El gobierno de Syriza nos muestra el camino, pero se queda a mitad de camino. Sus errores también deben ser considerados en la guerra internacional contra el neoliberalismo y el capitalismo. Tras el rotundo éxito del no a la austeridad en el referéndum del pasado 5 de julio, el gobierno de Syriza finalmente ha cedido […]
El gobierno de Syriza nos muestra el camino, pero se queda a mitad de camino. Sus errores también deben ser considerados en la guerra internacional contra el neoliberalismo y el capitalismo.
Tras el rotundo éxito del no a la austeridad en el referéndum del pasado 5 de julio, el gobierno de Syriza finalmente ha cedido mucho más de lo esperado. Dicho gobierno se ha encontrado una situación muy difícil, no cabe duda. Nadie discute acerca de la enorme dificultad de enfrentarse a la dictadura (internacional) del Capital. Pero lo que resulta bastante inexplicable para cualquier ciudadano (mínimamente concienciado e informado) es por qué Tsipras ha cedido tanto en la negociación. No hay más que ver las caras que se les quedaron a las distintas partes: sonrisas por parte de la Troika, caras largas, muy serias, de los negociadores griegos. A grandes rasgos, Syriza ha conseguido muy poco, que por fin haya habido cierta negociación y vagas promesas sobre un alivio de las condiciones de reembolso de la deuda (pero nada sobre una posible quita). Los resultados prácticos son claros: Grecia ha tenido que ceder mucho más que la Troika y Syriza se descompone apenas unos meses después de alcanzar el poder político, viéndose obligado el gobierno a adelantar las elecciones generales. El capitalismo internacional no puede estar más satisfecho: la idea de que no hay alternativas se puede asentar todavía más en la población europea y mundial. ¿Qué mejor prueba que un gobierno de la izquierda radical practicando el neoliberalismo, aunque suavizándolo un poco? Para hacer este viaje mejor hubiera sido no hacer ninguno. Esta derrota de Syriza le puede costar muy cara al pueblo europeo, empezando por el griego.
No cabe duda de que no es posible luchar contra el capitalismo, ni siquiera contra su versión más radical, el neoliberalismo, en dos días. Se necesitará mucho tiempo para superar el actual sistema. Pero cualquier gobierno que pretenda empezar a hacerlo debe actuar con mucha responsabilidad, con mucha coherencia y con mucha valentía. Si no es posible hacer mucho en poco tiempo, pongamos por caso en una legislatura, no hay que prometer (es decir, incluir en el programa electoral) aquello que no va a poder hacerse. O en todo caso, hay que explicarle claramente al pueblo las posibles políticas a aplicar, dadas las dificultades que habrá. Por ejemplo, en el caso de Grecia, diciendo que no se va a poder impedir seguir aplicando políticas de austeridad durante cierto tiempo, que éstas sólo podrán superarse gradualmente, o diciendo que se va a intentar negociar con Europa para evitar salir del euro pero que si no es posible se le planteará al pueblo la posibilidad de salir del euro. En esto yo creo, si la información de que dispongo es correcta, que Syriza no ha tenido suficiente coraje. Debería haber dejado las cosas más claras en su programa electoral. Y debería haber gestionado con más determinación el resultado favorable en el referéndum del 5 de julio.
Y es que un gobierno que realmente pretenda transformar la realidad tiene una labor tremendamente difícil que requiere hacer equilibrios muy complejos. Para partir de la realidad a transformar debe ser al principio moderado, aspirando a radicalizarse cuando sea posible o necesario. El abrumador no en el mencionado referéndum le dio una oportunidad al gobierno de Tsipras para radicalizarse. Creo que debería haber dicho en la campaña por el no que si no fuera posible evitar seguir con las políticas de austeridad impuestas por la mafia internacional (con la complicidad de la nacional) Grecia debería plantearse muy seriamente salir del euro. Tras dicho referéndum, en vez de tomar la iniciativa Grecia, la tomó la Troika. Y en toda negociación ésta la gana quien lleva la iniciativa. La tibieza del gobierno de Syriza en la negociación explica su fracaso. Tibieza que le llevó incluso al extremo de quitar de en medio al ministro de finanzas Varoufakis para agradar a sus contrincantes. Es verdad que Grecia es David y la Troika Goliat. Pero Tsipras contaba con una baza que, tal vez, le pilló por sorpresa: un contundente apoyo de su pueblo en las urnas. El pueblo griego no se dejó amedrentar. Mejor hubiera sido que Tsipras no lo hubiera convocado si no lo iba a escuchar. Y mejor hubiera sido dimitir o convocar un nuevo referéndum pidiendo esta vez la salida del euro antes que claudicar, que convertir en papel mojado las papeletas mayoritarias por el no a la austeridad (porque en esto no hay dudas sobre lo que dijo el pueblo griego ese histórico 5 de julio).
