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Crisis y metamorfosis de la estatalidad latinoamericana

Fuentes: Rebelión

Una vez desmanteladas a sangre y fuego las fuerzas populares en la década de los setenta, el periodo post-dictaduras en Latinoamérica dio lugar a «ciclos políticos neoliberales» que solidificaron el nuevo estadio de violencia estructural del capital. Se establecieron en Nuestra América los planes de la Comisión Trilateral -formada por D. Rockefeller, y regida por […]

Una vez desmanteladas a sangre y fuego las fuerzas populares en la década de los setenta, el periodo post-dictaduras en Latinoamérica dio lugar a «ciclos políticos neoliberales» que solidificaron el nuevo estadio de violencia estructural del capital. Se establecieron en Nuestra América los planes de la Comisión Trilateral -formada por D. Rockefeller, y regida por sus estrategas orgánicos Z. Brzezinski, Henry Kissinger, Michel Crozier, Samuel Huntington, entre otros- respecto a las democracias tuteladas, gobernables.

Bajo estos ciclos, se erigieron superestructuras políticas constitutivas de un nuevo orden político-estatal centrado en los principios liberales de participación «democrática», «pluralismo», «derechos humanos», «Estado de derecho». Sin modificaciones en la profunda centralización del poder político, los estados oligárquicos latinoamericanos reconstruyeron nuevas bases de «legitimidad» en los restringidos marcos de la democracia electoral.

Bajo la nueva forma del estado capitalista democrático -en su momento Agustín Cueva acuñó con gran ironía como «modo de producción democrático»- era eclipsado el carácter autoritario de los centros de poder del Estado, así como era opacado el control oligárquico de las principales clases o fracciones de clase en la toma de decisiones respecto a los macro diseños de subsunción de la totalidad del trabajo social al proceso de acumulación y reproducción del capitalismo dependiente en el estadio de mundialización del capital.

La acumulación histórica de las fuerzas sociales y sus procesos de rearticulación política, llevaron a una nueva emergencia de la lucha social, así como al ascenso del ciclo progresista en general y dentro de él, al de sus «motores rupturistas» (Venezuela, Bolivia) vinculados y apoyados por la heroica revolución cubana y sus caminos de integración regional.

Democracias rotas

En este cuadro de ascenso «progresista» y «rupturista», se inscribe la radicalización reaccionaria y autoritaria de la oligarquía latinoamericana junto al redespliegue de los intereses imperiales para reproducir el dominio de la región.

Sin duda, la actualidad del quebrantamiento de las bases institucionales de la democracia liberal -realizadas por las oligarquías latinoamericanas y el imperialismo estadounidense-, se ha agravado en un estadio histórico marcado por una asombrosa amenaza contra-hegemónica al orden económico-político global impuesto al mundo por el imperialismo estadounidense.

La hegemonía del orden mundial bajo el poder estadounidense se encuentra amenazada por el ascenso de un nuevo equilibrio multipolar liderado por China y Rusia, dos potencias con crecientes nexos económico-estructurales y políticos en distintos países de la región. Ello ha empujado al imperialismo a desplegar con «claridad moral y estratégica» un «trabajo incansable para contra-atacarlo» (Mike Pompeo, 2/12/2019 [1] ).

No es que los conflictos inter-capitalistas se sobrepongan como si fuesen desde el «exterior» en la región. A la inversa, las contradicciones tan agudizadas y aceradas en el capitalismo dependiente han llevado a un estado de agravamiento tal que han abierto paso a esta nueva etapa imperialista, etapa que a su vez se enmarca en la crisis estructural y de agotamiento histórico del capitalismo mundial.

Redespliegue imperialista y restauración neoliberal

Con la nueva etapa imperialista y su estrategia de «cambios de régimen» y golpes de Estado «de nuevo tipo» en América Latina, las bases institucionales y de formalización de las llamadas democracias tuteladas, gobernables, restringidas, hicieron implosión [2] . Es lo que se discute hoy como el «colapso de la democracia», y se refleja en el período de «restauración conservadora» o «contrarrevolución preventiva» hegemonizado por el gobierno estadounidense.

Considerando esta feroz etapa imperialista en la región, y más aún, el nuevo golpe de Estado en Bolivia, Mike Pompeo señala: «Hoy existe más cooperación democrática en nuestro hemisferio que en cualquier otro momento de la historia, y estamos orgullosos del hecho de que hemos sido parte de ayudarlos a llegar a ese lugar» (Op. cit).

Contradicciones de la «restauración neoliberal»: el fantasma de los fracasos

Bajo la etapa de «restauración neoliberal», las operaciones golpistas (Honduras, Paraguay, Brasil, Bolivia), de ofensiva política y mediática (la traición en Ecuador, la elección en Argentina en 2015) -que en conjunto el imperio recubre denominándole «reconstrucción democrática»-, aunados a los procesos de continuidad neoliberal ininterrumpida (Chile, Colombia), reflejan un denominador común de la mayor relevancia: el fracaso histórico de las oligarquías y del imperialismo en el mantenimiento y reproducción del orden de explotación y dominación.

Devorados por la incesante prolongación de la crisis, el conjunto de estos gobiernos son incapaces de escapar a ella, y más aún, a espaldas de la totalidad del trabajo social.

El desenvolvimiento ampliado de las profundas contradicciones orgánicas al patrón de acumulación y reproducción del capital -en crisis-, y de su ordenamiento político, funciona como gran productor industrial de inestabilidad y crisis políticas, cada vez menos intermitentes y más continuas, menos veladas y más abiertas y explosivas.

