Portugal asume la presidencia de la Unión Europea (UE) en un momento de definiciones cruciales que afectan a las rutinas políticas y sociales de los llamados tiempos normales. De la gestión de la vacunación contra la Covid-19 y del Brexit a la preparación de un mundo occidental pos-Trump y de una Europa pos-Merkel, los desafíos son enormes.
En lugar de distinguir, como en el uso convencional, entre problemas internos e internacionales, me refiero a las cuestiones estructurales que afectan tanto al interior como al exterior de la UE. Identifico los siguientes temas principales: desigualdad y cohesión; identidad histórica y reparaciones; derechos humanos y democracia; paz y guerra fría.
Desigualdad y cohesión
La UE sale de la crisis pandémica con una caída del PIB cercana al 9%. El riesgo de pobreza ha aumentado, pero es muy desigual entre los países de la Unión y apunta a una segmentación: entre el 25% y el 32% para un grupo de países y entre el 12% y el 17% para el otro grupo. El desempleo juvenil es del 17,3%, pero alcanza el 40% en España. Teniendo en cuenta que la cuarta revolución industrial (inteligencia artificial) causará turbulencias adicionales en este ámbito, es urgente que la UE avance hacia una política de renta básica universal que complemente y no sustituya otras políticas sociales. La legitimidad de esta medida —hoy objeto de una iniciativa ciudadana en la UE— quedó patente en las palabras de António Guterres en el discurso de apertura del 75º período de sesiones de la Asamblea General de la ONU en 2020: «La nueva generación de políticas de protección social (debe) incluir el seguro universal de salud y la posibilidad de una renta mínima universal». Ahora, sin el Reino Unido, tal vez haya espacio para profundizar las políticas europeas, pero un proyecto de este tipo solo puede tener éxito sobre la base de una mayor democracia interna en la UE y de la reducción de las asimetrías regionales.
La pandemia ha mostrado el fracaso del neoliberalismo y de la prioridad dada a la mercantilización de la vida social. El Estado democrático social es, por ahora, la única alternativa a la barbarie de la economía de muerte que pretende transformar la letalidad de la pandemia en una forma de darwinismo social que resuelva los problemas de la seguridad social. La salud es un bien público, no un negocio. Los servicios nacionales de salud necesitan recuperar su centralidad, que no se logra con el mero refuerzo de emergencia. A pesar de haber financiado la investigación para la producción de vacunas en casi mil millones de euros, la UE las está comprando a un precio elevado, quizá el negocio del siglo para las empresas privadas que las producen. Los detalles de los contratos no se conocen, sobre todo en lo que respecta a la responsabilidad por eventuales efectos secundarios. Y no debemos olvidar que entre los diez países con más millonarios tres forman parte de la UE (Alemania, Francia, Italia), y que en Alemania el 12% del aumento de la riqueza de los superricos se produjo en el área de la salud.
Identidad histórica y reparaciones
Europa sigue teniendo dificultades para saldar cuentas con el pasado, no solo con el pasado más remoto, sino también con el más reciente. El colonialismo no fue un progreso civilizatorio, sino más bien un instrumento violento para saquear las riquezas de gran parte del mundo extraeuropeo. Obviamente, un proceso histórico tan largo implicó muchas otras relaciones, pero la principal fue el saqueo, un saqueo que continúa en la actualidad. El bienestar relativo de los europeos no es concebible sin este saqueo. Las transferencias de recursos del Sur global al Norte global continúan siendo muchas veces mayores que las que se dan en sentido contrario. La negativa a descolonizar la historia de Europa está en la raíz del racismo, que sigue empañando las relaciones entre los ciudadanos europeos, de la política equivocada de inmigración, de la transformación del Mediterráneo en un cruel cementerio líquido. Es también la negativa a descolonizar la historia lo que abre las puertas al crecimiento de la xenofobia, la islamofobia, el antisemitismo y, en general, al ascenso de la extrema derecha. En tiempos de pandemia, la mejor manera de que Europa se reconcilie con el mundo sería contribuir activamente a que el mundo menos desarrollado, gran parte del cual alguna vez fue colonia europea, tuviese acceso rápido y gratuito a la vacunación contra el coronavirus. La identidad histórica también debería estar presente en las relaciones con los países cuya pertenencia a Europa se transformó en una disputa política, sobre todo en los casos de Rusia y Turquía. Con 27 millones de muertos en la Segunda Guerra Mundial, fueron los rusos los que más contribuyeron a la liberación del yugo nazi.
