Las elecciones parciales del 4 de noviembre en el imperio en decadencia han confirmado el rechazo a la gestión del presidente Barak Obama, al sistema de partidos políticos dominantes y, también, que el dinero es el que compra los cargos políticos en el país de la democracia. Nada menos que 4 mil millones de dólares […]
Las elecciones parciales del 4 de noviembre en el imperio en decadencia han confirmado el rechazo a la gestión del presidente Barak Obama, al sistema de partidos políticos dominantes y, también, que el dinero es el que compra los cargos políticos en el país de la democracia. Nada menos que 4 mil millones de dólares costaron los comicios.
Pero en América Latina y el Caribe la pregunta que cabía hacerse desde antes de conocer los resultados era la que da título a este artículo. Aún en la descabellada hipótesis de que el Partido Demócrata hubiera recuperado el control de la Cámara de Diputados y retenido el Senado, muy poco es lo que podía haber cambiado en cuanto a la política estadunidense hacia nuestra región.
Sin embargo, existen condiciones políticas propiciatorias para que Obama pueda dar pasos de avance en cuanto a dos cuestiones de interés latino-caribeño utilizando sus inmensas facultades ejecutivas en materias que no está obligado a pedir la autorización del Congreso. Una es la migración, con respecto a la cual puede tomar algunas medidas de cierta importancia como disminuir las deportaciones al mínimo.
Curiosamente, la otra es la hasta hace poco tan espinosa cuestión de la normalización de las relaciones con Cuba, asunto en el que la ecuación de política interna ha cambiado de manera sustancial. Una mayoría de estadunidenses está a favor de levantar el bloqueo y de normalizar las relaciones con Cuba. Igualmente ocurre entre los cubanos del sur de Florida, donde únicamente una minoría mantiene las tradicionales posturas intransigentes y es cada vez más grande e influyente el sector que anhela una relación normal con su país de origen y la posibilidad de cultivar sin cortapisas los vínculos con los familiares de allá. También existe un consenso muy favorable a una apertura hacia Cuba entre el empresariado, incluyendo a la poderosa Cámara de Comercio y a grandes y emblemáticas empresas.
En el campo internacional Estados Unidos está aislado en su conducta hacia Cuba pese al carácter transnacional de su política de castigo al comercio con la isla, que ha implicado el pago de multimillonarias multas por varias empresas y bancos de sus aliados, como el caso del banco francés BNP Paribas. Esto lo confirman las abrumadoras votaciones contra el bloqueo en la Asamblea General de la ONU y que hasta sus aliados más cercanos, como Inglaterra, han expresado recientemente la decisión de comerciar e invertir en la isla.
El periódico más importante e influyente del país, The New York Times, ha publicado cuatro editoriales en las últimas cuatro semanas exigiendo la normalización de relaciones con Cuba. En ellos esgrime varios de los argumentos que he citado, verdades tan evidentes que nadie puede cuestionar desde una postura simplemente objetiva. Ese diario expresa la opinión de una parte muy importante del Establishment y no desplegaría una artillería periodística de semejante magnitud si no es obedeciendo a un frío cálculo de costo-beneficio de lo que significaría la normalización de relaciones con Cuba. Por eso, el momento para que Obama actúe es este. Justamente después de las elecciones intermedias.
La destacada actuación de Cuba en la lucha contra el ébola en África occidental ha venido también a abonar a favor de lo mismo, ha hecho al secretario de Estado Kerry encomiar el esfuerzo de la isla y colocado a La Habana y a Washington «hombro con hombro» como declaró Samantha Powers, embajadora de Estados Unidos ante la ONU.
Aquel «nuevo comienzo» con América Latina que prometió Obama en la Cumbre de las Américas (CA) de Trinidad y Tobago (2009) y todavía estamos esperando se concretaría ahora con el considerable relajamiento del bloqueo que le permiten sus facultades ejecutivas y el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba.
Y es que accedería a un reclamo unánime de todos los países de América Latina y el Caribe que ven la política hostil y excluyente contra Cuba como una grave ofensa a la soberanía de la región. Introduciría, además, por primera vez en largo tiempo, un importante elemento de distensión en la crispada y tensa escena mundial, que procuraría a Obama y a Estados Unidos el reconocimiento internacional.
Dado el prestigio de Cuba en la región y que todo indica que Obama y el presidente Raúl Castro se verán las caras en la próxima CA de Panamá, en abril de 2015, Estados Unidos obtendría enormes réditos políticos si para entonces estas medidas se han puesto en marcha.
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