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El tren de Europa

Fuentes: Apuntes del Natural

Uno de los principales errores que han cometido las supuestas cabezas pensantes de la Unión Europea es el de dar por hecho que sus decisiones, mejores o peores, eran las decisiones, las únicas posibles, porque carecían de alternativa. A veces han comparado la construcción europea a la marcha de un tren. «Sus conductores pueden decidir […]

Uno de los principales errores que han cometido las supuestas cabezas pensantes de la Unión Europea es el de dar por hecho que sus decisiones, mejores o peores, eran las decisiones, las únicas posibles, porque carecían de alternativa.

A veces han comparado la construcción europea a la marcha de un tren. «Sus conductores pueden decidir qué velocidad sigue, pero no por qué vía circula», decían. La vía -se suponía- era la tendida por ellos. En alguna otra ocasión han recurrido al símil de la bicicleta: sostenían que la UE tiene que avanzar obligatoriamente, aunque no sea en la dirección más adecuada, porque es como una bicicleta, que si se para se cae. Es curioso que no hayan reparado en lo inquietante que resultaba la fusión de ambas comparaciones: nos venía a informar de que vamos subidos a un tren que avanza sin posibilidad de detenerse. Algo tan peligroso como absurdo: a nadie le interesa un tren del que sólo cabe bajar tirándose en marcha.

Símiles más o menos afortunados al margen, lo que cada vez está más claro es que han hecho las cosas mal. Tanto su tren como su bicicleta debían ser manejados con bastante más atención y prudencia, porque su marcha sí tenía alternativa: el accidente.

El presidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero, se ha aficionado a afirmar que el proceso que sigue la Unión Europea representa «la ilusión» y «la alegría». Pues bien, no. Precisamente ése es uno de sus problemas clave: no ilusiona. O, mejor dicho: ilusiona, sí, a los ciudadanos de los estados del Este de Europa, necesitados de fuertes ayudas a su desarrollo y deseosos de integrarse en un bloque que les confiera estabilidad y los proteja de aventuras. Pero ilusiona muy poco a la ciudadanía de Europa occidental, que no ve que el proceso en curso apunte a un proyecto político y social que muestre perfiles propios y permita mirar con confianza hacia el futuro. Como escribí ayer, lo que perciben los pueblos de los ex Doce es que están perdiendo soberanía pero no en beneficio de una soberanía popular superior, continental, sino en aras del poder creciente de unas oligarquías comunitarias cada vez más encerradas en sus torres de marfil.

El fracaso del proyecto de Constitución Europea -ya inevitable, según todas las trazas- demuestra que los jefes de la UE no se dieron cuenta de que, o trazaban un proyecto capaz de movilizar a los firmes partidarios de una Europa que sea mucho más que un club regional de neoliberales elitistas, tan bien representados por Valéry Giscard d’Estaing, o se les rasgaría el traje por las costuras peor cosidas, es decir, por la falta de europeísmo real tanto de los sucesivos gobiernos británicos como de los nacionalistas ultramontanos (o transalpinos) del continente, tipo Aznar y Berlusconi, tan fascinados como Blair por el imperio, por Bush y por el dólar.

No sé si será como un tren, como una bicicleta o como un patinete, pero, se parezca al vehículo que se parezca, lo que no ofrece duda es de que la UE, ahora mismo, va dando tumbos. Insisto: es falso que los planes que se habían marcado no tengan alternativa. El fiasco es, por desgracia, una posibilidad nada remota.

www.javierortiz.net