¿Es la integración latinoamericana y caribeña un camino para blindarse ante los huracanes económicos del planeta? Un análisis desde el Gobierno venezolano por uno de sus analistas de cabecera.
Por muchas razones del acontecer internacional, hoy cuesta mucho «tomarle el pulso» a la dinámica de la política mundial. Parámetros sólidamente establecidos durante siglos, creados en Occidente y aceptados por la razón o por la fuerza en casi todo el planeta comienzan a desmoronarse -paradójicamente-, torpedeados por los mismos que los crearon.
En ese sentido, no es meramente académico y teórico el debate para determinar si la crisis es del sistema capitalista mundial que impera en el planeta desde hace apenas un siglo y medio o del modelo civilizatorio occidental establecido desde hace 25 siglos, primero en Europa e impuesto al mundo través de la conquista, la guerra, el avasallamiento, el exterminio de cientos de millones de personas y la imposición de una cultura, una forma de comportarse, un patrón de conducta, un sistema de valores y un paradigma político que se ha asumido como si fuera universal.
De este modelo, el capitalismo y el imperialismo, son sólo sus dos últimas etapas, la primera surgida en el siglo XIX y la segunda, más recientemente, en la pasada centuria.
Todo esto -como decía anteriormente- supera las meras definiciones teóricas por la sencilla razón de que su dilucidación debería entrañar conductas diferentes para todos aquellos actores que tienen poder de decisión, sobre todo, en lo que refiere a las relaciones internacionales y la política exterior.
Nociones ampliamente aceptadas como democracia, defensa de los derechos humanos y soberanía, entre otros, posteriormente transformadas en principios y estos a su vez, impresos en constituciones y en un entramado legal que sustentó la Carta de las Naciones Unidas, la que posteriormente elaboró la Declaración Universal de los Derechos Humanos, han comenzado a quedar obsoletos, violentados y sobrepasados por la imposición de una fuerza que está llevando a la humanidad a retrotraerse a los tiempos de la barbarie.
Cuando parámetros universalmente aceptados, que deben regir el comportamiento internacional de los Estados son avasallados en beneficio del lucro.
Cuando valores encaminados a preservar la vida en el planeta son sacrificados en función del interés de una sola nación.
Cuando cientos de miles de personas son asesinados para mantener un nivel de vida sustentado en el consumo indiscriminado de una minoría del planeta.
Cuando los gobiernos -sean de derecha o de «izquierda», como en Europa- no pueden sostener su modelo y caen por el peso de su incompetencia y de su sumisión a ciertos poderes fácticos y no pueden dar solución a las más elementales necesidades de sus ciudadanos.
Cuando la democracia representativa de corte occidental no es capaz de encontrar soluciones y mediante la coacción antidemocrática se imponen banqueros para sustituir a los políticos y dirigir gobiernos como ha ocurrido en Grecia y en Italia.
Cuando Estados Unidos pone en funcionamiento su conexión oriental de adversarios de China y utiliza a su aliado coreano Ban Ki-moon en la ONU y japonés Yukiya Amano en la OIEA a fin de instaurar la guerra como método y la brutalidad como sistema.
Cuando la Directora General del FMI Christine Lagarde va a Beijing a exigir a China que se involucre en la crisis financiera mundial y salve a Europa.
Cuando se amenaza a Irán, Siria y Pakistán con la agresión si no acatan las normas establecidas por Estados Unidos y los otros Estados canallas, generando un conflicto en una región donde existen tres países poseedores de armas nucleares, Israel, India y Pakistán, pudiéndose desatar una tercera Guerra Mundial que elimine toda forma de vida humana en el planeta.
Cuando todo ello ocurre, es evidente que la crisis que enfrentamos es mucho más profunda que un elemental trance de la economía y del sistema capitalista mundial, por muy profunda que ésta sea. La crisis es civilizatoria y ello obliga a plantearse la disyuntiva de salvarse y salvarnos todos o perecer presos de la bestialidad sin límites de los que ostentan el poder mundial.
América Latina y el Caribe, en medio de esta lamentable catástrofe, navegando en mar agitado, avanza con dificultades, pero sostenidamente hacia un puerto más seguro. En medio de turbulencias, aparece como espacio donde se progresa a contra corriente del resto del mundo.
Nuestras inquietudes se solventan en los cada vez mayores espacios integradores que se construyen, tanto en materia económica, como política, de defensa y seguridad. Unasur es hoy una realidad palpable y la próxima reunión Cumbre que dará formal origen a la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (CELAC) apuntan en esa dirección.
La integración y la unidad es nuestra única salvación. Ningún país tiene viabilidad política por sí solo en el mundo del mañana, ni siquiera los más poderosos. Habrá que enfrentar retos propios de naciones gobernadas por líderes ubicados en las antípodas del espectro político, pero la CELAC no debe ser una alianza de gobiernos, sino una confluencia de Estados. Si alguno de ellos, se cree salvado por tener una relación privilegiada con alguna de las potencias mundiales, el ejemplo de Irak o Libia están muy frescos para recordar lo que dijo Lord Palmerston político británico del siglo XIX cuando se le increpó por no apoyar la lucha por la independencia de las colonias de América para cuidar su alianza con España: «Gran Bretaña no tiene amigos permanentes ni enemigos permanentes, tiene intereses permanentes». Esto es perfectamente válido para entender la actual política estadounidense y se puede hacer extensivo a la realidad de la relación de cualquier país del sur con las potencias.
Nuestros intereses, son los de nuestros pueblos que tienen fuertes identidades culturales, religiosas y lingüísticas y que hemos sido separados sólo por el proyecto colonial de los que crearon determinados territorios que dieron origen a Estados nacionales después de la Independencia. En los dos últimos siglos el interés imperial de una potencia americana ha promovido los conflictos heredados del pasado colonial para dividir y reinar.
La próxima Cumbre de la CELAC en Caracas hará que se deje de hablar del «Sueño del Libertador Simón Bolívar» para comenzar a hablar del «Plan del Libertador Simón Bolívar». Dicho plan tendrá que hacerse realidad a partir de nuestras asimetrías, de nuestras diferencias y de nuestras distancias, tanto geográficas como políticas. Ese es el reto a superar y vencer.
El Libertador nunca dijo que sería de otra forma, premonitoriamente, en la Carta de Jamaica estableció las diferencias como una realidad que había que aceptar y someter cuando dijo: «Porque los sucesos hayan sido parciales y alternados, no debemos desconfiar de la fortuna. En unas partes triunfan los independientes, mientras que los tiranos en lugares diferentes, obtienen sus ventajas, y ¿cuál es el resultado final? ¿No está el Nuevo Mundo entero, conmovido y armado para su defensa? Echemos una ojeada y observaremos una lucha simultánea en la misma extensión de este hemisferio».
Sólo así, los ciudadanos de ésta, Nuestra América, tendremos viabilidad de futuro y podremos superar esta profunda crisis civilizatoria que tiene en el capitalismo y el imperialismo su última y definitiva fase terminal.
Fuente: http://otramerica.com/opinion/de-la-crisis-mundial-a-la-celac/882