La crisis política vivida en el año 2015 fue resuelta por los factores de poder (embajada de Estados Unidos y cúpula empresarial -Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras, CACIF-) con unas elecciones condicionadas y la aparición de un candidato presidencial «salvador». La agenda en juego en aquel entonces (fundamentalmente la que le […]
La crisis política vivida en el año 2015 fue resuelta por los factores de poder (embajada de Estados Unidos y cúpula empresarial -Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras, CACIF-) con unas elecciones condicionadas y la aparición de un candidato presidencial «salvador». La agenda en juego en aquel entonces (fundamentalmente la que le interesaba al plan geoestratégico de Washington) era «limpiar» la cara de la política llevando a la cárcel impresentables personajes mafiosos (la Línea 1), y evitar a toda costa la llegada al poder de un candidato (Manuel Baldizón) que mostraba vínculos con Rusia y China (enemigos a muerte de la presencia estadounidense en su «patio trasero»).
Ese candidato «salvador» era un personaje no ligado históricamente a la clase política «profesional», supuestamente entonces «limpio» del pecado de la corrupción: el comediante Jimmy Morales.
El montaje funcionó bien, y la población, mayoritariamente, creyó de buena fe el mensaje: alguien que no venía de las mafias políticas tradicionales no sería un corrupto («Ni corrupto ni ladrón» fue su lema de campaña). La esperanza volvía a abrirse; el resultado de las urnas lo dejó ver. Para sorpresa de muchos, el comediante se convertía en presidente.
Podría decirse que en los primeros tiempos de su administración, Jimmy Morales, como actor profesional que es, desempeñó el papel para el que fue electo: presidente probo, no corrupto, transparente. Aunque, en verdad, desde el inicio abrió dudas (la conformación de su gabinete mostró irregularidades). De todos modos, como buen actor, pudo mantener bastante «decorosamente» su papel por un tiempo.
Un dato de capital importancia, pero que quiso hacerse pasar desapercibido, fue la gente con la que se rodeaba el candidato, y luego presidente. Su punto de referencia es un partido político (Frente de Convergencia Nacional -FCN/Nación-) ligado a lo más conservador del pensamiento de derecha guatemalteca, viejos mandos militares del ejército que participaron directamente en la guerra interna, con nexos con los negocios dudosos de los que la «lucha contra la corrupción» pretende limpiar el terreno. Recientemente han salido a luz las fuentes financieras que utilizó la agrupación para la campaña, y aparecen allí dineros no muy santos (provenientes de la narcoactividad).
La Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala -CICIG- y el Ministerio Público han llevado a cabo profundas investigaciones que comprometen al referido partido y al actual presidente, encontrando esos nexos «peligrosos». De ahí viene la reacción del Ejecutivo: la declaración de non grato para el comisionado Iván Velásquez. Lo que continuó luego de esa movida es una profunda crisis política, aún no resuelta. Y evidentemente, el presidente Morales no ha actuado como supuesto representante de todos los guatemaltecos, sino que ha cuidado puros intereses sectoriales; en realidad, los propios y los de su grupo cercano. En otros términos, mostró su verdadero rostro.
Todo ello permite ver quién es en verdad el actual presidente, pudiéndose sacar así algunas conclusiones generales:
1. Observando el accionar de Jimmy Morales como comediante (recuérdense sus programas televisivos y sus películas) puede observarse lo que luego repetirá como político «profesional»: su pensamiento es claramente de derecha, racista y machista, profundamente conservador y moralista.
2. Su vinculación con oficiales del ejército formados en el más profundo pensamiento anticomunista de la Guerra Fría deja ver que él también piensa así: la contrainsurgencia sigue estando presente. De ahí sus reacciones viscerales cuando es señalado por el Ministerio Público y la CICIG: no actuó como estadista objetivo sino como representante de una determinada facción.
3. Está a la defensiva. Como representante del Poder Ejecutivo está algo desesperado, con cinco ministros y ocho viceministros que se le van del gabinete en un mes (renuncias y un despido). Su lenguaje se ha endurecido, no pudiendo escuchar el clamor de una población que pide su renuncia, así como la de los diputados corruptos que le hacen de caja de resonancia.
4. Una vez más la población de a pie fue engañada. La salida de la crisis del 2015 fue un muy bien pensado golpe de efecto donde el descontento popular fue burlado con un show mediático que tuvo al actor Morales como protagonista.
5. Los problemas estructurales del país no dependen del presidente de turno. Más allá de la declarada corrupción como el mal que afecta a Guatemala (su superación sería la puerta de entrada en un «mejor país», es el discurso dominante), la realidad evidencia que no importa el actor que se siente en la silla presidencial: los problemas son históricos y de raíz, y no los arregla «una» persona.
6. El descontento que se vive puede abrir puertas reales para un cambio estructural, pero de momento no hay proyecto político de izquierda real que pueda viabilizar ese malestar popular.
7. Los reales factores de poder del país (embajada y alto empresariado) probablemente le bajen el dedo al presidente, aunque eso no está muy claro: la clase dirigente no desea que la población «se tome en serio» esto de andar destituyendo presidentes con su movilización.
8. El juego de poderes entre cúpulas (las que representa la oligarquía tradicional contra las nuevas mafias representadas por el presidente) está abierto.
* Material aparecido originalmente en Plaza Pública el 2/10/17.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.