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El mito del despilfarro griego

Destruyen el sustento de trece millones de personas

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Históricamente los griegos tienen una reputación de constructores de mitos. ¿Y el resto del mundo? No tanto. Al leer la prensa, uno obtiene la impresión de un montón de perezosos parásitos mediterráneos, que gozan de uno de los niveles de vida más altos de Europa mientras hacen que los frugales alemanes paguen la cuenta. Es propaganda absurda, hecha para justificar la continua ejecución colectiva infligida a Atenas por los pecados de sus padres y abuelos. ¡Como si Grecia fuera el único país que ha amañado alguna vez sus libros en la Unión Europea! La parte esencial del problema yace en el antiguo paquete fiscal que financia a ese Estado, lo que lleva a un déficit presupuestario que siempre llega a casi un 10% del PIB. El 20% de ingresos en Grecia virtualmente no paga ningún impuesto en absoluto, producto de un trato corrupto al que se llegó durante los días de la junta entre los militares y los plutócratas más ricos del país. No es sorprendente que haya una crisis fiscal.

Por lo tanto no es un problema de parásitos griegos, o de un Estado de bienestar demasiado generoso, dos cosas que sugieren que los remedios estándar al estilo del FMI que son propuestos tienen que fracasar como está pasando ahora mismo. En los hechos, en vista de la continua austeridad impuesta a Atenas (que simplemente tiene el efecto de desvalorar aún más la economía y de exacerbar de esa manera precisamente el problema que los griegos tratan de eliminar), los griegos se acercan realmente al punto en el cual simplemente deberían declarar la cesación de pagos y devolver el problema a los que imponen la austeridad. No puede ser peor que el ajusticiamiento lento que enfrentan actualmente.

En realidad, los griegos tienen uno de los ingresos per cápita más bajos en Europa (21.000 euros), mucho más bajo que los 12 de la Eurozona (27.600 euros) o el nivel alemán (29.400 euros). Además, las redes griegas de seguridad social podrán parecer muy generosas según estándares estadounidenses pero son verdaderamente modestas en comparación con el resto de Europa. En promedio, Grecia gastó en 1998-2007 solo 3.530,47 euros per cápita en prestaciones de protección social, un poco menos que España y unos 700 euros más que Portugal, que tiene uno de los niveles más bajos de toda la Eurozona. En contraste, Alemania y Francia gastaron más del doble que los griegos, mientras el nivel original de los 12 de la Eurozona promedió 6.251,78 euros. Incluso Irlanda, que tiene una de las economías más neoliberales de la zona euro, gastó más en protección social que los presuntos derrochadores griegos.

Se pensaría que si el sistema de bienestar griego fuera tan generoso e ineficiente como lo describen usualmente, los costes administrativos serían mayores que los de gobiernos más disciplinados como el alemán y el francés. Pero obviamente no es así, según Eurostat. Incluso los gastos en pensiones, que son el objetivo principal de los neoliberales, son inferiores a los de otros países europeos. Además, si se consideran los gastos sociales totales de países europeos seleccionados como porcentaje del PIB hasta 2005 (sobre la base de estadísticas de la OCDE), los gastos de Grecia fueron inferiores a los de todos los países del euro con la excepción de Irlanda, y estuvieron bajo el promedio de la OCDE. Nótese también que a pesar de todos los comentarios sobre la jubilación anticipada en Grecia, sus gastos en programas para adultos mayores correspondían a los de Alemania y Francia.

En los hechos, Grecia tiene una de las distribuciones más desiguales de los ingresos en Europa, y un altísimo nivel de pobreza. De nuevo, la evidencia no concuerda con el cuadro presentado en los medios de un Estado de bienestar demasiado generoso, a menos que la comparación se haga con la situación de EE.UU.

Evidentemente, esos hechos no importan. El mito que prevalece es que Grecia era, según John Auters del Financial Times: «un país verdaderamente despilfarrador», con pocos datos que apoyen esa afirmación. El país, sin embargo, está realmente atascado: no puede devaluar, no puede costear sus gastos a los actuales precios, y nadie quiere financiarlo voluntariamente. Por lo tanto debe salirse y devaluar o reducir sus precios interiores. El default masivo, aunque inevitable, sólo es un paso por ese camino.

