Traducido del ruso por Carlos Valmaseda
Muchos conocidos que no viven en el Donbás me hacen continuamente la misma pregunta: «Bueno, cómo se vive allí ahora». ¿Honradamente? Como un condenado a muerte que no sabe por qué, cuando y cómo será ajusticiado. Un sentimiento de fatalidad inminente que lo embarga todo, bordeando con la desesperación y la apatía. Muchos no soportan la presión de las informaciones de «reportajes de campo» y se van. Principalmente a Rusia, pero hay quien busca refugio en la «Unida».
Los entiendo a todos. Imaginaos solo que la gente oiga cada día que a unas decenas de kilómetros volaron una vía ferrea y que en algún sitio ha muerto una niña de cinco años por la metralla de un mortero. O que los aviones de caza portadores de la salvación han utilizado de nuevo bombas de fósforo o de fragmentación. O cuando los conciudadanos con los que han vivido 23 años en un mismo país en la Quinta Asamblea de Maidán exigen del presidente terminar la tregua, proclamar la ley marcial en su tierra y reforzar la masacre de las tres letras.
Entiendo que la gente aspire a salvar su propia vida, pero yo no pienso irme del Donbás. Fuese lo que fuese en el pasado cuarto de siglo o ahora. Es mi patria.
El Donbás nunca fue, ni lo ha pretendido, un lugar atractivo para vivir. Hablo de sus tecnoparques. ¡Ay!, yo me perdí aquella época en la que mi ciudad natal ocupaba el tercer lugar en la URSS en jardinería. No vi el nacimiento de bloques residenciales mediante paneles y parques de descanso bien cuidados. Mi infancia y adolescencia transcurrió en los 90. Precisamente por eso nunca conocí un Donbás feliz. Un Donbás sin criminalidad, alcoholismo y devastación. Los últimos acontecimientos en Ucrania, el odio cultivado en sus ciudadanos a los habitantes de las regiones occidentales me ha obligado una vez más a mirar alrededor y pensar sobre mi amor a esta región minera. Verme a mí mismo y a mis compatriotas desde fuera. Recordar todas las cosas que ha experimentado la región durante años en la Ucrania independiente, e intentar encontrar los motivos por los que para nosotros «todo no es como por la gloria de Dios, todo no es como en todas partes» [letra de la canción de folk-rock rusa de Alisa Mama].
Yo nací y crecí en Gorlovka. Una vez una población de 350 mil habitantes con un territorio que supera el de Kharkov o Dnepopetrovsk. A finales de la época soviética aquí había las dos mayores plantas químicas gigantes (una para la producción de fertilizantes y la otra con destino militar); una fábrica de recuperación química; la producción de carbón combinada de 15 minas; una de las plantas de mercurio mayores de Europa; algunas fábricas de construcción de maquinaria (La fábrica Kirov hasta ahora es casi monopolista en la producción de máquinas integradas rafadoras para minería); una empresa única para la producción de productos de goma y decenas de otras importantes producciones. La ciudad tenía un enorme potencial de científicos e ingenieros, donde trabajaban codo con codo químicos, mineros, trabajadores del sector energético, constructores de maquinaria y agrarios. Precisamente en Gorlovka estaba situada la Dirección Regional para la explotación del canal «Norte del Donetsk-Donbás», suministrador de agua de cadi toda la región de Donetsk. Aquí se encontraban las «oficinas» principales de «Donbassenergo» (produce el 4,6% de la energía eléctrica en Ucrania y el 11,6% de la generación termal) y «Ukrkhimtransammiak» (controla el transporte de amoníaco por el territorio de Ucrania mediante el amoniacoducto «Togliatti-Odessa»). Además, en Gorlovka se encuentra una de las principales bases de producción global de alimentos de la región.