Derechos humanos y democracia
Europa se enorgullece de ser hoy el continente que más consistentemente respeta la democracia y los derechos humanos. Sin entrar en el mérito de esta afirmación, me importa sobre todo señalar lo que implica tomar estos valores en serio. En primer lugar, implica reconocer que se han producido graves retrocesos en este ámbito en los últimos treinta años. La pandemia ha demostrado que la degradación de las políticas sociales llevadas a cabo por imposición de las recetas neoliberales, de las que la Comisión Europea ha sido la gran impulsora, hizo más difícil la defensa de la vida. Por un lado, el agravamiento de las desigualdades sociales, la erosión de los derechos laborales y la consecuente precarización de los modos de vida constituyen una de las variables más directamente relacionadas con la tasa de mortalidad de la infección. Por otro lado, la degradación de los servicios públicos incapacitó a los Estados para brindar la mejor respuesta a la emergencia sanitaria. Como vamos a entrar en un período de pandemia intermitente, tomar en serio los derechos humanos significa invertir de inmediato las lógicas de la inversión pública. Una política sólida de promoción de los derechos humanos y la democracia nos obliga a afrontar sin cálculo la degradación de estos valores en Hungría y Polonia llevada a cabo en nombre de una llamada «democracia iliberal», una contradicción de términos. La democracia liberal puede y debe ser criticada por ser poca, no por ser mucha.
Paz y guerra fría
Tomar en serio los derechos humanos y la democracia significa seguir con convicción una política de paz, que tiene repercusiones tanto internas como externas. Contra lo que se esperaría en un período de emergencia sanitaria global, la nueva guerra fría entre Estados Unidos y China se ha vuelto más violenta en los últimos meses. Ante su declive como primera potencia mundial, Estados Unidos ha estado utilizando mecanismos cada vez más agresivos para contener lo que ellos llaman expansionismo imperial chino. Las revistas que formulan la política exterior de Estados Unidos (por ejemplo, Foreign Affairs) hablan abiertamente de la posibilidad de un conflicto armado en los próximos diez años, en lo que cuentan con el apoyo del poderoso complejo militar-industrial. Estados Unidos quiere involucrar a todos sus aliados en este proceso y exige una solidaridad incondicional. Dado que la superioridad más inequívoca de EE. UU. sobre China es militar y como en este campo la UE es un socio insignificante, a menos que la OTAN se convierta en un instrumento de agresión militar (más de lo que ya ha sido en los últimos tiempos, desde los Balcanes hasta Libia), una alianza en estos términos no interesa a Europa.
Los términos que importan son estos: en el largo período histórico (cuando Estados Unidos no existía), China fue hasta el siglo XIX la mayor potencia económica del mundo; según McKinsey, en 2040 China representará el 40% del consumo total de bienes y servicios; China acaba de promover la Asociación Económica Regional Integral, que es mucho más amplia que el mercado común europeo; India, actualmente gobernada por la extrema derecha, no puede ser un aliado especial de la UE solo porque no pertenece a esta asociación; la UE no puede ser un aliado incondicional, ni de China (no es una democracia y los derechos humanos son vistos como obstáculos) ni de EE.UU. (que solo acepta el unilateralismo; Biden será menos proeuropeo de lo imaginado; la lucha contra los privilegios de los gigantes de las comunicaciones de América del Norte, GAFA: Google, Apple, Facebook y Amazon, debe continuar). Además, la UE debe liberarse rápidamente de la cruzada persecutoria contra Irán y Venezuela. ¿Será que el fantoche Juan Guaidó, que ya ni siquiera es diputado y es impugnado por la oposición venezolana a Nicolás Maduro, continuará siendo considerado presidente legítimo de este país y presidirá el saqueo de las reservas internacionales venezolanas?
Portugal tiene buenas condiciones para ser el timonel de la UE en este período. Ha tenido un buen desempeño en la defensa de la vida en la pandemia, lo que es inequívocamente evidente en los datos; la politización de la pandemia fue relativamente baja; mantuvo un nivel de cohesión política y de consenso con la comunidad científica que solo la derecha más reaccionaria no reconoce; a pesar del comportamiento sistémico del SEF (Servicio de Extranjeros y Fronteras), tiene una política de inmigración más positiva que otros países europeos; siendo un aliado tradicional del Reino Unido, puede ser artífice de entendimientos en un período que experimentará fricciones. Pero sería una lástima que no aprovechara esta envidiable posición para liberarse del chantaje de los países frugales y para cumplir plenamente con las Leyes Básicas de Salud, otorgando al SNS (Servicio Nacional de Salud) la centralidad que se merece.
Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez
Fuente: https://blogs.publico.es/espejos-extranos/2021/01/08/europa-en-2021/