En el Perú, los paros generales decretados por los trabajadores, no han sido muchos. Han coincidido, sin embargo, con determinadas etapas de la crisis social, cuando los sindicatos adquirieron conciencia de sus problemas esenciales y recurrieron a medidas extremas en defensa de sus intereses reivindicativos e inmediatos. El primer paro nacional que recuerda la historia, […]
En el Perú, los paros generales decretados por los trabajadores, no han sido muchos. Han coincidido, sin embargo, con determinadas etapas de la crisis social, cuando los sindicatos adquirieron conciencia de sus problemas esenciales y recurrieron a medidas extremas en defensa de sus intereses reivindicativos e inmediatos.
El primer paro nacional que recuerda la historia, ocurrió en enero del 1919 cuando la batalla principal se planteó en demanda de la institucionalización de la Jornada de 8 horas. Como se recuerda, ella había sido aceptada ya en 1913 por el gobierno del Presidente Billingurts, pero solamente en beneficio de los trabajadores del puerto. Así se dispuso en atención a la huelga del muelle dársena del Callao, donde fue izada esa bandera.
Los obreros que se movilizaron el 19, no lo hicieron por una «bandera nueva», sino apenas para lograr la extensión de un beneficio que ya había sido admitido, y que tenía, como antecedente de sangre el sacrificio de los mártires de Chicago, en 1886 e incluso la caída de Florencio Aliaga, en 1904.
Bajo el imperio de sucesivas dictaduras durante varios años, los sindicatos tuvieron una vida por cierto pacífica. La clase dominante pudo imponer una cierta «paz social», parecida a la paz de cementerios. Una chispa de protesta, sin embargo, ocurrió en 1935, cuando se impuso la idea de retomar viejas banderas y convertir el 1 de Mayo en un día de lucha, y no de romerías.
En ese entonces, el paro nacional decretado por los trabajadores como una manera de rendir homenaje a los mártires del sindicalismo. La acción fue violentamente reprimida por las autoridades, y los dirigentes de la lucha -liderados por Isidoro Gamarra- terminaron confinados en la Intendencia de Lima, situada en ese entonces en la calle Pescadería.
La ausencia de una estructura sindical de carácter nacional -la CGTP había sido ilegalizada en noviembre de 1930- impidió concretar iniciativas unitarias, y las pocas acciones reivindicativas fueron sutilmente acalladas. Esta situación se prolongó, incluso, hasta el régimen de «La Convivencia», en el que una suerte de alianza de banqueros, exportadores y apristas sumó fuerzas para forjar un poder a la sombra del imperio.
Como esto no fue posible pacíficamente, se sucedieron las luchas que se añadieron a la protesta obrera en los complejos azucareros apagada por sucesivas matanzas. Una de las más crueles fue la de Rancas y Paramonga, que dejara una dolorosa secuela de muerte. Antes, habían acontecido episodios similares en Cayaltí. Laredo, Casagrande. Pátapo, Pucalá y otros centros agroindustriales de la costa, de propiedad de los Gildemeister, Aspíllaga, De la Piedra, Graña. Beltrán y otros, ensoberbecidos varones del algodón y del azúcar.
La sangre derramada en ese periodo fue tanta que incluso la dirigencia aprista de la CTP, empeñada hasta el fin en «no hacer olas» que afectaran al régimen de Prado, se vio forzada a decretar un paro nacional el 13 de mayo de 1960, el mismo que tuvo lugar en el marco de la Gran Huelga Estudiantil, decretada por la FEP en demanda de respeto a la categoría universitaria de La Cantuta y el Cogobierno en la Facultad de Medicina de San Fernando.
En septiembre de 1967 hubo otro paro, esta vez dispuesto por el Comité de Unidad y Defensa Sindical -el CDUS- que daría lugar a la reconstitución de la CGTP en junio de 1968. Este paro alzó la protesta de los trabajadores contra el Gobierno de Fernando Belaunde quien primero declarara «traidores a la patria» a quienes demandaban la devaluación monetaria respecto al dólar y luego subiera el precio de la moneda extranjera de 19 a 45 soles.
Este paro fue apoyado por Mario Vargas Llosa, quien en un espacio electoral concedido al Frente Unidad de Izquierda que levantaba la candidatura de Carlos Malpica, secundó la protesta sindical. Yo hice lo propio en la misma circunstancia, lo que me valió una suspensión de 15 días en el ejercicio de mi función docente, dispuesta por el Ministerio de Educación. El paro, el 28 de septiembre fue un golpe de muerte a la dirección aprista de la CTP liderada por Julio Cruzado.
Lo demás, es más reciente. Un paro departamental en Lima y Callao decretado por la CGTP en diciembre del 75, en solidaridad con los trabajadores del calzado, dio ánimo de lucha para acciones mayores en 1977 y 1978, que terminaran volteando el escenario político. Luego de fracasado el paro de tres días de enero del 79, en los años 80 se sucedieron varias acciones similares más bien exitosas. Quizá si la más importante fuera la del 22 de marzo de 1984, cuando el atentado contra la vida del senador Jorge del Prado.
Ahora, este jueves 20 de junio, la CGTP ha dispuesto un nuevo paro nacional contra el modelo neoliberal y en demanda de cambio de la Constitución. Plantea además, otras exigencias legítimas. Debiera ser un paro cívico, nacional y popular y no sólo una acción sindical. Haría bien el Gobierno en atender sus demandas y entender la causa de los trabajadores.
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