Se conmemoran 50 años del sangriento golpe de Estado de los militares chilenos, dirigido por Augusto Pinochet, propiciado y financiado por el gobierno de Estados Unidos, encabezado entonces por Richard Nixon y Henry Kissinger, contra el gobierno democrático y socialista del presidente Salvador Allende. Medio siglo desde aquellos hechos que parecen tan lejos, pero a la vez se sienten tan cercanos. La conmoción de aquel acontecimiento no solo afectó la vida del pueblo chileno, sino a la humanidad entera y Panamá no escapó a esa circunstancia.
No podían dejar de estremecer las conciencias los asesinatos de miles de personas, los fusilamientos, las torturas salvajes, los arrestos arbitrarios y tantas formas en que se pisotearon los derechos humanos, con el patrocinio del gobierno norteamericano. Ninguna persona decente podía dejar de llorar, interior o visiblemente, por ver ahogado en sangre el sueño de un mundo mejor, más justo, democrático e igualitario, buscado con métodos democráticos y pacíficos.
Panamá recibió estupefacta la noticia. La televisión reprodujo el último discurso de Salvador Allende y mostró el bombardeo sobre La Moneda. El diario, El Panamá América del 12 de septiembre tituló: “Entre 500 y 1,000 muertos”. Ese mismo día la juventud universitaria, docentes y dirigentes populares marcharon hasta la embajada de Chile a expresar su solidaridad, no menos de 400 personas. Según diversos testimonios, esas manifestaciones se repitieron durante varios días.
Los pronunciamientos de todo tipo organizaciones y personalidades se hicieron durante los días subsiguientes, empezando con la Federación de Estudiantes de Panamá (FEP), vanguardia de la lucha por la soberanía panameña en el canal. Hubo corales poéticas, en especial con versos de Pablo Neruda, cuando llegó la triste noticia de su deceso. Debates en las aulas universitarias y programas de televisión. El Grupo Experimental de Cine Universitario (GECU) realizó el primer video documental de solidaridad con Chile, con guion de Chu Chú Martínez, titulado “¡Viva Chile, mierda!”.
En ese tiempo Panamá tenía una estrecha relación académica con Chile. Mucho más que en la actualidad. Esa relación era por doble vía, la negativa y la positiva. La mala era la existencia en nuestro país de la llamada “Escuela de las Américas” del Comando Sur del ejército de Estados Unidos. Incluía cursos de tortura. De sus aulas egresaron los más sanguinarios dictadores de América Latina, entre ellos Augusto Pinochet y Manuel Contreras.
Por la positiva, cientos de panameños y panameñas estudiaban sus postgrados, sobre todo en ciencias sociales en diversos centros académicos chilenos: la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), la Universidad de Chile y la Universidad Católica, entre otras. Una destacada panameña, Carmen Miró, dirigía el Centro Latinoamericano de Demografía (CELADE), entidad de Naciones Unidas, y ayudaría a muchos a escapar de los militares.
Esas decenas o centenas de estudiantes istmeños en Chile, que luego serían destacadas personas del ámbito profesional y académico, vivieron directamente el golpe de 1973 en toda su crudeza y vieron interrumpidos sus estudios. Incluso, al menos dos de ellos, una futura socióloga y un sacerdote, fueron internados en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, donde no solo fueron testigos, sino que sufrieron en carne propia las torturas. Los padres y familiares de los cientos de estudiantes panameños en Chile tuvieron que pedir a su gobierno que intercediera, lográndose traer un primer vuelo humanitario de cerca de 100 personas de nacionalidad panameña, el 23 de septiembre.
Pero en Chile también vivía una colonia de exiliados panameños que habían sido expulsados del país por el gobierno encabezado por Omar Torrijos, algunos de ellos, pertenecientes a partidos de la oposición burguesa, como el “Panameñista”, la Democracia Cristiana, pero la mayoría de ellos militantes de izquierda, de Vanguardia de Acción Nacional (VAN) y del Partido del Pueblo (comunista).
