Fue allí donde todo empezó. En Les Minguettes, un conflictivo barrio de los alrededores de Lyon, se produjeron en los setenta las primeras revueltas urbanas y en los ochenta arrancó el movimiento por los derechos de los inmigrantes, con una enorme marcha sobre París. También allí nació la moda de quemar coches. Treinta años después, […]
Fue allí donde todo empezó. En Les Minguettes, un conflictivo barrio de los alrededores de Lyon, se produjeron en los setenta las primeras revueltas urbanas y en los ochenta arrancó el movimiento por los derechos de los inmigrantes, con una enorme marcha sobre París. También allí nació la moda de quemar coches. Treinta años después, casi nada ha cambiado. Este barrio de 25.000 habitantes, con un paro superior al 30%, mantiene el récord de vehículos calcinados y regresó a los titulares tras el 11-S, cuando dos chavales del suburbio acabaron primero en Afganistán y luego en Guantánamo.
«Hemos fracasado porque no hemos conseguido avanzar en la igualdad de oportunidades», responde Emmanuel Mejias, de origen español, el concejal de seguridad de Venissieux, el suburbio de Lyon al que pertenece Les Minguettes, cuando es preguntado sobre todos estos años perdidos. Las historias se repiten una tras otra: si te llamas Rachid y vienes de Les Minguettes, puedes haber aprobado la selectividad, que nadie te contratará, si la policía te da el alto, sales corriendo…
«Me niego a que mis hijos pasen por lo que yo he pasado, me niego a que tengan que demostrar que son franceses», exclama en su casa Saliha Mertani, de 44 años, militante socialista disidente, que lleva años trabajando en la prevención de la delincuencia y en la integración laboral. Llegó a Les Minguettes en diciembre de 1969, con sus padres, procedentes de Argelia y ha vivido toda la evolución del barrio: cuando llegaron acababa de nacer, el trabajo sobraba y convivían familias de 42 nacionalidades.
Su conclusión es que las cosas han ido a peor, pese a los esfuerzos municipales y nacionales. Mertani reconoce que pertenece a los que han conseguido salir adelante: ha sido concejal, se ha mudado a una casa unifamiliar en un barrio vecino, aunque desde su jardín contempla los bloques de cemento de 15 plantas en los que todavía vive gran parte de su familia. Muchos habitantes de Les Minguettes siguen anclados a sus viviendas sociales de alquiler (HLM), sin horizontes.
Aunque ha aumentado el número de personas que se han registrado para votar -3.751 en 2006, más del doble que el año anterior-, en Les Minguettes la campaña electoral es inexistente. «No nos importa una mierda», dice un joven frente a una de las monstruosas torres que forman el barrio, situado sobre una meseta y que concentra lo peor de la estética de los años sesenta. Nicolas Sarkozy, el candidato conservador, es el enemigo público número uno, pero la socialista Ségolène Royal tampoco tiene mejor cartel, ya que se acusa a la izquierda de no haber cumplido sus promesas.
«Después de la revuelta de otoño de 2005, la situación es de tregua. No se ha hecho nada, los problemas siguen allí y en cualquier momento todo puede volver a estallar», explica Boulahem Azahoum, portavoz de la asociación Divercite, presente en los suburbios de Lyon y muy criticada desde la alcaldía. «El problema es que cada vez tienen menos esperanza», explica Myriam Matari, una abogada de 28 años, que lleva numerosos casos en el barrio, en el que está a punto de abrir un despacho. «Mucha gente está ahogada por las dificultades de la vida cotidiana como para pensar en la política», prosigue para explicar una abstención que roza el 50%.
En Les Minguettes, donde nació el actual entrenador del Betis, Luis Fernández, hay testimonios de la enorme inversión de las últimas décadas: un cine, un centro deportivo, escuelas y un viejo centro comercial que concentra la vida social. Pero, sobre todo, lo que destila el barrio es mucha rabia entre los jóvenes. Los bloques se alzan, uno tras otro, sin apenas comercios ni cafés, con la visible sensación de que no hay nada que hacer. Un grupo se reúne en torno a una barbacoa en plena calle, mientras que otros jóvenes, vestidos de raperos, charlan apoyados en un coche. «¿Qué esperamos para quemarlo todo?», dice una canción de uno de los grupos más famosos de las banlieues, NTM (Nique ta mere, es decir, Fóllate a tu madre). «Los años pasan, nada ha cambiado», prosigue la canción, uno de los himnos de los suburbios.
Las banlieues, en los que viven casi 10 de los 60 millones de franceses, concentran gran parte de los problemas de este país, desde un paro enquistado hasta una durísima descolonización, no digerida. Las tensiones posteriores al 11-S y el hecho de que dos jóvenes de 18 y19 años acabasen en Guantánamo (ahora han vuelto al barrio) no han hecho más que empeorar las cosas. «Hay fenómenos que se han agravado en los últimos años», explica el concejal Mejias al ser preguntado por la presencia de integristas islámicos. Dos imanes radicales del barrio acabaron por ser deportados de Francia.
Durante la revuelta del otoño de 2005 en toda Francia, el barrio de Les Minguettes permaneció en una relativa calma -«sobre el filo de la navaja», precisa un periodista local-, pero nadie ha conseguido frenar la quema de coches (un rito de iniciación en algunos casos para los jóvenes, vehículos robados incendiados, vandalismo sin más, puro gamberrismo…). «Tenemos que unirnos para incinerar el sistema», acaba la canción de NTM.
En uno de los cafés del centro comercial, un joven resume, entre risas, su punto de vista con respecto al futuro: «Aquí puedes ser el primero de la clase toda tu vida, que al final te pondrán la mano en el hombro y te dirán: ‘tú, barrendero; tú, a conducir un camión…».