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Perú

De plagios, y otros crímenes

Fuentes: Rebelión

Para un docente de enseñanza media -como es el caso de quien escribe esta nota- el plagio es algo aberrante. Cuando un alumno plagia en el colegio ante un examen o cuando copia un texto de una obra, y lo presenta cono suyo al entregar una asignación; bien puede considerarse el hecho no sólo como […]

Para un docente de enseñanza media -como es el caso de quien escribe esta nota- el plagio es algo aberrante. Cuando un alumno plagia en el colegio ante un examen o cuando copia un texto de una obra, y lo presenta cono suyo al entregar una asignación; bien puede considerarse el hecho no sólo como una acción fea, sino también como una falta grave, que amerita una sanción pronta y drástica.

De hecho, el autor de ese desaguisado, es suspendido de inmediato, retirado del aula, y descalificado. Y si tiene pendiente una nota por su material así presentado, ésta será reprobatoria.

El plagio es para las personas, desde los años de la infancia, una práctica vergonzosa que merece castigo. Pero si así es en la vida escolar, en la actividad ciudadana es por cierto, peor. Plagiar un texto para presentarlo como propio, simplemente denigra a quien lo hace, pero también envilece la relación humana. El autor de eso, no tiene autoridad moral para mirar a los demás sin agachar la cabeza, ni tampoco puede pretender ejercer la jefatura del Estado.

Pero hay cosas peores…

Preparar y organizar Comandos de Aniquilamiento para eliminar adversarios; habilitar centros clandestinos de reclusión para encerrar personas y someterlas a tratos crueles, inhumanos y degradantes; institucionalizar a tortura como método para extraer confesiones y humillar a otros; abatir impunemente a presos rendidos encarcelados en una isla o en un reclusorio cualquiera; disparar contra pobladores de regiones olvidadas, campesinos sin armas, mujeres indefensas o jóvenes que protestan en la calle, con motivo, o aún sin él; esterilizar mujeres y promover programas de exterminio contra poblaciones nativas; llevarse en maletas escondidas barras de oro del Banco Central; rematar empresas públicas y acumular fortuna con procedimientos ilícitos, todo eso, es mucho peor.

Los responsables de esas acciones -porque las ejecutan, ayudan a su realización, o simplemente benefician con ellas-, son pasibles en una dura sanción moral, pero también penal.

Ellos tampoco tienen autoridad moral, ni ética, ni derecho alguno para pretender erigirse como mandatarios de una Nación, aunque la desprecien.

Viene esto al caso, porque alude a una lacerante realidad que nos subleva.

En verdad, el señor Cesar Acuña es responsable de acciones repulsivas. Pero iguales, o peores han sido las acciones de los que la gente llama despectivamente «el quinteto de la muerte», es decir, los 5 «candidatos mayores» que postulan para los comicios de abril. Keiko, Alan, PPK, Toledo y el mismo Acuña -ninguno de ellos- puede verse beneficiado con el voto ciudadano.

Estamos tan sólo a dos meses de las elecciones generales del 2016, y los medios de comunicación -«la prensa grande»- llena sus páginas con la glorificación de unos, y la descalificación de otros.

Glorifica a los peores. Y descalifica a los pocos que tienen dignidad y coraje, o simplemente buscan diferenciarse de la gavilla poderosa que anhela preserva privilegios que nunca perdieron, pero que temen perder.

Ellos invierten inmensas fortunas para convencer al electorado -«electarado», lo llaman, porque lo desprecian- respecto a sus intenciones. Buscan engañarlo, para lograr que la gente vote por ellos, aunque luego los ciudadanos se arrepientan amargamente.

Y son tan torpes como Aldo M. en la entrevista con Verónica Mendoza. Y formulan preguntas tan idiotas que pueden responderse de la manera más simple: «si usted hubiera sido gay en 1960 -le preguntaron a la candidata del FA- dónde hubiera preferido vivir ¿en NuevaYork, o en La Habana?» Ella bien podría haber retrucado: «si usted hubiera sido negro en 1960, ¿dónde habría preferido vivir: en Alabama, en La Habana?

La ofensiva de prensa se ha conducido de tal modo que todos están convencidos que Keiko Fujimori ganará la «primera vuelta». Lo han dicho tanto -y lo han reafirmado con las «encuestas de opinión»,- que hoy todos lo creen. Incluso los candidatos que nominalmente debiera luchar contra ella, y derrotarla. Ya no lo hacen.

Convencidos como están que ella tiene la mayor votación, luchan entre sí por el segundo puesto, para pasar con ella, a la segunda ronda. Entonces se muerden y se atacan sañudamente para descalificarse unos a otros. Piensan que si el «otro» baja en la estima ciudadana, entones «el» se beneficiará y podrá disputar el «repechaje».

Ni siquiera reparan en el hecho que, en segunda vuelta no será necesario que nadie obtenga el 50% de los votos. Basta que tenga uno más que su adversario para que gane. En otras palabras, quien salga segundo necesitara de los votos de los demás para derrotar a la «chinita de la yuca». Si las heridas que se produjeron antes fueron profundas, esa suma será inviable. Y la Keiko se los agradecerá., Como sugiere César Hildebrandt, ella ganará «al galope».

Todo ello ocurre porque estamos ante «el juego democrático». Gracias a él, los peruanos tenemos el privilegio de acercarnos cada cinco años a las urnas y elegir a las personas que -desde posiciones de Poder- habrán de defraudar nuestras expectativas. Ahí acaba el cuento.

Luego de la «consulta ciudadana» los votantes deberán esperar cinco años más para que vuelva a funcionar la «democracia».. Y otra vez, ella será igual: candidatos corruptos, promesas gaseosas, partidos improvisados, vientres de alquiler. Pero «la prensa grande» nos hablará del «ejercicio democrático» y de la «responsabilidad ciudadana».

Pocos se han puesto a pensar en asuntos de fondo. Veamos sólo dos. Una cosa es la esencia de la democracia; y otra, las formas democráticas.

Lo que nosotros conocemos como «democracia», no es la esencia, sino las formas: elecciones periódicas, «alternancia» en el Poder, «partidos» que compiten entre si, respeto al sufragio, voto preferencial; y otras acotaciones. Pero todas ellas no son sino «formas democráticas«, carentes de contenido, que no dicen nada. Ni siquiera nos hablan del rumbo del Perú, ni de sus problemas.

La esencia de la democracia, es otra. Es la que permite la participación activa y constante de los ciudadanos en las tareas de control, fiscalización de acciones, e incluso en la discusión y aliento de leyes y normas

Podríamos aludir a algunos ejemplos. En Venezuela -donde la «prensa grande» asegura que «no hay democracia»- el gobierno bolivariano convocó al pueblo 18 veces para elecciones, revocatorias o consultas. Incluso la Constitución de ese país fue objeto de debates públicos y múltiples.

Y en Cuba -donde la «prensa grande» dice que «tampoco hay democracia»- la ciudadanía goza de la mejor educación de América Latina acreditada así por la UNESCO; de salud gratuita, empleo pleno, salario puntual; cultura, deportes y recreación. Allí, cualquier iniciativa importante, es consultada a la ciudadanía. Hoy mismo, el programa de cambios introducidos en a economía y en la vida cubana, ha sido materia de una consulta prolongada y exhaustiva.

Aquí nada de eso ocurre. La gente no se le consulta nada. Se le impone todo. Incluso, los fraudes electorales.

Por eso, al hablar de plagios y otros crímenes, hay que mirar el fondo y no quedarse en las formas.

Gustavo Espinoza M. Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http:/nuestrabandera.lamula.pe.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.