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EE.UU y la traición más nefasta en dos siglos en América y el mundo

Fuentes: Rebelión

EE.UU: «Un pueblo que comienza a mirar como privilegio suyo la libertad…y a invocarla para privar a los otros pueblos de ella». José Martí Por todos es conocido que George Washington fue el primer presidente de los Estados Unidos de América. De 1775 a 1783 encabezó las campañas militares en la lucha por la independencia […]

EE.UU: «Un pueblo que comienza a mirar como privilegio suyo la libertad…y a invocarla para privar a los otros pueblos de ella».
José Martí

Por todos es conocido que George Washington fue el primer presidente de los Estados Unidos de América. De 1775 a 1783 encabezó las campañas militares en la lucha por la independencia contra Inglaterra. Había nacido el 22 de febrero de 1732 y murió el 14 de diciembre de 1799. Ocupó la presidencia durante dos mandatos, desde el 30 de abril de 1789 al 4 de marzo de 1797. Se le considera el Padre de la Patria de esa nación.

Sus ideas integrales requerirían un análisis profundo para valorar su figura en relación con su pensamiento. Pero considero necesario resaltar la sabiduría del abordaje de los principios de las relaciones internacionales de su país en ciernes, expuestos en su discurso de despedida del cargo pronunciado el 19 de septiembre de 1796. He aquí sus palabras, que si hubieran sido tenidas en cuenta, si no hubieran sido traicionadas una vez y otra por los gobernantes sucesivos de ese país hasta nuestros días, los Estados Unidos hubiera sido la nación que su Padre fundador soñó y trató de legar.

«Observen la buena fe y la justicia hacia todas las naciones. Cultiven la paz y armonía con todos. La religión y la moralidad ordenan esta conducta.

En la ejecución de dicho plan nada en más importante que antipatías inveteradas y permanentes contra determinadas naciones y apegos apasionados por los demás deban ser excluidos, y que en lugar de ellos justos y amistosos sentimientos hacia todos deben ser cultivados. La nación que entrega a otro un odio habitual o una afición habitual es en cierta medida un esclavo. Es un esclavo de su animosidad o su afecto, cualquiera de los cuales es suficiente para provocar el mal camino de su deber y su interés. La antipatía en una nación contra otra dispone con más facilidad a ofrecer insultos e injurias, al tomar posesión de pequeñas causas de resentimiento, y a ser arrogante e intratable cuando se producen ocasiones accidentales o insignificantes de disputa.

De ahí las colisiones frecuentes, concursos obstinados, envenenados, y sangrientos. La nación provocada por la mala voluntad y resentimiento a veces impulsa a la guerra al gobierno en contra de los mejores cálculos de la política. El gobierno participa a veces en la propensión nacional, y la adopta a través de la pasión que la razón rechazaría. En otras ocasiones, hace de la animosidad de la nación una subordinada a los proyectos de hostilidad, instigados por el orgullo, la ambición, y otros motivos siniestros y perniciosos. La paz a menudo, a veces tal vez la libertad de las naciones, ha sido la víctima.

La armonía, la relación liberal con todas las naciones es recomendada por la política, la humanidad, y el interés».

Todas estas ideas se pudieran inscribir en un documento que propicie la amistad y la paz entre las naciones. Porque es oportuno recalcar que la alerta de Washington fue echada al olvido, apartada, traicionada, y la nación estadounidense se convirtió en victimaria de sus vecinos y de tierras tan lejanas como el fin del mundo. Y ayer como hoy quedan las ideas de Washington como una profecía, tal vez como un anatema, pero también como un principio rector para poner en la balanza de la justicia universal a las actuaciones y las declaraciones de los gobernantes y la plutocracia norteamericana en los asuntos de relaciones exteriores con otros países. Este legado de Washington ha sido traicionado desde entonces hasta hoy. 

En los primeros años del siglo XIX se inició el proceso de expansión de los Estados Unidos, por medio de compras o anexiones invasoras de otros territorios, incrementando varias veces el territorio original de las llamadas 13 colonias independizadas de Inglaterra. Un aspecto particular en la evolución de los acontecimientos expansionistas fue su propensión a querer regir los destinos de los pueblos latinoamericanos y caribeños, signada por el llamado «destino manifiesto» y la llamada «doctrina Monroe «de América para los Americanos» Por eso fueron preclaros y justos los padres fundadores de nuestra América al expresar en distintas épocas sus juicios inmarcesibles, a la vez que enfatizaban en el mensaje engañoso de los gobiernos estadounidenses de ocultar sus intenciones malévolas utilizando la libertad y otros valores humanos como disfraz de una de una «loba feroz».

