La política internacional y, por extensión, la realpolitik como su paradigma dominante es extraordinariamente miserable para aquellas personas que creemos en la democracia por encima de las prioridades geoestratégicas personales. Es en este triste escenario donde se imponen las dobles varas de medir, la manipulación informativa y la omisión de hechos. Un buen ejemplo de […]
La política internacional y, por extensión, la realpolitik como su paradigma dominante es extraordinariamente miserable para aquellas personas que creemos en la democracia por encima de las prioridades geoestratégicas personales. Es en este triste escenario donde se imponen las dobles varas de medir, la manipulación informativa y la omisión de hechos. Un buen ejemplo de esto es lo que ha acontecido en Ucrania los últimos meses.
Ucrania, como la mayoría de países postsoviéticos, es un país empobrecido y con una clase política y empresarial muy corrupta. Sin embargo, desde el punto de vista democrático según los informes de la UE y el índice de democracia de The Economist era considerado como uno de los más democráticos en su entorno postsoviético. Por ejemplo, Yanukovich llegó al poder desde la oposición en el 2010, tras derrotar a Timoshenko (la Primera Ministra por aquel entonces) en unas elecciones que según la OSCE cumplieron los estándares democráticos.
A partir de ahí, hemos asistido a un ejercicio de reescribir la historia que no se sostiene en las hemerotecas. Yanukovich representaba principalmente (aunque no solo) a la comunidad ruso parlante de Ucrania, a pesar de ello, desde el inicio de su mandato sus relaciones con Moscú fueron tensas, mucho más que con Occidente. El problema con la UE era de exclusividad en las relaciones. Bruselas no aceptaba la posibilidad de que Ucrania (y cualquier otro país postsoviético) firmará un acuerdo de asociación con ella y otro con Rusia para la Unión Aduanera. Ante tal tesitura de incompatibilidad impuesta por la UE, el Presidente y gobierno ucraniano optaron por priorizar la entente con Bruselas. En este difícil contexto, Ucrania sufrió esporádicamente boicots comerciales más o menos explícitos por parte de Rusia, continuó pagando altos precios por el gas, aguantó las críticas del Presidente Putin por el encarcelamiento de la corrupta Timoshenko y decepcionó al Kremlin implicándose en maniobras militares de la OTAN. Durante la presidencia de Yanukovich, en noviembre de 2013, las fuerzas armadas ucranianas participaron en unas importantes maniobras militares de la OTAN que se llevaron a cabo en Polonia y lo Países Bálticos y que fueron interpretadas por Moscú como una provocación.
Pocos días después de las maniobras militares se celebró la Cumbre de la Asociación Oriental para preparar la firma de acuerdos de asociación con la UE. Solo dos países de los seis que conforman la Asociación Oriental expresaron su voluntad de firmar los acuerdos de asociación y uno de esos dos, Moldavia, lo ha hecho en medio de una profunda división en el país. Las encuestas dicen que el 54% de los moldavos está a favor de formar parte de la Unión Aduanera impulsada por Rusia y el 50% quiere firmar el acuerdo de asociación. Una vez más la voluntad de la UE de tener la exclusividad en la firma de acuerdos comerciales ha producido una gran fractura, en este caso en Moldavia. Así, en Chisinau, al igual que en Kiev pero con un signo contrario, se llenaron las calles contra la firma del acuerdo con la UE. Por otra parte, en Transnistria (mayoría eslava), una república autoproclamada independiente de Moldavia hace más de veinte años con fronteras y moneda propia, hace tiempo que están adaptando su estructura y leyes comerciales a las rusas de cara a un futuro ingreso (de facto) en la Unión Aduanera. Hasta aquí nada nuevo, más preocupante es lo ocurrido en la región autónoma de Gaugazia (los gagauzos son un grupo étnico túrquico) donde a principios de febrero se realizó un referéndum para opinar sobre las relaciones comerciales con la UE y la Unión Aduanera. La participación fue del 70% y el resultado arrojó una posición favorable a la Unión Aduanera impulsada por Rusia con el 98,4% y contraria a la profundización de relaciones con la UE con un 97,2%.
