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El socialismo en América Latina

Fuentes: Rebelión

Las primeras ideas socialistas llegaron a Latinoamérica a mediados del siglo XIX a Argentina, Brasil, Cuba, México y Uruguay, donde la fuerte inmigración europea y particularmente de españoles e italianos sirvió de instrumento para difundir obras, conceptos y tesis anarquistas, mutualistas, sindicalistas y de los socialistas utópicos Fourier, Owen y Saint-Simon. En Paraguay, el gobierno de Gaspar Rodríguez de Francia (1814-1840) es el único en la historia de la región que adoptó una política de estatismo y aislacionismo casi totales del país, con el fin de defender su independencia. A través del Estado controló el mercado externo, fomentó la agricultura y ganadería internas, nacionalizó tierras de la iglesia y de los españoles, limitó la introducción de libros y periódicos externos, controló la movilización de personas, promovió la educación y la salud públicas, y todo bajo su autoritarismo personal, que inspiró la obra “Yo el Supremo” (1974) de Augusto Roa Bastos. Pero el dictador Francia nunca tuvo ideas “socialistas”, y sus políticas en nada tienen que ver con ellas. Tampoco puede llamarse “socialista” al gran reformador liberal mexicano Benito Juárez (1858-1872). José Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano (1892) para encabezar la lucha por la independencia.

El marxismo en América Latina llegó a pocos países a fines del siglo XIX y se difundió sobre todo después de la Revolución Rusa de 1917, cuando se fundaron partidos socialistas y comunistas, que desplazaron las corrientes políticas anteriores, como el PS de Uruguay (1910), PC de Argentina (1918), PC Mexicano (1919), PC de Uruguay (1920), PC (1922) y también PS de Chile (1933), PS Popular en Cuba (1925), PS (1926) y también PC (1931) de Ecuador, PS del Perú transformado en P. Comunista (1928), fundado por el célebre José Carlos Mariátegui. Solo en Chile se instaló la primera “República Socialista” en 1932 (duró doce días) con Marmaduke Grove, militar y uno de los fundadores del P. Socialista.

En América Latina se han producido movimientos revolucionarios inspirados por principios sociales radicales, aunque no definieron caminos socialistas, como fueron la Revolución Mexicana (1910), la Revolución Nacional Boliviana (1952) e incluso “La Gloriosa” Revolución (1944) en Ecuador. De igual modo, sin ser necesariamente marxistas, destacan los gobiernos “populistas” de Lázaro Cárdenas (1934-1940) en México, Juan Domingo Perón (1946-1952, quien siguió en la presidencia entre 1952-1955, y 1973-1974) en Argentina y Getulio Vargas (1930-1945 y luego 1951-1954) en Brasil.

Fue la Revolución Cubana (1959), que desembocó en la creación del primer país socialista en América Latina, la que inspiró intentos de vías guerrilleras en distintos países. Salvo en Nicaragua con la Revolución Sandinista (1979), ningún otro movimiento guerrillero llegó al poder. Desde luego, se implantó la Guerra Fría en la región, en la que Estados Unidos pasó a desempeñar el papel rector, lanzando contra Cuba un bloqueo inédito; apoyando a los “contras” en Nicaragua, y cultivando directamente el anticomunismo en las fuerzas armadas latinoamericanas. Ejércitos de varios países sostuvieron represiones “anticomunistas” con graves violaciones a los derechos humanos en Centroamérica y en el Cono Sur, donde el régimen de Augusto Pinochet (1973-1990) impidió la “vía pacífica” al socialismo, intentada por el gobierno de Salvador Allende (1970-1973).

Al comenzar el siglo XXI, los gobiernos progresistas latinoamericanos, en una amplia variedad de países, caracterizaron la “marea rosa” de la región. Destacaron los gobiernos de Hugo Chávez (1999-2013) en Venezuela, Evo Morales (2006-2019) en Bolivia y Rafael Correa (2007-2017) en Ecuador, que proclamaron el “socialismo del siglo XXI”. Pero también cabe nombrar, entre otros, a Lula da Silva en Brasil, Néstor Kirchner y Cristina Fernández en Argentina, Tabaré Vázquez y José Mujica en Uruguay, Andrés Manuel López Obrador en México, además de los actuales presidentes Luis Arce en Bolivia, Gustavo Petro en Colombia, Gabriel Boric en Chile, Xiomara Castro en Honduras, Daniel Ortega en Nicaragua, Yamandú Orsi en Uruguay, Nicolás Maduro en Venezuela y, sobre todo, Claudia Sheinbaum, quien ha dado continuidad en México a un proceso ejemplar.

Sin embargo, ninguno implantó el socialismo, en sentido estricto, y la mayoría tampoco son marxistas. En realidad, se trata de gobiernos con variadas orientaciones antineoliberales, que incluso cuestionan al capitalismo, rechazan al imperialismo y tratan de edificar economías sociales, con distintos alcances en cuanto a la institucionalidad, el bienestar colectivo, la intervención del Estado, el ejercicio de la democracia política e incluso la orientación popular. El proceso venezolano se define bolivariano, el nicaragüense sandinista y el boliviano como plurinacional. Cuba es, hasta el momento, el único país socialista en el sentido histórico de su origen revolucionario, sometido, desde los 60, al ilegítimo bloqueo de los EE.UU., que desde 1992 ha sido condenado todos los años por las Naciones Unidas.

Desde luego, todos los progresismos han provocado reacciones oligárquicas, empresariales y de los EE.UU., fuerzas que han logrado constituir gobiernos representativos de sus intereses y que no dudaron en tomar revancha contra las izquierdas, en perseguir a líderes progresistas (víctimas del lawfare) y en establecer regímenes volcados a restaurar el poder del capital. Hoy, Argentina como “cuna libertaria anarcocapitalista” y Ecuador en su “segunda época plutocrática”, son los modelos ideales de la política antiprogresista y de la consolidación de economías empresariales. Sus procesos se han asentado en desarmar derechos laborales, sociales y ambientales, destruyendo capacidades, inversiones y servicios estatales, al mismo tiempo que la riqueza se afianza en élites rentistas guiadas por la perversa ideología de la “libertad económica”.

Lo que a menudo deja de considerarse es que, acompañando al desarrollo de los partidos y movimientos socialistas, durante décadas también crecieron amplios sectores de izquierda, que postulan la superación del capitalismo, aunque no todos son marxistas, en sentido estricto. Es una realidad bien implantada entre profesores, académicos, estudiantes, artistas, literatos y movimientos sociales latinoamericanos, además de que el marxismo es una teoría destacada en las ciencias sociales de la región, a pesar del reflujo que tuvo tras el derrumbe del “socialismo real” en la URSS y los países de Europa del Este.

Vivimos una época en la cual se libra una lucha -nada nueva- contra lo que los libertarios llaman “marxismo cultural”, que creen ganar la batalla tergiversando las teorías de Marx, también las ideas socialistas y alineándose con los gobiernos autoritarios de las derechas y con las geoestrategias monroístas. Aunque en sus filas se confunde al “marxismo” y al “comunismo” con cualquier tipo de regulación y control estatal de la economía, las izquierdas tienen a su favor el camino de la historia, que acumula fuerzas orientadas a superar las economías empresariales y oligárquicas de América Latina y sentar las bases de economías sociales, que bien pueden derivar en caminos al socialismo. En este sentido, hay mucho por estudiar sobre la vía seguida por la República Popular China, que se ubica a la cabeza de la construcción socialista en lo que va del siglo XXI.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.