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Entrevista a Juan Martínez Z D´Aubuisson, antropólogo y periodista

«En Honduras se redujo la violencia porque la Mara Salvatrucha tomó el control»

Fuentes: Naiz

Esta debía ser una entrevista sobre un libro, “El que tenga miedo a morir que no nazca” (Planeta, 2025), una crónica en la que el antropólogo y periodista salvadoreño Juan Martínez D´Aubuisson (San Salvador, 1986) analiza la violenta historia de San Pedro Sula, la capital económica de Honduras y el municipio que encabezó durante años […]

Esta debía ser una entrevista sobre un libro, “El que tenga miedo a morir que no nazca” (Planeta, 2025), una crónica en la que el antropólogo y periodista salvadoreño Juan Martínez D´Aubuisson (San Salvador, 1986) analiza la violenta historia de San Pedro Sula, la capital económica de Honduras y el municipio que encabezó durante años todos los ránkings de homicidios del mundo. En las últimas semanas, sin embargo, ocurrieron cosas. Algunas buenas y otras malas. El 26 de julio Martínez recibió en Bogotá el Premio Gabo, el galardón periodístico más prestigioso en América Latina, por una crónica sobre el apartheid que sufre la población haitiana en República Dominicana. Esa es la buena. Semanas antes se había visto obligado a dejar su casa de El Salvador y exiliarse junto a decenas de periodistas que huyen de las amenazas del presidente Nayib Bukele.

Esta era una conversación sobre un libro, pero no se puede obviar que usted ha tenido que exiliarse a causa de su profesión. ¿Cómo ocurrió?

Las condiciones en El Salvador para mí ya se volvieron muy difíciles. Este es el punto álgido de una escalada. Empezó el presidente Nayib Bukele en 2022, mientras yo hacía una investigación sobre el fiscal y sus nexos con la Mara Salvatrucha (una de las dos principales pandillas que opera en Centroamérica desde finales de los años 90 del siglo pasado). Comenzaron a suceder dos cosas. Una: Bukele comenzó a insultarme desde sus cuentas personales acarreando hacia mí, mi trabajo, mis fuentes y mi familia muchísimo odio y amenazas. Salí, pero regresé. Entonces, el fiscal me levantó una investigación por crimen organizado. Yo tengo una investigación abierta, esto no es secreto, es público y se encargaron de hacerlo público, enviaron cartas a la Asociación de Periodistas Salvadoreños directamente preguntando sobre mi persona y mi trabajo. Esto ha escalado luego en estos últimos meses en el mayo, digamos “de los cristales rotos”, el mayo donde ya por fin la dictadura se quita la careta y arresta a opositores, activistas, periodistas…

Recibimos información desde dentro del Gobierno de que la Policía estaba muy cerca de nosotros, que me iban a capturar a mí y a mis hermanos (Carlos Martínez y Óscar Martínez, ambos reporteros del diario digital “El Faro”), que no estaban en el país.

La orden y la investigación siguen abiertas. Entonces decidimos huir. Ya no era posible ni trabajar ni vivir en El Salvador.

¿Cómo se siente al verse obligado a exiliarse?

A mí me da mucha cólera, mucha tristeza, dejar tu lugar por no sabes cuántos años. El Salvador no será el lugar ahora mismo más amable para un periodista o un antropólogo, pero era mi lugar, cabrón. Era la colonia en la que crecí, la casa de mi madre. Es tu lugar y tener que huir, por supuesto que da una sensación de cólera, pero también una sensación de alivio. Yo me hubiera sentido muy avergonzado si después de haber trabajado en todo lo que he trabajado no hubiese tenido las fuentes, la capacidad y la velocidad de escapar de las garras de este hombrecito acomplejado que es Bukele. También creo que habría sido extraño que el dictador no me persiguiera, dado el trabajo que he hecho, ¿no? Creo que eso es lo que tenía que suceder, siguiendo el orden lógico de la vida y de las cosas.

El presidente Bukele trató de vincularlos a las pandillas que operaron en El Salvador. De hecho, sus seguidores no hacen más que mostrar una imagen suya con un pandillero a quien retrataron en un libro anterior, «El niño de Hollywood».

