«Bolívar es aún el astro esplendoroso que refleja sus sobrenaturales resplandores en el horizonte de la libertad americana, como iluminándonos la áspera vía de la regeneración». Carlos Manuel de Céspedes (17 de julio de 1871, campos de Cuba libre) La historia suele ser caprichosa y subversiva para las clases dominantes del sistema capitalista. Por supuesto, […]
«Bolívar es aún el astro esplendoroso que refleja sus sobrenaturales resplandores en el horizonte de la libertad americana, como iluminándonos la áspera vía de la regeneración».
Carlos Manuel de Céspedes (17 de julio de 1871, campos de Cuba libre)
La historia suele ser caprichosa y subversiva para las clases dominantes del sistema capitalista. Por supuesto, me refiero a la historia escrita por los historiadores que se esfuerzan en lograr mayores aproximaciones a la verdad -la verdad es siempre revolucionaria, decía Lenin-, no a la salida de las plumas pagadas y traidoras dedicadas a las entelequias y tergiversaciones con el único fin de de confundir a los pueblos y mantenerlos sujetos a la dominación. La desmemoria o la falsa memoria ha sido históricamente uno de los resortes más eficaces de lo poderosos para garantizar la permanencia de la opresión sobre los individuos, pues es harto conocido que quien domina el pasado, domina el presente y el futuro. De ahí, la necesidad de que liberemos también nuestra historia de los lastres burgueses y la convirtamos en arma formidable de combate.
En momentos en que los latinoamericanos y caribeños celebramos el bicentenario de nuestra primera independencia, se hace imprescindible una mayor investigación y divulgación de los acontecimientos que tuvieron lugar hace 200 años en la región. Es muy necesario que nuestros pueblos se apoderen de todo ese pasado de luchas, logros y frustraciones. «Los que se niegan a aprender de la historia están condenados a repetirla», decía George Santayana. Sería inadmisible, que a la altura del siglo XXI, con la conciencia que se ha alcanzado, los latinoamericanos y caribeños cometamos los mismos errores que condujeron a que, luego de alcanzada la separación de España, nuestra independencia sufriera lamentables recortes en función de la satisfacción de los intereses de una minoría oligárquica supeditada a Washington. Indiscutiblemente fue el Norte el que mayores beneficios obtuvo de este triste epílogo. Bolívar murió con el alma en vilo al ver como lo que él, Sucre y algunos de sus más fieles seguidores habían construido con las manos, otros lo habían destruido con los pies. Finalmente, los lazos neocoloniales que los Estados Unidos fueron tejiendo «a nombre de la libertad» con los países latinoamericanos y caribeños durante todo el siglo XIX, y que se hicieron más firmes en el XX, socavaron la soberanía por la cual tantos patriotas habían ofrendado sus valiosas vidas. Doscientos años han pasado y la historia ha demostrado cuanta claridad tenían Francisco de Miranda, Bolívar, Morazán, Martí y otros de los próceres de la región, al plantearse el sueño de una sólida integración de Nuestra América y al descubrir las apetencias imperiales de Washington sobre los territorios de América Latina y el Caribe. Sólo castrados mentales o individuos con intereses espurios no podrían reconocerlo.
De ahí, la necesidad de profundizar en la historia de Nuestra América, pero no solo en los hechos heroicos y en las grandes batallas militares y políticas que libraron los libertadores, sino también en la actuación de las fuerzas reaccionarias, esas que hicieron todo lo posible por evitar la independencia y, sobre todo, por impedir la revolución social. Hay que poner cada vez más al descubierto quiénes fueron los enemigos internos y externos de ese proceso libertario, pues no es casual que en la actualidad, cuando nuestros pueblos luchan por su segunda y definitiva independencia, sólo posible conquistando el sueño integracionista de Bolívar, Martí y otros iluminados próceres, los enemigos de ayer sean los mismos de hoy, salvando las distancias y particularidades de cada tiempo histórico. En este caso quiero dedicar estás páginas a describir y analizar el papel que desempeñó el gobierno de los Estados Unidos como poderoso enemigo de la independencia y de la unidad hispanoamericana en el siglo XIX.
Próximos a dar ese paso gigantesco -aunque no definitivo, pues hay mucho que andar todavía- que es la constitución de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), es muy necesario volver la mirada al pasado para entender mejor nuestro presente y tener mayor claridad a la hora de construir y encarar nuestro futuro.
Estados Unidos contra la independencia y la unidad de Hispanoamérica.
Ante sus anhelados sueños de expansión territorial y de dominio económico de los territorios del sur, con miras inmediatas en la Florida, México, Cuba y Puerto Rico, los gobernantes del Norte vieron en la independencia e integración de Hispanoamérica la frustración de sus aspiraciones hegemónicas más inmediatas. Mucho más peligroso consideraron la revolución al sur del continente cuando esta comenzó a incorporar la abolición de la esclavitud en sus programas de lucha, pues pensaban podían contagiarse en algún momentos sus ricas y extensas plantaciones esclavistas.
Como Estados Unidos no tenía aún el poderío suficiente para enfrentar a Francia o Inglaterra, en caso de que estas naciones se lanzaran sobre los territorios «americanos», prefería que estos se mantuvieran como colonias de España; potencia mucho más débil.