En este grupo se encontraban los sobrevivientes de la familia González Santizo, cuyo padre y hermanos habían sido asesinados por el régimen militar panameño entre 1968 y 1969. Estos exiliados no contaron con la protección del gobierno panameño, por el contrario, se negaron a traerlos. De esa manera, Encarnación y Almesías González Santizo fueron a parar a la cárcel en Concepción. Sólo pudieron salir de Chile tiempo después, con rumbo a Suecia, gracias a la gestión de Carmen Miró.
La actitud del gobierno panameño ante el golpe de Pinochet tuvo dos caras: la solidaria expresada por Omar Torrijos, revestido en 1973, de su carisma populista; y la represiva, que representó Manuel A. Noriega, por entonces jefe de inteligencia (G-2) de la Guardia Nacional panameña.
El gobierno panameño no emitió una nota formal sobre el golpe en Chile, aunque sí protestó por el ataque que sufrió la embajada de Cuba en Santiago y la retención de un buque de ese país por parte de Estados Unidos. Omar Torrijos, que se encontraba en una gira europea promoviendo la exigencia panameña de un nuevo tratado del canal, expresó desde España, el 13 de septiembre: “La trágica muerte del presidente Salvador Allende me ha conmovido profundamente”.
Pero Manuel Noriega siempre actuó de forma represiva. Envió a los oficiales Domitilo Córdoba y Nivaldo Madriñán a controlar a los panameños que regresaron en el vuelo especial de Air Panamá. Los mismos impidieron que se recogiera a los exiliados de izquierda. Luego desviaron el avión para que no bajara en Tocumen, donde esperaba la prensa, y lo llevaron a la base militar de Río Hato. Al menos una de las personas que volvieron en ese vuelo recuerda que Noriega los recibe en persona y les amenaza para que no testimonien lo que vivieron en Chile.
Torrijos logró que los militares chilenos autorizaran otro vuelo, el 7 de octubre, con más de cien personas que se habían apiñado solicitando asilo en la pequeña embajada panameña en Santiago. Ese vuelo llegó a Río Hato con 128 personas, entre ellas 35 niños, y fue recibido personalmente por el general Omar Torrijos. Ricardo Rangel y la periodista Itzel Velásquez, fueron encargados de atender, proveer recursos y buscar alojamiento en la península de Azuero a estas personas. Rangel tiene en su poder un registro detallado de sus nombres. Pero llama la atención que, salvo excepciones, no se les permitió instalarse en la ciudad de Panamá.
Estos vuelos humanitarios se repitieron y, todavía en 1975, Torrijos logró sacar más de 100 exiliados chilenos, algunos de los cuales venían directo de los campos de concentración, como testimonia Pedro Baeza, uno de ellos. Algunos se quedaron en Panamá, pero la mayoría emigró a otros países.
Lo dicho hasta aquí, es un fragmento de un ensayo testimonial, que es parte de una obra colectiva próxima a publicarse por la editorial Verso, titulada “Chile 1973 – 2023: Contrarrevolución y Resistencia”.
Esta obra está presentada en dos tomos que recogen las muchas aristas del acontecimiento, entre ellas cómo el golpe de 1973 impactó a otros países del mundo, y cómo sus vanguardias se vieron comprometidas con la solidaridad hacia el pueblo chileno. Este libro, que debe estar impreso en las próximas semanas, ha sido coordinado, por Viviana Canibilo Ramírez, Roxana Valdebenito Montenegro, Xabier Arrizabalo Montero y Robert Austin Henry, y ha contado con la colaboración de más de 200 personas, entre redactores y correctores.
Por la parte panameña, la reconstrucción de estos hechos se logró gracias a la colaboración testimonial de las siguientes personas: Enoch Adames M., Pedro Baeza, Diana Candanedo, José Cambra, Enilsa de Cedeño, Carlos Gasnell, Delia Sánchez Ponce, Ricardo Rangel, Eduardo Valdebenito y Manuel Zárate.
Usted puede leer los testimonios completos y un pequeño archivo fotográfico en: https://centroinvestigacionhumanidades.up.ac.pa/node/129
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