marcar a las mujeres con cortes de navaja y hasta asesinar ostentosamente a sus «protectores» para dar un claro mensaje y marcar el terreno.
Hasta 2010, según organizaciones no gubernamentales lusas, se contabilizaban 28.000 prostitutas en todo el país. La mitad de ellas portuguesas y el resto dividido principalmente entre brasileñas, rumanas, búlgaras y nigerianas, normalmente víctimas de las mafias de tráfico humano.
Fontinha, en declaraciones a la radio lisboeta TSF y al canal de televisión privada SIC, aseguró que, «en una angustia permanente, la crisis está llevando a cada vez más mujeres y también a hombres a la prostitución. Por ejemplo en Coimbra, ubicada 190 kilómetros al norte de Lisboa y capital de la Región Centro de Portugal, se cuentan 400 nuevos casos este año.»
Por su parte, la investigadora Alexandra Oliveira, que el jueves 13 hoy lanzó el libro «Caminar en la vida: la prostitución callejera y reacción social», sostiene en su trabajo que esa actividad es una opción que generalmente surge después de un acontecimiento traumático.
Oliveira, investigadora de la Facultad de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universidad de Oporto, dedicó su tesis de doctorado al estudio del mundo de la prostitución en esa ciudad, la segunda del país, ubicada 330 kilómetros al norte de Lisboa y capital de la Región Norte.
«La prostitución debería ser legal para ser socialmente aceptada», opina la investigadora, que califica esta práctica de «una actividad todavía muy estigmatizada».
Para su doctorado, Oliveira estudió la prostitución en las calles de Oporto durante seis años, recurriendo al método etnográfico, en el cual el propio investigador se torna el principal instrumento de trabajo.
Sus estudios indican que la mayoría de las prostitutas, sobre todo de calle, provienen de niveles socioeconómicos bajos, poco escolarizadas, con escasa formación profesional y de medios pobres o empobrecidos.
Las adicciones son también una presencia frecuente, con cerca de 30 por ciento de prostitutas cuyo propósito central es conseguir dinero para comprar droga. Una realidad que al parecer, registró un cambio notorio desde 2009 cuando los efectos de la crisis global nacida en Estados Unidos comenzaron a invadir Portugal.
Para combatir la crisis se han operado drásticos cortes de las inversiones públicas y en los subsidios sociales, en un panorama económico que se adivina poco promisorio en una economía anémica.
El plan de consolidación del presupuesto fiscal incluye el mayor corte de gasto público de los últimos 50 años, cuyo costo social es el aumento del desempleo y el regreso de la pobreza, una situación desterrada tras la caída de la dictadura corporativista (1926-1974) del llamado O Estado Novo.
¿Qué lleva a una mujer a ejercer la prostitución?, fue la pregunta hecha por IPS a dos mujeres que la crisis obligó a debutar en esta actividad.
Pamela y Xana (nombres de trabajo) coinciden en que lo hacen solo por dinero, pero subrayan que «no es nada fácil desempeñar esta actividad», como enfatiza la primera de ellas.
«Mucha gente, en forma errada, dice que las mujeres que practicamos la prostitución somos perversas, que lo hacemos por placer sexual, sin tener idea alguna de porqué realizamos esta actividad», señaló Xana, una lisboeta divorciada de 29 años y con dos hijos «que debo alimentar, vestir y educar».
Pamela también se separó de su compañero, con el que nunca fue legalmente casada. «De un día para otro, despareció de casa y, cuando una mujer se queda sola con dos hijos y los gastos aumentando cada día, la vida se pone negra», apuntó la mujer, quien hasta el año pasado trabajó en la industria textil.
Tras varios intentos de buscar trabajo, Pamela confiesa que «nada resultó» en un país donde la desocupación afecta a 13 por ciento de la población económicamente activa, según datos oficiales, y de entre 17 y 18 por ciento, según cálculos de los sindicatos. «Por ello acabé por recurrir a la prostitución», indicó.
Tanto los familiares de Xana como los de Pamela ignoran sus actividades. La mayoría de las prostitutas tienen una doble vida que sus familiares ignoran, pero cuando toman conocimiento.
IPS consultó si conocían otros casos de reacción de familiares de prostitutas al saber lo que hacían. «Por lo que yo sé por algunas mujeres que he conocido, las reacciones varían», sostuvo Xana, exempleada de una oficina en Lisboa.
Xana narró que una «le confesó a sus padres lo que hacía y ellos se pusieron furiosos y dijeron que nunca aceptarían esto, pero en otros casos, que conozco, los familiares aceptaron la idea, porque ellos también tienen algún interés y acaban por aprovecharse y recibir algún dinero».
Sobre la práctica sexual en sí, ambas aseguran que son ellas las que dictan las reglas, definiendo muy claramente lo que aceptan y lo que no están dispuestas a hacer. «Nuestras relaciones son siempre con preservativo. El cliente no saca nada con ofrecer más dinero para no usarlo», asegura Pamela.
¿Se puede ser feliz con esta vida?, consultó IPS al concluir el diálogo.
Xana respondió por ambas, con Pamela siempre asintiendo. «Para quien lleva una vida siempre juzgada y rechazada, es natural que una persona no se sienta muy bien». «Si lo nuestro fuese una actividad profesional vista como todas las demás, pienso que nos sentiríamos mejor con lo que hacemos», añadió.