En su convulsiva crisis Grecia viene a confirmar verdades básicas, olvidadas por décadas de neto predominio reformista y confusión teórica en filas revolucionarias. Una de ellas es que economía y política no van por caminos autónomos ni admiten ser consideradas y manejadas con independencia una de la otra. También pasa al centro del escenario una […]
En su convulsiva crisis Grecia viene a confirmar verdades básicas, olvidadas por décadas de neto predominio reformista y confusión teórica en filas revolucionarias.
Una de ellas es que economía y política no van por caminos autónomos ni admiten ser consideradas y manejadas con independencia una de la otra.
También pasa al centro del escenario una expresión de Lenin respecto de la revolución, posible según su célebre dictum «cuando los de abajo ya no quieren y los de arriba ya no pueden» vivir bajo las imposiciones del capitalismo.
Una tercera columna del pensamiento revolucionario también se traduce nítida por estos días: el carácter internacional de toda y cualquier revolución.
Convendría a la sazón rebuscar en textos antiguos una jugosa polémica de Trotsky contra Stalin, respecto de las particularidades nacionales, a las que este último consideraba como «verruga en el rostro». Allí el revolucionario asesinado en Coyoacán desnuda la superficialidad del pseudointernacionalismo stalinista, cuando explica que son precisamente las especificidades de un país las que pueden hacer posible, en una circunstancia dada, la victoria y afirmación de una revolución.
Todo sumado, es más sencilla una aproximación a la tragedia griega contemporánea.
Parte de la crisis general del capitalismo, la economía griega fue además víctima de la operación imperialista europea destinada a consolidar un bloque para competir en mejores condiciones con Estados Unidos. Las clases dominantes griegas se sumaron fervorosamente a la creación del euro y la operación de compensaciones destinadas a morigerar las enormes desigualdades entre la economía de este pequeño y atrasado país en relación con las de los países desarrollados, especialmente Alemania y Francia. La socialdemocracia participó sin reservas de esta operación timoneada por y en beneficio específico del capital financiero europeo.
Pero la productividad no se inventa ni, mucho menos, se puede soslayar. Y la moneda la expresa con transparencia, aunque ésta pueda demorarse y durante todo un período permitir manipulaciones de diferente signo. Dado el subdesarrollo productivo griego -como el portugués y en menor medida el español- una moneda única, conducida desde Berlín y París no podía sino producir distorsiones enormes, naturalmente en detrimento de la economía griega.
Esto ocurrió en el marco de la secular destrucción de las organizaciones de masas de los trabajadores griegos. Téngase en cuenta que Stalin negoció la partición del mundo en Yalta sobre la base de imponer a los guerrilleros franceses y griegos, conducidos por los Partidos Comunista y Socialista, la rendición ante gobiernos capitalistas y la entrega de las armas. Esas organizaciones jamás se recuperarían de aquella defección histórica, que definió el curso del planeta y se verificó en toda su magnitud medio siglo después, con la caída del muro de Berlín y la inmediata disolución de la Unión Soviética.
Desarmados en todo sentido y tras un período de bonanza ficticia, los trabajadores y el pueblo griego reaccionaron frente al escandaloso despojo con el que los señores feudales de las finanzas europeas se cobraron las dádivas con las que se inició la afirmación del euro, tan necesarias para ellos como insostenibles para unos y otros.
Como ciertos revolucionarios, la burguesía imperialista creyó posible separar tajantemente la economía de la política y un buen día despertó con las masas griegas sublevadas y destrozando para siempre el aparato institucional de dominación capitalista. Eso fue la aparición de Syriza: una bocanada de oxígeno en el irrespirable clima político europeo, inspirada en el proceso revolucionario latinoamericano y con laRevolución Bolivariana como enseña. El mismo fenómeno pujó por brotar en España con la experiencia de Podemos, aunque con marcados rasgos diferenciales, acordes con sociedades también muy diferentes.
Dos sorpresas
Una batalla épica libró el gobierno de Syriza frente a los intentos de la euroburguesía por aplastarlo e imponer a las masas el ajuste económico requerido por la Troika (Banco Central Europeo, Comisión Europea y Fondo Monetario Internacional -BCE, CE, FMI), lógico e imprescindible desde el punto de vista capitalista. Sus autoridades -en primer lugar el primer ministro Alexis Tsipras y el ministro de Economía Yanis Varoufakis- se ganaron la simpatía de los trabajadores europeos y prácticamente de todo el mundo que conoció su peripecia. Luego vino el referéndum para aceptar o rechazar las exigencias de la Troika. Y la victoria del No. Corresponde decir que supuse el resultado contrario. Pero las masas dieron una conmovedora muestra de lucidez y coraje, que implicaba también confianza en su dirección. Prueba adicional de las inmensas reservas que bajo la superficie aguardan la hora de la Revolución. Pero tras el 60% a favor del Oxi (No), vino la renuncia de Varoufakis y poco después la aceptación por parte de Tsipras de la intransigente imposición del capital financiero europeo.
