El 16 de enero, hace 19 años, se firmó en Chapultepec, México un tratado que trajo la paz a El Salvador, y aunque con imperfecciones, no deja de ser emblemático. Esta nación, la más pequeña de América Central, y con unos 7 millones de habitantes, vivió una cruenta guerra civil a lo largo de los […]
El 16 de enero, hace 19 años, se firmó en Chapultepec, México un tratado que trajo la paz a El Salvador, y aunque con imperfecciones, no deja de ser emblemático.
Esta nación, la más pequeña de América Central, y con unos 7 millones de habitantes, vivió una cruenta guerra civil a lo largo de los años ochenta del siglo pasado, aunque la situación política estuvo caldeada desde la década anterior. Se enfrentaron las fuerzas insurgentes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), y las Fuerzas Armadas gubernamentales.
Este conflicto interno terminó siendo parte de lo que se llamó la Guerra Fría. Cuba y Nicaragua apoyaban al FMLN. Washington, temeroso de que la guerrilla se tomara el poder, como había sucedido en Nicaragua en 1979, brindó armamento y asesoría militar a las tropas oficiales y grupos paramilitares. Israel puso la tecnología, ayudando a crear un banco de datos que permitió la captura, asesinato o desaparición de miles de civiles sospechosos de ser guerrilleros.
El conflicto concluyó con la Firma del Acuerdo de Paz el 16 de enero de 1992, luego de un largo proceso de acercamiento y diálogos iniciado el 15 de octubre de 1984. Durante esos años la confrontación militar no se detuvo. En ese tortuoso camino resultó determinante el reconocimiento de «fuerza beligerante» que Francia y México le dieron a la guerrilla, en tempranas fechas: agosto de 1981. Esto permitió que sus representantes se movilizaran por diversas instancias internacionales en busca de apoyo político y diplomático.
Esa marcha de negociaciones fue acompañada por la Iglesia católica, así como el llamado Grupo Contadora (Colombia, México, Panamá y Venezuela), que buscaba la pacificación en Centro América, convertida en un polvorín. Decisiva fue la mediación de la ONU, quien logró el desarrollo del proceso en forma sostenida, implicando a las partes en compromisos difíciles de romper por el costo político.
La ofensiva general militar que lanzó el FMLN en noviembre de 1989, no logró el objetivo de una insurrección popular. Esto confirmó que ninguna de las fuerzas derrotaría a la otra. La población empezó a agotarse al recibir el peor peso del conflicto, sentimiento entendido y canalizado por la insurgencia.
Mientras que el sector empresarial salvadoreño por fin constató que esa guerra repercutía gravemente en sus intereses, forzando a la poderosa extrema derecha, representada en la Alianza Republicana Nacionalista, ARENA, a discutir sobre salida política.
Si la constante criminalidad de las Fuerzas Armadas enlodaba su imagen, el asesinato de seis sacerdotes jesuitas en noviembre de 1989 trajo el rechazo unánime internacional. Hasta Washington tuvo que reaccionar y señalar. Así las Fuerzas Armadas se vieron obligadas a aceptar el diálogo.
El contexto internacional también tuvo su incidencia. Aunque quizás nadie presentía el fin de la Unión Soviética, su situación interna hacía presentir cambios radicales. Cuando a finales de 1991 colapsa, se produce un nuevo escenario geopolítico mundial que influye radicalmente en la guerra salvadoreña. Curiosamente, unos pocos años antes los representantes de Estados Unidos y de la URSS habían pedido al Secretario General de la ONU, Javier Pérez de Cuellar, que se involucrara directamente en la solución del conflicto.
El número de víctimas de esta confrontación armada ha sido calculado en más de 70 000 muertos y 8 000 desaparecidos.
Se dice que no hubo ni vencedores ni vencidos. El Pentágono ha dicho que su estrategia ganó. Lo cierto es que si la guerrilla no hubiera tenido capacidad de fuego y fuerte incidencia en la población, no habría logrado sentar al contrincante a negociar e imponer sus propuestas.
Pero más que esa discusión, lo importante es lo que se empezó a desarrollar en El Salvador. Entre lo que más resalta es que poco a poco se le fue ganando a la intolerancia política, a aceptar al oponente, y preferir vencerlo con ideas y hechos.
El FMLN se transformó en partido político, y desde los primeros momentos pasó a ser el primer partido de oposición, ganando alcaldías, además de una importante representación en la Asamblea Legislativa, en marzo de 1994. Y en marzo de 2009 fue elegido Mauricio Funes a la presidencia de la Nación, tomando el cargo en junio. Este periodista es un miembro del FMLN, aunque no fue combatiente.
Se logró la presidencia, y con ella los inmensos problemas sociales y económicos que dejaron los gobiernos de derecha. Ahora está el desafío de cumplir lo que se ofreció en la campaña electoral. Aun más: volver realidad lo que se firmó en enero de 1992. Porque la violencia que vive hoy El Salvador ya no es política sino de delincuencia, sobretodo juvenil, representada en los Maras. Y esa violencia es producto de la pobreza, de la falta de oportunidades.
El FMLN adelantó una guerra de liberación que pretendía volver más justa la sociedad. Ahora enfrenta el reto de hacer los cambios desde la institucionalidad, con escasos recursos económicos y el ojo de Washington y los patrones siempre vigilante.
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