Lo que el corazón te diga I Parte Los siempre sospechosos de todo, los que han sobrevivido a las pateras, y a las mafias, los que nunca sabe nadie de que aldea son, los mejores artesanos de la madera, los descendientes de aquellos que fueron esclavos en las minas de reyes y empresas europeas, los […]
Lo que el corazón te diga
I Parte
Los siempre sospechosos de todo, los que han sobrevivido a las pateras, y a las mafias, los que nunca sabe nadie de que aldea son, los mejores artesanos de la madera, los descendientes de aquellos que fueron esclavos en las minas de reyes y empresas europeas, los que mueren de paludismo y de malaria y del ébola y de las picadas de escorpión, los reyes del hambre, los que trapichean para mal vivir, los perseguidos en su propio país, los indocumentados en el nuestro, los manteros para poder pagar la leche de sus niños, los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo, que diría el poeta Roque Dalton, los que nacieron medio muertos y sobrevivieron medio vivos a las sequías, a la hambruna y la malnutrición, a las epidemias, al espanto, los tristes más tristes del mundo, nuestros hermanos. Ser africano, eso que se mueve, es la mitad de la vida que les dejaron.
Todo empezó cuando Europa se apoderó de África en la conferencia de Berlín, que abrió el canciller Bismarck a las 14 horas del 15 de noviembre de 1884, y mostró a los presentes el gran mapa de Kieper. No había en la sala ni una sola persona africana, ningún representante del continente a repartir, todos eran europeos, con hambre de colonialismo exacerbado, armados de regla y cartabón, dispuestos a despedazar el mapa allí mismo: Francia y Reino Unido se llevaron la mayor parte, Alemania, Bélgica, Italia y Portugal, se reservaron lo suyo, y España que ya declinaba en Cuba y no andaba sobrada de fuerzas se quedó con Guinea Ecuatorial, Sahara Occidental y una parte de Marruecos. Las metrópolis fueron a por todas: implantaron administraciones, se apoderaron de los recursos naturales, impusieron sus lenguas como las oficiales, forzaron cuanto pudieron la hegemonía de sus costumbres, trataron de bautizar y civilizar a los que pudieron, pusieron a trabajar a los nativos en condiciones de esclavitud a la búsqueda de diamantes, rebuscando en los lechos de los ríos. África un continente fabuloso para esquilmar, explotar y dominar. Los participantes en el reparto trazaron fronteras con tiralíneas (latitud y longitud, cursos de los ríos…) Pero no todo fue armonía. Los imperialismos chocaron, Italia contra Francia, Reino Unido contra Francia, Alemania contra Reino Unido, el Congo es disputado a mordiscos y el rey belga Leopoldo II proclama que la mayor parte de ese país queda como propiedad privada de la Asociación Internacional del Congo que él había creado. ¡Un país posesión personal de Leopoldo II!
Los colonizadores podían dictar las leyes que les pareciera, dado su abrumador poderío armamentístico, y configuraron países artificiales sin tener en cuenta las realidades étnicas y tribales, a las metrópolis les daba igual que las rayas fronterizas trazadas fueran en el futuro fuente de conflictos y de terribles guerras cronificadas. Su afán pasaba por el negocio, el comercio, y el deseo de mostrar poder y prestigio. Para todo lo cual engañaron a los jefes de las tribus con promesas que nunca cumplieron. Con lo que robaron las metrópolis levantaron ciudades de edificios y palacios monumentales y avenidas grandiosas. ¡Quién no admira París! ¡Ah Londres!
La conexión entre el reparto de África por potencias europeas y las migraciones a nuestros países ¿en que nos concierne? En que las colonizaciones arrasaron países hasta hace poco más de cincuenta años y nosotros, como conjunto de sociedad, somos los beneficiarios.
Los procesos de descolonización tuvieron lugar a mediados del siglo XX, como quien dice ayer. En 1955 África no contaba nada más que con un puñado de Estados independientes, Liberia, Egipto, Etiopía y la República Sudafricana con su apartheid. El Magreb se puso en pie y Burguiba, líder tunecino impuso a Francia la independencia en 1956. El mismo año el sultán que pronto sería el rey Mohamed V la logró para Marruecos. En Argelia la batalla fue a sangre y fuego. Pero De Gaulle tuvo que claudicar. Luego vendrían las independencias del África negra. En unos casos por vía pacífica, en otros como en Mozambique y Angola por las armas. Nació la Organización para la Unidad Africana en 1963 y parecía que el continente abría las puertas al desarrollo. Fue un espejismo.