Sí, la narrativa del Gobierno, que es muy buena y muy eficiente, plantea que los periodistas que hemos trabajado estos temas, sobre todo a los que de alguna manera hemos desvelado los acercamientos de su Gobierno con las maras, somos pandilleros. El mensaje es: «ellos defienden a los pandilleros porque son de alguna manera pandilleros» y lo mezcla muy hábilmente con otra narrativa, que es no son pandilleros, pero se lucraban de trabajar en pandillas. Nos plantea como un grupo de ricachones que escribíamos cuestiones sobre violencia para enriquecernos y que nos lucrábamos de la sangre de los salvadoreños, que esa era nuestra materia prima para escribir, hacer libros y hacernos ricos. Es doloroso ver que el país, mi sociedad, ha comprado la narrativa de Bukele.

¿Cuándo cree que podrá volver?

No lo sé. Creo que mientras más rápido asumamos las cosas, menos vamos a sufrir. Veo con tristeza a muchos de mis colegas pensando que esto se termina a fin de año o al otro año. No, no, cabrón, esto va para largo. Al menos van a ser varios años. Yo lo dije en una columna hace mucho tiempo, hace varios años. Dije, «Al menos 15 años va a estar el bukelismo en El Salvador presente». Bueno, ya vamos por dos periodos, o sea, tan equivocado no estaba. No sé cuándo voy a poder regresar. Yo le he apostado a hacer vida en otro lugar, fuera de El Salvador.

Cambiando de asunto y ya centrándonos en el libro. San Pedro Sula fue considerada en la segunda década de este siglo como la ciudad más violenta del mundo, es una ciudad marcada por el homicidio. ¿Por qué?

Yo empecé a trabajar en esa ciudad cuando era el lugar más homicida del mundo. Y la idea de mi trabajo ha sido tratar de dar una explicación coherente a esto. Hay muchos grupos y una ciudad que se caracteriza por ser un lugar donde hay mucho desarrollo económico. Esto ha llevado a que haya una sobrepoblación que llenó ese lugar en muy poco tiempo. Esto generó algunas dinámicas de violencia y sobre todo generó una de las características importantes de la ciudad, la multiplicidad de actores violentos. Hay muchos actores violentos relacionados al Estado y al narcotráfico, que muchas veces se traslada. Y hay muchísimos actores violentos, entre ellos las pandillas, existe un universo pandillero de bandas y esto genera una competencia feroz por el territorio, por la presencia, por la identidad y por el acercamiento a ese gran río que es la cocaína.

Eso es un nivel, pero hay otros. No es precisamente un enclave bananero porque no tiene costa, pero todo el valle de Sula y la región caribeña del norte fue enclave de la United Food. En Honduras, a diferencia de Guatemala y de Ecuador y de Colombia, la United compitió con otras bananeras. Entonces, desde esos tiempos la ciudad tiene una composición de varios grupos peleando en el mismo territorio.

En el libro hace referencia a mitos violentos e historias de bandoleros que se desarrollan en San Pedro Sula. Incluso hace referencia a la baleada, el plato más popular y que se dice que fue bautizado así porque la mujer que los vendía fue tiroteada. ¿Una ciudad que termina siendo presa de sus mitos?

La memoria histórica te expresa el sentir de la población y te expresa un sentido de identidad. La gente explica la ciudad a través de caudillos, la explica a través de bananeras y la explica a través de bandidos. Explican su entorno y su ciudad así, no a través del estado y los presidentes y la democracia, sino a través de hombres fuertes que se toman la justicia por sus manos y que, de alguna manera, defienden al barrio y aportan al barrio y construyen el barrio.

Ha mencionado las empresas bananeras. Durante muchos años, el término «República Bananera» fue una descripción sobre países de la región en los que Estados Unidos impuso su ley. ¿Qué rol tuvo Washington en la composición de San Pedro Sula como lugar violento y de despojo?

