Parece incomprensible que la Unión Europea (UE) haya cedido tanto. Tomando la posición inicial, ha aceptado un 15% de aranceles para sus exportaciones, añadiendo compromisos acerca de importaciones energéticas y militares, así como de inversiones en los EE. UU. No existe ninguna contrapartida en relación con esa situación. Se aduce que se evita lo peor, la amenaza de imponer un 30% de aranceles.
Para analizar la negociación y el resultado, no parece tener sentido perderse acerca de los impactos teóricos de los aranceles, iniciar un debate sobre lo que predice la teoría económica, o relativizar el cumplimiento de esos compromisos de gasto e inversión. Todo ello se aleja del tema central, pues así lo perciben las dos partes de acuerdo arancelario. Ambas ven los aranceles y demás obligaciones como formas de poder político. No es tanto un tema económico, que también, sino un problema de presencia en la esfera internacional.
Entre las preguntas que sí son claves para comprender lo sucedido están las dos siguientes. ¿Quiénes negocian y con qué autoridad?, y ¿qué quieren, qué deseo los anima en la negociación?
Ahora bien, si los Estados Unidos tienen lo que llamó Locke (1) un poder federativo, de la comunidad política al completo hacia el exterior; la Unión Europea no lo tiene, no es un Estado con capacidad de proyectarse hacia los otros como una voz única de una sociedad política propia. El desequilibrio en las posiciones es evidente y procede del problema esencial de la UE, que sigue siendo una organización internacional de integración, con competencias importantes cedidas, pero sin la naturaleza de un Estado.
En todo caso, ha sido crucial qué desea cada una de las partes en la negociación que se ha seguido. En política es fundamental saber qué objetivos finales son irrenunciables. La lectura de Hegel y la conocida dialéctica expuesta en el Capítulo IV de la Fenomenología del espíritu (2), desvela más de dos siglos después de haber sido escrita el factor esencial. No, no estoy diciendo que estemos ante una situación de servidumbre. Esto no es cierto. Pero leyendo la situación al modo hegeliano, se puede comprender que la UE sintió el miedo de la pérdida, de lo que supondría entrar en una guerra comercial; mientras la parte negociadora de los EE. UU. se afirmaba en sus objetivos manifestando públicamente su voluntad de entrar en un conflicto comercial, a pesar del daño interior que esto pudiese ocasionar a su economía. En un proceso en el que uno desconoce su propia identidad, pero sabe lo que puede perder y siente miedo de ello, no es extraño que se pierdan de vista las finalidades y se acabe aceptando lo que de pronto se aparece como mal menor: el alivio del fin de la incertidumbre.
En definitiva, el hecho es que la UE ha mostrado sus carencias políticas frente al exterior, que son el producto de la doble falta de naturaleza estatal y consciencia de sí misma. Al representar intereses económicos, siente que todo sacrificio importante, aunque sea temporal, le es difícil o imposible. Como carece del reconocimiento de sí misma y su identidad, tiende a reconocer a la otra parte. El daño político aparenta ser mucho mayor que el directamente económico.
¿A partir de ahora? Es posible que los Estados decidan, por fin, unir como comunidad política a la Unión Europea, de forma que adquiera ese poder federativo frente al exterior. Y lo haga con la idea de Europa, como sujeto que se reconoce a sí mismo. Pero es probable que continúe siendo una organización con algunas competencias propias de Estados, sin identidad, ni capacidad estatal para defender sus intereses y para afrontar situaciones de incertidumbre y sacrificio.
(1) Locke (1986). Ensayo sobre el gobierno civil (A. Lázaro Ros). Madrid: Aguilar. Especialmente Cap. 12. Publicación original en 1690.
(2) Hegel, G.W.F. (1982). Fenomenología del espíritu (W. Roces, Trad.). Madrid: Fondo de Cultura Económica. Publicación original en 1807.
Ignacio Escañuela Romana, Economista y filósofo.
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