Cuando estallan los movimientos revolucionarios en el sur del continente, el gobierno de Estados Unidos se declara neutral ante el conflicto. Pero está demostrado por numerosos estudios históricos realizados, que la verdadera posición de Washington ante la independencia hispanoamericana fue la de complicidad con los realistas, pues a estos facilitaron durante años todo el arsenal bélico necesario, mientras se lo negaban a los patriotas y aplicaban duras sanciones a los ciudadanos estadounidenses que se atrevían a colaborar con ellos.
Asimismo el gobierno de los Estados Unidos se negaba continuamente a recibir oficialmente a los enviados diplomáticos de Hispanoamérica. Paradójicamente James Monroe, siendo secretario de Estado del presidente James Madison (1809-1817), al único que recibió cortésmente y de inmediato fue al enviado de México, pero para proponerle se interesara por la incorporación de México a los Estados Unidos.
Sólo después de transcurridos doce años de que llegaran los primeros agentes hispanoamericanos a su territorio y siguiendo todo el tiempo una política interesada, fue que el gobierno de ese país reconoció la independencia de la Gran Colombia ( lo que hoy comprende los territorios de Venezuela, Ecuador, Panamá, y Colombia), el 8 de marzo de 1822.i Cuba se desangró durante 30 años en su lucha por la independencia y solo fue reconocida por Washington luego de cañonearle la Enmienda Platt. Vergonzoso apéndice a la constitución cubana que convirtió a la Isla en una neocolonia yanqui. Haití fue libre desde 1804 y solo fue reconocida de facto en 1862. Cincuenta y ocho años después. Sin embargo, como bien señaló en un excelente libro el ecuatoriano Manuel Medina Castro, la República de Texas se independizó el 2 de marzo de 1836 y fue reconocida exactamente un año después. William Walker desembarcó en El Realejo, en Nicaragua, en julio de 1855, y su gobierno fue reconocido el 10 de noviembre del mismo año, con intercambio de ministros y todo. Panamá se independizó de Colombia el 3 de noviembre de 1903 y, debido a los intereses de Estados Unidos por construir un canal interoceánico por esa zona, fue reconocida tres días después.ii Los ejemplos anteriores son una muestra ostensible de que la política de exterior de Estados Unidos siempre se ha explicado por los intereses del capital. Lo demás es pura retórica y falsa diplomacia.
Uno de los proyectos que más oposición generó en los grupos de poder estadounidenses fue el que preparaban fuerzas mancomunadas de Simón Bolívar y Guadalupe Victoria -presidente de México- para organizar una expedición con el objetivo de llevar la independencia a Cuba y Puerto Rico. Ante la fuerte presión diplomática estadounidense, los gobiernos de Bogotá y de México respondieron que no se aceleraría operación alguna de gran magnitud contra las Antillas españolas, hasta que la propuesta fuera sometida al juicio del Congreso Anfictiónico de Panamá, a celebrarse en 1826.
El presidente estadounidense John Quincy Adams (1825-1829) llevó al órgano legislativo de su país la invitación -cursada por Francisco de Paula Santander en contra de los deseos y la voluntad de Bolívar- que había recibido el gobierno de los Estados Unidos a participar en el Congreso Anfictiónico de Panamá. El 18 de marzo de 1826, en su mensaje a los congresistas, destacó la importancia de la presencia de Estados Unidos en el Congreso de Panamá para evitar que prosperara cualquier plan en favor de la independencia de Cuba y Puerto Rico: «La invasión de ambas islas por las fuerzas unidas de México y Colombia se halla abiertamente entre los proyectos que se proponen llevar adelante en Panamá los Estados belicosos…De allí que sea necesario mandar allí «representantes que velen por los intereses de los Estados Unidos respecto de Cuba y Puerto Rico. La liberación de las islas significaría la liberación de la población negra esclava de las mismas y una gravísima amenaza para los estados del sur. …todos nuestros esfuerzos se dirigirán a mantener el estado de cosas existente, la tranquilidad de las islas y la paz y seguridad de sus habitantes». iii
Los dos enviados de Washington al Congreso Anfictiónico de Panamá -los que finalmente no participaron en la magna cita, pues uno murió en el camino y el otro no alcanzó a llegar a tiempo- habían recibido instrucciones claras de que «si las nuevas Repúblicas o algunas de ellas intentasen conquistarlas…Estados Unidos consideraría tal empresa opuesta a su política e intereses…la fuerza marítima de los Estados Unidos, tal cual se halla o puede hallarse en adelante estaría constantemente a la mira para salvarlas…».iv
A pesar de que los enviados de Washington no participaron finalmente en las discusiones del Congreso de Panamá, es evidente que el rechazo de los gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra -de conocimiento público- frente a cualquier intentona de romper el status quo de las islas de Cuba y Puerto Rico influyó negativamente en las decisiones de los delegados de las repúblicas hispanoamericanas en el Congreso de Panamá.v A nada se llegó en concreto al respecto en el cónclave, que se desarrolló desde el 22 de junio al 15 de julio de 1826, con la asistencia de delegaciones de Perú, Centroamérica, México y Colombia, así como de Gran Bretaña y Holanda. En definitiva, la oposición de Estados Unidos e Inglaterra, sumado a los graves problemas internos que enfrentaban y enfrentarían las repúblicas hispanoamericanas, hicieron abortar los planes de Bolívar y del gobierno Mexicano de extender la llama independentista a Cuba y Puerto Rico. Esa situación se mantendría durante los años 1827, 1828 y 1829, cada vez que se intentó revivir la empresa redentora.
