La victoria de hace cinco años del Scottish National Party (SNP) le permitió formar un Gobierno en minoría y supuso un serio aviso de que el soberanismo escocés entraba en un carril claramente definido hacia la independencia y apoyado por sectores cada vez más amplios. Se abren nuevos tiempos para Escocia y, como dijo un analista local, mientras muchos hablan de los acontecimientos en el mundo árabe, tal vez sea el momento, sobre todo tras estos resultados electorales, de comenzar a hablar de la «primavera escocesa».
La mayoría de las encuestas en los días previos a la última cita electoral en Escocia apuntaban a una recuperación del Partido Laborista, que podía acabar con el mandato del SNP, pero no ha sido así. No sólo el laborismo ha asistido estupefacto a la pérdida de escaños considerados «seguros», sino que el nacionalismo escocés ha consolidado sus feudos tradicionales y comienza a ganar espacios en manos, hasta ahora, de otras tendencias ideológicas.
Hace cuatro años, el mapa electoral escocés mostraba el predominio del rojo laborista en el centro del país y espacios de naranja liberal demócrata en zonas rurales del noreste y las Tierras Altas. Su transformación ha sido total tras las últimas elecciones y ahora apenas se ven algunos trazos rojos y naranjas, después de que ambas formaciones registraran sus peores resultados desde hace décadas. Tras su histórica victoria, casi todo el mapa es del color amarillo del SNP.
El nuevo Parlamento escocés rompe muchas tendencias del pasado. Por un lado, parece poner fin al viejo y manido debate sobre el pulso entre laboristas y conservadores, pero al mismo tiempo se desmonta la teoría de que el SNP no podía lograr una mayoría con el actual sistema electoral que rige en Escocia.
El largo recorrido emprendido tiempo atrás por el SNP está dando sus frutos. La caracterización del partido en torno a figuras como Alex Salmond y su estrategia a medio-largo plazo, unido a un movimiento cada día más inclusivo que agrupar en torno a sí a más adeptos al soberanismo, son datos a tener en cuenta a la hora de analizar la victoria del SNP, y su capacidad de afrontar los retos que asoman en el horizonte escocés.
Cierta prensa londinense ha ido construyendo una serie de mitos que sólo obedecen a intereses y temores por un posible desenlace independentista en Escocia. Algunos llevan tiempo utilizando un supuesto resentimiento inglés hacia los «privile- gios» escoceses, enmarcado en un sentimiento de marginalidad hacia Inglaterra en la actual composición de Gran Bretaña. Para ellos, la independencia escocesa significaría el final de los poco más de 300 años de Reino Unido y acabaría con la idea de nación o entidad política británica.
Además, esos actores londinenses ven la necesidad de restaurar el sentimiento y los valores británicos. Son los llamados «ukanianos», que no quieren reconocer que están ante una nueva era que va a acabar derribando los pilares que hasta ahora han soportado realidades político estatales como la «británica».
Una seria crisis identitaria planea sobre el unionismo. Los defensores del status quo actual pierden apoyos y sus argumentos se están desmontando. Por eso las voces unionistas que defienden un proyecto ya caduco y repleto de grietas cuentan cada vez con menos respaldo.
«Trampas» institucionales como un sistema electoral que evite una mayoría nacionalista son insostenibles o ineficaces, como lo es también el manido discurso unionista sobre la supuesta inviabilidad del proyecto estatalista de realidades nacionales pequeñas. Los soberanistas escoce- ses, catalanes o vascos observan la creación de nuevos estados de menor tamaño y que a día de hoy tienen su encaje en el engranaje institucional del mundo, lo que unido a datos concretos echan por tierra esos discursos negacionistas del unionismo.
El camino hacia la independencia de Escocia atraviesa una nueva fase. Es pronto para saber si la mayoría de los escoceses apoyarían una propuesta de independencia a través de un referéndum, pero casi nadie pone en duda que el tiempo juega a favor de las tesis soberanistas, teniendo en cuenta la capacidad que ha demostrado el SNP para administrar la mayoría. En el pasado ésta era relativa, pero ahora el margen de maniobra y negociación será mucho mayor.
Algunas claves las encontramos en la capacidad del SNP de seguir atrayendo en los próximos meses o años a más gente hacia el proyecto soberanista, junto a los apoyos mediáticos y económicos de calado, y sobre todo en la posibilidad que la actual mayoría le concede al SNP para ir creando toda una infraestructura institucional que cimiente aún más el camino hacia la independencia de Escocia.
El proceso de una consulta independentista está sin definir. Algunos analistas señalan la posibilidad de que en lugar de una consulta con una sola pregunta (independencia sí o no), Salmond podría estar estudiando la posibilidad de formular tres opciones: una mayor autonomía manteniendo el actual status quo dentro de Gran Bretaña; no cambiar la situación actual, y la independencia.
Todo ello debería ir acompañado de varias fases. A la aprobación de la independencia en referéndum, deberían sucederse las negociaciones entre Londres y Edimburgo para su materialización y, luego en una segunda consulta la población escocesa ratificaría o no lo acordado.
Es llamativa la reacción generada por ese movimiento en torno al posible referéndum y a su resultado. Cabe resaltar la reacción de voces cualificadas en Londres que afirman que pese a no compartir la idea de la independencia de Escocia, sería «impensable intentar bloquearla desde Westminster» en caso de que cuente con apoyo mayoritario, porque nadie duda de su legalidad si se lleva a cabo. También conviene resaltar las declaraciones de Michael Moore, secretario de los liberal demócra- tas escoceses y declarado unionista, quien reconoce que la coalición gobernante en Westminster no puede poner trabas a la hipotética consulta, rechazando cualquier maniobra obstaculizadora que algunos pretenden poner en marcha desde Londres.
De momento, el SNP ha incidido en la necesidad de reformar la Scotland Bill, para dotar a Escocia de «un mayor poder económico y una autonomía fiscal real». Y como señaló recientemente un dirigente de dicho partido, «la independencia no es un proceso abstracto. Es nuestra habilidad como pueblo de prosperar económica y socialmente».
Se abren nuevos tiempos para Escocia y, como dijo un analista local, mientras muchos hablan de los acontecimientos en el mundo árabe, tal vez sea el momento, sobre todo tras estos resultados electorales, de comenzar a hablar de la «primavera escocesa».
Fuente: http://www.gara.net/paperezkoa/20110516/266498/es/Escocia-apuntala-su-camino—-hacia-independencia