No obstante, el fracaso o el éxito de la Cumbre de la Asociación Oriental lo marcaba la respuesta del único país grande de los allí reunidos: Ucrania. Este país estaba involucrado en una grave crisis financiera heredada de la época de Timoshenko, cuando ella fue Primera Ministra se firmaron los desastrosos acuerdos sobre el gas con Rusia y uno de esos peligrosos «rescates» financieros del FMI. Ucrania necesitaba dinero y el acuerdo de asociación comercial con la UE no lo iba a proporcionar, al contrario venía acompañado de la imposición de una serie de recortes, apertura de mercado a los productos de la UE e imposición o crecimiento de aranceles con el mercado ruso. Todo ello significaba que Ucrania se insertaría en el espacio económico europeo, asistiendo a una invasión de productos europeos (muchos de ellos subvencionados) y a un deterioro de sus exportaciones al espacio postsoviético, lo que acarrearía la destrucción de su industria y un notable empobrecimiento del país sin mediar ningún tipo de subsidio comunitario por ello. Frente a este panorama llegó la oferta rusa de un paquete de ayudas económicas que incluía un préstamo de 15.000 millones de dólares en muy buenas condiciones y una reducción de un tercio en la tarifa del gas. Solo entonces Ucrania decidió no firmar el acuerdo comercial con la UE, por una pura cuestión pragmática. A pesar de ello, la UE y Merkel trataron de persuadir hasta el último minuto al Presidente Yanukovich para que firmara el acuerdo de asociación, es decir, nadie consideraba en la UE a Yanukovich un tirano ni a Ucrania un país autoritario.
Al no firmar el acuerdo de asociación, esto generó frustración en una parte de la población ucraniana. Realmente fue una excusa para expresar todo el malestar con el sistema político y socioeconómico del país. Las condiciones objetivas para la revuelta social en Ucrania son propicias por la triste situación que se vive, así solo hace falta una chispa y organizaciones dispuestas a impulsar la movilización para que la situación desemboque en algo muy próximo a una revuelta social. Ahora bien, lo que estaba pasando en maidan tampoco era extraño, había pasado anteriormente desde otras posiciones políticas, eso sí, sin la atención mediática occidental o sin la clara intromisión extranjera. ¿Alguien puede imaginarse que en una gran movilización en Bruselas se paseen entre los manifestantes embajadores y ministros de otros estados como ha pasado en Kiev? En cualquier país con un alto grado de soberanía sería interpretado como una inadmisible intromisión extranjera, pero es más, en países similares a Ucrania como Moldavia, donde tras la firma del acuerdo de asociación con la UE hubo manifestaciones contrarias al acuerdo cuantitativamente similares a las de Kiev pero cualitativamente mucho más grandes (Moldavia tiene 3,5 millones frente a los 46 de Ucrania), no vimos pasearse a ningún ministro o embajador ruso. Esos paseos son un privilegio de los políticos occidentales. Por otra parte, es verdad que tampoco vimos que entre los manifestantes de Chisinau actitudes violentas y paramilitares como sí vimos en una parte de los manifestantes de Kiev antes de que la violencia se desatará totalmente.
Sin embargo, para algunos países es legítimo intervenir en terceros países y, además, alardean de ello. Victoria Nuland, vicesecretaria de Asuntos Exteriores de EEUU, tras haber sido grabada en una conversación con el embajador norteamericano en Kiev donde maldecía a la UE, aclaraba que su país estaba interviniendo en Ucrania y señalaba su preferencia por Yatsenyuk (no parece casualidad que a las pocas horas de darse el Golpe de Estado éste fuera designado Primer Ministro de Ucrania), días después de aquella conversación, en una conferencia presumió que desde 1991 EEUU ha invertido 5.000.000.000 dólares en el cambio de régimen ucraniano. Dinero que suele ir a ONGs como las que impulsaron las protestas en Maidan. Pero, las pacíficas manifestaciones pronto se convirtieron en violentas. Los policías parecían boy scouts y gracias a ello, los sectores de la extrema derecha tomaron varios edificios públicos. Tras la calma navideña, en enero se aplicó la doctrina del shock. Los manifestantes comenzaron a emplear pistolas y fusiles para atacar a la policía, pero también para generar una respuesta violenta por parte de ellos. La respuesta no llegó. A continuación, unos francotiradores asesinaron a más o menos cien manifestantes y policías. Fue entonces, cuando se produjo el shock para dar un golpe de estado. Los medios de comunicación occidentales señalaron entonces una y otra vez a Yanukovich como el responsable. Las fuentes de información alternativas en cambio decían lo contrario, no tenía sentido que el gobierno se suicidará de aquella manera. Posteriormente hemos tenido acceso a la conversación entre Catherine Ashton (responsable de asuntos exteriores de la UE) y el ministro de exteriores de Estonia. Este último tras visitar Kiev dijo claramente que todos los indicios apuntaban a que los francotiradores eran miembros de la oposición y que el nuevo gobierno golpista se negaba a investigar los sucesos. Pero da igual, la mayoría de los medios de comunicación han obviado estas declaraciones, así como los diversos vídeos que ayudan a sustentar esta versión que ya parece afianzarse como la más próxima a los acontecimientos.