Recientemente el presidente Donald Trump, en su discurso anual ante el Congreso, expresó: «Apoyamos al pueblo venezolano en su noble búsqueda de libertad». Nuevamente, recién ahora, un multimillonario que parece dirigir como empresario a su país encaramado en su Torre, retoma la sacrosanta palabra libertad como una engañifa de sus oscuras y claras intenciones contra Venezuela.

Por eso hoy más que nunca es dable recordar a Simón Bolívar, Padre de la independencia de los países de Sur América, quien en carta de 5 de agosto de 1829, afirmara: «Los Estados Unidos que parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad».

Y hoy vemos discurrir en el escenario político e histórico de Venezuela y de Nuestra América, acontecimientos que nos hacen recordar la visión de Bolívar en situaciones semejantes que ocurrían en América del Sur. En la actualidad las fuerzas políticas y sus personajes, tanto internos como externos, se coaligan en sus planes perversos contra Venezuela. Expresaba Bolívar el 2 de agosto de 1826: «En fin, yo veo unidos a los malos y a los perversos de todos los extremos para derribar lo único que hay bueno y sólido, dividir después entre sí los despojos y despedazarse últimamente, sumergiendo este país para siempre en los abismos».

José Martí, apóstol de la independencia de Cuba, fue un veedor profundo que, como expresara, vivió en el monstruo y le conoció las entrañas, fue certero en vislumbrar tempranamente lo que rápidamente se fue convirtiendo en una tendencia nefasta de la nación norteña, la expansión imperial, justamente calificada por él como «la Roma americana». Al respecto sentenció:

«No pueden creer honradamente que el individua­lismo excesivo, la adoración de la riqueza y el júbilo prolongado de una victoria terrible, estén preparando a los Estados Unidos para ser la nación típica de la libertad». «Un pueblo que comienza a mirar como privilegio suyo la libertad…y a invocarla para privar a los otros pueblos de ella».

Y Carlos Manuel de Céspedes, primer Presidente de la República de Cuba en Armas y reconocido como el Padre de la Patria, fue, a su vez, preciso en valorar a una nación de nuestra América. Expresó en 1871:

«Venezuela, que abrió a la América Española el camino de la independencia y le recorrió gloriosamente hasta cerrar su marcha en Ayacucho, es nuestra ilustre maestra de libertad, el dechado de dignidad, heroísmo y perseverancia que tenemos incesantemente a la vista […] que los venezola­nos de hoy son dignos hijos de los héroes de Carabobo, Junín y Ayacucho y como tales saben abatir la soberbia y arrogan­cia castellanas».

Sobre Bolívar, el héroe de ayer y el guía espiritual de hoy, expresó:

«Bolívar es aún el astro esplendoroso que refleja sus sobrenaturales resplandores en el horizonte de la libertad americana como iluminándonos la áspera vía de la regeneración. Guiados por su benéfico influjo, estamos seguros de que alcanzaremos felizmente el término».

Hoy son muchas las razones que tiene el pueblo venezolano para defender su revolución bolivariana y, afianzados por su espíritu de rebeldía, los venezolanos pueden declarar, con la pasión de Simón Bolívar, que frente al pertinaz empeño del gobierno de los Estados Unidos de sostener lo que no es defendible sino atacando sus derechos, Venezuela afirma que no permitirá que se ultraje y desprecie al gobierno y los derechos de los venezolanos. Defendiendo la dignidad e independencia de Venezuela han vivido y luchado millo­nes de venezolanos, han muerto millares y millares de ellos, y las nuevas generaciones están dispuestas y ansían merecer igual suerte. Lo mismo es para Venezuela combatir contra Estados Unidos por sus derechos e independencia, que contra el mundo entero, si todo el mundo la ofendiera y la agrediera.

Ante la traición histórica representada por los gobiernos de los Estados Unidos, con su arremetida imperial para explotar y sojuzgar a nuestros pueblos, se impone hoy como ayer defender a Venezuela y al resto de los países de Nuestra América. Hay que luchar en esta etapa de paz amenazada, y prepararse también para enfrentar la agresión y luchar hasta que los agresores sean derrotados en un redivivo Carabobo, simbólico ejemplo de la dignidad nuestramericana.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.