Soy muy consciente de que todo esto es mucho más fácil decirlo que hacerlo, que un país al borde de la quiebra, asfixiado económicamente, no tiene mucho margen de maniobra, pero, todo gobierno que pretenda luchar contra el sistema establecido debe prever las maniobras que hará éste para torpedearlo. Cuando uno se mete en una guerra debe ser consciente de las armas del enemigo y prepararse para ella, pensando distintas estrategias para combatirlo. Muy ingenuo había que ser para pensar que la Troika no iba a hacer lo que ha estado haciendo. Creo que si un simple ciudadano corriente, como quien escribe estas líneas, sabe perfectamente que el enemigo en una guerra nunca se queda de brazos cruzados, alguien que se dedica a la política desde hace unos cuantos años debe saberlo mucho más. Teniendo en cuenta todo lo anterior sólo podemos llegar a dos conclusiones posibles en cuanto al comportamiento de Syriza: ingenuidad extrema o traición. A no ser que haya algo más por ahí que se nos escapa a los ciudadanos de a pie. En las próximas semanas saldremos de dudas.
Pero, a día de hoy, la sensación que nos ha quedado a muchos ciudadanos es que Syriza se ha sometido a la voluntad de la mafia política y económica internacional. La negociación que podía haber surgido tras el 5J se convirtió en claudicación. Al pueblo griego se le tenía que haber dicho claramente que la alternativa a la Europa del euro era salir de la zona euro y recuperar la soberanía nacional. Creo que hubiese sido mejor que el gobierno griego hubiera dicho (como ya hizo) que su voluntad era permanecer en la Europa del euro, pero que también su voluntad era sobre todo sacar a su pueblo de la pesadilla de la mal llamada austeridad en que está sumido, incluso si fuese necesario renunciando a dicha Europa. Grecia hubiera hecho mucho más por ella misma y por una Europa distinta saliéndose de la Europa actual que sometiéndose a cualquier precio a ésta. La prioridad debe ser siempre el pueblo para cualquier gobierno que pretenda cambiar el estado de cosas actual. Pero no, el resultado final es que Grecia permanece en el euro y los griegos, impotentes, ven cómo un gobierno al que le habían dado un mandato para salir de la austeridad sigue con ésta, aunque un poco suavizada. Syriza creó muchas expectativas entre las clases populares de Grecia y Europa y en muy poco tiempo las ha defraudado en gran medida. El mal hecho es enorme. Es lo que nos faltaba. Ya es difícil que llegue al gobierno cualquier fuerza política distinta a las del neoliberalismo para que el balance final sea que aplica casi la misma política y en pocos meses se ve obligado a convocar nuevas elecciones generales. Los apologistas capitalistas deben estar frotándose las manos.
Ahora va a ser más fácil convencer a las masas de que la única alternativa es el neoliberalismo, no digamos ya el capitalismo. El pensamiento único ha recibido un importante espaldarazo por parte de sus supuestos enemigos. Y entonces si la gente acaba pensando de nuevo (incluso gente que apostó por cambios) que la alternativa es capitalismo sí o sí, neoliberalismo sí o sí, lo más lógico será no votar o seguir votando a quienes lo defienden abiertamente. La derecha se asienta también por los grandes errores de la izquierda. La crisis de la izquierda real es tal que no sólo es muy difícil que alcance el gobierno de cualquier país sino que cuando lo hace actúa de manera errática, dando la razón en la práctica a sus enemigos. Y es que se necesita una guía de acción revolucionaria (un marxismo del siglo XXI). Mientras la izquierda no se recupere de sus profundos errores ideológicos estaremos condenados a experimentos fracasados casi de antemano o al poco de empezar. Urge también una Quinta Internacional para coordinar la lucha global contra el capitalismo, para aprender de aquellos países que van más adelantados en esta lucha (como Latinoamérica). Mientras exista una Internacional Capitalista (Club Bilderberg, Trilateral, FMI, Troika,…) y no exista una Internacional Socialista (o mejor, denominada de otra manera, por ejemplo, Demócrata, para superar los prejuicios de muchos ciudadanos con la palabra «socialista») entonces el resultado de la guerra es más que previsible. Sólo muchos Davides coordinados entre sí podrán vencer algún día a Goliat.