Para empeorar el problema, los ingresos de la exportación también parecen enfrentar su propio límite estructural que es permanentemente excedido por los gastos en la importación, lo que significa que la deuda que financia el déficit del gobierno cada vez se mantiene más en el extranjero. La deuda se emite bajo ley griega, pero ahora es pagable en euros que Grecia no tiene el poder de imprimir. En este sentido, irónicamente, la crisis fiscal es una consecuencia del éxito de Grecia, después de un prolongado preparativo, al unirse a la Unión Europea, renunciando por lo tanto a su propia moneda.

El punto es que, si este análisis de la fuente del problema es correcto, es poco probable que la política estándar de austeridad del FMI sirva de gran ayuda. Si el problema no es el nivel de los salarios, ni el tamaño del Estado de bienestar, la reducción de los salarios y la reducción del Estado de bienestar no van a servir de mucho. Grecia, después de todo, sigue siendo una democracia y a juzgar por la intensificación de los disturbios en el país, está lejos de estar claro si Grecia (o en realidad cualquier otro miembro de la Eurozona) está verdaderamente dispuesta a reducir los gastos y aumentar suficientemente las tasas de impuestos como para que tenga impacto. Este hecho es implícitamente aceptado por la «Troika» -la Comisión Europea (CE), el Fondo Monetario Internacional (FMI), y el Banco Central Europeo (BCE)-, lo que fue presentado ayer a la Cumbre de la UE, y sin duda formará parte de las deliberaciones sobre las propuestas de reestructuración de la deuda griega que se elaborarán el 26 de octubre.

En la primera página del documento no hay solamente una admisión bastante abierta y obvia de que la consolidación expansionaría fiscal (EFC, por sus siglas en inglés) ha resultado ser una contradictio in terminis, por lo menos en Grecia, sino que también hay un serio problema de incompatibilidad política, por lo menos respecto al horizonte a mediano plazo, con esfuerzos de devaluación interna (DI), es decir, un intento de deflación nominal de los ingresos privados interiores a fin de mejorar las perspectivas comerciales ante una limitación por una tasa de cambio fija.

Aunque no llegan a reconocer que sus demandas y los actos que han impuesto a los responsables políticos griegos están provocando una implosión de la economía griega por la deflación de la deuda (no importa la ruptura de cualquier apariencia de un contrato social y el desgarro del tejido social es, después de todo, la versión autoritaria de la «reforma» neoliberal para eliminar hasta el último vestigio de democracia social y de mano de obra organizada en la Eurozona) es una enorme concesión hecha de la Troika.

Admitir que la EFC no está funcionando y que la realización de la DI agravará aún más las cosas, incluida la capacidad de Grecia de realizar objetivos fiscales, es un paso bastante grande en el reconocimiento de la realidad de la situación. No es algo a lo que tiendan los economistas neoliberales de las organizaciones de la Troika. No es lo que los llevan a hacer sus estructuras incentivas, formales e informales.

¿Entonces por qué lo hacen? Bueno, seamos realistas: por el momento tiene mucho menos que ver con Grecia (aunque según el mito dominante prevaleciente sigue perpetuando el mito de un país perezoso, improductivo, lleno de derrochadores y sacadineros), que con el castigo a otros posibles recalcitrantes fiscales. Convierten a los griegos en chivos expiatorios a fin de asegurarse de que si Grecia acepta el rumoreado «corte de pelo» de su deuda y se reestructura, los otros países de la periferia -especialmente Italia- no comiencen a tener ideas y a verse tentados de seguir el mismo camino. Esta es la estrategia para impedir lo que se llama eufemísticamente el «impacto del contagio». En realidad, también se llama el principio de la culpa colectiva, que destruye el sustento de trece millones de personas por motivos políticos. En vista de su propia historia, los alemanes deberían comprender este fenómeno mejor que todas las demás naciones.