Sin embargo, la máquina de propaganda occidental había hecho ya su trabajo. La UE tras las muertes anunció sanciones contra Ucrania. Por ello, en medio de una gran presión internacional, Yanukovich llegó a un acuerdo con la oposición gracias a la mediación de Alemania, Polonia y Francia. Él cumplió con lo prometido retirando a la policía, pero fue entonces cuando el sector fascista y ultraderechista de la oposición tomó con sus paramilitares el poder. Se perpetró el golpe de estado: el presidente y más de cien diputados huyeron, mientras el resto de los diputados se dedicaron a votar medidas ilegales, neofascistas y neoliberales bajo la atenta «vigilancia» de los paramilitares de ultraderecha.
Lo más preocupante de estos acontecimientos ha sido el rápido reconocimiento del gobierno golpista por parte de la UE y EEUU (aunque tampoco sorprende a la vista de su implicación en el golpe de estado y el cambio de régimen). El menguado parlamento ucraniano, coartado por los golpistas, restituyó sin ningún procedimiento legal la constitución ucraniana de 2004. Obviando esta irregularidad y la coacción de los grupos violentos, analicemos como se formula el proceso de destitución del Presidente en el artículo 111 de la constitución de 2004. Según este artículo es necesario establecer una comisión de investigación con un fiscal e investigadores especiales para considerar las razones de la destitución, sus conclusiones tiene que ser presentadas ante el Parlamento y si se aceptan las conclusiones, el Parlamento puede aprobar por mayoría de dos tercios la presentación de cargos contra el presidente ante el Tribunal Supremo. Una vez el Tribunal Supremo se haya pronunciado, el Parlamento puede destituir al presidente con una mayoría de tres cuartos.
Ninguno de los pasos del procedimiento descrito se cumplió. Lo único que se hizo para la destitución de Yanukovich fue una votación a la brava y bajo la mirada de los paramilitares que arrojó un resultado de 328 a favor de la destitución y 0 en contra (lo de la unanimidad es un indicador del miedo impuesto por los paramilitares, por otra parte, 328 votos no quiere decir que hubiera 328 diputados, el voto al estilo Iturgaitz -voto por mí y por mis compañeros/as- es común en Ucrania). No se llegó a la mayoría estipulada en la Constitución de 2004 en la que se señala la necesidad de reunir tres cuartos de los 450 diputados o lo que es lo mismo, 338. Por ello, estamos ante un Golpe de Estado desde cualquier óptica, pero los intereses geoestratégicos occidentales no están para exquisiteces democráticas de ningún tipo. Otro ejemplo de esto es la composición del nuevo gobierno ucraniano donde hay varios ministros de ultraderecha, entre otros en los ministerios de defensa e interior (evidentemente no es casualidad ya que han sido los que han hecho posible el golpe de estado mediante la violencia), pero, a pesar de ello, la UE sigue aplaudiendo y ayudando al gobierno golpista y ha decidido olvidar que el Parlamento europeo condenó en diciembre de 2012 al principal partido de ultraderecha ucraniano por antisemita y racista.
Asier de Blas es profesor de Ciencia Política en la UPV-EHU
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