El discurso del presidente del Centro Militar del Uruguay, Manuel Fernández, se enmarca en los reclamos presupuestarios de las Fuerzas Armadas uruguayas, uno de los presupuestos más altos del mundo en términos porcentuales referidos a su población. Según Fernández, en la sociedad uruguaya de hoy «existen como nunca profundas diferencias filosóficas, ideológicas y políticas». Cuando […]
El discurso del presidente del Centro Militar del Uruguay, Manuel Fernández, se enmarca en los reclamos presupuestarios de las Fuerzas Armadas uruguayas, uno de los presupuestos más altos del mundo en términos porcentuales referidos a su población.
Según Fernández, en la sociedad uruguaya de hoy «existen como nunca profundas diferencias filosóficas, ideológicas y políticas». Cuando el general estaba en ejercicio del deber durante la dictadura militar, no había tantas diferencias. De hecho, los que pensaban y sentían diferente no podían hablar o desaparecían, razón por la cual se entendía que entonces no existían diferencias, ni profundas ni de ningún tipo.
Pero como una mentalidad maniquea solo puede ver las cosas de un lado o del otro de una línea arbitraria que alguien con voz firme y pulso tembloroso trazó en el suelo separando así el Bien del Mal, entonces esas diferencias que en cualquier sociedad humanizada significan diversidad, automáticamente se convierten en «la población dividida en dos bandos netamente diferenciados». Como en las prácticas militares donde siempre hay un enemigo imaginario «netamente diferenciado» del otro lado de la trinchera o de la muralla, se avanza con un tambor y al ritmo de un discurso repetido, un panfleto para niños de escuela (uno de aquellos que consumíamos a diario en mi escuela primaria, durante la dictadura) que se confunde con lectura filosófica cuando no sagrada.
Según el retirado, desde 2005 «el 50,1 por ciento de la población está de un lado y el 49,9 por ciento del otro». Lo que es otra forma de decir que su pensamiento «netamente definido» representa a la casi-mitad del país sin poder político. Lo cual no deja de ser un progreso si recordamos que en los años ’80 y ’90 los presidentes conservadores eran electos por menos de un tercio. Incluso eran electos con mucho menos votos que el perdedor. Por no hablar de los presidentes de la dictadura militar, que eran elegidos por un puñado de elegidos.
Refiriéndose al actual gobierno del ex tupamaro José Mujica, el retirado denunció que «a partir de marzo del 2005 las reglas de juego cambiaron al acceder legítimamente al gobierno una coalición de mayoría marxista-leninista».
¿Todavía algunos militares tienen problemas con la legitimidad? ¿Qué reglas cambiaron? ¿El anterior gobierno democrático no era legítimo o no es legítimo cambiar? ¿La legitimidad del actual presidente de Uruguay es tan incomoda como lo era la legitimidad del gobierno democrático de Salvador Allende?
Obviamente quien cambió fue el presidente Mujica. No el retirado Fernandez. Su gobierno es legítimo, entre otras cosas, porque renunció al «honor de las armas» al que son tan afectos algunos militares de la vieja guardia. Algunos de sus «enemigos» han experimentado eso como una bofetada de la historia y son psicológicamente incapaces de superarlo.
Obviamente, de marxista-leninista el presidente solo tiene los instrumentos de crítica y análisis ya que no la practica, que se basa en las reglas del mercado de una forma más liberal que en el mismo modelo militar de los ’70 y ’80. Lo de Mujica, en todo caso, es Revolución sin R, lo cual con suerte puede ser sinónimo de progresismo. De madurez para unos; de traición par otros. Para mí, el poder hace soberbios a unos y humildes a otros. Creo que éste último es el caso de un guerrillero que asumió sus errores y mal o bien trata de ser inclusivo sin creerse ingenuamente, como Lula en Brasil, el artífice del progreso de un país.