En las metrópolis se impuso el pragmatismo y la retirada de los contingentes militares se hizo sellando lazos de cooperación que aseguraran la presencia de las compañías europeas. En general, los gobiernos autóctonos surgidos pronto demostraron vocaciones poco democráticas: los partidos únicos y las autocracias sustituyeron a los colonizadores, y los pueblos siguieron estando sometidos: al poder de unos pocos, a la corrupción, al robo, a la extorsión e incluso a los asesinatos de Estado. Los gobiernos nativos que llegaron al poder como movimientos de liberación se tornaron en mucho casos en gobiernos contra el pueblo. La tragedia del hambre y de la muerte en las selvas y en los desiertos siguió avanzando hasta el día de hoy. Europa y sus metrópolis hicieron alianzas con los nuevos gobiernos para asegurarse su influencia y la de los capitales europeos.
Así es que las mujeres y los hombres africanos, abandonados a su suerte, tienen una manía: se han creído el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros». Y de ahí que se creen con derecho a vivir mejor, y al desarrollo, y piensan que deben ser tratados con respeto por los descendientes de quienes les colonizaron. Y se han atrevido a venir. No sabían que aquí les esperaba un muro de concertinas, y la ley de extranjería para los que han tenido un poco más de suerte, y algunos políticos que se dedican a dedicarles infundios y amenazas, y mucha xenofobia y racismo a la vista y mucha más escondida en cada pliegue de nuestra sociedad. ¡Qué provocación creerse con derecho a mejorar sus vidas! dicen algunas o muchas voces; venir a molestar a los que durante décadas fuimos sus amos, y no necesitábamos permisos ni papeles para ocupar sus países porque estábamos investidos de una misión civilizadora…y del poder del dinero y de las armas.
Esto es lo que está pasando: los colonizadores de ayer, los que dejaron el continente esquilmado, son los mismos países que hoy levantan muros para evitar la llegada de los nietos, bisnietos y tataranietos de aquellos que fueron expropiados, robados, asesinados, en nombre del progreso. Y para colmo, algunos seres abyectos, personas sin humanidad, que desconocen la palabra solidaridad, políticos que a la caza del voto alimentan las bajas pasiones y la lucha de pobres contra pobres, y se permiten afirmar que vienen a cobrar ilegalmente la RGI, que vienen a engañarnos a nosotros que decimos ser el no va más de la generosidad, cuando en realidad son nuestros países los que hicieron el saqueo de África y nuestras sociedades de hoy son las beneficiarias de los avances tecnológicos, productivos, económicos y sociales que procuró la colonización. Nosotros lo beneficiarios deberíamos pedirles perdón a los tripulantes de las pateras, a los que yacen en las fosas del Estrecho, a los que deambulan vendiendo cualquier cosa, a los que piden ayuda en una esquina, y una manera de hacerlo es hacer frente a esos políticos sin alma, tipos peligrosos para la convivencia, seguramente de misa de domingo y que merecen ser excomulgados al menos socialmente.
Unámonos contra la infamia de algunos políticos y tendamos la mano a los tristes más tristes del mundo, a nuestros hermanos africanos. Unámonos contra la manipulación que nos quiere arrebatar todo gesto solidario y hagamos lo que el corazón nos diga.
Europa naufraga en el Mediterráneo
II Parte
El politólogo Sami Naïr (Tlemcen, Argelia, 1946) es un europeísta desencantado con la actual Europa, un defensor de los derechos humanos que denuncia su vulneración y no para de dar ideas para cambiar la vida de los pueblos. En su último libro Refugiados, publicado por Editorial Crítica, aborda con vehemencia un problema que está poniendo en tela de juicio los principios y valores fundacionales de la Unión Europ ea. Denuncia su carácter estrictamente economicista, su desunión, la ausencia de una política común para manejar el euro, y la necesidad urgente de una política común de fronteras frente a los fenómenos migratorios de nuestro tiempo, desde la aceptación de valores comunes que tengan en cuenta a los refugiados y a la demanda de solidaridad internacional.