Está claro que «los de abajo» en Grecia no quieren vivir como hasta ahora. También que «los de arriba», a escala europea, pueden seguir haciéndolo. Todo indica que, para el conjunto de la población, ese Oxi masivo no incluía la abolición del Euro y la salida de la Unión Europea. Allí apretaron el BCE y la CE colocando al gobierno griego ante la alternativa de «aprobar un plan en el que no creo», como dijo Tsipras, o asistir al colapso total de la economía, el aparato productivo y la sociedad griegas. Brilló en esa dramática opción la ausencia política de los Brics y, particularmente, de Rusia y China. Atenas quedó sola ante Bruselas, con el detalle de que alberga cuatro bases de la Otan.
Además de sorpresa, la decisión de aceptar la imposición europea, luego reafirmada por el Parlamento, con la oposición de 35 diputados de Syriza, trajo un debate de frágiles bases, reducido a la conducta de Tsipras. Sin embargo, hay mucho más en juego. La alternativa dramática que afrontó el gobierno griego se repite, en condiciones propias, diferentes, en otros países europeos y muy particularmente en América Latina. La crisis estructural del capitalismo, acentuada en la coyuntura, limita el campo de opciones: sumisión incondicional a las necesidades imperativas de saneamiento capitalista, o revolución en toda la línea, es decir, expropiación de la banca y las transnacionales de la producción, gobierno democrático de las masas sobre esa plataforma inapelable de erradicación del sistema dominante. Que se rasguen las vestiduras los defensores de terceras vías: no las hay.
¿Podía Tsipras convocar a la ruptura con el Euro, la salida de la UE, sin la condición de chocar de frente con el capitalismo? ¿Tenía para tales propósitos el apoyo de las mayorías, incluso de las que votaron No? ¿Hay convicción en la propia Syriza para emprender tal rumbo? ¿Traicionó el líder de Syriza la voluntad de las masas? Dicho de otro modo: ¿llega la singularidad griega al punto de contrarrestar la apatía, la parálisis, la cobardía, de las organizaciones de la izquierda europea y de los trabajadores de la UE?
Sólo una afiatada dirección revolucionaria puede responder estas preguntas al momento de tomar decisiones definitivas en condiciones como las que se ven en Grecia. El dicterio fácil en tales coyunturas no corresponde a revolucionarios sólidos. Tanto menos si se lo profiere desde un escritorio, a miles de kilómetros del escenario de combate. Conviene recordar que ante la insurrección de octubre 1917 en Rusia, Kamenev, Zinoviev y Stalin (tercero, cuarto y quinto en la jerarquía dirigente, el último, director del diario Pravda), se opusieron y llegaron a denunciar públicamente los planes insurreccionales. Lenin los condenó en los más duros términos, por supuesto. Pero después de la victoria, no consumó las medidas contra ellos, que siguieron ejerciendo papeles principales en la naciente revolución. En Grecia la lucha recién comienza. Aguarda la etapa más dura para el pueblo y los revolucionarios. Solidaridad incondicional con ellos.
El papel de la unidad de las masas
Lo cierto es que la propia dirigencia de Syriza se dividió ante la encrucijada. Ahora bien: si la renuncia del ministro de Economía y el giro del Primer Ministro acaban consumando, como todo parece indicar, una irreparable fractura de Syriza, esta novel formación desaparecerá al menos como lo que ha sido hasta ahora. «Los de arriba» podrán más y «los de abajo», menos. Se perdería -o cuanto menos se dificultaría al extremo- la convergencia de las masas y las fuerzas revolucionarias griegas con las que en un plazo no demasiado largo se sublevarán también en Europa y otras latitudes. En todo caso, los trabajadores aprenderán, con costos mayores, que el bienestar proviene del trabajo sin explotación y no de artilugios monetarios o malabarismos bancarios, proceso del que no puede excluirse ningún proletariado del mundo. El conocimiento real del funcionamiento del sistema capitalista es un factor fundamental para la asunción profunda y sólida de conciencia de clase. No es posible una Revolución social acompañada del consumismo capitalista. El proceso de acumulación y el salto definitivo en la productividad del trabajo no tienen sustitutos en el desarrollo histórico, aunque hoy es posible combinar desigualdades y cubrir ese lapso histórico en menos tiempo y con menores penurias.
Mientras tanto, cabe observar la oposición del FMI a la táctica europea. Se manifiesta allí, de manera cruda y para todos visible, la lucha interimperialista. Ocurre lo mismo con la militancia del premio Nobel de Economía Paul Krugman a favor del estallido del euro: es una necesidad del sector del imperialismo al cual responde. Esa contradicción se acentuará a corto plazo y agudizará la lucha de clases en cada país. América Latina toda está envuelta en el mismo dilema.
Si una responsabilidad tenemos los luchadores anticapitalistas en todo el mundo es sumar capacidades en sucesivas instancias internacionales para comprender, acompañar y eventualmente sumarnos como parte inseparable de la vanguardia dirigente, en cada lugar donde una chispa comience el incendio. Allá los profesores con afán de liderazgo verbal en revoluciones lejanas, tanto más cuanto menos pueden con la que bulle bajo sus pies. Aquí, los hombres y mujeres comprometidos con la acción basada en una urgente y radical recomposición teórico-política.
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