Recientemente inició su gestión diplomática en el Perú el nuevo embajador de los Estados Unidos de Norteamérica, el señor Brian A. Nichols, que reemplaza en el cargo a la señora Rose M. Likins. Su presentación pública -luego de la formal entrega de credenciales en Palacio de Gobierno ante el jefe del Estado Peruano- fue hecha […]
Recientemente inició su gestión diplomática en el Perú el nuevo embajador de los Estados Unidos de Norteamérica, el señor Brian A. Nichols, que reemplaza en el cargo a la señora Rose M. Likins.
Su presentación pública -luego de la formal entrega de credenciales en Palacio de Gobierno ante el jefe del Estado Peruano- fue hecha a través de «El Komercio» -con la «K» de Keiko- que se ha convertido en los últimos años en el vocero más calificado del pensamiento yanqui en nuestro suelo. Solo algunos días después, visitó «La República».
Es relevante el que el nuevo representante de la Casa Blanca considerara como su primera prioridad, visitar las instalaciones de ese diario, donde fue recibido «por todo lo alto» por el Presidente del Directorio, José Antonio García Miró y los Directores Interinos, Juan Paredes Castro y Mario Cortijo, a más de otras destacadas personalidades de ese Grupo Editorial.
Como se sabe, el señor Nichols fue en el siglo pasado, Cónsul de la embajada USA en Lima a partir de 1989, es decir, al final del primer gobierno de Alan García, y disfrutó del escenario nacional hasta después del Golpe de Estado del 5 de abril de 1992 que -perpetrado por Alberto Fujimori en complicidad con la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos- impuso en el Perú el «modelo» Neo Liberal tan caro a las expectativas de la Casa Blanca y tan dolorosamente sufrido por la inmensa mayoría de los peruanos.
Cumplida su misión aquí, desplegó actividades similares en varios países, entre los que cabe destacar El Salvador, en ese entonces escenario de una cruenta guerra librada por el pueblo contra el régimen corrupto de dominación sometido a los designios del Imperio. Allí, con seguridad, asimiló lecciones que, de alguna manera, sintetiza en las reflexiones que nos entrega desde las páginas del Decano de la Prensa Nacional y que ponen como punto de partida los «recursos de la Inteligencia».
«Traemos -nos dice- herramientas de inteligencia policial», como si ese fuera el principal de sus aportes en nuestro tiempo. Y aunque muestra empeño en asegurar una adecuada política Antidrogas, no soslaya que pondrá interés en los temas de la «seguridad ciudadana», que forman parte más bien de otro escenario: el combate a la delincuencia común.
No hay que perder de vista que el nuevo diplomático es un típico exponente de la «gestión Obama». Y que buscará afirmar el derrotero de la política del Imperio hacia nuestro país, en el marco de la situación latinoamericana.
Tan sólo en lo que va del 2014, Estados Unidos ha sufrido cinco contrastes en la región situada entre el río Bravo y la Patagonia. La elección en El Salvador, concluida con la elección de Comandante Sánchez Cerén del Farabundo Martí para la Liberación Nacional, refleja la afirmación de un cambio en la política centroamericana, iniciado ya con la recuperación del régimen Sandinista en Managua. A esta elección hay que añadir el relevo de Laura Chinchilla y la victoria de Luis Guillermo Solís en Costa Rica y la derrota de Martinelli -sirviente de los yanquis- en Panamá, donde ganó Juan Carlos Varela.
Aunque los gobiernos de estos dos últimos países no pueden ser considerados propiamente «de izquierda», es claro que su elección constituyó un duro revés para la Casa Blanca, que respaldo abiertamente a candidatos que perdieron precisamente por su obsecuente adhesión al Imperio.
A esto hay que sumar el ascenso de Michelle Bachelet, en Chile, que implica un nuevo esfuerzo mapochino por diseñar un rumbo distinto a las administraciones precedentes, en particular la desplegada por Sebastián Piñera, sensiblemente sometimiento a Washington.
De todos los contrastes registrados por la Casa Blanca, el más sonado y trascendente, ha sido, sin embargo, el ocurrido en Colombia, que derivó en la derrota del candidato de Uribe y en la ratificación del Presidente Santos en la Casa de Nariño, en Bogotá.