Sami Naïr se muestra pesimista al afirmar que vamos por el camino contrario. Por eso reclama desde hace ya tiempo un gran debate sobre qué Europa queremos. Plantea la disyuntiva de actuar con los refugiados de manera civilizada o no civilizada como el dilema en que se juega el ser o no ser de Europa. Siguiendo a Naïr creo que en realidad este es un problema mundial, más allá de Europa, en la medida en que el último informe de ACNUR sobre Tendencias Globales nos asegura que a finales de 2015 un número de 65,3 millones de personas se encontraban desplazadas, en comparación con los 59,5 millones de doce meses antes. Atención, es la primera vez que se supera el umbral de 60 millones de personas obligadas a sobrevivir en refugios. ¿Qué hacer frente a semejante drama?
Sami Naïr propone una medida de urgencia: nos recuerda que tras la primera guerra mundial, en 1920, se dotó a los refugiados de un documento de tránsito, el Pasaporte Nansen, para poder circular libremente en busca de asilo. No es la gran solución, pero es una buena idea. Lo que no puede ser es mantener a los refugiados en campos de concentración a cielo abierto en las actuales condiciones infernales que padecen. Claro que ello supondría contar con una Europa abierta a la inter-solidaridad. Si con 512 millones de habitantes no podemos dar refugio a cinco millones es que algo va muy mal.
Hoy, tenemos a nuestras puertas a 4,9 millones de sirios de los que tres millones se encuentran en Turquía en condiciones durísimas, por las condiciones de la logística y la dureza del Gobierno autoritario de Erdogan. Además, Siria cuenta con otros 6,6 millones de desplazados internos. Irak, Somalia, Afganistán, son países que expulsan a ingentes cantidades de personas. Evito citar cifras mareantes que cualquiera puede encontrar en la web oficial de ACNUR. Pero hay que destacar que mientras países poderosos miran para otro lado, el pequeño Líbano acoge el mayor número de refugiados, un millón cien mil, en proporción a su pequeña población de 4,5 millones de habitantes.
La Europa que ahora protesta por el muro que pretende Trump para parar la emigración procedente de México, ha levantado siete alambradas por varios países, con una longitud actual de 1.200 kilómetros. Si la caída del Muro de Berlín fue acompañada de críticas a lo que había supuesto contra la libertad y dignidad de las personas, ahora, en pleno siglo XXI, los nuevos muros de alambre con púas ponen en entredicho las libertades en la Unión. Cuando se impide el ingreso a nuestro territorio de personas que huyen de guerras y de persecuciones se abren grietas anchas y profundas en los principios que decimos que importan. En Grecia, Macedonia, Eslovenia, Hungría, Croacia, Ceuta, Melilla y por supuesto en Turquía, se está enterrando los ideales de nuestra civilización. Europa enfrenta al fenómeno de los refugiados como si de una guerra se tratara.
Lo grave es que Europa no hace nada útil para dar respuesta a este problema a medio plazo. ¿Por qué no se esfuerza en una cooperación de desarrollo real en los países de origen? Proyectos que creen empleo y den estabilidad a poblaciones. ¿Por qué no implementa programas de formación profesional de jóvenes africanos que incluyan apoyos a emprendedores? Programas que incluyan a jóvenes ilegales a los que se les garantice que puedan volver sus países y regresar a Europa para proseguir su formación. Sami Naïr se hace estas y otras preguntas y advierte de un tipo de migración que presenta tintes dramáticos: se refiere a la migración ecológica que pronto será más importante que la económica y que tiene que ver con la escasez del agua que está matando masivamente en el África Subsahariana.
El pensador europeísta, al afirmar que en los últimos veinte años la política ha sido destruida por la economía que ha pasado el poder a grandes polos macroeconómicos, advierte de un modo pesimista, es decir realista, que los políticos que tenemos ahora, salvo excepciones, no son capaces de pensar de modo distinto al economicismo imperante. Tal vez por eso espera que más pronto que tarde se produzca un choque eléctrico que ponga fin a la inercia dominante del eje franco-alemán y que en Francia o en Alemania llegue un gobierno que diga ¡Basta!
Hay que habilitar una nueva legalidad solidaria. La UE ha querido sustituir la acogida regulada y suficiente por políticas de contención que están fracasando. El continente africano no tiene que perder y seguirá empujando migraciones. Europa es en buena parte causante del drama llamado África. La esquilmamos, la explotamos, la matamos, y ahora tenemos ante nuestras puertas a millones de medio muertos o medio vivos que luchan por sobrevivir. Hay que flexibilizar las entradas de quienes huyen del hambre; hay que hacer políticas de visados más democráticas; la UE debe establecer políticas de codesarrollo con un aumento notable de las ayudas a los países africanos. Nuestro continente es rico y desarrollado y debe implementar relaciones cooperativas y solidarias con los países mediterráneos y subsaharianos.
