Traducido por Gorka Larrabeiti
Vladimir Putin, puntual cual reloj suizo, como se decía antes, ha elegido la fecha indicada para comunicar, urbi et orbi, la primera salida unilateral de Rusia de un tratado internacional. Las dos circunstancias, la fecha y la salida, no deberían subestimarse salvo que se hubiera olvidado que el ceremonial ruso (y soviético) siempre ha estado colmado de señales simbólicas y plúmbeas alusiones.
La salida unilateral rusa de un tratado carece, en verdad, de precedentes tanto en éste como en el siglo recién terminado, al menos si se juntan la experiencia soviética y la rusa. Ni el «señor niet» de breshneviana memoria, ni el Gorbachov de la perestroika pusieron en discusión un acuerdo con Occidente.
Se discutía duro, pero una vez firmado un documento, se respetaba. Era el mundo bipolar. Si Putin lo hace ahora, es porque quiere dar a entender -en primer lugar a unos Estados Unidos que hacen ver que consideran aún el mundo como si fuera unipolar- que es urgente poner en hora los relojes de esta fase de la historia.
Tampoco es que el tratado para la reducción de armas y fuerzas convencionales sea tan importante en sus contenidos como lo fue, por ejemplo, la salida unilateral estadounidense del tratado ABM de 1972, decidida en 2001 por George Bush. La analogía reside sólo en el hecho de que Washington -haciendo uso precisamente de aquella ruptura- ahora quiera instalar nuevos misiles en las fronteras rusas, con la excusa de los misiles (inexistentes) de Irán.
Sin embargo, [esta salida] significa muchas otras cosas: por ejemplo, que Moscú se prepara para una revisión estratégica asimétrica a gran escala; significa asimismo que si los EE.UU y Europa quieren conceder la independencia a Kosovo, la respuesta de Moscú marchará paralela reconociendo otras independencias. Por ejemplo, la de Transnistria, la de Abjacia, la de Osetia del Sur o la de Nagorno-Karabaj, de notable importancia para la amiga Armenia.
¿Acaso no es verdad que Occidente, en bloque y sin fisuras, no ratificó el tratado de Viena porque Rusia no retiró sus tropas de Georgia y de Moldavia? Perfecto -parece decir Moscú- ya no pensamos retirarlas, en vista de que -es difícil no darle la razón a Rusia en esto- mientras tanto, los estadounidenses han construido bases en Kosovo y envían más tropas a Bulgaria y Rumanía.
En suma: una señal clara de que la retirada estratégica de Rusia es agua pasada. Tomémoslo en cuenta antes de que el hierro se ponga candente.
Por lo demás, no hay de qué extrañarse. Putin había hecho saber a los estadounidenses que, en lugar del radar en la República Checa, estaba disponible el radar ruso aún activo de Bakú, que resultaría, por añadidura más cómodo, y que, en teoría, quedaría más «de camino» que los inexistentes y por ahora más que improbables misiles estratégicos de los ayatolás.
Pero Condoleeza Rice y el mismo Bush hicieron oídos sordos en el último G8. La sospecha de Moscú se ha vuelto certeza. Esos misiles son un aguijón en el costado de Rusia, que ha perdido la paciencia.
No menos importante resulta la fecha del anuncio: el día -tan solemne cuan oscuro- en que la Europa de Sarkozy, los hermanos Kasczinski, Gordon Brown y de los bálticos antirusos a ultranza se reúne en la más aguda de todas sus crisis para decidir su futuro. Es en estas circunstancias cuando Vladimir Putin manda su señal: ¿con qué voz quiere hablar esta Europa a Rusia? ¿Con la de Varsovia, Tallin, Sofía y Bucarest, sin olvidar Londres, que están cómodamente a la sombra de Washington, o bien con la de Berlín, París, Roma y Bruselas?
¿Para qué sirven esos misiles estadounidenses en pleno territorio europeo? ¿Y cómo pueden consentir las capitales de la «vieja Europa» (por usar la expresión despectiva de Donald Rumsfeld) que les pasen por alto y les sitúen ante un hecho consumado mientras otros discuten y deciden los problemas de la seguridad europea, por añadidura sin previa consulta?
El presidente ruso sabe perfectamente que muchos europeos no quieren los misiles estadounidenses quieren, pues, más que a neutralizar los misiles iraníes, parecen dirigidos a debilitar y dividir aún más a Europa. En definitiva: Putin apuesta, paradójicamente, por una Europa fuerte, mientras que Bush, tal vez a causa de su menguante dólar, querría verla más débil.
Extraños aliados se mueven en el escenario de Occidente en estos tiempos revueltos.
Fuente: http://www.megachip.info/modules.php?name=Sections&op=viewarticle&artid=4379