No porque Santos represente una corriente progresista en la patria de Gaitán; sin porque simbolizó dos claves en la política colombiana: el requerimiento ciudadano de poner fin a la guerra que sufre ese país desde hace más de 50 años, y el rechazo a la política terrorista que generó la administración Uribe, señalado unánimemente como el responsable de la guerra sucia en el Cauca.
Bajo la gestión de Uribe, en efecto, se ejecutaron bombardeos a las zonas consideradas «infectadas» por las FARC, se atacó a patrullas en la frontera con Ecuador, causando la muerte de personas y violando incluso la soberanía de ese país; se consagró el uso de «falsos positivos», calificados tales como supuestos «guerrilleros abatidos» cuando eran simplemente campesinos pobres brutalmente asesinados por el régimen; y se consagró la desaparición de personas y el crimen contra dirigentes sindicales y trabajadores.
Pero Uribe, además de reconocido gestor y autor de políticas genocidas, asumió la tarea de impulsar su «modelo» a otros países. Y escogió el nuestro como una manera de representar un «exitoso mensaje de pacificación» que se sintetizaba en la conocida frase de la paz de cementerios que buscaba construir desde Bogotá. García, fue un amigo entusiasta de Alvaro Uribe, en tanto que Keiko Fujimori, en la campaña electoral del 2011, tuvo la desfachatez de anunciar la aplicación del «modelo uribista» como «estrategia de pacificación» en el caso de ganar los comicios de ese año, lo que, felizmente, nunca ocurrió.
Para la hija del «chinito de la yuca», era «ideal» una política que bombardeara las aldeas, desapareciera campesinos, asesinara dirigentes sindicales; y sirviera, rodilla en tierra, los intereses del Imperio. Después de todo, ése era el contenido fundamental, la esencia de su mensaje: Israel en Gaza.
Pero Uribe buscaba más: llevar como furgón de cola a la mayor cantidad de países de América tras el «dictak» imperial y, para eso, se valió de la llamada «Alianza del Pacífico», un acuerdo con el cual gobiernos muy afines: García, Piñera, Uribe y el mandatario mejicano de turno; buscaban contrarrestar la influencia creciente de UNASUR y a CELAC, expresiones verdaderas de la unidad continental. Y Cuba en la mira, siempre.
Ahora, derrotada la alternativa Uribe en Colombia, Washington busca otra ruta. Y todo indica que ha resuelto afincar sus expectativas en el presidente peruano, Ollanta Humala, promoviéndolo como un supuesto «cautelador» de los intereses del Imperio en la región.
Los retrocesos recientes, advertidos en la política exterior peruana y la constante presencia del Jefe del Comando Sur de los Estados Unidos en nuestra patria, son factores claves para entender ese proceso.
Más allá del hecho que Humala «no calza» propiamente en los zapatos de Uribe ni se comprometió nunca a jugar ese papel; lo real es que la Casa Blanca busca alentarlo a actuar en esa dirección. Y, lo más probable, es que haya encomendado la tarea a su nuevo embajador en Lima, Brian A, Nicholson. En todo caso, debemos considerarnos advertidos.
Un hecho pequeño podría servir como derrotero para conocer las líneas de acción del flamante diplomático yanqui. En el evento desarrollado el pasado 5 de julio, ante a residencia del embajador de los Estados Unidos, el dueño de casa comisionó a «agentes de seguridad» identificados como tañes, para que exigieran su «identificación» a los concurrentes por razones de «información, seguridad e inteligencia» apremiantes en su servicio.
El Parque Washington, es territorio peruano y no pertenece a la embajada de los Estados Unidos, como tampoco pertenecen a ella las avenidas que la circundan. Los peruanos tenemos el derecho inalienable a transitar libremente por allí, y a decir nuestro voz sin rendir cuenta a nadie. Las «herramientas de inteligencia policial» a las que aludiera el señor Nicholson, nada tienen que ver con la capacidad de nuestro pueblo a expresar sus opiniones.
En uso legítimo de soberanía y en defensa de nuestra independencia, debemos repudiar esa injerencia yanqui que viene en sobre diplomático pero que encierra una amenaza concreta.
Gustavo Espinoza M. Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
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