Más pronto que tarde hay que formular nuevas vías legales para la solicitud de asilo y residencia. Europa envejece y necesita de la migración para su propia existencia. Nuestro egoísmo y nuestros miedos pueden ser la tumba de un ideal llamado Europa. Que se activen de forma flexible los visados humanitarios. Que se flexibilicen los visados de tránsito para quienes proceden de países en conflicto. Toda Europa, incluidos los países que no son parte de la UE, deberían reunirse en una cumbre para tomar medidas dignas, eficaces y suficientes. El reparto de cuotas de acogida debe ser la expresión de un compromiso real, no como hasta ahora una medida cosmética sin recorrido alguno. Europa, raptada por poderes obscenos, el primero de todos el dinero, debe volver la vista a sus orígenes humanistas, es su única oportunidad.
Mientras llega una nueva oportunidad para redimir Europa, se muere en el Mediterráneo. Desde 2014 ya son unos 10.000 los ahogados. Solamente en 2016, aún habiéndose multiplicado los salvamentos, ya fueron 3.800 los que perdieron la vida. Consintiendo semejante tragedia, Sami Naïr teme la caída de un proyecto que fue fundado no sólo para preservar la paz sino que también para avanzar hacia una civilización nueva, democrática, tolerante, inclusiva y solidaria. Dice: » Si seguimos en este camino Europa va a desaparecer. Eso lo tengo totalmente seguro, la globalización se va a tragar a Europa». Sin embargo hace un guiño al optimismo cuando añade: «Europa es muy viva políticamente. Avanzamos a base de crisis. Tendremos cada vez que plantearnos la cuestión de elegir civilización o barbarie, como sucede con los refugiados». No cabe duda que Europa está a la espera de nuevos liderazgos. Los actuales son muy mediocres.
Ellos también son nosotros
III Parte
Miles de mujeres y hombres africanos, de todas las edades, yacen en el fondo del Mar Mediterráneo, el mismo que canta Serrat y que ha perdido toda su mitología melancólica para convertirse en una fosa común que inspira horror y huele a muerte. Los últimos 850 ahogados el día 18 de abril de este año han impactado en las conciencias de media Europa, pero nada comparable a si los muertos hubieran sido europeos. Hay muertos y muertos. De entre las varias categorías las muertes de africanas y africanos pertenecen a la última de todas. Después no hay más.
La respuesta europea no puede ser más decepcionante. Los jefes de gobierno reunidos en Bruselas han centrado sus decisiones en un esquema de seguridad que poco o nada ayuda a resolver el problema. Aumentar los esfuerzos en controles policiales de las costas mediterráneas, la posibilidad de bombardear barcos piratas atracados en Libia y acentuar la devolución de migrantes ilegales a sus países de origen, son los grandes acuerdos, más de lo mismo. Al menos también han decidido ser más eficaces en el rescate de migrantes náufragos y de barcos a la deriva. Pobre política que lejos de abordar el fondo del drama africano lo agudiza al negar lo evidente: las migraciones africanas proseguirán imparables.
La realidad es que en África se juntan 34 de los 48 países con menor nivel de vida del planeta. Más de 300 millones de personas sobreviven milagrosamente con menos de un dólar al día. Treinta millones de niñas y niños menores de cinco años sufren desnutrición y el 43% no tiene acceso al agua potable. En Etiopía y Burundi la renta per cápita es de menos de 90 dólares. La pobreza ha empeorado en los últimos 25 años según reconoce el Banco Mundial. La esperanza de vida se ha rebajado de 49 a 46 años. Las sequías, las hambrunas y las enfermedades representan un drama crónico, al que se suman las guerras en Siria, Eritrea, Libia, Sudán, Yemen, Irak, Chad, de las que huyen cientos de miles buscando asilo y refugio. Hoy día la mayor parte de migrantes provienen de países en guerra. Buscan salvar la vida y piden asilo.
