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Perú

El fascismo a la ofensiva

Fuentes: Rebelión

En las últimas semanas hemos sido espectadores de lo que bien podría considerase la más agresiva campaña del reducto fascista que anida en nuestra tierra, y que toma fuerza en procura de capturar, de manera definitiva, las riendas del Poder. La ofensiva que nos preocupa tiene que ver con dos elementos claros del debate: el […]

En las últimas semanas hemos sido espectadores de lo que bien podría considerase la más agresiva campaña del reducto fascista que anida en nuestra tierra, y que toma fuerza en procura de capturar, de manera definitiva, las riendas del Poder.

La ofensiva que nos preocupa tiene que ver con dos elementos claros del debate: el comportamiento de la «mayoría parlamentaria» en el Congreso de la República y el cúmulo de ataques al ex Presidente Ollanta Humala a quien -independientemente de sus aciertos o errores- la Mafia quiere colocar hoy mismo tras las rejas.

El antecedente se registra en el «homenaje» a los integrantes de Comando Chavin de Huantar, los 148 «héroes» que, armados hasta los dientes y preparados como combatientes de primer nivel; mataran, en abril de 1997, a 14 insurgentes en la residencia nipona en Lima. En esa circunstancia, toda la carga fue disparada contra el congresista Justiniano Apaza, quien se atrevió a no estar de acuerdo con la desafinada melodía de «la mayoría» casual.

La Mafia acosa

Las belicosas expresiones de Lourdes Alcorta y Héctor Becerril, vertidas en los días subsiguientes, forman parte del primer elemento de nuestro análisis. Revelan una agresividad demencial, y una violencia verbal de alto octanaje. El odio desborda en sus dichos, y aflora en sus miradas como fuego inextinguible.

Esto, fue posible advertirlo con motivo de lo ocurrido el 1 de mayo; y después, cuando el titular del Interior se presentó ante la Comisión de Defensa, del Congreso. Ambos parlamentarios -y algunos más- tuvieron expresiones de irrefrenable ira cuando enjuiciaron las acciones gubernativas y los hechos acecidos, aludiendo a la presencia del MOVADEF en la marcha CGTP.

En ese marco, la rueda de prensa anunciada por ex miembros del MRTA fue la pieza que faltaba para alborotar el cotarro, y poner de vuelta y media a la Mafia fujimorista. La irracionalidad fue el común denominador en las expresiones vertidas por los representantes de «Fuerza Popular».

Usaron la presencia de Sendero en la calle después que la «prensa grande» se regodeara, complaciente, de la misma; y denostaron de la intención de los liberados emerretistas que iba precisamente en sentido contrario a la de los seguidores de Abimael Guzmán: proclamaban su voluntad de paz. A unos los resguardaron; y a los otros, buscaron amordazarlos.

Pero más allá de las consideraciones que unos u otros congresistas esgrimieron, lo que quedó en la retina de los espectadores, fue el odio expresado en palabras, gestos y miradas, lanzados por la Alcorta y Becerril, exponentes más caracterizados de la mediocre «mayoría» congresal. Su descomunal intolerancia fascista, asomó acompañada por signos de malacrianza inaceptable; pero fue lo más aproximado a la demencia

Como bien lo dice Luis Gárate -dirigente de PR- «No es casual que en los últimos días se empiece a hablar del «rebrote» terrorista, y que a su vez se recrudezca el hostigamiento y campaña contra la izquierda, buscando vincularla al terrorismo. Hay que estar alertas y rechazar esta burda campaña que solo busca desviar la atención de la real podredumbre y corrupción en la que están embarcadas los grupos dominantes».

Y es que la Mafia, en efecto, es diestra en el arte de manejar «la amenaza terrorista» en función de sus más recónditos intereses. La usa a su antojo para denigrar a unos, y reprimir a otros; jugando peligrosamente con el tema de la «violencia» que tantos réditos le generara en el pasado. La usa hoy para liberar a Fujimori, sacar de la cárcel al generalato corrupto liderado por Hermoza Rios, premiar a sus «héroes» y salvar a los integrantes del Grupo Colina.

El caso Madre Mía

Y es a partir del tema de la violencia que se agita hoy el caso de Ollanta Humala -«el Capitán Carlos»- y los sucesos de Madre Mía.

Vale explicar la cosa con precisión. Contra Humala y Nadie Heredia se ha desatado una durísima campaña de demolición. Los mismos que justifican la matanza de los penales de 1986; los crímenes del fujimorismo; los negocios turbios de Alan García y sus secuaces; se lanzan como galgos buscando morder a Humala y a su esposa desde cualquier lugar.