Hay un constante estado de terror en donde levantar la cabeza es peligroso, pero en ese momento, primera mitad del siglo XX, tenía que ver con los intereses comerciales y empresariales de la bananera. Que decir la bananera no era decir algo tan lejos del Estado. Yo cuento cómo los grandes accionistas de la bananera eran el Estado. En la segunda parte del siglo XX, lo importante era pelear con el comunismo. Eh, entonces esa composición, ese actor fuerte, que es Estados Unidos, no solo moldeó San Pedro Sula a través de la bananera, sino todo Honduras, toda la política hondureña. Honduras es un país que gira en torno a enviar productos de origen agrícola a Estados Unidos. Ahora es la cocaína, pero durante muchos años fue el banano.

¿Y de qué manera han configurado también la violencia?

Sustituyen al Estado, pero no es lo más grave. Les interesa la inestabilidad, les interesa mantener a estos países en crisis, que se mantengan en ese estado de vivo o muerto, porque eso les garantiza mano de obra más barata, le garantiza curiosamente y paradójicamente la estabilidad empresarial. Ocurre en Haití, ocurrió en Honduras. Lo vimos en el golpe de Estado que le hicieron a Mel (Zelaya). Es más, por esta presencia fuerte y por este enclave político y militar y empresarial, se explica que en Honduras no pudo desarrollarse, como en el resto de Centroamérica, un proceso insurreccional exitoso.

Menciona el golpe de Estado contra Zelaya que tuvo lugar en 2009. ¿Ayudó también a la configuración de la violencia en San Pedro Sula?

Yo creo que sí, todos los procesos se suman. Hay unos más importantes que otros, pero todos se suman. Yo no seré la persona que apoye al actual Gobierno. El de Mel era un Gobierno que ya nació vinculado al narcotráfico, que ya nació vinculado al nepotismo y a la corrupción, pero era un Gobierno que no era genuflexo a los Estados Unidos. Producto del golpe de Estado llega Juan Orlando Hernández (expresidente actualmente encarcelado en Estados Unidos y condenado por narcotráfico).

Como siempre, los Estados Unidos pueden echar a andar procesos que luego no pueden controlar. Generaron uno de los procesos de narcotráfico más intensos en la región. Ese golpe de Estado tuvo que ver además con el fortalecimiento de los cachurecos (como se conoce a los seguidores del conservador Partido Nacional de Honduras). Por Honduras llegó a pasar, no sé si todavía, no tengo datos, pero mientras escribía el libro sí, el 80% de la cocaína, que era una cosa que no sucedía antes de Juan Orlando.

Primero habla de una violencia vinculada a grupos informales y, posteriormente, al auge de las pandillas.

Yo toco poco qué son los grupos del narcotráfico a gran escala, los vínculos a gran nivel. Lo que sí te puedo decir es a nivel bajo, a nivel del barrio bajo, hay un proceso bien interesante, una monopolización del universo pandilleril. La Mara Salvatrucha ha sido muy habilidosa, sobre todo desde que tomó el poder Porky, a quien entrevisté. El Gobierno de Porky en la Mara Salvatrucha tuvo que ver muchísimo con un proyecto de volver a la MS-13 una pandilla estable y confiable para el Estado y los grupos del narcotráfico.

Cuando yo llegué a San Pedro Sula, en el barrio Rivera Hernández estaba la MS, Barrio 18, los Olanchanos, los Terceños, los Barrios Pobres, los Ponce, los Casa Blanca, los Parqueros… todos estos grupos se extinguieron, los extinguió la MS-13. A todos. Y esto ha cambiado el panorama de violencia.

En su libro cuenta la historia de un pequeño grupo que trató de hacer frente a la MS. Al final, son chicos pobres peleando con otros chicos pobres por un terreno baldío en una guerra que resulta muy difícil de explicar.