La mención al marxismo tiene el tono setentista del cliché multipropósito que servía para cualquier caza de brujas. Según el retirado, quienes hoy dirigen las fuerzas armadas son «civiles enemigos». Su estructura mental le impide ir más allá de las dimensiones de su formación. En una democracia, normalmente la mayoría de la población es civil y se suelen elegir civiles para dirigir una institución que está al servicio del país y no al revés. Aun si un país decidiera eliminar las Fuerzas Armadas, lo cual no es el caso de Uruguay, la población estaría en su derecho. La existencia de cualquier institución pública está condicionada a los intereses de un pueblo.
Ni Dios las creó ni las fuerzas armadas crearon al país.
El General Artigas era un militar de profesión (subversivo, está de más decir) pero no sus montoneros. Y todas o casi todas las ideas que fundaron nuestros países del Sur, «nuestras tradiciones» procedieron del extranjero, de la Europa humanista y de los Estados Unidos revolucionarios. No las recogimos de un pitanguero y lamentablemente nuestros fundadores fueron, en casos, muy heroicos pero no nos dejaron ideas muy originales.
Desde entonces, el país se ha mantenido por el esfuerzo diario de sus trabajadores y de sus innovadores. No vamos a excluir a las fuerzas armadas si realmente cumplen con una función. Pero el ejército, desde la vieja derecha, asume posiciones sectarias como algunos gremios, desde la vieja izquierda, que se creen la escancia de un pueblo, de un país sin los cuales no podría existir.
Tampoco la supuesta «disolución de las fuerzas armadas» es de «puro cuño leninista». Tendrá el general retirado que invertir mejor sus horas de largo ocio para repasar la historia militar, sobre todo la historia de los movimientos antimilitaristas. Podrá encontrar a Albert Einstein diciendo que el ejército es una de las peores enfermedades que creó la humanidad, pero nunca a un Stalin.
Según Fernández, las Fuerzas Armadas «son la última frontera de la nación. De los principios que sostienen la Patria». ¿Las Fuerzas Armadas contienen y definen una nación o es al revés? Podemos tener una nación sin país, pero ¿podemos tener un ejército nacional sin nación? «Los principios que sostienen la Patria», ¿incluían en los ’70 y ’80 el secuestro, la tortura, la desaparición, la propaganda y el terrorismo de Estado? ¿Incluía todo eso «nuestras tradiciones» y «el mandato histórico», con todo el énfasis que usted le pone?
¿De qué «patria» estamos hablando? ¿Por qué esa repetida falacia de los ejércitos como reserva mortal, sostén de la nación y una plétora de otros ideoléxicos arraigados por repetición?
¿No tiene el sindicato de panaderos el mismo derecho? «Panaderos y lecheros, la ultima frontera de la nación. Panaderos y lecheros, vanguardia de la patria«. ¿Por que no? Al menos gracias a ellos comemos todos los días. ¿Y los médicos, los limpiadores de calles, los choferes de autobuses, los científicos, las amas y amos de casa?
En la Edad Media los nobles inventaban guerras para mantener su honor (de ahí la palabra «nobleza») y juntaban grupos de a miles de campesinos y trabajadores (de ahí «milicia») ya que el trabajo y la producción estaban en manos del vulgo (de ahí «vulgares») y deshonraba a quien necesitaba de él para sobrevivir. En tiempos de paz el vulgar trabajaba y el noble descansaba. En tiempos de guerra el noble se ennoblecía y el habitante de las villas se hacia villano, como los peones defendiendo a la aristocracia en el ajedrez, morían al frente, sin honor.
Desde entonces algunas cosas han cambiado. Otras no tanto. Un país pobre suele tener instituciones pobres. La educación, la salud y la defensa suelen ser pobres. Para salir de su pobreza económica y mental se acepta que un país pobre llegue a tener una educación y una salud rica. Sería una curiosidad sostener que un país pobre debería tener un ejército rico para salir de su pobreza. Sería necio, insensato. Pero en países necios, insensatos, esa es la regla.
Fuente: http://alainet.org/active/41259