«Si el Che nos escogió para continuar su revolución, será por algo», me dice un boliviano repleto de orgullo, en La Paz. Los carros son muchos, demasiados. En particular los del servicio público. No se entiende cómo no chocan con más regularidad. Los peatones debemos calcular cómo pasar de un andén al otro sin ser […]
«Si el Che nos escogió para continuar su revolución, será por algo», me dice un boliviano repleto de orgullo, en La Paz.
Los carros son muchos, demasiados. En particular los del servicio público. No se entiende cómo no chocan con más regularidad. Los peatones debemos calcular cómo pasar de un andén al otro sin ser atropellados. Pero a nadie parece molestar. Solo a los que no somos de aquí. Alguien dijo alguna vez que era la «Shangai latinoamericana».
Me paro a detallar. Miro y miro por varios minutos y compruebo que ya los indígenas, gran mayoría en este país, no se bajan del andén para darle el paso a un mestizo o blanco.
Recuerdo hace dos años cuando vi en el Parlamento a las indígenas con sus polleras y sombreros. A los obreros con sus humildes, aunque muy limpias, ropas. Me impactó. Es que la cultura occidental, la «civilizada», nos enseñó y nos acostumbró a que a ese recinto solo se va en saco y corbata. Con faldas bien cortadas y tacones.
Existe menos pobreza. Lo que quiere decir que ya muy pocos niños y ancianos piden limosna. Hace pocos años no se tenía tranquilidad para almorzar en un restaurante: ellos pasaban regularmente a pedir un trozo o dinero. Uno se sentía culpable de tener con qué comer. Lo normal era que el propietario del lugar los sacara a palos. Nunca vi otras caritas que no fueran de indígenas. Ellos, los dueños originarios de estas tierras, habían sido como la basura que estorba, y solo eran brazos para trabajar, desde que llegaron los españoles en el siglo XVI. Eso ha ido cambiando a pasos agigantados desde que Evo, el indígena, llegó al gobierno en enero 2006.
En el ambiente de la capital y de otras ciudades se siente optimismo. Claro, faltan hospitales. Y en los que se están construyendo, para atender a la mayoría faltarán médicos: Sigue siendo elitista la formación médica, como en casi todas partes del mundo. Desde las primeras luces de este gobierno, empezaron a llegar miles de médicos cubanos. Se instalaron para sanar en lugares remotos, donde apenas llegaba el sol y el aire. Miles y miles de bolivianos han descubierto que existe una isla llamada Cuba, y que esas mujeres y hombres en bata blanca los tratan como humanos.
Muchos, bastantes, ni hablar castellano saben, porque es en aimara, quechua o guaraní que se comunican. Lenguas milenarias, reconocidas hace pocos años.
En La Paz este gobierno, el del «hermano presidente», construyó un teleférico, el «amarillo», que es el más largo del mundo. Esta semana se inaugura el «verde», que creo es más largo que el otro. Para los que viven allá arriba, en el municipio de El Alto, es una economía de una hora para llegar abajo, a La Paz. Solo cuesta tres bolivianos todo el trayecto, de casi 20 minutos. Es súper moderno. Al verlo, cabina tras cabina, parece una invasión de ovnis. Los paceños, los de La Paz, se sienten orgullosos.
Y ganó Evo otras elecciones. Todos lo esperaban. Fue la gran fiesta nacional. Lo más impresionante fue que arrasó en Santa Cruz, el reducto de la oposición, donde se han fraguado hasta actos terroristas, atentados contra la vida de Evo y proyectos separatistas. Allá la mayoría son blanquitos. Viendo en la tv los resultados en esa ciudad, recordé a la reina de belleza de hace tres años, más o menos. La santacruceña se atrevió a decir, en el concurso de Miss Universo, que en Bolivia no había indígenas. En esa ciudad y en Sucre, la capital original del país, la publicidad es realizada con modelos nacionales, de corte europeo.
En Santa Cruz, muchos industriales comprendieron que reinvirtiendo en la nación podrían también ganar. Con Evo se está formando una burguesía nacional, que reivindica la soberanía. Aliada del proceso de cambio. Ya sus obreros y trabajadoras no son semi-esclavos y pagan lo justo.
La prensa, la que más vende aún, la de las elites, la que sigue adorando y esperando que vuelva Estados Unidos a gobernar con ellos, tiene el mismo discurso que la de Ecuador y Venezuela. Pienso que sus millonarios propietarios ahorrarían dinero si unos pocos de sus periodistas se coordinaran para hacer los artículos, de política nacional e internacional. Sólo habría que cambiar algunos nombres y datos para ponerlos en el contexto de cada uno de esos países. Es que los textos son uniformados. El discurso es el mismo. De todas maneras los admiro por todos los malabarismos que hacen para darle otra explicación a la realidad.