Cada conflicto y cada proceso sociocultural hay que estudiarlo en sus propios términos. Si nosotros estudiamos ese conflicto en los términos franceses, por ejemplo, no va a tener ningún sentido, porque vamos a estar ocupando categorías y referencias, un marco referencial francés. Eh, y va a ser muy difícil entenderlo. De la misma forma que va a ser muy difícil estudiar la política española ahora mismo con los criterios del barrio Rivera Hernández. Esa es justamente una de las claves de la antropología: estudiar y explicar los procesos socioculturales en sus propios términos, en su propio contexto. Esos muchachos no conocen más allá del Rivera Hernández. Ese es su universo. De la misma manera que para los presos, su celda y su sector es su universo. Y por pelear por 3 metros de cárcel bien vale la pena dar la vida. Entonces, si lo vemos de esa manera, entonces sí vale la pena. No digo que valga la pena en términos morales, digo que para ellos es importante pelear por eso, porque es la única vida que conocen y el único territorio al que llaman hogar. No Francia, no El Salvador, no Guatemala, sino ese pedazo.

Ligado a esto también incluye una crítica sobre el papel de los grandes medios de comunicación. Cuenta cómo el «New York Times» puso en riesgo a un grupo de jóvenes que se enfrentaba con las armas a la MS-13.

No quisiera que esto se malentienda como un conflicto mío con la prensa y ni siquiera con los grandes medios. El periodismo que hacemos en Centroamérica es hijo de esos grandes medios. No tengo problema con los grandes medios, tengo problemas con una lógica que probablemente atraviesa a algunos periodistas. Y es esta lógica de entender a estos lugares desde su exotismo, pero sobre todo de no tener una apuesta por una explicación importante. No buscan explicar, sino entretener al Primer Mundo. Hubo un periodista del “New York Times”, Azam Hamed, y su fotógrafo Taylor Hicksm, que llegaron a documentar a este grupo de muchachos y fueron muy irresponsables: tomaron fotos de rostros sin permiso y los plantearon como algo que no eran por una sencilla razón, no entendían lo que pasaba ahí. Eso terminó poniendo en riesgo a las fuentes. Cuando la gente del barrio ve la publicación, me llaman pidiendo auxilio. Quedaron expuestos ante la M-13S, después fueron barridos. Yo traté de comunicarme con el periodista, concretamente para que bajara una foto, lo cual con el tiempo logré. Pero su primera respuesta fue “ja ja ja ja”. Bueno, ahí te expresa lo que estas personas consideran de nosotros y consideran del periodismo local.

Estas personas del Primer Mundo, ellos nunca habrían sacado esas fotos si fueran niños blancos de Kentucky, porque además hay legislación sobre eso. Ellos no terminan de vernos a la gente del Tercer Mundo como humanos, nos ven como protohumanos, cuasihumanos, bien parecidos a los humanos, pero no terminamos de ser humanos como ellos. Y la prueba es eso: no habrían sacado el rostro de niños de California, además está prohibido. Pero como eran niños de Honduras, entonces sí vale.

Estados Unidos es una constante en el análisis sobre San Pedro Sula. Y en otro de sus capítulos cuenta cómo Washington utiliza USAID y la cooperación para construir redes de espionaje.

Yo conocí esa realidad de cerca porque fueron mis fuentes. Ahora ha cambiado bastante, pero buscaron mezclar el apoyo de USAID con la inteligencia policial, con el espionaje policial. A través de estos programas de cooperación y de este río de plata que aporta la cooperación gringa, se saca información que no tiene que ver con el desarrollo de las comunidades, que tiene que ver con otra cosa. Y esa otra cosa son los intereses gringos, con desmantelar redes que apoyan a la migración, con desmantelar redes que luchan contra las empresas o redes que tengan que ver con estamentos de izquierda. Y, por supuesto, como última, investigar a estos grupos criminales que son peligrosos para Estados Unidos porque envían cocaína. Yo creo que es válido perseguir estos grupos criminales y que la cooperación estadounidense apoye a las policías locales. Lo que no me parece bien es que mezclen cooperación con inteligencia, y menos de una forma no transparente. Además, ponen en riesgo a la a muchas personas involucradas en el desarrollo y dejan maleado, dejan con mal olor a la cooperación, de tal forma que cuando hay instituciones que realmente quieren hacer ejercicios de cooperación son vistos como peligro.

Además de ser conocida como la capital del homicidio durante muchos años, San Pedro Sula también fue origen de las caravanas migrantes, que desde 2018 marcaron la agenda de la región. ¿Qué hace que este municipio fuera el origen de esta nueva ola migratoria?