Si continúa la mezcla prevaleciente de políticas de austeridad fiscal, habrá efectos secundarios en naciones que exportan a Grecia. Sin duda Grecia es un pequeñísimo mercado en Eurolandia, pero sus problemas fiscales no son únicos, de ninguna manera. Mientras las economías mayores como España e Italia también adoptan medidas de austeridad, todo el continente puede sufrir un colapso de los ingresos de los gobiernos, incluso Alemania, donde la desaceleración económica ha llegado a ser mucho más discernible en los últimos meses. Peor todavía, las exportaciones a los vecinos serán afectadas por una reducción de la demanda. Finalmente, si la austeridad logra reducir salarios y precios en una nación puede llevar a una deflación competitiva, lo que solo complicará el problema a medida que cada país trate de conseguir ventajas a fin de promover el crecimiento mediante exportaciones. Nos parece que lo más notable es que el mayor exportador neto, Alemania, no parece reconocer que su insistencia en la austeridad fiscal para todos sus vecinos será equivalente a matar su propia gallina de los huevos de oro.

A Angela Merkel le gusta decir que ninguna verdadera unión económica es posible si una parte de la unión (Grecia) trabaja menos horas y toma vacaciones más largas que otra (Alemania). Lo que debería decir es que ninguna unión económica real es posible si los plutócratas gobernantes de TODAS las naciones (no solo los multimillonarios dueños de barcos griegos, quienes probablemente ya han transferido su dinero al extranjero, sino también los banqueros acaudalados que no han sufrido ninguna consecuencia por sus propias prácticas prestatarias fraudulentas e intencionalmente destructivas) evaden permanentemente su justa parte del coste de los gastos del propio Estado y esperan que en su lugar la unión pague la cuenta, o que se obligue al 80% de abajo a pagarla.

Grecia no es un caso especial, sino más bien un ejemplo claro de lo que sucede cuando se impone la consolidación fiscal a países con altas ratios de deuda privada respecto al PIB, altas tasas de ahorro neto privado, y grandes déficit recalcitrantes de sus cuentas corrientes. Lo que se necesita es un camino para redistribuir la demanda hacia las naciones con déficit comercial, por ejemplo, haciendo que las naciones con superávit comercial gasten euros en inversiones directas en los países con déficit comercial. Alemania lo hizo con Alemania Oriental. Un mecanismo semejante podría establecerse muy rápidamente bajo el patrocinio del Banco Europeo de Inversiones (BEI). Incentivos efectivos para «reciclar» de esa manera los superávit de las cuentas corrientes a través de inversión extranjera directa, flujos de valores, ayuda al extranjero o compras de importaciones podrían implementarse fácilmente. Si se pudiera lograr, sería una manera de que Grecia y otros países se vuelvan suficientemente competitivos para asegurar su futuro mediante mayores exportaciones.

Si no se apoya este tipo de opción de crecimiento a los griegos no les quedará en última instancia mucha alternativa aparte del default, dejando en manos de los responsables políticos de la Eurozona un lío aún mayor y más costoso. Hay que admitir que esto no resolverá totalmente los problemas de Grecia, ni la salida de la Eurozona y la reintroducción de la dracma. Esto significaría controles de capital, lo que llevaría a que la gente se dirija a las salidas (después de todo es un país con muchos barcos). Si hace default, se parecería más a un «momento Sansón» para toda la Eurozona. Como Sansón en sus últimos días, cegado y golpeado por los filisteos, Grecia está debilitada, ciega y maniatada. El default representaría un desafiante último estallido de fuerza con el cual «derriba el templo» (en este caso la Eurozona), por medio del default y los destruye a todos. Hacer mitos a costa de los griegos no sirve los intereses de nadie, ya que habrá una cascada de «defaults» por doquier, y un colapso en los ingresos al estilo soviético, lo que difícilmente puede ser una perspectiva atractiva para la economía global. No es un fin atractivo, pero es el tipo de resultado al que podrían llevar las políticas interesadas, inmorales y crueles de la troika. Los griegos, y la vasta mayoría de los ciudadanos europeos, merecen algo mejor.

MARSHALL AUERBACK es analista de mercados y comentaristas. Es especialista del Franklin and Eleanor Roosevelt Intitute. Para contactos: [email protected] 

Fuente: http://www.counterpunch.org/2011/10/24/the-myth-of-greek-profligacy/

rCR