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Extremas derechas: ¿del racismo al culturalismo?

Fuentes: Página 7

El atentado criminal en Noruega ha poblado las páginas de los periódicos con referencias Anders Behring Breivik -autor de la masacre de la isla de Utoya- como un militante neonazi. Sin embargo, su ideología, expresión de una nueva «sensibilidad» de la extrema derecha europea, aunque enrededa y loca, parece más cerca de otro marco ideológico, […]

El atentado criminal en Noruega ha poblado las páginas de los periódicos con referencias Anders Behring Breivik -autor de la masacre de la isla de Utoya- como un militante neonazi. Sin embargo, su ideología, expresión de una nueva «sensibilidad» de la extrema derecha europea, aunque enrededa y loca, parece más cerca de otro marco ideológico, que se fue sedimentando al calor de las teorías del «choque de civilizaciones» que fue calando en sociedades cada vez más proclives a pensar la inmigración árabe y turca como una invasión islámica que a la postre terminará haciéndose con Europa y echando por tierra sus valores mas preciados. Por eso, una parte de los más exitosos grupos de extrema derecha están más cerca de un populismo islamófobo que del nazismo stricto sensu. Más cerca del culturalismo que del racismo (aunque muchas veces esta diferencia pueda ser imperceptible en la práctica). Es sintomático que en uno de sus post en www.document.no el extremista noruego haya escrito: «El Frente Nacional [francés liderado por Marine Le Pen] no es exitoso y no será capaz de superar el 10% de apoyo […]. No se puede luchar contra el racismo (multiculturalista*)con racismo. El etnocentrismo está en las antípodas de lo que lo que queremos lograr» (post 335). Lo que «queremos lograr» es «independizar» a Europa del islam.

 
De hecho, esta ideología islamófoba tiene mayor capacidad de articulación con otras identidades y «sensibilidades» políticas que el neonazismo -especialmente en los países que sufrieron la ocupación nazi, como Noruega-. Al fin y al cabo, como explica el antropólogo sudafricano Adam Kuper en su libro Cultura, la versión de los antropólogos, las primeras justificaciones del apartheid no fueron raciales sino culturalistas: cada cultura debía desarrollarse en su propio espacio sin interferir en las demás… las consecuencias son conocidas. Y el antimestizaje -y el rechazo al multiculturalismo o la idea de que este simplemente «fracasó» (Angela Merkel dixit)- es hoy popular en una Europa en crisis.
 
Décadas atrás a nadie se le hubiera ocurrido, por ejemplo, que el líder de un partido de extrema derecha fuera gay, lo que efectivamente ocurrió en Holanda con Pim Fortuyn, asesinado en 2002. Fortuyn escribió e esta línea de la nueva extrema derecha «posmoderna»: «Estoy a favor de una guerra fría contra el islam. Veo al islam como una gran amenaza, como una religión hostil». Para Breivik son los blancos los marginalizados hoy en Europa. Pero además, como es cierto que los regímenes islamistas no son democráticos ni tolerantes con los derechos civiles ni las libertades sexuales, no resulta muy difícil justificar la islamofobia bajo una cobertura «progresista». Por eso, Fortuyn sostenía en una entrevista con el diario Volkskrant : «Yo no odio el islam, considero que es una cultura retrógrada. He viajado bastante por el mundo. Donde el islam predomina es terrible. Pura hipocresía. Es un poco como pasaba con los antiguos protestantes. Los reformadores mentían todo el tiempo. ¿Y eso por qué? Porque tienen normas y valores que son tan altos que no se pueden mantener humanamente. También se puede ver eso en la cultura musulmana. Luego, miren los Países Bajos. ¿En qué país podría el líder electoral de un movimiento tan grande como el nuestro ser abiertamente homosexual? Qué maravilloso que eso sea posible. Es algo de lo que podemos estar orgulloso. Y me gustaría mantenerlo de esa manera».
 
Pero la islamofobia permite además otras articulaciones imposibles para el neonazismo. Al parecer, Breivik simpatizaba con Israel, y las conexiones entre estas nuevas extremas derechas islamofóbas y el sionismo de derecha parecen cada vez más frecuentes. Crecientemente se ven puentes entre la extrema derecha y la derecha sionista frente al enemigo común: la islamización de las sociedades europeas, especialmente después de los atentados del 11 de septiembre de 2001.
 
Daniel Bensoussan-Bursztein escribió un artículo en la revista judía progresista Regards donde pone como ejemplo de estos puentes a Guillaume Faye, teórico de la extrema derecha de los 80, quien ahora busca un «eje blanco» de EE.UU. a Rusia, pasando por Israel, lo que permitiría extirpar de la nueva ideología ultraderechista sus históricos componentes antisemitas y negacionistas del Holocausto. Para esta postura, el Estado de Israel deviene así un representante del «espíritu europeo» en Medio Oriente. Marine Le Pen también está haciendo esta evolución «modernizadora» -frente al viejo fascismo de su padre y anterior líder del partido- e incluso fue protegida por jóvenes extremistas de la Unión de Defensa Judía durante una manifestación en repudio al secuestro y asesinato de un joven judío francés en 2006. Pero como recuerda Bensoussan-Bursztei estos acercamientos no son fáciles en varios de estos grupos: el antisemitismo es parte del ADN para muchos militantes (como la homofobia), y así en una de las fiestas «Bleu-Blanc-Rouge» del Frente Nacional, Michael Carlisle, sionista de extrema derecha, y el humorista antisemita Dieudonné, por poco terminan a los golpes. No obstante, esta evolución es más simple en varios de los partidos menos fascistas que el lepenismo pero igualmente islamofóbicos como varios de los escandinavos.
 
Volviendo a Noruega. «Lo que sí es una sorpresa es que el presunto autor no pertenece al movimiento neonazi sino al movimiento antimusulmán, que son dos cosas distintas. Los ataques terroristas son parte de la tradición política neonazi, no me hubiera sorprendido que de allí saliera el agresor. Pero el movimiento antiislám nunca ha hablado de cometer atentados. Esa es la novedad: un tipo que, según todo indica pertenece al movimiento antiislam pero se ha inspirado en el discurso neonazi», explica el periodista Daniel Poohl -director de la revista sueca Expo luego de la muerte de Stieg Larsson-. Y concluye que a partir de la masacre de Noruega «el discurso ultra ya no sonará igual».

* Para Breivik el multicultralismo es «racismo» contra los blancos.

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