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De nuevo los todólogos

Fuentes: Rebelión

Tengo que volver sobre algo que, forzado por las circunstancias, me interesó en las aciagas jornadas madrileñas del 11 de marzo del pasado año. Quiere uno creer que, en las horas que siguen a hechos execrables –a los de Madrid como a los de Londres–, la prudencia debe imponerse entre quienes emiten sus opiniones en […]

Tengo que volver sobre algo que, forzado por las circunstancias, me interesó en las aciagas jornadas madrileñas del 11 de marzo del pasado año. Quiere uno creer que, en las horas que siguen a hechos execrables –a los de Madrid como a los de Londres–, la prudencia debe imponerse entre quienes emiten sus opiniones en los medios de comunicación, y que eso reclama, antes que nada, de mucha modestia en lo que hace a los conocimientos e intuiciones propios.

Digo esto porque, de manera llamativa, no ha sido ésa la línea de conducta que ha imperado entre nosotros, una vez más, de la mano de las opiniones de muchos de los integrantes de esa plaga contemporánea que son los tertulianos y comentaristas de periódicos, radios y televisiones. Y es que hay quien, sin rebozo alguno, parece saber de casi todo: expertos en seguridad, estos todólogos dominan los entresijos de eso que ha dado en llamarse terrorismo internacional y, para que nada falte, imparten lecciones sobre lo que es el Islam y lo que acarrean sus versiones más ultramontanas (eso, claro, cuando distinguen éstas de las restantes). No hay, por lo demás, pregunta alguna que dejen sin responder. Desde hora muy temprana del jueves sabían, en fin, que Al Qaida –esta mezcla de materialidad asesina y nebulosa condición– estaba por detrás de los atentados londinenses.

Nada sería más equivocado que concluir que la doctrina que imparten los todólogos es mera y vacía tontería encaminada a llenar espacios en los medios. Lo que se barrunta por detrás es, en la mayoría de los casos, el aliento de un discurso que, nacido en el magma de la derecha norteamericana más cerril, ha adquirido predicamento en todas partes y ha alcanzado a gentes que abrazan cosmovisiones ideológicas muy dispares. Al amparo de las aberraciones correspondientes, se nos invita a desentendernos de la textura de los conflictos concretos –para qué estudiarlos si ya disfrutamos de una explicación mágica llamada Al Qaida–, se le conceden aberrantes cartas blancas a gobiernos no precisamente caracterizados por su compromiso con los derechos humanos, se aplican sin rubor impresentables fórmulas de doble moral que permiten tratar de manera diferente a amigos y a enemigos, se sostiene imperturbablemente que el terrorismo puede encararse en virtud de procedimientos de cariz estrictamente policial-militar y, en suma, se ignora la influencia, a menudo central, que las potencias occidentales tienen en la gestación y el asentamiento de muchos de los problemas del globo.

La responsabilidad de los medios que acogen esas opiniones no remata, sin embargo, ahí. Esta semana estaba llamada a ser un hito importante para quienes seguimos pensando que la pobreza y el hambre son, hoy como ayer, los principales problemas del triste planeta que habitamos. En Escocia debía haberse escenificado, por una vez con razonable eco en los medios de comunicación, una contestación masiva de las macabras políticas avaladas por los países más ricos. Los execrables atentados de Londres se han llevado, en cambio, toda la atención. Si el resto del año, y machaconamente, esos mismos medios pusiesen el dedo en las llagas de la pobreza y del hambre, uno podría entender lo ocurrido. Pero no es así: periódicos, radios y televisiones prefieren olvidar que el mismo día en que en Londres fueron asesinadas varias decenas de personas inocentes murieron en el globo entre 40.000 y 50.000 seres humanos por efecto de la desnutrición o de enfermedades con ésta relacionadas. Acaso lo que sucede es que los muertos de Londres se nos antojan tan nuestros como evitables, en tanto los fallecidos en África nos quedan muy lejos y se supone que son víctimas, en un lamentable desafuero, de un fenómeno natural e insorteable. No es preciso que agregue, creo, que la cifra espeluznante que acabo de adelantar se repite todos los días.

Es una ironía que el primer ministro británico, Anthony Blair, se presente en estas horas como adalid en la lucha internacional contra el terror. Estamos hablando de uno de los responsables principales del terror cotidiano que se revela en Iraq y –no nos engañemos– del obsceno egoísmo que inspira la miseria de siempre del grupo de los ocho. Cuántas cosas hay que cambiar para demostrar que la barbarie no es patrimonio exclusivo de otros. Y cuánta atención hay que dispensarle a esos valores tan hermosos que Blair y los suyos dicen defender.

Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y colaborador de Bakeaz.