Es tal el estado de desesperación de millones de seres humanos azotados por la pobreza o por las guerras que no hay ni habrá muros, alambradas o despliegues militares que impidan la continuidad de movimientos migratorios hacia Europa. Frente a ello la reacción de Europa, de sus instituciones es insolidaria, cicatera, excluyente, represiva. En realidad África retrata a Europa y desmonta ese discurso tan gastado que publicita valores morales muchos de ellos ya perdidos. La UE ni siquiera cumple el mandato internacional en materia de acogida de refugiados. Es más que evidente que las actuales políticas europeas han fracasado, no sirven para impedir la llegada de migrantes y producen miles de muertos. ¿Por qué mantenerlas?
Lo que hace falta es una política integral que combine al menos tres elementos: a) una política de apertura a la entrada legal y escalonada de migrantes, que son verdaderos refugiados políticos unos, económicos otros; en particular los gobiernos europeos deben cumplir la legislación internacional y las nacionales dando acogida a quienes provienen de países en conflicto y solicitan asilo; b) una política decidida de co-responsabilidad en políticas reales de desarrollo a fin de que los países africanos combatan eficazmente la pobreza, alcancen los Objetivos del Milenio e impulsen procesos productivos y económicos endógenos; c) la puesta en marcha de todos los medios necesarios para rescatar a quienes corren peligro en la mar. Hasta el momento la operación de rescate Triton de Frontex para salvar vidas ha resultado ser un fracaso, pudiéndose calificar de operación maquillaje de la Unión Europea con resultados criminales.
La otra medida que debe activarse de manera inflexible es la prohibición de venta y tráfico de armas al continente africano. El 95% de las armas y municiones que se utilizan en conflictos africanos no provienen de África. ¿Qué países son los grandes mercaderes d la muerte? Estados Unidos, Rusia, China, Alemania, India, también España. Como es sabido no hay guerra sin armas, y hoy puede decirse que los conflictos armados africanos son un gran mercado para los fabricantes que constituyen lobbies poderosos que venden guerras. Los peces gordos de la exportación de armas procuran infiltrarse en las instituciones políticas para asegurar mejor el futuro de su negocio: la paz no lo es. Así por ejemplo el ministro de defensa del gobierno español Pedro Morenés fue consejero de la empresa Instalaza S.A. fabricante de bombas de racimo, cargo que dejó temporalmente para ser investido de ministro. Ha sido asimismo director ejecutivo en España de la empresa MBDA que diseña, fabrica y vende misiles.
Escapando de la muerte casi 50.000 inmigrantes tratan cada año de cruzar el desierto de Teneré -un desierto dentro del desierto, perteneciente a Níger- para acceder a Marruecos, Argelia o Libia. Salen de Agadez, pasando por Dirkou, bajo un calor insoportable, que supone una dura prueba de supervivencia en la que muchas personas pierden la vida. Los que llegan a las alambradas de Ceuta y Melilla, o a las costas de Argelia y Libia, son los afortunados a los que les espera el rechazo europeo. ¿Podemos dejarlos morir? ¿En nombre acaso de preservar nuestro estatus de vida? Entre el año 2000 y el año 2013, fueron 23.000 los migrantes muertos en el intento de llegar a Europa. Sé perfectamente cuál es la respuesta recurrente de mucha gente, incluso de la buena gente: «Pero, es que todos no cabemos». Pero sí cabemos, y para empezar se debe abordar el drama humanitario de las bolsas de migrantes que permanecen en las fronteras mediterráneas del continente africano a la espera de una oportunidad. La elección es: o abrirles las puertas legalmente, o dejarles morir.
Por otra parte en la Unión Europea somos 510 millones de personas repartidas en 28 países. Una política coordinada y gradual en el tiempo que redistribuya la migración puede canalizar el ingreso de manera ordenada y legal a cientos de miles de africanos sin desestabilizar significativamente el equilibrio demográfico (España lleva dos años de saldo migratorio negativo). En realidad, según expertos en el conjunto de la UE podríamos llegar a un 2% más de la población que ya somos sin mayores trastornos. No sé si ese porcentaje es adecuado pero es el caso que todas las proyecciones estadísticas indican que la UE va a necesitar millones de migrantes en los próximos años (Alemania en primer lugar) Una política de apertura combinada en el tiempo con esfuerzos de desarrollo en países de origen y de pacificación de conflictos podría dar lugar a un escenario presidido por la aplicación de los Derechos Humanos.
Lo que no cabe en ningún caso es focalizar este enorme desafío humanitario, cada vez más imparable, como si fuera básicamente un problema de seguridad. Al contrario, debemos tratar a los migrantes como seres humanos con dignidad y derechos: ellos también son nosotros.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.