Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti
Cuando Berlusconi habla de «imperativo categórico» como hizo anteayer en Bruselas («Hasta ayer las ayudas del Estado eran pecado, hoy son un imperativo categórico»), todos se echan a reír. Está claro que no estaba pensando en la ley kantiana. Faltaría más: no es cosa de Berlusconi ocuparse de semejantes nonadas. Hay quien subraya lo parecidas que son la prosa berlusconiana y la de quien exaltaba las «decisiones irrevocables» al declarar la guerra a Francia e Inglaterra [Mussolini, N.d.T.].
Pero bien mirado, no tiene nada de divertido. El desafío a Francia e Inglaterra, amén de al resto de Europa, es una traición a las cuestiones ambientales: el continente ha de afrontar una prueba muy difícil a la vez que archiconocida: antes de 2020, reducir un 20% las emisiones de gas invernadero, aumentar un 20% las energías renovables; mejorar un 20% la eficiencia energética. Lo cual no es que sea una cena de gala para nadie.
Se trata, por una vez, de dar buen ejemplo al planeta. Los países más atentos han discutido y adoptado medidas para orientar la industria y el consumo hacia el objetivo común que cada uno alcanzará de acuerdo con sus propias fuerzas según los compromisos contraídos. Así se ha podido ver que muchas industrias nacionales se han dedicado a especialidades que jamás habían tocado. España ya era famosa por sus molinos de viento en tiempos de Don Quijote. Ahora sus torres eólicas la sitúan a la cabeza del mundo. Alemania es fortísima en energía solar, aunque no sepa qué es eso de «o sole mio». Italia, en cambio, traiciona a sus aliados europeos y los chantajea aferrándose al derecho de veto. Pero se traiciona a sí misma, niega lo que prometió, compromete un futuro posible: ligero, humano, inteligente.
El calentamiento global afecta a todos, pero algunos países lo notarán más que otros, antes que otros. La desertificación volverá áridas las tierras del Sur muy rápido; los mares sumergirán zonas costeras en pocas décadas, empezando por Venecia, que no sobrevivirá gracias al Mose [N.d.T.: Módulo Experimental Electromecánico, unas compuertas móviles mediante las cuales se pretende aislar la laguna de Venecia en marea alta del mar Adriático]. Nuestros nietos dirán: «¿A que no sabéis que hace tiempo en Italia estaban la mitad -tal vez dos tercios- de todas las maravillas artísticas del mundo?» Se compadecerán de sí mismos.
Berlusconi imita a los EEUU, que defienden la industria del automóvil. Financiarán con 25.000 millones de dólares modelos con emisiones menores. La industria europea pide 40.000 millones de euros para automóviles «verdes» y al mismo tiempo rechaza los objetivos marcados por al Comisión Europea. En los países más ricos del mundo se ayuda a un sector tradicional como el del automóvil confiando en su capacidad de remolcar al resto de la industria y sus servicios. Se incumplen los vínculos ambientales y se financia un sector maduro y, en cualquier caso, contaminante. En diciembre el plan europeo para el ambiente se volverá a discutir. Quizá los ministros italianos podrán esgrimir algún éxito, pero será como enorgullecerse de provocar más contaminación y una vida más breve -y ahumada- para todo el mundo.
Fuente: http://www.ilmanifesto.it/Quotidiano-archivio/17-Ottobre-2008/art2.html