Y cuando me dicen que el Donbás lo construyeron criminales y convictos no puedo entenderlo: la gente que dice esto es tonta o distorsiona deliberadamente la historia. El Donbás se hizo y se reconstruyó con las manos y las mentes de cientos de miles de habitantes del lugar. Los hijos de los obreros completaban la escuela nocturna, la escuela técnica y el instituto (a menudo en la capital) y después se convertían en jefes de empresas por toda la antigua Unión Soviética. Tomemos por ejemplo el destino de los ingenieros del combinado productivo «Stirol» que hoy ocupan puestos clave técnicos y de gestión en la industria química de Ucrania y Rusia. No niego que, por ejemplo, en la producción metalúrgica y carbonífera se cogía gente que tenía un pasado criminal, aunque esto pasaba también en Kalusha y en Cherkassakh en sus fábricas químicas. Pero después lavaron con su sangre las manchas oscuras de su biografía, mereciendo el respeto en su lugar de trabajo. La ideología comunista aún 40 años atrás no tenía solo la función de «lavado de cerebro» como dicen los historiadores-propagandistas actuales de los valores burgueses, sino que educaba al hombre, dándole la oportunidad de redimirse de sus errores.
No voy a idealizar sus limitaciones y decir que allí no había borrachos -aunque es una estúpida hipocresía ocultar que este es un problema general en todas las regiones de la actual Ucrania deprimida por la crisis-. El alcohol es la forma más simple de aliviar el estrés. Por eso en el Donbás se bebía, se bebe y, creo, se beberá todavía durante mucho tiempo. «Bueno, tú me dices que allí somos todos unos borrachos -me dijo en cierta ocasión en una charla uno de los jefes sindicales de una empresa de Gorlovka-. ¿Pero tú crees que la gente bebe vodka porque tiene una buena vida? El trabajo en un pozo o en un alto horno es un trabajo infernal, que quema hora a hora cualquier pensamiento. Y el hombre trabaja duro, trabaja duro, pero es un burro de carga, alguien no educado. Y o bebe o se parte la cara». Sí, allí no hay discusiones de Erich Fromm sobre los motivos de la agresividad en el hombre.
En la época soviética entre los jefes y los obreros siempre hubo un acuerdo tácito: unos trabajan, otros crean las condiciones para el trabajo. Unos crean parques, diseñan viviendas, escriben autorizaciones y otros cogen con sus manos martillos neumáticos y durante 6 horas con el rostro sudoroso extraen carbón en la cinta transportadora. Precisamente por eso a la gente sencilla le bastaba ir y escribir una declaración al comité ejecutivo para que le retechasen el tejado, llevasen hasta la aldea la conducción de gas o le asignasen un transporte para desplazarse.
Y, en principio, la gente era feliz. Sí, no tenían libre acceso a los grandes logros de la cultura occidental: la televisión americana, el agua medicinal de John Stith Pemberton [la Coca-Cola], los viajes fascinantes de Albert Hoffmann [el LSD] y las obras maestras cinematográficas de Tinto Brass. ¡Ay! no había la posibilidad de una vida lujosa -en lugar de sillones de terciopelo de caoba había que conformarse con aparadores de la RDA y vajillas polacas-. En lugar de ir a Egipto se iba a Crimea y Bulgaria, se estudiaba en Leningrado y no en Cambridge. Pero había respeto hacia uno mismo y hacia su trabajo.
Pero después llegaron los tiempos democráticos de la glasnost y la libertad. Recuerdo, como la promesa «Bueno, viviremos, somos la segunda república más rica en la URSS» se acabó convirtiendo en huelgas de hambre de los mineros, en adolescentes que recogían botellas en los patios, cupones y sacos de azúcar, centros de recogida de chatarra y puntos de venta de alcohol casero. El acuerdo tácito entre obreros y jefes se rompió. El Donbás resultó ser un coloso con pies de barro. Rápidamente, en una década más o menos, los asentamientos obreros empezaron a vaciarse y morir. Los primeros diputados en la Rada Suprema, demócratas llenos de conciencia nacional, intelectuales y escritores, huyeron cobardemente no siendo capaces de enfrentarse con la caída al abismo de la economía del país. Lo más importante que hicieron fue iniciar el proceso de erradicación de la educación y de las ideas socialistas en la mente de la gente.
Pero un lugar sagrado nunca puede estar vacío, ¿no? [frase hecha rusa] En la cabeza de los jóvenes crecidos en las afueras de las ciudades del Donbás en lugar de la idea de trabajo llegó una nueva: el comercio y el éxito monetario. Recordemos las biografías de nuestros oligarcas. Todos ellos tienen una misma historia: «Vivíamos en la pobreza en casa, como muchos otros. Nuestro padre cobraba kopecs y entonces decidí que era obligatorio crecer y en lugar de con calcetines rotos… podré ir descalzo en mi Mercedes». Sobre los primeros «trabajos» en la capital, normalmente, ninguno de ellos habla. O se cuenta, algo de lo que hay dudas, que «en los análisis de los mercados exteriores y con la firma de contratos, la suma de los cuales daba un 0,5-1,5%» se pudo reunir un capital suficiente para la compra de una fábrica de dulces.