A tal punto llegó la hostilidad estadounidense a los proyectados planes de independencia de Cuba, que el secretario de Estado de la república del Norte, Henry Clay (1825-1829), en carta que le envío al capitán general de la Isla, Francisco Dionisio Vives, ofreció en nombre del presidente Adams todo tipo de ayuda para impedir que Cuba saliese de manos de España mediante el reforzamiento de sus defensas. Vives consultó a Madrid y la respuesta fue que aceptara todo tipo de auxilio excepto el desembarco de tropas.vi
Años después, el secretario de Estado de los Estados Unidos, Martin Van Buren (1829-1831), en comunicación a su ministro en España, dejaría también constancia escrita sobre cual había sido la posición de su gobierno frente a la independencia de Cuba y Puerto Rico: «Contemplando con mirada celosa estos últimos restos del poder español en América, estos dos Estados (Colombia y México), unieron en una ocasión sus fuerzas y levantaron su brazo para descargar un golpe, que de haber tenido éxito habría acabado para siempre con la influencia española en esta región del globo, pero este golpe fue detenido principalmente por la oportuna intervención de este gobierno (…) a fin de preservar para su Majestad Católica estas inapreciables porciones de sus posiciones coloniales.vii
A este pasaje bochornoso de la historia de los Estados Unidos se referiría también años más tarde nuestro Apóstol, José Martí, en uno de sus célebres discursos: «Y ya ponía Bolívar el pie en el estribo, cuando un hombre que hablaba inglés, y que venía del Norte con papeles de gobierno, le asió el caballo de la brida y le habló así: «¡Yo soy libre, tú eres libre, pero ese pueblo que ha de ser mío, porque lo quiero para mí, no puede ser libre.¡».viii
Uno de los sueños más hermosos y visionarios de Bolívar fue la unión de los países hispanoamericanos independizados en una gran confederación de estados. Para él, esa era la única vía que podía mantener la invulnerabilidad de la independencia alcanzada frente a los apetitos imperiales de la época. Por supuesto, ese fue unos de los proyectos que recibió el mayor antagonismo de Estados Unidos. Washington aplaudía cualquier iniciativa que significara unir la política del sur con la del norte bajo su liderazgo y sin intervención europea, más se negaba a aceptar una confederación cuyo protagonismo correspondiera a la Gran Colombia de Bolívar. Joel Roberts Poinsett, representante diplomático de Estados Unidos en México, llegó a decir de forma arrogante en una ocasión: «…sería absurdo suponer que el presidente de los Estados Unidos llegara a firmar un tratado por el cual ese país quedaría excluido de una federación de la cual él debería ser el jefe».ix
Finalmente la idea anfictiónica de Bolívar no concluyó en Panamá, sino en Tacubaya, México. Allí sesionó hasta el 9 de octubre de 1828, cuando se dio por finalizada al no aprobar los gobiernos, exceptuando Colombia, las convenciones del Congreso. Como bien señaló el destacado intelectual cubano Francisco Pividal: «Con paciente laboriosidad, los Estados Unidos demoraron 63 años para desvirtuar el ideal del Libertador, concretado en el Congreso Hispanoamericano de Panamá. Durante todo ese tiempo fueron llevando al «rebaño de gobiernos latinoamericanos» al redil de Washington, hasta que en 1889 pudieron celebrar la Primera Conferencia Americana, haciendo creer que, entre las repúblicas hispanoamericanas y los Estados Unidos, podían existir intereses comunes».x
La conspiración contra Colombia.
La Gran Colombia fue en realidad la primera realización práctica de Simón Bolívar en cuanto a sus ideales unitarios. La misma había nacido el 17 de diciembre de 1819 como República de Colombia durante el Congreso de Angostura, con la unión de los territorios de Venezuela y Nueva Granada, quedando designado Bolívar como presidente y como vicepresidentes Francisco de Paula Santander y Juan Germán Roscio para Cundinamarca y Venezuela, respectivamente. Luego del congreso de Cúcuta celebrado en 1821 se le conocería como la Gran República de Colombia, integrada por los territorios de Venezuela, Nueva Granada y Quito. Ese mismo año se le incorporaría el territorio comprendido en el ayuntamiento de Panamá, luego de proclamada su independencia.xi
Sin embargo, pronto los estrechos y egoístas intereses de las oligarquías locales, los celos entre neograndinos y venezolanos y las ambiciones de poder de José Antonio Paéz y Francisco de Paula Santander, comienzan a mellar la obra integracionista de Bolívar. En abril de 1826 Paéz encabeza una sublevación separatista en Venezuela. En enero de 1827 Bolívar logra aplacar las intenciones de Paéz, pero al dejarlo sin castigo se gana el rencor de Santander quien sentía gran aversión hacia Paéz. Apenas resuelta la crisis provocada a causa de las acciones de Paéz en Venezuela, estalla el 26 de enero una rebelión de soldados colombianos en la ciudad de Lima bajo las órdenes del sargento Bustamante. Con fuegos artificiales es celebrado el hecho en Bogotá por los santanderistas.xii
Santader escribió inmediatamente a Bustamante ofreciéndole garantías y todo su apoyo: «Ustedes uniendo su suerte, como la han unido, a la nación colombiana y al gobierno nacional bajo la actual Constitución, correrán la suerte que todos corramos. El Congreso se va ha reunir dentro de ocho días, a él le informaré del acaecimiento del 26 de enero; juntos dispondremos lo conveniente sobre la futura suerte de ese ejército, y juntos dictaremos la garantía solemne, que a usted y a todos los ponga a cubierto para siempre».xiii De manera ruin y con tono vengativo le escribiría también al Libertador: «En mi concepto el hecho de los oficiales de Lima es una repetición del suceso de Valencia, en cuanto al modo, aunque diferente en cuanto al fin y objeto. Aquel y los que se repitieron en Guayaquil, Quito y Cartagena, ultrajaron mi autoridad y disociaron la República; el de Lima ha ultrajado la autoridad de usted con la deposición del jefe y oficiales que usted tenía asignados. Ya verá usted lo que es recibir un ultraje semejante y considerará cómo se verá un gobierno que se queda ultrajado y burlado».xiv
No pasaría mucho tiempo en descubrirse que la rebelión de este oscuro sargento, lejos de buscar la defensa del orden constitucional había sido una traición a la patria, bien pagada por la aristocracia de Lima, que deseaba que las tropas colombianas defensoras de la Confederación de Colombia y el Perú abandonaran su territorio, para así apuntalar el «feudalismo peruano».xv
Lo interesante de esta rebelión es que la correspondencia de William Tudor, cónsul estadounidense en Lima, revela claramente que éste estuvo estrechamente vinculado a los acontecimientos. Al informar el 3 de febrero de 1827 a su secretario de estado, Henry Clay, expresó:
«Usted supondrá que ese movimiento se realizó de acuerdo con algunos de los principales patriotas peruanos…
…Realmente, la grandísima responsabilidad que han asumido, ha sido inducida por los más nobles principios del patriotismo y de la fidelidad a su país, siendo admirables la habilidad y vigor con que han procedido.
