Traducido para Rebelión por Susana Merino
Lo que todos sabían desde el jueves 1 de agosto a las 19:38 h. es un juicio definitivo e irrevocable: durante veinte años la política de este país estuvo influenciada y largamente conducida por un delincuente. Un evasor fiscal reincidente que ha defraudado continuamente al Estado (que debía representar) siendo Jefe de Gobierno y líder del partido principal, titular de un poder conquistado y mantenido gracias a desmesurados recursos y a la impotencia de una oposición a «sua Maestá» culturalmente subalterna y en connivencia política.
Berlusconi cae en el mismo punto en el que comenzó: en el cruce entre negocios y política. Entre la potencia económica construida en el filo de la ilegalidad y el poder político que le confería y alimentaba con métodos «no ortodoxos». Por ese motivo la sentencia del Tribunal de Casación ilumina la totalidad de las dos décadas transcurridas, con una trascendencia sobre el juicio político que no puede atenuarse con ninguna razón de oportunidad o prudencia. Incluso las de los que, con el PD a la cabeza, repiten la inaceptable exigencia que trata de separar las cuestiones judiciales de las políticas (como si la política pudiera prescindir de la justicia y de las evaluaciones tácticas del juicio histórico). Cualesquiera que sean las inmediatas respuestas de los extenuados protagonistas del actual establishmen político (la furia impotente del centro derecha, los embarazosos desconciertos del centro izquierda, los susurros y los gritos de unos y otros) es cierto que una época se ha cerrado definitivamente. Se ha quebrado el tabú (la impunidad del «unto» al señor). Se ha afirmado un principio de legalidad (la Ley no se detiene a las puertas del palacio).
Ha caído un poderoso, y más o menos como sucedió hace setenta años, casi en los mismos días, cuando se cerró otro período de veinte años y su protagonista se encontró en la puerta con los carabineros y una ambulancia para facilitarle una discreta salida hacia el «arresto domiciliario» en el Gran Sasso. Podría ser que Il Cavaliere (hoy No Cavaliere por incompatibilidad del título con su condición de procesado, resista aún aunque de forma muy limitada, que pueda aún hacer daño (y mucho). Pero el ciclo ha terminado.
Las consecuencias de todo esto de momento son difíciles de calcular. En el plano inmediato, es cierto que hoy más que ayer parece absolutamente inconcebible la idea de que esa mayoría (de la que Berlusconi es el principal accionista y en la que tiene un peso decisivo su partido personal) pueda siquiera pensar intervenir la Constitución. No tiene ni la legitimidad política (absolutamente minoritaria en el país en valores absolutos) ni la dignidad moral. En las profundidades abisales de la crisis italiana la Constitución es el único punto de referencia firme. Minar su integridad sería un delito. Nunca como ahora tras la experiencia de estos veinte años se trata de aplicar plenamente sus valores, no ciertamente de cambiarla.
Del mismo modo parece aberrante hablar con esta mayoría y con este Parlamento, luego de la sentencia y de las reacciones que siguieron de «reforma de la justicia». Y son difíciles de comprender las razones por las que el Jefe de Estado ha mencionado estos temas, dando la impresión de que de algún modo esta ofreciendo la Magistratura como víctima a sacrificar ante la funesta ira del centro derecha en el mismo momento en que su jefe, en su desvertebrado mensaje televisivo, la atacaba frontalmente. A menos que allá en la cima más alta se sostenga que todo puede sacrificarse al único díos de la estabilidad gubernamental, según una lógica que solo aparentemente puede considerarse prudente. Pero que en sustancia sería peligrosísima (cuando además se alínea con las peores oligarquías globales enfrentadas bélicamente al constitucionalismo democrático).
A largo plazo es probable que el Big Bang que está devastando el centro derecha, se traslade por contagio a lo que aún queda del centro izquierda, con unos cuantos millones de la derecha en busca de una morada y otros tantos de la izquierda en busca de una razón. Este es el venenoso efecto de la brutal mezcolanza de la Plaza del Quirinal y del proyecto de «grandes entendimientos» destinado a borrar los pocos anticuerpos morales que habían sobrevivido en la izquierda a la infección berlusconiana. Una vez más nos toca asistir, como hace setenta años, al fracaso de toda la clase dirigente. Y como entonces la única esperanza posible (sabemos cuan frágil y poco visible es) se deposita en la emergencia de «otra» clase política no desgastada, ni contaminada culturalmente y políticamente libre de los vicios de los vergonzosos últimos veinte años.
Fuente original: http://www.ilmanifesto.it/area-abbonati/in-edicola/manip2n1/20130803/manip2pg/01/manip2pz/343990/
rCR