Hasta que alguno hizo su pequeño negocio cortando los sistemas de riego en los campos, las comunicaciones de las minas y los tornos la gente corriente todavía creía que con un trabajo honesto uno se puede ganar la vida. La gente del Donbás no quería matar a nadie, simplemente creían que un trabajo infernal les dará un salario justo. En resumen, queríamos trabajar y recibir dinero por nuestro trabajo. Honesta y justamente. Y este deseo de justicia en los habitantes del Donbás sigue hasta hoy. A los empresarios les resulta muy difícil imaginar como se puede desear simplemente trabajar sin engañar a nadie, sin mostrar su liderazgo y cualidades organizativas y recibir honestamente dinero por su trabajo. No imaginar planes y engaños sino dejar tiempo para la pesca, el fútbol y la educación de los hijos. Esto no es a la europea. Hay que escuchar, comunicar, desear vencer a la competencia y demás.
Cerraron las fábricas, en los asentamientos hubo cada vez menos trabajo. Alguno por desesperanza y la imposibilidad de hacer algo con su vida empezó a tomar tramadol y cocinar «anfetas», otros organizaron bandas (porque sus padres los llevaron a los clubs de boxeo y no sabían hacer nada más que pelear) y aún alguno consiguió dinero con la especulación de mercancías, lo que después recibiría el nombre del «negocio de comercio». Durante diez años el Donbás se convirtió en una sociedad a la busca de trabajo. Y cada cual se ganaba la vida como podía. Algunos, habiendo aprendido cómo conseguir capital (con los puños, con reventas, con sobornos), fueron más allá y empezaron a probarse a sí mismos que podían hacer más. No importa cómo. Lo más importante, hacer más. Pero la mayoría siguió esperando algo desde arriba, con la esperanza en el «contrato» olvidado hacía mucho. Precisamente esta parte por desesperación empezó a rendirse, alejándose hacia el fondo social con cada generación. Empezaron a crearse nuevos principios de vida como, por ejemplo, «tanto pagas, tanto trabajo». la situación de finales de los 90 se refleja muy fielmente en la canción de Sergey Chigrakov «La libertad no es suficiente para mí»:
Bebería vodka, le daría a los porros y al tabaco, Incluso me metería en vena la aguja fría, Solo por no ver a las putas en las esquinas, Solo por no escuchar a los canis en los portales.
Eso hicieron nuestros intelectuales. O se fueron o se convirtieron en borrachos. Se puede imaginar la tragedia de una persona, músico con talento, pero que esto no le permite ganarse la vida y tiene que ir a trabajar a una mina, de picador. Y tras trabajar durante unos años en un un pozo comprender que como consecuencia de su duro trabajo físico sus manos tiemblan tanto que ya no puede coger una guitarra.
Lo que pasó fue que todas las aspiraciones de los demócratas ucranianos de «vivir como en Occidente» ha llevado a una región industrial enorme al paro, ha creado «chavales con chándal», salarios miserables, alcoholismo y hombres de negocios espabilados que trepan sobre las cabezas de otros en su Fuji oligárquico. 23 años de continua oscuridad de la que no hemos querido darnos cuenta, con la esperanza de algo mejor. Y después estos hombres de negocios decidieron que esta oscuridad no trae tanto dinero como el que quisieran tener para parecer de confianza al mismo nivel que los magnates de Wall Street. Y esto hay que cambiarlo. Y también comprendieron que de esta oscuridad, como hace muchos años atrás, puede salir algo aún más arrogante y temerario que ellos. Entonces decidieron construir y fundar un Nuevo Donbás. Con el Donbás Arena, centros culturales y de negocios, miniproyectos según los intereses, Forest Parks y programas para luchar contra la tuberculosis. Se pintó una incubadora-cárcel para los obreros sin perspectivas de vivir de otra forma. Se creó el sueño del «hombre de éxito», creado por América hace cien años. ¿Vosotros habéis visto alguna vez cómo a Rinat Akhmetov la gente con admiración le arrastra por el brazo y le pide que coja a un niño?