Entre los papeles de Lara se encontraron muchas importantísimas cartas de Bolívar, de Sucre y de otros generales, las cuales arrojan considerable luz sobre los designios del primero y serán una ayuda poderosa para Santander en sus esfuerzos para proteger la Constitución de Colombia contra los pérfidos designios del Usurpador».xvi
Se desprende del documento citado que el gobierno de los Estados Unidos había visto en Santander el hombre clave que podían utilizar para enfrentar los «subversivos» planes de Bolívar. Mas adelante continúa Tudor revelando su animosidad hacia Bolívar y a sus ideas más revolucionarias:
«La esperanza de que los proyectos de Bolívar están ahora efectivamente destruidos, es una de las más consoladoras. Esto no es solo motivo de felicitación en lo relativo a la América del Sur, liberada de un despotismo militar y de proyectos de insaciable ambición que habrían consumido todos sus recursos, sino que también los Estados Unidos se ven aliviados de un enemigo peligroso en el futuro…si hubiera triunfado estoy persuadido de que habríamos sufrido su animosidad.
(…)
…su fe principal (la de Bolívar) para redimirse ante el partido liberal del mundo la tiene depositada en el odio a la esclavitud y el deseo de abolirla. Leed su incendiaria diatriba contra ella en la introducción a su indescriptible Constitución; tómese en consideración las pérdidas y destrucción consiguientes a la emancipación y que el régimen no podrá jamás ser restablecido en estos países; téngase presente que sus soldados y muchos de sus oficiales son de mezcla africana y que ellos y otros de esa clase tendrán después un natural resentimiento contra todo el que tome eso de argumento para su degradación; contémplese el Haití de hoy y a Cuba (inevitablemente) poco después y al infalible éxito de los abolicionistas ingleses; calcúlese el censo de nuestros esclavos; obsérvese los límites del negro, triunfante de libertad y los del negro sumido en sombría esclavitud, y a cuántos días u horas de viaje se hallan el uno del otro; reflexiónese que … la gravitación moral de nuestro tiempo…es la afirmación de los derechos personales y la abolición de la esclavitud; y, además, que, por diversos motivos, partidos muy opuestos en Europa mirarían con regocijo que «esta cuestión se pusiera a prueba en nuestro país»; y luego, sin aducir motivos ulteriores, júzguese y dígase si el «loco» de Colombia podría habernos molestado. ¡Ah, Señor, este es un asunto cuyos peligros no se limitan a temerle a él…¡».xvii
Pero las aspiraciones de la aristocracia de Lima no estaban centradas solamente en expulsar a las tropas colombianas de su territorio sino también en lograr sus viejos sueños de adueñarse de Guayaquil. Por eso, en coordinación con la salida del ejército colombiano de Lima ordenada por Bustamante se produce en Guayaquil un movimiento federalista, evidentemente estimulado por los peruanos, el cual culminó en la proclamación de la independencia de aquella provincias de la República de Colombia y la elección, por una junta convocada por el Cabildo, del Gran Mariscal del Perú, don José de La Mar, como jefe civil y militar de aquella «republiqueta».xviii Posteriormente, el Congreso de Lima eligió como presidente a La Mar en sustitución de Bolívar y casi simultáneamente a la toma del mando del mariscal se enviaron contingentes peruanos a los linderos de Bolivia y a las fronteras del sur de Colombia, para estimular focos de insurrección latentes en las provincias del Ecuador y tratar de emplear en las tropas que, bajo el mando de Sucre aún permanecían acantonadas en Bolivia, los mismos métodos que habían llevado al levantamiento de Bustamante.xix Para esta misión el gobierno peruano designó al antiguo intendente del Cuzco, general Agustín Gamarra, quien al mismo tiempo logró reclutar para tan innobles fines al sargento José Guerra. De esta manera, en la madrugada del 25 de diciembre dicho sargento al frente de un numeroso contingente de tropas se rebeló contra sus jefes y las autoridades de la provincia a gritos de ¡Viva el Perú¡. Los sublevados se apoderaron de los dineros depositados en las arcas públicas y emprendieron la fuga hacia el Desaguadero, en busca de la protección de su cómplice: el general Gamarra. En el trayecto fueron alcanzados y derrotados por las tropas colombianas leales.xx
Durante todos esos meses, de febrero a diciembre de 1827, el cónsul de los Estados Unidos en Lima estuvo detrás de la conspiración contra Bolívar y sus planes de integración. Al leer la correspondencia que dirigía al Departamento de Estado, tal parece que Tudor tenía en sus manos todos los hilos que tejían la conjura. A él llegaban casi todas las cartas de los distintos frentes y le informan los jefes militares el cumplimiento del plan de operaciones sobre Bolivia y Ecuador.
