Traducción de Àngel Ferrero
Esta semana nuestra portada [del Socialist Worker] declara que «el capitalismo no está funcionando», una subversión del cartel electoral de los Tories de 1979 de «el laborismo no está funcionando», que reflejó la rabia por el creciente desempleo.
En contra de la mitología popular, este cartel no inclinó el resultado de las elecciones a favor de los conservadores. El gobierno laborista había perdido incluso antes de que se abriesen los colegios electorales, porque hizo que fuesen los trabajadores quienes pagasen el precio de la crisis económica.
El desempleo alcanzaba el millón de personas cuando Margaret Thatcer salió elegida. Hoy, con el caos económico, alcanza los 1’72 millones de personas. Y se espera que crezca en 350.000 durante los próximos dos años.
La escala de la crisis ha alcanzado cada parte de los mercados financieros, con los gobiernos de EE.UU. a Islandia rescatando y nacionalizando bancos con la esperanza de prevenir un caos aún mayor. No es la primera vez que hemos visto una crisis así: tenemos que aprender las lecciones de la década de los 70. Un gobierno laborista empleó sus relaciones con los dirigentes sindicales para llevar a cabo unos recortes con los que sólo los conservadores soñaban hasta entonces. Con ello allanaron el camino a la humillación de los sindicatos por parte de los conservadores de Thatcher.
El momento crucial llegó a mediados de los setenta, cuando el gobierno laborista se enfrentó a la decisión de o bien mantener su compromiso con el pleno empleo y el estado del bienestar o actuar según las peticiones de la City de Londres y el Fondo Monetario Internacional, las cuales desataron el desempleo y hundieron el nivel de vida. Escogieron lo segundo. Thatcher estuvo de acuerdo, pero quería más, mucho más.
En 1976, con la inflación en el 20% y la libra desplomándose en el escenario de una recesión internacional cada vez mayor, el gobierno laborista pidió al FMI ayuda para tratar con un enorme déficit presupuestario. El canciller Denis Haley explicó a los delegados del partido laborista que «eso significa atenernos a una política salarial que nos permita, como la TUC [Trades Union Congress] decidió hace una o dos semanas, continuar atacando la inflación.» Healey se mostró de acuerdo con poner el rescate de las grandes empresas del Reino Unido por encima de los intereses de su propia base electoral.
Este ataque a los salarios de los trabajadores ganó el respaldo de los dirigentes sindicales, de izquierda y de derechas. Sólo durante el primer año de contención salarial el desempleo se multiplicó por dos. Estalló el descontento hacia la política salarial laborista y se multiplicaron las huelgas en el sector público en 1978-79: el invierno de nuestro descontento.
Pero se respiraba más resentimiento que confianza. El racismo estaba al alza en la lista de chivos expiatorios a la crisis. La solidaridad que había terminado con el anterior gobierno tory se había disipado. Los laboristas perdieron las elecciones de 1979: sus partidarios no podían seguir votando más a un gobierno que les había traicionado una y otra vez de manera tan imprudente.
Ésta es una llamada de advertencia de la historia.
Hoy la crisis afecta a las economías de todo el mundo. El pasado mes de noviembre las Naciones Unidas presentaron a Islandia como el mejor lugar del mundo para vivir, basándose en sus ingresos, educación, sistema sanitario y esperanza de vida. Ahora, cuando su moneda se devalúa y los tipos de interés suben, todo ello podría quedarse en humo. El gobierno y los sindicatos de Islandia esperan que la ciudadanía haga sacrificios, vendiéndoles la idea de que todos estamos metidos en la crisis. Pero no lo estamos. Los pobres se verán forzados a apretarse el cinturón, pero los ricos en Islandia, y en cualquier otro lugar, esperarán a ser rescatados de la crisis que provocaron.
Aquí en el Reino Unido la cuestión de quién pagará la crisis no ha sido expuesta con tanta brutalidad. Pero los dirigentes sindicales que representan a los funcionarios públicos y a los trabajadores de sanidad ya se han mostrado de acuerdo con una contención salarial a la mitad de las estadísticas oficiales de inflación. Algunos alegan abiertamente que una recesión significa que no se puede luchar o ni siquiera resistir en cuestiones salariales. Los compromisos que sus predecesores hicieron a mediados de los 70 destruyeron un movimiento obrero vibrante. La desmoralización resultante pavimentó el camino que llevó a la elección de Thatcher y a tres décadas de romance entre los gobiernos británicos y la economía de mercado.
En 1936, cuando los fascistas bombardearon Madrid, el gobierno republicano español advirtió que «si toleráis esto, vuestro hijos serán los siguientes.» Esas palabras siguen siendo válidas hoy. Tenemos que tomar las calles en todo el país: «¡Ningún rescate bancario, no pagaremos por su crisis!». Con pequeños actos de resistencia podemos empezar a formar una fuerza política capaz de devolver el golpe a quienes dirigen este sistema destructivo.