Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Durante mucho tiempo intelectuales y dirigentes occidentales han ironizado sobre la manía de los regímenes soviéticos de reescribir la historia. Pero apenas se les oye cuando el Parlamento Europeo revisa la de la Segunda Guerra Mundial. El pasado 19 de septiembre los europarlamentarios adoptaron una resolución «sobre la importancia de la memoria europea para el futuro de Europa» que sitúa en pie de igualdad «los regímenes comunista y nazi». El concepto «regímenes totalitarios», empleado en veintidós ocasiones, reúne en un mismo oprobio a la URSS invadida y a la Alemania invasora, a los veintiséis millones de muertos soviéticos y a sus asesinos, al general Gueorgui Joukov y a los responsables de los campos de exterminio. El Parlamento Europeo afirma estar «preocupado por el hecho de que los símbolos de los regímenes totalitarios se sigan utilizando en espacios públicos y con fines comerciales». Para tranquilizarlo, ¿hay que rebautizar la Plaza de la Batalla de Estaligrado de París como «Plaza del Mercado Común» o, como en Hungría, tratar de prohibir una marca de cerveza en cuya etiqueta aparece una estrella roja?
La resolución no se limita a este rudimentario revisionismo. «La Segunda Guerra Mundial se desencadenó como consecuencia inmediata del tristemente célebre pacto de no agresión germano soviético del 23 de agosto de 1939*», leemos también en ella. Los historiadores atribuyen habitualmente la responsabilidad del conflicto al expansionismo belicoso de la Alemania nazi (1). En su afán por asociar la Unión Soviética con esta responsabilidad la resolución del Parlamento de Estrasburgo hace desaparecer a propósito otro episodio igual de embarazoso moralmente, pero que esta vez implica a irreprochables democracias europeas: los acuerdos firmados en Munich en septiembre de 1938 a consecuencia de los cuales Francia y Reino Unido autorizan a Adolf Hitler a invadir los Sudetes, una región de Checoslovaquia.
Por azar del calendario, al mismo tiempo el historiador de la Segunda Guerra Mundial Christopher Browning informaba acerca de los progresos de la investigación sobre este acontecimiento (2). Muestra hasta qué punto, en su deseo de apaciguar a Hitler, las democracias lo envalentonaron, reforzaron y provocaron la guerra. «En 1938 Alemania no tenía ni el margen de superioridad necesario para lograr una rápida victoria ni capacidad para emprender una guerra larga». Pero la bien equipada Checoslovaquia era aliada de Francia de la URSS. Su anexión sin combate supuso una doble oportunidad para los nazis. «La industria militar checa requisada produjo una tercera parte de los nuevos modelos III y IV de carros de combate, fundamentales en la victoria alemana en Polonia y después en Francia». La capitulación de Munich también supuso un golpe para los opositores alemanes del Führer. «Un grupo de conspiradores antihitlerianos planeaba derrocar al dictador en cuanto emprendiera la guerra contra Checoslovaquia. La abyecta rendición de [el primer ministro británico Arthur Neville] Chamberlain en Munich frustró sus planes y dio a Hitler la victoria sin derramamiento de sangre que consolidó su posición».
Pero, al infierno con estas investigaciones, puesto que ahora son unos parlamentarios europeos quienes escriben la historia.
Notas:
* Véase al respecto el artículo de Jacques R. Pauwels, «Mito y realidad del pacto entre Hitler y Stalin del 23 de agosto de 1939«. (N. de la t.)
(1) Véase Gabriel Gorodetsky, «Les dessous du pacte germano-soviétique«, Le Monde diplomatique, julio de 1997.
(2) Christopher R. Browning, «Giving in to Hitler«, The New York Review of Books, 26 de septiembre de 2019. Véase también Gorodetsky, «Un autre récit des accords de Munich«, Le Monde diplomatique, octubre de 2018.
Fuente: https://www.monde-diplomatique.fr/2019/11/RIMBERT/60955
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.