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Perú

En lo alto de la montaña, Quintino

Fuentes: Rebelión

No. Contrariamente a lo que afirma la «prensa grande», Quintino Cereceda Huiza, el campesino que cuidaba las tierras de su Comunidad en las inmediaciones de «Las Bambas» no ha muerto. Habría muerto, si se hubiese desvanecido, fulminado por instantáneo síncope cardiaco. O si se hubiese despeñado desde la altura de las montañas hasta el abismo, […]

No. Contrariamente a lo que afirma la «prensa grande», Quintino Cereceda Huiza, el campesino que cuidaba las tierras de su Comunidad en las inmediaciones de «Las Bambas» no ha muerto. Habría muerto, si se hubiese desvanecido, fulminado por instantáneo síncope cardiaco. O si se hubiese despeñado desde la altura de las montañas hasta el abismo, en un inútil intento de detener el tiempo. O, quizá. Si se pronto algún aneurisma cerebral atacara su sistema circulatorio. Pero nada de eso ha ocurrido. Quintino, no ha muerto. Quintino, ha sido asesinado.

¿Es delito, en el Perú, matar a un hombre? La ley, dice que sí. Es un delito. Y la ley, también configura sus agravantes. Es un delito mayor si el atacante está armado. Y si la víctima, carece de posibilidades de defenderse. Y debe ser aún mayor, si el atacante representa al Estado, cuya tarea formal es «proteger la vida de los ciudadanos».

¿Quién es responsable de este crimen? El policía que disparó la bala que perforó la frente de Quintino Cereceda, y salió por la base del cráneo; fue el autor material. El Jefe policial que comandaba el escuadrón que acometió contra los pobladores, es el autor mediato. Pero los responsables, son otros. Y eso, se sabe en nuestro país desde hace muchísimos años.

Hoy la «prensa grande» dice que el caído, es «el primer muerto de PPK». Lo dice porque quiere mimetizar el crimen con el régimen naciente. También dijo, en su momento, que los que cayeron en «Conga» fueron los «muertos de Humala». Lo dijo con idéntico propósito. Pero lo que no dice, es que en ambos casos y en todos los anteriores, los responsables verdaderos fueron los impulsores de un «modelo» que se basa en la explotación salvaje de los recursos naturales de los pueblos para beneficio de los grandes consorcios transnacionales. Son los muertos de las mineras, de los que se debe hablar. O escribir.

Inmensos pulpos que mueven tentáculos en el mundo, que sólo los privilegiados -y los estudiosos- conocen más o menos directamente, y que obran en cada país bajo protección y amparo de administraciones cómplices que se someten a su discurso melifluo que les promete «inversiones», «progreso», «desarrollo». Ellos, todos, en su conjunto, simbolizan el sistema de dominación global que la humanidad tiene que destruir: el capitalismo, para forjar desde sus escombros un régimen social más humano y más justo.

¿Es fraseología hablar de esto? Hoy en Cuba -para hablar de la más cercana de las experiencias liberadoras- ninguno ciudadano cae abatido por «las fuerzas de seguridad» que buscan proteger las inversiones de una empresa minera. Esto, sólo ocurre en el Perú, y en otros países, en los que la Southern, La Yanacocha, la MMG y otros «grandes consorcios» sustentan la idea -como lo hacían antes la Cerro de Pasco y la Marcona Minning- que la producción minera nos sacaría del subdesarrollo.

Mientras las autoridades, y una buena parte de la ciudadanía, impregnada de inconsciencia por la «prensa grande», sigan creyendo en eso, seguirá las fuerzas policiales matando pobladores en Conga, las Bambas, Tía María y en todos los lugares en los que se presente un conflicto entre el capital y los peruanos.

Ningún «experto en solución de conflictos» y ninguna «mesa de conciliación»; podrá cambiar esta dura realidad, que ha dejado ya a centenares -cuando no miles- de compatriotas muertos en similares contingencias, a lo largo de los años.

Los «expertos mineros» recomiendan la exploración y la explotación minera como el mágico instrumento que nos permitirá «acabar» con la pobreza. Convengamos por un segundo ese supuesto negado: ¿Entonces los pobladores de Apurímac, salieron ya de la pobreza? Porque hace décadas que en su suelo, se explora y se extrae el mineral; que desaparece, sin que ellos sepan por ventura a dónde se va.

¿Y los de Cerro de Pasco? ¿Han logrado ya establecer sus residencias en Las Casuarinas -«a este lado del muro»- para vivir «dignamente» con el oro extraído de sus minas? ¿Y los de Huancavelica, han hecho lo propio? Los pobladores de Ananeas, en Puno, viven hoy en la bonanza, gracias a la ingente producción de oro de su provincia?

Y en otra arista del problema, el Estado ¿Ha destinado los recursos procedentes de la minería para contar con una red hospitalaria que atienda los pobres? ¿O con una infraestructura educativa equivalente a las necesidades del país? ¿Pueden hoy, los pobres del Perú, contar con el auxilio y la asistencia de médicos y de profesores bien pagados?

Los recientes «informes» de la Tele nos muestran el estado deplorable de los centros hospitalarios de nuestra capital. Pero atribuyen el hecho al «descuido» y al «abandono» del gobierno de turno. Decirlo ahora, es decir media verdad. Porque la verdad completa es que ese descuido y ese abandono, son deliberados.

Y tienen diversos propósitos: enriquecer a las clínicas privadas, desacreditar el sistema nacional de salud, privatizar los hospitales. Es decir convertir las prácticas del «Dr. Carlos Moreno» en lo que, en el fondo y realmente, siempre fue la conducta cruel y despiadada de la clase dominante: esquilmar a los pobres para enriquecer aún más a los privilegiados.

Estos son los grandes retos que nos plantea la vida. Y ante los que los ciudadanos debemos respondernos de manera categórica y definida. Algunos, podrán creer que hechos como los ocurridos recientemente en Las Bambas- son «normales» y «propio del desarrollo». Y que «la corrupción, existe en todas partes». Otros, podrán atribuirlos a la «Tempestad en los andes«, de las que nos hablara premonitoriamente Luis E. Valcárcel; y que eso, no es sino el preludio de una inmensa conmoción social que abrirá el camino a un tiempo nuevo.

Es en esa línea que hay que mirar lo que recientemente ocurriera en Las Bambas, esa zona situada a 4,000 metros de altura, entre las provincias de Cotabambas y Grau, en la ruta Quehuira-Huancauire, las inmediaciones de la Región Apurímac; una de las más deprimidas y pauperizadas del país.

Sólo un cambio total de miradas, propósitos y acciones podrá poner fin al drama horrendo vivido por Antonia Huilca Chalco, la viuda de Quintino, que, en quechua, gritó al corazón y a la conciencia de todos los peruanos estas lacerantes palabras: «Aquí estoy, en lo alto de la montaña, junto al cadáver de mi esposo».

Que el asesinato de Quintino Cereceda Huisa no quede impune. Que el Perú, marche por un rumbo nuevo.

Gustavo Espinoza M. Colectivo de dirección de Nuestra Bandera

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.