Tras más de 15 años desde que las políticas neoliberales comenzaran a ser desterradas paulatinamente en los denominados países progresistas de la región latinoamericana, en el largo año 2016 (pongamos su inicio en diciembre de 2015) comenzó a posicionarse la idea del «cambio de ciclo» en América Latina. Fueron las victorias de la derecha regional […]
Tras más de 15 años desde que las políticas neoliberales comenzaran a ser desterradas paulatinamente en los denominados países progresistas de la región latinoamericana, en el largo año 2016 (pongamos su inicio en diciembre de 2015) comenzó a posicionarse la idea del «cambio de ciclo» en América Latina. Fueron las victorias de la derecha regional en las presidenciales argentinas y las legislativas venezolanas, las que parecían inaugurar este aparente nuevo ciclo político en la región. A estas victorias electorales, se unió el cambio de gobierno mediante el golpe orquestado en Brasil contra la presidenta electa Dilma Rousseff, y la derrota del oficialismo en el referéndum boliviano. Nicaragua fue la única nota discordante en el año 2016.
La derecha regional pronto proclamó el éxito de su ofensiva, alegando que los procesos progresistas habían agotado sus modelos y perdido el apoyo de la mayoría social; y que todas las transformaciones en el Estado, la sociedad y la economía regional, eran producto de una anomalía histórica y no de una verdadera construcción de un nuevo bloque histórico que hiciera tambalear los pilares neoliberales otrora hegemónicos en la región.
En estos años de supuesta anomalía histórica, la correlación de fuerzas en la pugna ideológica de la región cambió de signo. Esto trastocó los planes del gran capital, tanto nacional como extranjero, que veía como la satisfacción de las necesidades de las mayorías sociales se anteponía a los intereses del gran capital. Las transformaciones llegaron. Y llegaron tanto en el plano nacional como en el de la inserción internacional de nuestros países. Esto se tradujo en las fuertes tensiones geopolíticas y geoeconómicas que aparecen en toda la región latinoamericana durante los últimos años.
Además, estas tensiones se ven continuamente alimentadas por los intereses del capital foráneo, marcando a la región latinoamericana con un lugar privilegiado en la disputa internacional. El «volver al mundo» de Macri lo deja claro, volver a posicionar a la región como el actor periférico del comercio desigual. Eso por el lado argentino. Pero el golpe en Brasil y la conformación del gobierno burgués, patriarcal y blanco de Temer lo afianza para Brasil, y por su papel de hegemón regional, para buena parte de la región.
El vuelco ideológico en las dos principales economías de la región Sudamericana, se convirtió en el principal justificante del «cambio de ciclo» en la región. Poco importaba que para el caso brasilero las elecciones las hubiera vuelto a ganar el Partido de los Trabajadores poco tiempo antes. Sí, cierto, Dilma ganó con una diferencia porcentual pequeña, pero ganó. Macri también ganó y no se cuestionó su victoria, a pesar de que la diferencia porcentual fue incluso menor que la que hubo en las elecciones en Brasil.
La realidad, sin embargo, es que como dijo Alfredo Serrano esta semana en Quito durante la presentación del libro «Las vías abiertas de América Latina», en clave presidencial, en los países de la región donde llegaron las fuerzas progresistas al poder [1], los resultados dan una victoria inapelable de 24 victorias presidenciales de los gobiernos progresistas de la región, frente a dos derrotas: en Argentina en 2015 y en las elecciones presidenciales de 2013 del Paraguay post-golpe.
Por tanto, y aunque es cierto que la derecha ha conseguido instalar la percepción durante el último año de que el cambio de ciclo es real, lo cual sí representa una victoria en el imaginario, lo cierto es que en lo que se refiere a la disputa electoral en las presidenciales no es así. Quizás la izquierda en este tiempo se acostumbró a ganar todos los procesos electorales y ante algunas derrotas en las urnas se ha visto en un nuevo terreno que no manejaba desde hacía años. Ecuador es el próximo terreno en disputa. Y es por esto que el resultado de las próximas elecciones presidenciales del 19 de febrero será clave para desterrar esta falsa idea de que los procesos progresistas ya están agotados. Ecuador puede, y debe, marcar el punto de inflexión para frenar la ofensiva conservadora en la región y liderar el camino para que el verdadero cambio siga siendo el nuestro.
Nota:
[1] Entiéndase Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Uruguay y Paraguay.
@Sergio_MartinC
Artículo publicado en: http://www.celag.org/el-cambio-de-ciclo-percepcion-o-realidad/
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