El 21 de febrero de 1827 Tudor dice en un despacho confidencial: «Calcúlese que tendrán que pasar aún tres semanas antes de que puedan recibirse noticias de Bolivia concernientes a los pasos que se den allí; pero generalmente se cree que las tropas colombianas se sentirán ansiosas de seguir los pasos de sus compañeros de aquí y estarán preparadas, por previo concierto, para adoptar las mismas medidas».xxi
El 23 de mayo del propio año señala: «Ayer recibí una carta del coronel Elizalde, quien manda la División que entró a Guayaquil…Me informa que todo marcha de la manera más favorable; que el 27 despachó una columna con dirección a Quito para que se una a la División mandada por Bustamante, quien entró el 25 del mismo mes, todos los cuales están ahora indudablemente en Quito. Bravo, el oficial que fue enviado de aquí con los jefes arrestados y los documentos para el gobierno, también había llegado a Cuenca a su regreso a Bogotá. El General Santander habría recibido la noticia del movimiento de aquí con satisfacción y le habría escrito a Bustamante aprobando su conducta y que enviaría a Obando a tomar el mando de la División». xxii
Pero Tudor, en su maquiavélica intriga, llega incluso a proponerle a los líderes peruanos enemigos de Bolívar que soliciten la intervención directa de los gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra para derrotar definitivamente al Libertador. Así queda demostrado en su despacho del 20 de noviembre de 1827 al secretario de Estado: «Aquí se ha recibido la información auténtica de las órdenes que ha dado (Bolívar) para levantar en Guayaquil una fuerza para la invasión del Perú…Reflexionando sobre estos asuntos y el carácter sin principios de la guerra con que ahora él amenaza, ocúrreseme que la mediación de Estados Unidos e Inglaterra, conjunta o separadamente podría ser obtenida…Cada una de las potencias nombradas posee motivos peculiares para desear que estos países gocen de paz y prosperidad, además de las poderosas razones de Estado comunes a ambas contra el engrandecimiento excesivo y la perniciosa acumulación de poderes en manos de un individuo arrogante. Bajo todas estas circunstancias y debido a la gran confianza y franqueza con que me honran el General La Mar y su consejero más íntimo, el Dr. Luna Pizarro, solicité una entrevista privada con ambos y en ella les expuse las razones por las cuales creía que el Perú obraría políticamente si apelara a esas naciones igualmente amigas, haciéndoles una relación sucinta de la conducta del General Bolívar en este país y una reseña del estado actual de cosas y de la guerra con que él lo amenaza…Ambos convinieron en la corrección de mis insinuaciones, habiéndose convenido en una segunda entrevista y se prepararon inmediatamente los documentos necesarios…si la situación de estos países, el carácter y las miras de Bolívar así como las consecuencias que se sucederían a su triunfo, fueran plenamente comprendidos, tanto los Estados Unidos como Inglaterra no sólo ofrecerían su mediación, sino que, siendo necesario, la acompañarían con una alternativa que forzaría su aceptación».xxiii
Aprovechando que el conflicto interno en Colombia, absorbía prácticamente todo el tiempo del Libertador, el gobierno peruano presidido por el mariscal don José de La Mar, creyó llegado el momento de expulsar a las tropas colombianas de los sectores centrales del continente e imponer el predominio del Perú en las provincias de Ecuador y en la República de Bolivia. Finalmente, a fines de 1828 se produce la invasión de las fuerzas peruanas al territorio boliviano y posteriormente -enero de 1829- al Distrito sur de la Gran Colombia por la provincia de Guayaquil. Paralelamente, los coroneles José María Obando y José Hilario López, por mandato de Santander y en apoyo a la invasión peruana a Bolivia se habían levantado en armas en Popayán, dando inicio a un nuevo estado de guerra civil, esta vez en Nueva Granada.
El 11 de noviembre de 1828 el general José Maria de Córdova y Bolívar vencieron a las fuerzas antibolivarianas de Obando y López en los ejidos de Popayán. Posteriormente, Sucre derrotaría definitivamente a las tropas de La Mar en Portete de Tarqui (hoy territorio Ecuatoriano) el 27 de febrero de 1829, garantizando momentáneamente la integridad de la Gran Colombia amenazada por los apetitos expansionistas del gobierno de Lima.xxiv
Sin embargo, los dolores de cabeza no terminarían para Bolívar, en 1829 se enteraría de un suceso que le llenó de alarma y sorpresa: la insurrección contra el gobierno, iniciada en la provincia de Antioquia por uno de los oficiales a quienes más afecto había profesado y cuya lealtad nunca había sido motivos de dudas para él: el general José María de Córdova. En Córdova habían influido maliciosamente para indisponerlo con Bolívar, José Hilario López y Obando -los mismos hombres que había derrotado militarmente-, Santander y el cónsul británico en Bogotá, míster Henderson. La hija de este último había aceptado los galanteos del joven general.xxv No era nada casual que Herderson tuviera estrechos vínculos con William Henry Harrison, ministro de Estados Unidos en Bogotá. Al cónsul británico ofreció Córdova un caudal de información estrictamente confidencial de la Gran Colombia y de los planes del Libertador.
