De europeos a europerros: el vasallaje energético de 750.000 millones que nadie pidió
Bruselas firma con Trump un acuerdo que multiplica por diez las importaciones de gas estadounidense, sacrificando soberanía, competitividad y clima.
En un gesto que hubiera avergonzado a los negociadores de los Tratados de Roma, la Unión Europea ha decidido este fin de semana convertirse en colonia energética de Estados Unidos. La foto de la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, estrechando la mano de Donald Trump mientras prometía comprar 750.000 millones de dólares en energía estadounidense durante los próximos tres años, no es solo humillante: es un suicidio económico y ecológico disfrazado de estrategia.
Los números del acuerdo son tan desorbitados como insultantes. Mientras en 2024 Europa importó gas y petróleo estadounidenses por valor de 75.000 millones, Bruselas se compromete ahora a multiplicar por diez esta cifra. Es como si una familia endeudada que gasta 500 euros al mes en supermercado firmará un contrato para gastar 5.000 euros mensuales en productos de una sola cadena estadounidense. El analista Matt Smith, de Kpler, resume la situación con crudeza: «Estas cifras pertenecen a la fantasía, no a la realidad energética».
El chantaje disfrazado de «seguridad»
El argumento oficial -asegurar el suministro tras la invasión rusa de Ucrania- colapsa ante el más mínimo escrutinio. Europa ya ha reducido drásticamente su dependencia del gas ruso del 40% al 8% en dos años. Noruega, Catar y Argelia cubren holgadamente sus necesidades actuales. ¿Para qué entonces este vasallaje voluntario? La respuesta está en la sala de máquinas de la geopolítica: Washington necesita dinero para financiar sus déficits y Europa necesita… ¿perdón, quién dijo que Europa necesitaba algo?
El verdadero chantaje está en las sombras. El acuerdo llega justo cuando Trump amenaza con aranceles del 200% a los coches europeos y exige que la UE aumente su gasto militar. Von der Leyen, en lugar de negociar desde la posición de la mayor economía del mundo, ha optado por el papel de lacayo. El resultado: un tratado energético que convierte a Europa en la versión XXI del Canadá francés, suministrando materias primas a cambio de protección militar.
La estafa de los números
Los 250.000 millones anuales que promete Europa equivalen a construir 500 terminales de GNL en tres años. «Para cumplir estas cifras tendrían que cancelar todos los contratos con Noruega y ver cómo los precios se disparan», advierte Anne-Sophie Corbeau de la Universidad de Columbia. El absurdo alcanza cotas delirantes: si los precios del gas bajan (como predice el propio mercado), Europa terminaría pagando 300-400.000 millones anuales por el mismo volumen. ¿Quién asumirá esta factura? Los consumidores europeos, por supuesto.
La ironía es cruel: el mismo Trump que exigía «petróleo barato» durante su mandato, ahora obliga a Europa a comprar caro. Y sus élites aplauden.
El mercado que no existe
El problema estructural está en que Europa no tiene un «Estado comprador». Repsol, Total y Shell no son empresas públicas que obedezcan órdenes geopolíticas. Son compañías privadas obligadas por ley a buscar la opción más barata. ¿Cómo obligará Bruselas a estas multinacionales a romper contratos rentables con Argelia para firmar acuerdos onerosos con Texas? La respuesta preocupa: mediante subsidios encubiertos que pagaremos entre todos.
El precedente chino debería alarmarnos. En 2020, Trump firmó un acuerdo similar con Pekín por 200.000 millones que nunca se cumplió. «La historia demuestra que estos acuerdos maximalistas no funcionan», advierte Kevin Book de ClearView Energy. Pero esta vez el fracaso tendrá un coste: la quiebra de la industria energética europea.
Del gas ruso al gas yanqui: cambiar de amo
El discurso oficial presenta este acuerdo como «diversificación». Mentira. Estamos sustituyendo una dependencia (Rusia) por otra más peligrosa (EE.UU.). Moscú, al menos, nunca impuso aranceles a nuestros coches ni boicoteó sus aviones. Washington lo hace sistemáticamente.
Mientras, sus verdaderas alternativas -la transición verde y la soberanía energética- quedan enterradas. Europa ha invertido 500.000 millones en renovables durante la última década. Este acuerdo los echa por la borda. «Cada euro invertido en gas estadounidense es un euro que no va a parques eólicos o paneles solares», resume Bill Farren-Price del Instituto de Oxford.
El precio del vasallaje
El coste oculto es demoledor. Para pagar estos 750.000 millones, Europa deberá:
- Aumentar el IVA energético un 3-4%
- Cancelar inversiones en hidrógeno verde
- Aceptar la cláusula de «compra o paga» que incluyen todos los contratos de GNL estadounidenses
El resultado: industria europea menos competitiva, facturas más altas para las familias y un nuevo grillete que nos atará a los caprichos de Washington durante décadas.
¿Dónde está la resistencia?
Lo más indignante es el silencio de sus élites. Los mismos que gritaban contra el «gas ruso del diablo» ahora celebran el «gas de la libertad». Los gobiernos de coalición que prometían «soberanía energética» firman acuerdos que la destruyen. Y los medios, cómplices, repiten el mantra de la «seguridad del suministro» sin mencionar el precio político.
La única resistencia visible viene del sur. España y Portugal, con sus terminales de regasificación ya saturadas, se niegan a construir más infraestructuras para beneficio de Texas. Italia, con sus contratos argelinos a 20 años, muestra escepticismo. Pero estos gestos son gotas en un océano de sumisión.
La liquidación de Europa
Este acuerdo no es sobre energía. Es sobre poder. Trump ha conseguido en una reunión lo que Reagan no logró en ocho años: convertir a Europa en un satélite energético. Mientras tanto, los ciudadanos europeos pagaremos la factura de esta capitulación en forma de facturas más altas, industria menos competitiva y soberanía dilapidada.
La próxima vez que un político europeo hable de «autonomía estratégica», recordemos esta foto: von der Leyen sonriendo mientras firma el acta de defunción de la soberanía energética europea. El vasallaje tiene un precio de 750.000 millones de dólares. Y lo estamos pagando todos nosotros.
Consecuencias a largo plazo
Más allá del desequilibrio económico inmediato, esta relación asimétrica sienta un precedente peligroso. El servilismo energético puede mutar fácilmente en servilismo diplomático, militar y tecnológico. Ya hemos visto cómo Europa ha aceptado enviar armas, asumir sanciones que la perjudican económicamente, y participar en guerras proxy que no le benefician.
La UE se enfrenta a una encrucijada histórica: o sigue siendo el apéndice obediente del imperio estadounidense, o comienza a ejercer una soberanía real, redefiniendo su política exterior e interior de manera autónoma y responsable.
¿Socios o amos?
La alianza euroatlántica nació como un pacto entre iguales. Hoy, esa igualdad ha desaparecido. Europa, en su afán de alinearse con Washington, ha olvidado su papel como bloque geopolítico con intereses propios. El acuerdo energético con Trump no es solo un mal negocio económico, es un símbolo de la decadencia política de una Europa que se resiste a levantar la cabeza.
Si el viejo continente quiere tener un futuro digno, debe romper con esta lógica de subordinación. Porque quien depende de otro para calentarse en invierno, también dependerá de él para decidir cuándo ir a la guerra o cómo vivir en paz.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.