Las recientes legislativas francesas del 7 de julio le dieron el triunfo a la izquierda en unidad, y frenaron las expectativas a la extrema derecha por constituirse, no solo en primera minoría parlamentaria, sino en colocarse en posibilidad de gobernar a Francia.
Es un fenómeno interesante porque trasciende lo nacional francés, incluso europeo e interviene en un debate global sobre qué rumbo para la sociedad en tiempos de crisis, económica, ambiental, con peligro de guerra nuclear.
Se trata de horizontes para la civilización contemporánea, que como hace un siglo remite a opciones autoritarias sustentadas en propuestas demagógicas, de liberalización económica, exaltación del racismo y la discriminación, las que desembocaron en la masacre de las guerras entre 1914 y 1945.
La alternativa, claro, apunta a un nuevo orden económico, social, cultural, sustentado en la cooperación, la solidaridad y emancipación social.
En aquellos debates de hace un siglo y con mucho dolor derivado de las guerras emergió un tiempo de coexistencia entre las naciones, la bipolaridad, no exenta de la continuidad de una violencia, característica esencial del orden capitalista, nacido con esclavización y racialización de la población africana o el genocidio indígena en territorio americano.
Los noventa del siglo pasado dieron por terminado ese tiempo bipolar y el reinicio de una ofensiva de violencia por difundir las relaciones de explotación capitalista en el ámbito mundial.
El fin de la contradicción entre socialismo y capitalismo no trajo la “paz”, sino la extensión de conflictos armados y nuevas formas de agresión criminal contra la sociedad y la naturaleza, sea la trata de personas, el negocio clandestino de las armas o las drogas, la especulación, la fuga de capitales o la evasión y elusión fiscal vía paraísos.
Aludimos al marco histórico concreto para explicar el avance del ideario de las ultras derechas, puesto de manifiesto con Trump desde 2016 en EEUU, o con Bolsonaro en Brasil, el acceso al gobierno italiano de Meloni, o de Javier Milei en la Argentina.
Un proceso matizado que en la región latinoamericana se evidencia en el gobierno de El Salvador o de Ecuador, de Paraguay o de Uruguay.
En todos los casos, son respuestas a la crisis y a las insatisfacciones sociales del orden existente que se manifiesta en creciente desigualdad de ingresos y patrimonios, inseguridad social derivada de flexibilizaciones salariales y laborales que impactan regresivamente en la calidad de vida de la mayoría de la población que vive de la venta de la fuerza de trabajo.
Francia no es ajena al fenómeno que describimos y por eso sorprendieron las movilizaciones de los “chalecos amarillos”, las protestas de las barriadas de Paris y otros territorios franceses ante la discriminación a inmigrantes y sus descendientes, y muy especialmente a las recientes movilizaciones en contra de la regresiva reforma previsional del gobierno de derecha de Macron.
El triunfo de la derecha en las legislativas europeas, motivo de la disolución de la Asamblea legislativa y convocatoria a elecciones en Francia, supuso una convulsión política que arrastró al 66% del electorado a las urnas para evitar el triunfo de la coalición liderada por la ultra derechista Marine Le Pen.
La hegemonía radicalizada de la unidad
Se frenaron las aspiraciones de la ultra derecha del Reagrupamiento Nacional (RN) y su programa xenófobo contra los inmigrantes, pero desde un reagrupamiento de socialistas, comunistas, verdes, trotskistas, liderados por la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon.
No se trata de una unidad corrida al “centro” para frenar a la derecha, si no que en base a las movilizaciones populares y al activismo militante en el movimiento social, sindical e intelectual, una fuerza de izquierda promovió una amplia unidad para derrotar las aspiraciones ultraderechistas.
El resultado electoral puede no alcanzar para formar gobierno en Francia, es lo que se discute en estas horas, pero genera condiciones políticas de una subjetividad que actúa en el debate europeo y global sobre el rumbo civilizatorio contemporáneo.
Resulta interesante el programa del Nuevo Frente Popular, que incluye recomposición del salario mínimo, gravar a las grandes fortunas, mejoras en el presupuesto de los servicios públicos, y muy especialmente anular la reforma jubilatoria de Macron.
Es un programa que fundamentará las luchas del próximo tiempo en Francia y en Europa, más allá de cualquier negociación de gobernabilidad que intente Macron para desarmar la unidad de las izquierdas galas.
Considerar lo ocurrido en Francia es importante, pero precisando la hegemonía radicalizada en la coalición, que supone matices a lo ocurrido en las elecciones inglesas, con hegemonía del “centro” y su voluntad pro OTAN.
Es un comentario para quienes privilegian cualquier unidad para derrotar al mal menor.
Francia marca el camino de las luchas y organización popular con rumbo anticapitalista y antimperialista, con capacidad de ampliar la unidad, no solo de acción, sino política para un proyecto alternativo.
Se frenó a la derecha, pero no desde cualquier lugar, lo que nos convoca a pensar en la necesaria acumulación de poder popular con una perspectiva más allá de derrotar a la ultraderecha, es decir, con un horizonte crítico y de superación del régimen del capital.
Julio C. Gambina. Doctor en Ciencias Sociales, UBA. Integrante de la Junta Directiva de la Sociedad Latinoamericana y caribeña de Economía Política y Pensamiento Crítico, SEPLA.
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