La documentación confidencial de Harrison, la cual enviaba a Clay y al presidente Adams, da muestras de que el espionaje estadounidense estaba en todos los rincones de la Gran Colombia y que sus redes conspirativas contra Bolívar estaban muy bien articuladas y que mucho tuvieron que ver con la rebelión de Córdova.
22 de junio de 1829: «Tengo el honor de adjuntar copia de una carta del General Bolívar para uno de sus amigos íntimos que demuestra francamente que sus designios con respecto al Perú no son de ese carácter desinteresado que su última proclama revela tan explícitamente.
No creo hallarme en libertad para revelar la manera por la cual llegué a poseer este documento singular; pero me comprometo a responder por su autenticidad…».xxvi
28 de junio de 1829: «Por el mismo conducto que me ha proporcionado la carta, copia de la cual tuve el honor de adjuntar en clave a mi despacho No. 14, he podido leer una carta de una persona de alto rango quien ha disfrutado de toda confianza de Bolívar; pero quien ahora le hace oposición a todos sus proyectos…».xxvii
7 de septiembre de 1829: «El drama político de este país se apresura rápidamente a su desenlace…En carta recibida la semana pasada y dirigida a un miembro de la Convención, residente en esta Ciudad, Bolívar propone la presidencia vitalicia…Los Ministros están muy alegres con sus perspectivas de éxito. Confían en que no habrá la más ligera conmoción y que este importante cambio se realizara con la aquiescencia casi completa del pueblo…
Pero su confianza será su ruina. Una mina ya cargada se halla preparada y estallará sobre ellos dentro de poco. Obando se encuentra en el campamento de Bolívar seduciendo a sus tropas. Córdova ha seducido al batallón que está en Popayán y se ha ido al Cauca y a Antioquia, las cuales están maduras para la revuelta. Una gran parte de la población de esta ciudad está comprometida en el plan. Se distribuye dinero entre las tropas, sin que el gobierno tenga todavía conocimiento de estos movimientos.
Córdova procederá con prudencia. Espérase que en el curso de octubre o en los primeros días de noviembre principiará por publicar una proclama dirigida al pueblo».xxviii
Cuando el gobierno de Colombia comenzó a descubrir a los soterrados autores vinculados a la insubordinación de Córdova salió a la luz que Torrens, el encargado de negocios de México, Henderson, Harrison y otras personas particulares, sabían de la rebelión de Córdova desde antes que estallara; que algunos tenían correspondencia con él, y concurrían a juntas clandestinas en que se declamaba fuertemente contra el Libertador y su gobierno.xxix
Las actividades del representante de México en Bogotá eran muy bien acogidas y reproducidas por Poinsett, ministro de Estados Unidos ante el gobierno mexicano. Torrens continuamente enviaba información falsa a su gobierno, señalando entre otras cosas que Bolívar pretendía sojuzgar a México para dominar la América española. A Poinsett esta calumnia le venía como anillo al dedo, pues contribuía con su divulgación a dividir a los pueblos hispanoamericanos. xxx
Al tiempo que sucedía la rebelión de Córdova, Santander desde el exterior -había sido expulsado de Colombia a raíz de sus vínculos con el fallido intento de asesinar a Bolívar en septiembre de 1828- se convertía en el máximo calumniador sobre la figura de Bolívar. La prensa estadounidense y europea se hacía eco de dichas difamaciones. Al respecto señaló Bolívar: «crecerán en superlativo grado las detracciones, las calumnias y todas las furias contra mí. ¡Que no escribirá ese monstruo y su comparsa en el Norte (de América), en Europa y en todas partes¡ Me parece que veo ya desatarse todo el infierno en abominaciones contra mí».xxxi
Culminada la investigación sobre la conspiración de Córdova el Consejo de Estado de la Gran Colombia ordenó que los agentes extranjeros que habían tomado parte en ella fueran expulsados del país. No obstante, Obando atacó a Bolívar por el asesinato de Córdova y otro tanto hicieron los enemigos del Libertador en Venezuela y otras partes. El lamentable hecho, amargó a Bolívar, ordenando que Ruperto Hand, el asesino de Córdova, fuese execrado, expulsado del ejército y desterrado de Colombia. Al mismo tiempo, ratificó la amnistía concedida por O Leary a los seguidores del manipulado general.xxxii William Henry Harrison, había llegado a Colombia como coronel y regresaba a su país como general. Posteriormente sería presidente de los Estados Unidos.