¿No? Pues yo lo he visto. A la gente se le dieron dos ideales de «gente del Donetsk con éxito»: hombres de negocios y presidentes, sazonados con esa sensación eterna de «unidad de todos los donetskitas». Pero olvidaron aclarar que la unidad viene de estos millones. Y en última instancia por el éxito tiene que venderse hasta uno mismo. Durante todos estos 23 años al Donbás le dieron asco y orgullo sus burócratas y oligarcas. Los ucranianos esto no lo entienden. El televisor alimentó nuestro orgullo por la «estabilidad» y el disgusto por «los otros oligarcas». A mí me parece que los jóvenes patriotas ucranianos, los que así se llaman en el Donbás, abogan no por una Ucrania unida, sino por una «Ucrania según el antiguo régimen». Los arrastra a Ucrania no el amor mismo por el país, sino aquellas imágenes que los oligarcas regalaban a los donetskitas los últimos años. Hyundai rápidos, Art Point europeos, gente con traje de empresa, viajes al Donbass-Arena y partidos del KhK «Donbass». Les parece que precisamente eso es Ucrania. Pero al mismo tiempo son patriotas de papel. Muchos de estos patriotas no han servido en el ejército, no han trabajado en talleres para llevar a cabo la producción que irá a la exportación y favorecerá a la grivna, no fueron a las manifestaciones contra la corrupción en su universidad y no intentaron crear una célula civil activa para resolver los problemas sociales. Patriotas de consumo. Incluso no quieren vivir en el Donbás, que consideran parte irrenunciable de Ucrania y huyen, a veces mirando atrás y gritando que son habitantes del Donbás.
Ser patriota significa ser patriota no solamente de una forma en la vida. Siempre me conmovieron los intelectuales ucranianos, que tan fieramente odiaban al Donbás y a sus obreros. Pero después comprendí que ser nacionalista es más útil que se socialista. Bueno, juzgad vosotros mismos. Para convertir a la gente en una manada, trabajo que se puede alimentar continuamente, los oligarcas, con ayuda de la misma clase creativa, en lugar de con la igualdad social llenan la cabeza de la gente con ideas simples sobre el gran y bello país. Los campeonatos de deportes masivos con balón son imbatibles para esto. La gente está de acuerdo, con los oligarcas se ganan la vida. Y los intelectuales con camisas bordadas alimentan la idea de un gran país vendiendo a los oligarcas su «arte». Y se puede meter esto bajo la salsa de la «unidad», y recibir dinero.
¿Y que sacas con el proletariado? Además de que llama a tu cubo azul-amarillo un pedazo de mierda, nada. La clase creativa, los «митцi» [maestros, artistas] y gerentes no quieren cambiar nada en esta sociedad. Se alimentan del dinero robado por los oligarcas a los trabajadores, y aún así se cagan en ellos. ¿Por qué? Una autoafirmación banal a costa de otros.
Nosotros nos quedamos. No los héroes, no los milicianos sino la gente sencilla. Por cierto, ¿qué son las milicias populares? ¿De donde ha salido la gente que constituye el 90% de los «separatistas»? De la desesperación. De la desesperanza del Donbás de cambiar algo. Incesantes fascinaciones y decepciones, elecciones, exhortaciones de los oligarcas, llevó a que la gente haya perdido la fe en que algo cambie en sus vidas hablando. De igual forma que el Maidán a partir de la idea de eurointegración se convirtió en la expulsión de Yanukovich, los milicianos del Donbás dejaron de abogar «para que se nos oiga» y ya luchan por su estado. Sin oligarcas. Sin pobreza. Sin promesas.
Esta guerra es casi el resultado natural de estos procesos que se produjeron en el Donbás en el último cuarto de siglo. Sus motivos y apoyo entre la población es algo más profundo que la aspiración a unirse con Rusia. Los milicianos no disparan al ejército ucraniano sino a aquellas promesas que en 23 años nadie cumplió. En esta oscuridad en la que vivieron y no pudieron vencer todos estos años: corrupción, engaños, la impotencia para decidir algo, la pobreza forzada y un infinito desprecio hacia ellos y hacia su trabajo. Los milicianos sencillos no saben cómo terminará su lucha, pero ya ven en qué ha terminado la lucha de los «dobles» del Maidán. Y a mí de esto me parece que el Donbás no quiere volver a esto. Incluso con el precio de su propia existencia.