Lo que pretenden, simplemente -con razón, o sin ella- es ponerlos tras las rejas, e inhabilitarlos; para que nunca más «se metan en política» . Que reconozcan que ese campo, es terreno exclusivo de la Mafia y sus sirvientes.

Contra ellos han descargado acusaciones de lavado de activos, ligazón con el narcotráfico, usurpación de funciones, financiación ilegal, vínculos con Odebrecht, asesinato (caso Fasabi), y otras lindezas. Como en ninguno han logrado abrir un proceso -todos están en la Fiscalía- ahora buscan poner cadáveres sobre la mesa, y hablan de los muertos de Madre Mía.

Es curioso. Nunca les importó el tema de los muertos en los «años de la violencia». Ni en los Penales, ni en Soccos, Accomarca, Lloocllapama, Santa Rosa, Ocros, Pomatambo, Cayara, Bellavista o Huancapi. Dijeron siempre que eran «los costos de la guerra»; apenas el «daño colateral de la confrontación armada». A lo más, excesos» que había que superar.

Pero ahora sí. Madre Mía es crucial: hay que investigar, juzgar y castigar. Condenar sin piedad al que torturó y mato a uno, dos o tres pobladores. No se puede permitir el crimen. Y es que ahí está Ollanta Humala.

Los que tuvimos la ocasión de seguir más o menos de cerca este durísimo periodo de la historia nacional, sabemos bien que sí, que lo de Madre Mía debe ser cierto, que allí fueron torturados y asesinados campesinos por el delito de serlo; y que todos estos hechos ocurrieron por acción de los comandos operativos de la Fuerza Armada que actuaron bajo la jefatura de «Capitán Carlos», y de otros en gran parte del país. Terrorismo de Estado en acción.

Pero sabemos también que eso ocurrió a partir de 1983, cuando el gobierno de Belaunde declaró el Estado de Guerra y movilizó a la Fuerza Armada contra las poblaciones «alzadas en armas», como se les llamaba entonces a las aldeas de Ayacucho y lugares contiguos, para luego extenderse.

12 mil oficiales fueron enviados a las «zonas de emergencia» para acabar con la subversión. Se les dijo en todos los tonos que el país «estaba en guerra», y que en la guerra «todo vale»; que de lo que se trataba era «exterminar al enemigo, antes que el enemigo te extermine a ti».

Con ese mensaje se instruyó a todos. Todos tenían que torturar, secuestrar y matar; todos debían saquear y quemar, agredir y violar. En otras palabras todos debían tener las manos bañadas en sangre para que nadie, después, pudiese hablar, o contar lo ocurrido.

En los años previos a la Revolución Francesa se conocía una frase: «Si Versalles hablara… «. Era una manera de decir que la aristocracia francesa guardaba en las paredes de ese Palacio, muchos secretos que no podrían revelarse. Parodiando el caso, podríamos decir: «si los soldados hablaran» se conocerían todos los crímenes que se cometieron contra miles de peruanos en esos años. Y los responsables de ellos, no fueron los soldados que mataron; sino los gobiernos que diseñaron esas políticas, y los generales que las implementaron. El APRA y el fujimorismo, allí, se bañaron en sangre.

Y el responsable mayor, fue el gobierno de los Estados Unidos, que impuso eso con un doble propósito: hacer que los militares odien y desprecien al pueblo; y que el pueblo vea a los uniformados, como sus asesinos. Demoler el símbolo que hizo historia en los años de Juan Velasco: la unidad del Pueblo y la Fuerza Armada como garantía de victoria.

Esa unidad es la que hoy se impone en Venezuela y que, para desesperación de la «contra», asegura el rumbo liberador en la Patria de Bolívar. Y esa es, en otros escenarios, la viga que afirma cambios progresistas y aun revolucionarios en Nicaragua, Bolivia, Ecuador, El Salvador y otros países.

Y es que el Imperio sabe que si, para desgracia suya, el pueblo y la fuerza armada en todo el continente afirmaran su unidad, e impulsaran un rumbo patriótico y liberador; el destino de los explotadores estaría sellado.

Hay muchos indicios de culpa en el caso Madre Mía. Pero hay evidencia de que esos mismos crímenes anegaron de sangre el suelo patrio durante veinte años. ¡No olvidarlo!

Gustavo Espinoza M. Colectivo de dirección de Nuestra Bandera 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.