La documentación de los representantes del gobierno de Washington revela, salvando pocas excepciones, un odio visceral hacia Bolívar. «¡La maligna hostilidad de los yanquis hacia el Libertador es tal -escribió el procónsul inglés en Lima a su secretario de Estado-, que algunos de ellos llevan animosidad hasta el extremo de lamentar abiertamente que allí donde ha surgido un segundo César no hubiera surgido un segundo Bruto¡xxxiii Pero, ¿a qué se debía tal animadversión? El ministro de Estados Unidos en España, Alexander H. Everett, dio en 1827 algunas de las claves: «Difícilmente podría ser la intención de los Estados Unidos alentar el establecimiento de un despotismo militar en Colombia y Perú, cuyo primer movimiento sería establecer un puesto de avanzada en la isla de Cuba. Si Bolívar realiza su proyecto, será casi completamente con la ayuda de las clases de color; las que naturalmente, bajo esas circunstancias, constituirían las dominantes del país. Un déspota militar de talento y experiencia al frente de un ejército de negros no es ciertamente la clase de vecinos que naturalmente quisiéramos tener…vacilaría mucho acerca de si estaría bien insistir por más tiempo sobre el reconocimiento de la República de Colombia como cosa agradable para los Estados Unidos«.xxxiv
Los diplomáticos del gobierno de los Estados Unidos tildaban a Bolívar de «loco», «usurpador», «ambicioso», «dictador», etc, etc. Ironías de la historia, lo mismo han dicho y dicen en la contemporaneidad de Fidel Castro y Hugo Chávez.
Tildar a Bolívar como un déspota, como un dictador ambicioso, era una de las bajezas más atroces que podían llevar a cabo las autoridades norteamericanas contra el hombre que había declarado su intención de revocar, «desde la esclavitud para abajo, todos los privilegios».xxxv Ese Bolívar que calificaban de tirano era el mismo que una y otra vez había rechazado las propuestas que le habían hecho de coronación. A su amigo Briceño Méndez le había expresado: «Ese proyecto va a arruinar mi crédito y manchar eternamente mi reputación».xxxvi Asimismo, le había dicho a Santander refiriéndose a las insinuaciones de Páez dirigidas a que aceptara coronarse: «me ofende más que todas las injurias de mis enemigos, pues él me supone de una ambición vulgar y de un alma infame». Según esos señores -agrega- «nadie puede ser grande sino a la manera de Alejandro, César y Napoleón. Yo quiero superarlos a todos en desprendimiento, ya que no puedo igualarlos en hazañas».xxxvii Y al contestarle directamente al general Paéz, rechazando por completo sus ofrecimientos le expresa que «el título de Libertador es superior a cuantos ha recibido el orgullo humano y me es imposible degradarlo».xxxviii Al mismo tiempo le envía su proyecto de Constitución, indicándole que sólo por la soberanía popular y la alternabilidad en el gobierno es como puede buscarse solución adecuada para los conflictos nacionales americanos.
A modo de conclusión.
Finalmente, contra los propósitos históricos de Bolívar se levantaron las propias clases dirigentes de las distintas comunidades americanas, interesadas en conservar sus privilegios tradicionales. Como consecuencia, se desató un proceso centrípeto que llevó al fracaso de la Gran Colombia, convertida en 1830 en tres estados independientes: Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, la división de la Confederación Peruana-Boliviana (1839), y la disolución en cinco repúblicas (Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica) de las Provincias Unidas del Centro de América (1839-1848). También puede incluirse la desarticulación, entre 1813 y 1828, del antiguo Virreinato del Río de la Plata en otros cuatro países: Argentina, Bolivia, Uruguay y Paraguay, así como la división de la isla de La Española en dos pequeños estados: Haití y República Dominicana, aun cuando en este caso se trataba de dos territorios que habían pertenecido a dos potencias distintas. xxxix
El seudonacionalismo que dividió al continente y aseguró la hegemonía de las minorías criollas que buscaron la independencia sólo para sustituir a los españoles en sus privilegios, no ofreció solución valedera a los problemas sociales y políticos que determinaron el movimiento de emancipación; por el contrario, creó el clima propicio para que los peores defectos del régimen colonial pudieran sobrevivir, agravados a partir de ese momento por falsas esperanzas y engañosos disfraces. Al mismo tiempo, no se pudo despejar el camino para un desarrollo verdaderamente independiente, en lo que no sólo influyeron las clases reaccionarias del continente, sino también las grandes potencias de la época, especialmente la potencia en ascenso del Norte, interesada en el mayor desmembramiento posible del hemisferio, para consiguientemente, facilitar su dominación a través de nuevos mecanismos, tan sofisticados, que no necesitaba clavar directamente sus banderas en los nuevos estados emanados. Así, ante el fracaso de los esfuerzos unificadores de Bolívar, el antiguo imperio español de ultramar se dividió en varias repúblicas, desvinculadas entre sí, lo que facilitó el proceso recolonizador que no tardó en convertirlas en simples apéndices de los centros del capitalismo mundial.
Entre los factores que contribuyeron a este fatídico proceso, además de las ya analizados, podemos añadirle: la accidentada geografía de las distintas regiones hispanoamericanas que hacía incomunicables muchas de sus zonas, las inmensas diferencias económico-sociales, la falta de voluntades políticas más allá de Bolívar y de algunos pocos de sus seguidores (entre ellos se destacaron los generales Andrés de Santa Cruz y Francisco Morazán), la carencia de complementariedades económicas entre los distintos territorios, y la ausencia de una burguesía con un proyecto nacional integrador.
La imposibilidad de llevar a vías de hecho los planes de integración por los que Bolívar abogaba, y que tenían como epicentro fundamental la intención de crear una América fuerte y democrática después de la independencia, capaz de asegurarse una existencia perdurable en el contexto internacional decimonónico, donde se movían los insaciables apetitos colonialistas de las potencias de la época, dejó consecuencias funestas que llegan hasta nuestros días. Pese a las coincidencias en idioma, orígenes, religión y destinos, los países hispanoamericanos carecieron durante el todo el siglo XX de un núcleo común que las ligara y diera fuerza, quedando en cierta manera escuálidos ante las pretensiones neocolonizadoras del imperialismo estadounidense.