Estuve revisando lo que proponía la tal oposición. Razón tuvieron los bolivianos en darle semejante paliza en votos. Bueno, es que no proponían. La base de su discurso era criticar e inventar contra Evo y Álvaro García Linera, el culto vicepresidente blanco de corazón mestizo y guerrero. Hablaban de «cambio», de «democratizar», de «servir a las mayorías». Y uno no sabe si reír o quedarse dubitativo: pero, si fueron los mismos, o sus compadres, o abuelos o bisabuelos los que manejaron al país por décadas, casi siglos, como su hacienda. Tuvieron al país postrado ante el capital extranjero y las decisiones de la embajada estadounidense. Bolivia era, antes de Evo, el segundo país más pobre del continente, después de Haití. Mientras las inmensas riquezas que tiene su suelo se iban para Estados Unidos y Europa.
Recuerdo cuando Evo entró a la casa presidencial, al Palacio Quemado, ubicado en la pequeña Plaza Murillo. Supongo que los funcionarios que ahí servían, estaban preocupados de que ese indio ensuciara los pisos encerados. Evo quería saber para qué servía cada oficina. Después de ver la suya, preguntó por la que quedaba justo al lado. No se la querían abrir. Que debían pedir autorización a una persona que no era boliviana. O también se debería llamar a una oficina fuera de ahí. Ante la insistencia del nuevo presidente debieron abrirla. Mejor, forzar la puerta, porque llave ningún boliviano tenía. Ni el servicio de seguridad. Es que era la oficina de la embajada de Estados Unidos, más en particular, la del responsable de la CIA. Evo, atrevido, ordenó que llamaran al responsable de la delegación diplomática para que desalojaran la oficina y el palacio. Fue su primer acto de soberanía.
Dos naciones golpearon el orgullo europeo y lo tuvieron que pagar: Haití y Bolivia. Los esclavos negros africanos se rebelaron al finalizar el siglo XVIII. Humillaron al poderoso ejército francés de Napoleón, declararon la independencia de Haití, el primer día de 1804, y declararon el fin de la esclavitud, tres años antes que Inglaterra.
En Bolivia nacieron las más grandes revueltas indígenas contra el dominio español. Y desde el siglo XVII. Tupac Katari y su esposa Bartolina Sisa se levantaron en armas, a fines del siglo siguiente. Los siguieron miles de indígenas. Sitiaron La Paz. Querían acabar con la esclavitud a que estaban sometidos sus hermanos de sangre. Claro, no se llamaba esclavitud porque los reyes españoles y el Vaticano habían decidido, desde el siglo XVI, que los indígenas tenían alma, eran humanos. Lo que no tenían lo negros africanos. Pero como había necesidad de brazos en las minas y campos, se le puso otros nombres a la esclavitud. Luego de muchas batallas, fueron atrapados. Los descuartizaron y exhibieron sus partes por muchas regiones, para que los demás supieran lo que les iba a suceder si seguían de insurgentes. Pero las cenizas quedaron ardiendo, y poco después estallaron las batallas, en todo el continente contra el dominio español. Y europeo, en general.
Desde entonces, las potencias europeas decidieron que los pueblos de esas dos naciones debían pagar su osadía. Su anhelo de libertad. Las condenaron a la miseria.
Bolivia, con sus minas de oro y plata hizo radiantes a las naciones europeas. Robaron tanta plata, a costa de millones de vidas, que se dice que con tal cantidad se hubiera podido construir un puente hasta Sevilla, ciudad a donde llegaban los tesoros robados.
Ana Rosa, que vive en El Alto y guarda una biblioteca de información histórica en su cabeza, me sorprende cuando me cuenta que el militar Cornelio Saavedra tuvo una decidida participación en la Revolución de Mayo, que fue el primer paso para la independencia argentina. Se convirtió en una prominente figura de la política, al punto de llegar a ser el presidente de la Primera Junta de gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Saavedra era un boliviano, nacido en Oyuno, en la actual provincia de Potosí. Un gran detalle que se lo tiene un poco guardado los argentinos.
Hoy, con Evo y Álvaro, Bolivia ha vuelto a ser soberana. La mayoría de su población, la indígena, siente que renace el imperio Inca.
Hernando Calvo Ospina es periodista y escritor colombiano, residente en Francia y colaborador de Le Monde Diplomatique. Su último libro, traducido a seis idiomas, es «Calla y Respira», publicado en español por El Viejo Topo. Su página web: http://hcalvospina.free.fr/
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