¿Está todo perdido? Afortunadamente, no. El neoliberalismo, el capitalismo en general, tiene tales contradicciones que las crisis serán cada vez más frecuentes e intensas. Y éstas siempre representan una oportunidad para superarlo. Si Syriza radicaliza su programa para las probables elecciones generales anticipadas, si es capaz de explicarle a la ciudadanía claramente, sin ambigüedades, que la Europa del euro condena a los pueblos a la miseria, a la continua pérdida de derechos humanos, si apuesta por la salida del euro, buscando alternativas de financiación serias y realistas, entonces de alguna manera corregirá las contradicciones y vacilaciones que ha tenido durante su corto mandato. Tal vez la estrategia de Syriza era ganar tiempo, cediendo por ahora, claudicando con la complicidad del pueblo (según algunos análisis el primer ministro griego esperaba el triunfo del sí para salir dignamente del callejón sin salida en el que estaba). O tal vez no. Pero lo que cuenta mucho en la guerra política contra el sistema capitalista son las apariencias. La sensación general que le ha quedado a mucha gente es que Syriza ha cedido demasiado y, lo que es peor, en contra del mandato popular. Tsipras pretendía cambiar Europa y ha sido ésta quien le ha cambiado.
Y es que la manera de empezar a cambiar el sistema pasa por liberarse de las cadenas que nos atan a él (es decir, recuperar primero la soberanía nacional), pasa por recuperar la democracia (es decir, la soberanía popular) y profundizar en ella, desarrollara continuamente, pasa por hacer cambios locales y exportarlos (mediante el ejemplo, no la imposición, por supuesto) al exterior en vez de esperar que vengan desde otros lares, en vez de creer ingenuamente que quienes nos atan, nos imponen, cederán. Obviamente, en un sistema tan globalizado como el actual esto no es nada fácil, sobre todo en lo económico. Pero no hay otro camino. Hay que conseguir cierta independencia política para más adelante reducir la dependencia económica todo lo que se pueda, o al menos diversificarla, no depender mucho de unos pocos sino que poco de muchos. Sería bueno que nos explicaran a los ciudadanos de a pie por qué los acreedores tienen que imponer la política interior de los gobiernos endeudados. ¿Qué diríamos los ciudadanos si un banco sólo nos prestase dinero si nos pone como condición previa cierta manera de gestionarlo en nuestro hogar, si se inmiscuye en cómo vamos a devolvérselo, en cómo vamos a ganarnos la vida? ¿Por qué ocurre esto cuando hablamos de gobiernos? ¿Por qué un acreedor internacional tiene que dictar las políticas internas de un país que le ha pedido dinero? Si de algo puede servir todo esto que le ha pasado al gobierno de Syriza es para explicarle a la ciudadanía muchas cosas sobre el actual sistema que tenemos. Estando en el gobierno tiene una ocasión única de tener cierta repercusión mediática. Para recuperarse del mal trago pasado deberá hacer una gran labor pedagógica. El sistema, una vez más, se ha puesto en evidencia. Por ahora ha ganado. Pero también es posible que la gente vea mejor cómo los organismos internacionales actúan de manera antidemocrática, cómo chantajean a los gobiernos teóricamente soberanos. Es posible así concienciar más a la población de la imperiosa necesidad de superar el actual sistema internacional.
