Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti
Todos contra todos en medio del desinterés cínico y la desilusión de los ciudadanos. A pocas horas del primer turno de las elecciones presidenciales de hoy, Ucrania vive uno de sus momentos políticos más bajos. Todos los candidatos más visibles (de un grupo de 18, sólo cuatro o cinco superarán el 1,1%) dejan en segundo o tercer plano las referencias al «programa», a las cosas por hacer de verdad, para dedicarse exclusivamente a atacar a los otros denunciando de antemano fraudes, conjuras, alianzas secretas con esta o esa otra potencia extranjera. Un espectáculo triste que deja pocas esperanzas al futuro político del país. O mejor dicho, para el futuro de Ucrania en general, porque el desastre de la clase política va unido al de la economía, desastre sin igual en Europa (la caída en 2009 ronda el 15%) y al desmembramiento espeluznante de la sociedad. No bastan el desempleo por las nubes, la catástrofe sanitaria (la gripe A ha causado más víctimas en Ucrania que en todo el resto de Europa), la pelea continua entre los fieles de las distintas iglesias ortodoxas: la noticia que estos días ha dado la vuelta al mundo es que un elector de cada diez se declara listo para vender su voto a quien sea: (muchos han llegado incluso a poner anuncios al respecto en internet y otros medios). Una noticia que da fe de la desesperante pobreza en la que se debate gran parte de la población, de la corrupción que infesta toda la vida pública y de la inconsistencia de los políticos que se baten por el cargo más alto del Estado.
La ley ucraniana prohíbe que en las últimas dos semanas de campaña electoral se publiquen resultados de sondeos de opinión, por lo que los únicos datos recientes son los publicados por un instituto especializado ruso -que suele ser bastante fiable-, el VTSIOM, que arroja un resultado bastante sorprendente. Además de confirmar que el candidato a la cabeza es el líder de la oposición Viktor Yanukovich, con más del 30% de intención de voto y que el presidente saliente Viktor Yushenko no cuenta con apoyo popular (se habla del 5% o menos), el sondeo revela de hecho que en segundo lugar, el domingo por la noche -y por tanto a la segunda vuelta contra Yanukovich- puede ser que no vaya la primera ministra Yukija Timosehnko sino el outsider Serhiy Tyhypko, un multimillonario que orientación vaga, que se ha metido en política sólo en los últimos meses. Se le atribuyen el 14,3% de la intención de voto, frente al 13,9% de la primera ministra, a quien hasta ahora se daba como rival de Yanukovich, y en virtud de los juegos de alianzas en la segunda vuelta, como probable ganadora final.
Sin embargo, los sondeos, en un país donde el escepticismo y el disgusto por la política han alcanzado marcas de récord mundial valen bien poco; igual de poco que las previsiones sobre el futuro político del país. Aparentemente, no hay diferencia entre los candidatos. Aparte de Yushenko -el único que sigue apoyando la idea fracasada de una entrada en la OTAN y de una ruptura paralela y radical con Rusia (lo que le ha dejado aislado completamente de los electores, que han visto en su obstinado nacionalismo filoestadounidense uno de los motivos de la ruina del país), todos los demás dicen más o menos lo mismo: hay que mejorar las relaciones con Moscú, obtener tarifas más ventajosas para el gas, luchar contra la corrupción, relanzar las industrias… Lo mismo que han dicho y vuelto a decir todos en los últimos cinco años sin que nadie hiciera nada para llevarlas a cabo.
Del entusiasmo que acompañó la llamada «Revolución naranja» de 2004-2005, cuando la calle (con el apoyo poco discreto de EEUU y la UE) impuso nuevas elecciones presidenciales en lugar de las falseadas que había vencido Yanukovich, nada queda. Los protagonistas de aquella «revolución», Yushenko y la Timoshenko, han tenido el poder y lo han usado de la peor de las maneras, paralizándose el uno al otro y ayudando (a cambio de buenas contraprestaciones) sólo a sus amigos millonarios. Occidente ha intentado de modo burdo y contraproducente que Ucrania se convierta brutalmente en un país alineado, logrando el efecto contrario y transformando Ucrania en un campo de batalla «fría» con Rusia; esta, a su vez, ha respondido apostando fuerte con promesas a los líderes y chantajes a la población para poner a la mayor parte de los dirigentes ucranianos de su parte.
Hoy la paradoja es que los occidentales parecen preferir a Yanukovich (a quien tacharon hace tiempo como «fantoche de los rusos», pero es capaz de hablar inglés y está ayudado por un equipo de asesores de imagen «made in USA») con la esperanza de que dé estabilidad al país y cree un ambiente que sea más «business friendly«, mientras en Moscú, Vladimir Putin parece preferir a la ex enemiga Timoshenko, con la que ha establecido varios acuerdos importantes.
A todo esto, nadie ha tratado de que la economía funcione, ni se creen puestos de trabajo ni mejore el clima interno. La única promesa de 2004 que se ha mantenido en cierto modo (¿hasta cuándo?) es la de la democracia formal: gracias a un equilibrio de fuerzas muy particular, Ucrania puede decir que es el único país ex soviético (además de las tres repúblicas bálticas) donde el voto es sustancialmente libre y donde los partidos políticos -sean de gobierno o de oposición- se disputan las elecciones a la par. Lo cual es importante, claro, pero por lo que parece, no basta.
Fuente: http://www.ilmanifesto.it/il-manifesto/in-edicola/numero/20100116/pagina/07/pezzo/269151/