La migración es algo tan complejo que no solo tiene que ver con las condiciones objetivas de vida. La gente no migra por la pobreza y la falta de oportunidades y la carencia. La gente migra por la desesperanza. No es casual que las caravanas se organicen después de la reelección de Juan Orlando, que fue completamente ilegal. Tras aquella reelección, la gente, de manera desorganizada y espontánea, salió a quemar cosas. En Honduras, cada vez que ha surgido una oposición, una organización social si quieres, ha sido cooptada. Es plata o plomo, pero con mayor énfasis en plata. Honduras tiene una fuerte tendencia de asesinato de líderes comunitarios. Pero los que no, fueron cooptados de tal forma que hay un rechazo en la población por los líderes. Cuando Juan Orlando se reeligió, cada barrio salió y quemó llantas. Esta misma lógica espontánea es la que estuvo en las caravanas.

La gente sigue igual de pobre, lo que cambió fue la esperanza. Si tuvieron alguna esperanza en procesos democráticos, se acabó cuando Juan Orlando se reeligió. Eso es como, bueno, ya vámonos a la mierda. ¿Crees que la gente era menos pobre 6 meses antes? No, pero la caravana surge justo casi después de esto. Y eso es algo bien interesante, te explican muchas cosas.

Desde entonces ocurren muchas cosas. Xiomara Castro, esposa de Mel Zelaya, ganó las elecciones. Y Juan Orlando Hernández fue detenido y extraditado a Estados Unidos. Además, la violencia se ha reducido considerablemente. ¿Esto es producto de un gobierno de izquierdas?

Por supuesto que no. Yo no creo en que la línea ideológica de un gobierno sea lo que logra reducir la violencia. Además, no siempre todas las reducciones de violencia tienen que ver con procesos democráticos de desarrollo. En Honduras, concretamente, yo te puedo decir, al menos de San Pedro, por qué se ha reducido la violencia: ha sido porque la Mara Salvatrucha ha tomado el control. Eso no se puede en ningún momento interpretar como un proceso de desarrollo democrático. Tiene que ver con que hay menos actores y con que hay un actor al cual se le han apostado toda las fichas, que es la Mara Salvatrucha. Y eso a todo nivel del Estado. Lo que nos costó a nosotros, sobre todo a mis hermanos, descubrir el pacto de los gobiernos salvadoreños con la MS-13, en Honduras está a la vista. La Mara Salvatrucha es una gran empresa criminal, ya no es una pandilla, ya no es una mara. Es una empresa criminal. Eso genera menos violencia, porque las crisis de violencia se generan cuando los liderazgos tambalean.

Cuando los aztecas en México perdieron su poder por la llegada de un nuevo actor, se generó en toda la región una serie de conflictos internos, una serie de guerras civiles innumerables, incontables, pelearon todos. Eso sucedió en San Pedro Sula.

También hay gente, en Honduras y en otras partes de la región, que piden un Bukele que imponga la mano dura.

Muchas de las dictaduras vienen atadas a una narrativa de fuerza y de seguridad y, sobre todo, de algo bien importante: estabilidad. Un hombre fuerte que pone orden en la casa cuando todos los primos y hermanos están peleando. Llega el tío bravo, se quita el cincho y les pega a todos. Vaya, aquí hay estabilidad. Esa es la idea que venden las dictaduras, la mayoría, y que también la vendió Franco, por cierto. Y la gente añora un sentido de estabilidad porque la gente se siente abandonada por los estados. Y en manos de actores violentos, muy poco confiables. Y Bukele se ha presentado y ha construido una narrativa casi perfecta. Eso es lo que la gente añora. La gente no conoce el Gobierno de Bukele, no lo conocen. Los que lo desean, no lo conocen. La gente en periodos de inestabilidad busca a hombres fuertes que pongan orden de un solo porrazo. Y es lo que Bukele ha vendido.

Fuente: https://www.naiz.eus/es/hemeroteca/7k/editions/2025-08-17/hemeroteca_articles/en-honduras-se-redujo-la-violencia-porque-la-mara-salvatrucha-tomo-el-control