En este sentido, la violenta reproducción del capitalismo dependiente, que tras la crisis es exacerbada con los planes de restitución y tentativa de endurecimiento de las políticas de ajuste y «restauración neoliberal», guarda en su seno el «fantasma» de la insurrección social haciendo de éste una permanente «amenaza real» (Beinstein [3] ).

Es esta «amenaza real» la que se ha puesto de manifiesto frente a nuestros ojos.

La emergencia de los estallidos sociales en las sociedades donde se experimentó la «restauración neoliberal», no se hizo esperar.

En diciembre de 2017, se protagonizaron en Argentina y Honduras fuertes rebeliones populares. La primera contra la reforma de la seguridad social del macrismo y la segunda en contra del fraude electoral de Juan Orlando Hernández.

En 2018, incluso también desde 2017, fue Brasil quien protagonizó grandes manifestaciones sociales contra el golpe de Estado y las contra-reformas neoliberales (laboral, de seguridad social, ajuste, etc.). Si bien no decisivas, pero sí de mayor significación, pueden considerarse también las masivas movilizaciones de trabajadores, estudiantes, mujeres, ambientalistas, etc., en contra del programa ultra neoliberal del gobierno Bolsonaro a lo largo de este mismo año 2019.

En este mismo año, asistimos nuevamente en el mes de junio a la revuelta social y toma de calles en Honduras en protesta contra la privatización de la educación y de la salud.

Como parte de este periodo restaurador, fue Ecuador quien en octubre experimentó la revuelta social en contra del «paquetazo neoliberal» por decreto del gobierno de Lenin Moreno.

En las sociedades caracterizadas por la continuidad plena del ciclo político neoliberal, en el marco de la nueva ofensiva neoliberal, presenciamos desde el mes de septiembre en Haití, Chile (noviembre) y Colombia (noviembre), grandes manifestaciones y expresiones de convulsión social que no pueden cesar.

Finalmente en Argentina, con el encauzamiento de la insurrección social por la vía de la elección presidencial del pasado mes de octubre, se logró echar del edificio estatal al macrismo, dejando tras de sí una herencia devastadora de graves repercusiones para la inmensa mayoría de la población. Lo que ello prueba que los procesos de «restauración neoliberal» son de tal calado regresivo que repercuten para una o incluso las próximas dos generaciones.

Estado de excepción y metamorfosis de la estatalidad latinoamericana

Bajo este cuadro de permanente estado de erupción y crisis política, resulta muy claro que las clases oligárquicas están incapacitadas de gobernar. La lucha de clases, y sobre todo, de las fuerzas populares contra el capitalismo neoliberal en crisis, por la defensa de los recursos naturales, la soberanía, por la participación política y la democracia real, ha empujado a las oligarquías a optar por establecer o en su caso profundizar la deriva autoritaria.

Las clases dominantes y el imperialismo se juegan el mantenimiento del patrón de reproducción y concentración del capital y la imposición de las políticas económicas neoliberales con el Estado de excepción y el recurso a nuevos y viejos métodos de control social. Con ello, América Latina experimenta el reaccionario ascenso de las «nuevas dictaduras latinoamericanas» con caracteres neofascistas, militaristas, judiciales, policiales, no obstante, impedidas de deshacerse abiertamente de sus «máscaras democráticas».

En este cuadro, puede sostenerse que nuestra época experimenta un proceso de metamorfosis de la estatalidad latinoamericana. Bajo caracteres originales y particulares ceñidos por la lucha política de clases que sintetiza cada formación social histórico-concreta, se configura una nueva morfología política de dominación despótica, la cual impele al Estado dependiente latinoamericano a atravesar por profundas modificaciones.

Tras la crisis, en el subcontinente se despliegan nuevas y viejas formaciones políticas cuya raíz se encuentra en el ascenso reaccionario del despotismo, la autocracia, la letalidad represiva y la reconquista imperialista: de los autoritarios decretos presidenciales al neofascismo neocolonialista, del Estado de contra-insurgencia al Estado de contra-inseguridad, del Estado de sitio al Estado policial bajo elecciones controladas, de la criminalización de la lucha social a su judicialización práctica, de las legislaciones de excepción a la profundización militar, de las operaciones de inteligencia a las cruzadas mediáticas, de los golpes «blandos» a las estafas electorales, del neofascismo organizado en las calles a la guerra híbrida.

Sin embargo, es el antagonismo entre las clases sociales y el labrado de sus disputas quien alberga la última palabra de nuestra inquietud histórica.

La crisis estructural y de «larga duración» del capitalismo mundial que no ha dejado de impactar a los gobiernos progresistas, deberá conducir a éstos -sin duda influidos por las necesidades y demandas de los pueblos- a comprender a profundidad al anticapitalismo, al socialismo, como premisa para resolver las grandes dificultades y obstáculos que cargan nuestras sociedades, y no a la inversa, distinguir a la inversión del capital trasnacional y la endémica fiebre exportadora de nuestra región como «solución» a los grandes desafíos.

Notas:

[1] Discurso de M. Pompeo, Diplomatic Realism, Restraint, and Respect in Latin America, 2/12/2019. Universidad de Louisville, Kentucky. https://www.state.gov/diplomatic-realism-restraint-and-respect-in-latin-america/

[2] Ver, Adrián Sotelo Valencia, «El retorno de las dictaduras en América Latina y el fracaso de las democracias restringidas», 04/12/2019, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=263155

[3] Jorge Beinstein, «Ilusiones progresistas devoradas por la crisis», 24/03/2016, https://beinstein.lahaine.org/b2-img/Beinstein_ilusionesprogresistas.pdf .

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