Estados Unidos logró los objetivos fundamentales de su política exterior hacia América Latina y el Caribe en el siglo XIX: su expansión territorial a costa de más del 50% del territorio mexicano; la posesión de la Florida; hacer permanecer a Cuba y Puerto Rico en manos de España, en espera de la hora oportuna en que pudiera adueñarse de ellas; frustrar los planes de integración de Bolívar y sembrar las discordias y la división entre los países recién independizados de España para conducirlos a la idea del panamericanismo, en la cual Estados Unidos tendría la hegemonía; y comenzar a desplazar a Inglaterra del dominio económico de la región. Por su puesto, todo ello fue posible gracias al apoyo que recibió el gobierno de los Estados Unidos de los caudillos políticos y militares de la región que por intereses pigmeos y egoístas se opusieron a los más hermosos anhelos de independencia, libertad, unidad y progreso de nuestra América.
Los objetivos de dominación política, económica y cultural de nuestros pueblos por el gobierno de los Estados Unidos han sobrevivido hasta nuestros días, refinándose los mecanismos por los cuales estos se ejecutan. Mas si no conocemos cómo históricamente los Estados Unidos se comportaron ante los procesos independentistas y de integración de nuestros pueblos no podemos visualizar en profundidad cuáles son hoy los objetivos del imperio del Norte y cuán importante continúan siendo los sueños de unidad que defendieron Bolívar, Martí y otros próceres de Nuestra América. Lo hora decisiva de la segunda y definitiva independencia ha llegado. O nos unimos o morimos para siempre. Con los peligros que enfrenta hoy la humanidad no hay oportunidad para una tercera independencia. Para los que consideran imposible el triunfo habría que recordarles las palabras de Bolívar en 1819 cuando señaló: ¡Lo imposible es lo que nosotros tenemos que hacer, porque de lo posible se encargan los demás todos los días¡xl
Notas
iFrancisco Pividal, Bolívar: Pensamiento precursor del antiimperialismo, Fondo Cultural del ALBA, La Habana, 2006, p.143
ii Manuel Medina Castro, Estados Unidos y América Latina, Siglo XIX, Casa de las Américas, 1968, p.46.
iiiManuel Medina Castro, Ob.Cit, pp.165-166.
iv Ibídem, p.170.
v Sergio Guerra, Jugar con fuego. Guerra social y utopía en la independencia de América Latina, Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2010, p.243.
vi Rolando Rodríguez, Cuba: la forja de una nación, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005, t.1, p.74.
vii Citado por Francisco Pérez Guzmán, en: Bolívar y la Independencia de Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010, p.79.
viii Citado por Sergio Guerra en: América Latina y la independencia de Cuba, Ediciones Ko´eyú, Caracas, 1999, p.52 (Discurso de José Martí en el Hardman Hall, New York, 30 de noviembre de 1889.
ix Manuel Medina Castro, Ob.Cit, p.182.
x Francisco Pividal, Ob.Cit, p.204.
xi Sergio Guerra Vilaboy, Cronología del Bicentenario, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010, p.119.
xii Ronald Muñoz, El regreso de los realistas y su derrota final ante los pueblos, Fundación Editorial El perro y la rana, Caracas, 2010, p.33.
xiii Indalecio Liévano Aguirre, Bolívar, Editoriales Ciencias Sociales y José Martí, La Habana, 2005, p.392.
xiv Citado por Indalecio Liévano, en: Ob.Cit, p.393.
xv Ibídem.
xviManuel Medina Castro, Ob.Cit, p.223.
xvii Ibídem, p.225.
xviii Indalecio Liévano, Ob.Cit, p.392.
xix Ibídem, pp.396-397.
xx Ibídem, p.397.
xxi Ibídem, p.226.
xxii Ibídem, p.227.
xxiii Manuel Medina Castro, pp.228-229.
xxiv Sergio Guerra Vilaboy, Cronología…, Ob.Cit, p.152.
xxv Juvenal Herrera Torres, Bolívar, El Hombre de América. -Presencia y Camino-, Ediciones Convivencias, Medellín, 2001, t.2, p.497.
xxvi Ibídem, p.232.
xxvii Ibídem, pp. 232-233.
xxviii Ibídem, p.233.
xxix José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución en Colombia, Edición en 6 tomos, Medellín, 1974.
xxx Juvenal Herrera Torres, Ob.Cit, p.514.
xxxi Citado por Juvenal Herrera Torres, Ob.Cit, p.515.
xxxii Juvenal Herrera Torres, Ob.Cit, p. 517.
xxxiii Citado por Juvenal Herrera Torres, Ob.Cit, p.571.
xxxiv Ibídem, p.521.
xxxv Citado por Indalecio Liévano, en: Ob.Cit, p. 365.
xxxvi Emilio Roig De Leuchesenring, Bolívar, El Congreso Interamericano de Panamá, en 1826, y la Independencia de Cuba y Puerto Rico, Oficina del Historiador de la Ciudad, Municipio de La Habana, 1956, p.71.
xxxvii Ibídem, p.71.
xxxviii Ibídem, p.71.
xxxix Sergio Guerra Vilaboy, Breve historia de América Latina, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006, p.130.
xl Citado por Juvenal Herrera Torres, en: Ob.Cit, p.560.
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