14 muertos, decenas de heridos, 1000 evacuados. Las trágicas consecuencias de la explosión de un vagón cisterna cargado de GPL dentro de la estación de Viareggio, localidad en el norte de Italia se pueden presentar como un desgraciado accidente, y sin embargo la reacción del sindicato CGIL («tragedia anunciada», dijo el secretario general Guglielmo Epifani) […]
14 muertos, decenas de heridos, 1000 evacuados. Las trágicas consecuencias de la explosión de un vagón cisterna cargado de GPL dentro de la estación de Viareggio, localidad en el norte de Italia se pueden presentar como un desgraciado accidente, y sin embargo la reacción del sindicato CGIL («tragedia anunciada», dijo el secretario general Guglielmo Epifani) y de la asociación de ferroviarios fue de indignación. El fiscal general Beniamino Deidda, uno de los magistrados más expertos en Italia en asuntos de seguridad laboral fue muy claro: «Este accidente no es fruto de la casualidad sino de acciones concretas y o de omisiones que se analizarán con atención». En una sociedad obsesionada por el problema de la «seguridad», trece vagones con una carga peligrosísima pueden circular a 90 km/h dentro de una estación de una ciudad, a pocos metros de casas habitadas.
Los expertos en la materia explican lo sucedido con rabia: se rompió el eje de un vagón de mercancías. Un accidente «típico» que los ferroviarios han denunciado desde hace tiempo. Había habido señales de alarma: cinco accidentes en Toscana tan sólo en junio, una cisterna con ácido fluorídrico descarriló en la estación de Vaiano y por suerte no hubo vertido. La cuestión entonces es por qué no se hace caso a los trabajadores del sector, y la respuesta es también clásica: porque la «seguridad», la atención, las inversiones se centran tan sólo en la Alta Velocidad. Se privatiza lo público, «se racionalizan los recursos», se recorta personal, se presentan presupuestos «saneados» y luego, si ocurre un accidente, vaya usted a buscar al responsable en la maraña de subcontrataciones de subcontrataciones: el responsable público dirá que no es asunto suyo porque el servicio se había privatizado, la empresa privada esconderá su responsabilidad pasando la pelota al público, y en el toma y daca, las llamas, los escombros y los cadáveres.
Acudió raudo Berlusconi al lugar del siniestro y lo abuchearon diciéndole «bufón, bufón», y «vergüenza, vergüenza». Creía Berlusconi que podría domar la tragedia y enlatarla en otro format televisivo más, pero hoy la realidad, que con tanta sumisión ha aceptado que le quiten el protagonismo durante estos últimos años, se obstina en boicotear el reality berlusconiano.