A principios de la década de los ochenta, cuando España comenzaba a despertar de su siniestro letargo de cuarenta años, el grupo asturiano de rock Los Ilegales, publicó una canción que se titulaba «Europa ha muerto». En ella, los de Gijón hacían recuento de los símbolos más importantes del viejo continente, para concluir que la […]
A principios de la década de los ochenta, cuando España comenzaba a despertar de su siniestro letargo de cuarenta años, el grupo asturiano de rock Los Ilegales, publicó una canción que se titulaba «Europa ha muerto». En ella, los de Gijón hacían recuento de los símbolos más importantes del viejo continente, para concluir que la vieja Europa ya no sería nunca más ese territorio ilustre y humanista que durante siglos había marcado el rumbo filosófico, artístico, sociológico y político del resto del mundo. Hoy, treinta años después de que aquella canción fuese compuesta, la profecía implícita en el título de la canción está a punto de cumplirse.
Y es que la ola de políticas de carácter neoliberal que recorre Europa estos días, nos está conduciendo a un callejón sin salida, un punto de no retorno del que, valga la redundancia, será difícil escapar. Veamos algunos ejemplos.
En Alemania, corazón financiero de Europa y uno de los países del mundo donde el Estado del Bienestar ha alcanzado cotas más altas, la Canciller conservadora Angela Merkel ha puesto en marcha un plan de recortes sociales y subidas de impuestos sin precedentes en la historia, y todo ello, a pesar de haber ganado las últimas elecciones con la promesa de que los impuestos no se subirían ni un solo céntimo y de que el Estado de Bienestar germano seguiría siendo como hasta ahora.
En Grecia, el gobierno socialista de Yorgos Papandreu está llevando a cabo las reformas más duras y restrictivas en la historia del país helénico: reforma radical del sistema de pensiones, recortes salariales para los empleados públicos de hasta un 25%, aumento de 35 a 40 años el número de años cotizados para recibir la pensión máxima, subidas leoninas de impuestos a las clases medias y bajas y otras recetas de carácter neoliberal.
En Italia, Silvio Berlusconi y sus socios neofascistas de la Liga Norte, han puesto en marcha un plan de recortes de 25.000 millones de euros para los dos próximos años en inversiones públicas.
En Reino Unido, tan solo unos días después de tomar posesión, el nuevo Premier, el conservador David Cameron, se dirigió a la nación para anunciar que había llegado el momento de ajustarse el cinturón de tal manera que, probablemente, el sistema de vida británico, no volvería a ser el mismo nunca más.
En Francia, Nicolas Sarkozy hizo público, hace unos días, por mediación de su Primer Ministro, François Fillon, su proyecto para retrasar la jubilación hasta los sesenta y dos años. Un auténtico mazazo para un sistema, el francés, que siempre ha mostrado con orgullo sus avances sociales y que era espejo para el resto de los estados europeos.
En Rumania, el gobierno que preside Traian Basescu, ha puesto en marcha un plan para recortar los sueldos a los empleados públicos en un 25% y las pensiones en un 15%.
Y el mismo tipo de medidas han sido tomadas o están a punto de serlo en Portugal, Hungría, Irlanda, España y otros estados de la Unión Europea. Y es que los sumos sacerdotes del capitalismo más depredador (léase el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo, la OCDE, a nivel internacional; o aquí en nuestro país, el Banco de España, la CEOE, el Grupo de los Cien, etc.), han hallado en esta Europa sumisa y desnortada su mejor campo de pruebas. De esta manera, día sí día también, nos encontramos con medidas despiadadas que siempre afectan (negativamente, por supuesto) a los mismos: clases trabajadoras, parados, pensionistas, jóvenes y, en general, a los sectores más desfavorecidos de la sociedad europea. Entre algunas de estas medidas, tenemos, por ejemplo, reformas laborales cuyo objetivo principal es poner fin a los convenios colectivos y conseguir el despido libre, elevar los años necesarios para jubilarse, bajar sueldos a empleados públicos y a pensionistas, etc., etc. Y sin embargo, no se han puesto en marcha ningún tipo de medidas (o al menos, no de manera seria y eficaz) encaminadas a reformar el sistema financiero, a poner fin a los paraísos fiscales o en definitiva, a hacer que las medidas restrictivas recaigan en los culpables del colapso económico. De esta manera, mientras que la mayor parte de la población europea tiene que hacer unos esfuerzos de contención terribles para poder llegar a fin de mes, para poder pagar sus hipotecas, o simplemente para poder vivir dignamente, los culpables de la crisis, los que especulan a su antojo en los mal llamados «mercados» siguen viviendo en la ostentación, en el derroche y en los lujos, algo que a todas luces nos parece, cuando menos, injusto e inmoral.
En una de las numerosas manifestaciones que tuvieron lugar en Grecia durante el pasado mes de mayo, un grupo de trabajadores colgó una pancarta en la Acrópolis, en la que se podía leer: People of Europe, rise (Pueblos de Europa, levantaos). Aún estamos a tiempo, las gentes de Europa, en España, en Reino Unido, en Alemania, en Italia, en Grecia, y en cualquier otro sitio, por diminuto que sea, de salir a la calle, de levantarnos, de rebelarnos, de mostrar nuestro rechazo, de plantar cara a este sistema capitalista, deshumanizado y asesino, en el que es más importante la salud del Ibex35 que el hambre que pueda estar pasando un ser humano. Aún estamos a tiempo de decir a los gobernantes de Europa que esto no es lo que queremos los europeos. Si no lo hacemos con contundencia y a la mayor brevedad posible, el fatídico título de la canción de Los Ilegales, ya no será una profecía. Será una realidad. Y eso no pinta nada bien.
Rafael Calero Palma
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