El sistema global empezará a cambiar cuando haya muchos países que practiquen el cambio localmente y construyan organismos supranacionales de solidaridad mutua. Ahí está el ejemplo (a seguir y mejorar) de la América Bolivariana. Por otro lado, el capitalismo desbocado, el neoliberalismo, obliga a sus enemigos a radicalizarse, cada vez más y cada vez más pronto. Es tan radical el capitalismo actual que la simple defensa de los derechos humanos se convierte en algo muy revolucionario, que simples políticas reformistas, socialdemócratas, suenan muy radicales (para las élites capitalistas y, lo más dramático, para muchos ciudadanos). Hay que ser valientes y determinantes para poner las primeras piedras de un sistema alternativo. Y ello implica, entre otras cosas, hablarle muy claro al pueblo: decirle que con este sistema poco más se puede hacer de lo que se ha hecho, lo cual sería una manera de combatir el argumento de los apologistas del capitalismo actual de que no hay alternativas, decirle que es verdad que no las hay dentro del sistema, por lo que hay que cambiar de sistema, que es necesario empezar a superarlo, y decirle también con absoluta contundencia al pueblo que éste debe participar activamente en dicha titánica tarea. El pueblo debe asumir también su parte de responsabilidad. Con los sacrificios y los riesgos que ello conlleva. Más aún de los que ya ha padecido. No olvidemos que el pueblo griego le dio por fin la oportunidad a otra fuerza alternativa de gobernar cuando la situación ya era desesperante. Syriza ha recibido la peor herencia posible. El pueblo tiene una gran parte de culpa también en la situación que padece, aunque solo sea por reaccionar tan tarde. Debe elegir: o se acomoda a una vida cada vez más miserable, en la que los derechos humanos sean un simple recuerdo de lo que fue o podía haber sido, o lucha y se esfuerza. En esto sí que no hay muchas alternativas: someterse a un sistema que nos condena cada vez más a la esclavitud, a una progresiva pauperización de grandes capas sociales, o luchar contra él, poniendo cada uno su grano de arena. Un gobierno revolucionario deberá ser sincero también con su pueblo y decirle aquello que no desea oír: que el destino del pueblo está sobre todo en manos del pueblo, que no puede esperar a ningún salvador que le salve. La salvación será colectiva o no será. Dicho gobierno deberá incluso incitar al pueblo a darle la espalda si no actúa de acuerdo con el mandato popular, a permanecer en alerta y muy activo.
Este último fracaso griego puede convertirse en una gran lección. Si no es posible reformar el sistema, entonces habrá que intentar cambiarlo. Para lo cual habrá que dar el máximo protagonismo posible al pueblo (el cual deberá ir aumentando notablemente con el tiempo), informándole adecuadamente, permitiendo que todas las ideas tengan las mismas opciones de ser conocidas (por lo menos en las televisiones públicas), pero también, y no menos importante, gestionando adecuadamente y fielmente las decisiones populares. Grecia nos muestra el camino: tanto por los aciertos de Syriza como por sus errores. Si presuponemos que no ha habido intención premeditada de traicionar al electorado, dicha formación ha cometido, a mi modo de ver, dos principales errores: no ser más valiente en sus planteamientos y no gestionar correctamente el mandato popular. La única opción que tiene de sobrevivir, de no suicidarse prematuramente, es radicalizando su discurso y su programa, es apostando por la democracia más radical posible. Syriza debe convencer a la ciudadanía griega en la próxima campaña electoral que se avecina de que es imprescindible abandonar el euro para recuperar la soberanía nacional. Austeridad dentro del euro o políticas alternativas fuera de él. Dictadura o Democracia. Éste es el dilema al que la Troika ha abocado al país heleno (de paso mandando un mensaje al resto de Europa, muy especialmente al Sur). ¿De qué sirve la soberanía popular de un país si sus políticas son dictadas desde el exterior, si no tiene soberanía nacional? Esta batalla ganada por la mafia internacional, bien gestionada y explicada por los perdedores puede volverse en contra de ella. El gobierno de Tsipras lo tiene difícil porque yo creo que una gran parte del pueblo griego (y europeo) tiene la sensación de haber sido traicionada. Pero de la necesidad puede hacerse virtud. Syriza debe reconocer sus errores, sus carencias, al mismo tiempo que recordar sus aciertos (que también los ha habido, ver Lecciones de Grecia), y debe explicar pormenorizadamente el porqué del mal acuerdo al que ha llegado, cómo ha negociado Syriza y cómo lo ha hecho la Troika. Con la máxima transparencia. Esperemos que haya motivos suficientes para explicar esta aparente traición al pueblo griego. Lo que está claro es que la situación en Grecia se desestabiliza. Puede ocurrir de todo. Incluido un estallido social.
Las lecciones griegas son aplicables, salvaguardando distancias, al resto del mundo. Si las tenemos en cuenta, las batallas perdidas acabarán siendo una victoria total de la guerra. Todo dependerá sobre todo de nosotros, los ciudadanos corrientes. La Revolución es un complejo proceso de aprendizaje en el que participan hombres y mujeres de distintos lugares y de distintas épocas. La humanidad sólo podrá salir de la pesadilla que representa el capitalismo con un trabajo en equipo de largo recorrido donde participe la mayor parte de ella.
Blog del autor: http://joselopezsanchez.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.