Los malos resultados de las pruebas PISA han venido a significar un refuerzo de las posturas cataclísmicas sobre la situación de la enseñanza pública en Uruguay. La tímida crítica del sector gubernamental más izquierdista no a la lógica de dichas pruebas (cuyo modelo de inducción estadística ha sido cuestionado hasta por su propio creador, la […]
Los malos resultados de las pruebas PISA han venido a significar un refuerzo de las posturas cataclísmicas sobre la situación de la enseñanza pública en Uruguay. La tímida crítica del sector gubernamental más izquierdista no a la lógica de dichas pruebas (cuyo modelo de inducción estadística ha sido cuestionado hasta por su propio creador, la también cuestionable transculturalidad de las estructuras problemáticas empleadas, la evaluación de los resultados específicos, etc.) sino al carácter concluyente de sus resultados, no ha logrado opacar mínimamente la sensación de desastre en la educación nacional, que el propio gobierno ha contribuido a construir en su lucha contra los reclamos sindicales; recordará el lector memorioso que en el primer año de gobierno Mujica «saludó» a las maestras diciéndoles «Trabajen». El sector más derechista del propio gobierno ha remarcado la noción de desbalance entre el «enorme esfuerzo presupuestal de la sociedad uruguaya» en la enseñanza y los malos resultados. Para empezar la premisa del razonamiento es falsa, ya que si bien ha habido un innegable aumento presupuestal bruto, no lo ha sido tanto en términos reales si se compara con la inflación del sector educativo, pero aún si fuera correcto, esa asociación de variables es insostenible científicamente, en la medida que oculta la compleja intervención de otras variables en los malos resultados eductivos.
Antes de continuar, quiero hacer otra salvedad: la noción de «crisis» si esta está asociada a un cambio desfavorable repentino y actual, es falsa. La caída de los rendimientos académicos de los estudiantes viene registrándose por lo menos desde los años 1960s, y con total seguridad desde los años pos-dictadura. Desde mi perspectiva, adelanto, se trata de una reducción de la capacidad de abstracción de la población, como resultado de un proceso cultural y económico propio de la evolución del capitalismo actual, y por lo tanto ninguna reforma educativa podrá hacer por sí sola gran cosa al respecto.
Pero bien, veamos hacia dónde van las críticas y las propuestas de cambio. Por un lado, desde el campo académico, y especialmente desde el discurso pedagógico neoliberal (incluyo aquí todo el tecnicismo de la educación por desarrollo de competencias y resolución de problemas, importado desde España por la elite tecno-izquierdista que asesoraba a Germán Rama y que logró convertirse en supuesto de base, en sentido común pedagógico de las nuevas generaciones de docentes), se ha criticado el carácter «universalista» de la educación uruguaya, su división de saberes en compartimientos estancos, su énfasis disciplinador del cuerpo y de la mente a través del hábito y la memoria. Alejado de las supuestas necesidades de los alumnos (en realidad alejado de las necesidades del capitalismo financiero, ya que ese modelo responde a la línea de montaje industrial), sería ese modelo el responsable de la exclusión creciente de chicos del nivel secundario.
Ese sistema retrógrado y normativo, dicen sus enemigos, sería superable por uno más abierto, no centrado en los saberes sino en los estudiantes. El paidocentrismo incluye la abolición de la repetición (de hecho casi lograda en primaria en virtud de la función policial del cuerpo inspectivo y una realidad demográfica de los establecimientos escolares: si se dejara repetidores a los niños que no cumplen con los objetivos mínimos del programa, las escuelas tendrían índices de repetición del 40% ó 50%, y como no pueden generar una deserción comparable a la de secundaria por la función de guardería que ejercen para las familias pobres dada la edad de los niños, generarían una superpoblación inmanejable), la ludización de las estrategias didácticas, la integración de materias en áreas (ciencias naturales, ciencias sociales… que no se corresponden con la existencia de saberes científicos, o mejor dicho, discursos científicos y por ello sus resultados en los 1990s fueron desastrosos, pero bueno, como los monstruos de las películas de terror norteamericanas, que una vez derrotados reviven, revive esta propuesta), la maternalización e infantilización del ciclo básico de secundaria unificándolo con primaria (algo así se hizo en Argentina y el resultado ha sido muy malo, y algo así se hace en el medio rural uruguayo y algunos barrios alejados de Montevideo, con los grados 7mo, 8vo y 9no, con un resultado desalentador), la individualización de las trayectorias escolares a través de la ruptura del formato clase en beneficio del formato proyecto individual o de pequeños grupos.
A esto se suma una serie de propuestas de reforma administrativa y de gestión de inspiración toyotista (acorde al imperio del capitalismo financiero): descentralización y autonomización de centros educativos, competencia de proyectos de centro para su financiación, jerarquización del rol del director (en su versión más radical, la derecha propone que los directores contraten y echen a los docentes como si se tratara de una empresa), evaluación docente y estudiantil externa. A su vez, esto se entronca con la precarización de la profesión docente, que pasará a ser remunerada «a destajo», es decir, de acuerdo a su productividad (lo cual, en la medida que no tenga en cuenta la distribución de las capacidades de aprendizaje de acuerdo a los contextos socioculturales, se convertirá en un excelente incentivo para el cambio de profesión). Nada nuevo bajo el sol: la municipalización de la enseñanza es un camino ya transitado en la época de Menem en Argentina, y los resultados fueron malísimos en términos de aprendizajes.
Ahora bien, nada de esto elevará significativamente el nivel de los estudiantes uruguayos, porque se está errando en el análisis de las variables. Un análisis más complejo, si bien encontrará muchos aspectos a modificar en la formación docente, en la estructura burocrática del sistema educativo, incluso, cómo no, en la indolencia de muchos docentes, no puede hacerse sin tener en cuenta, por lo menos, que los aprendizajes están vinculados también a factores tales como: la persistencia de la malnutrición infantil (14% de retardo de talla y peso en niños nacidos en hospitales públicos de Montevideo), el deterioro sostenido de las condiciones laborales de las familias de los trabajadores vía precarización e informalidad, la afectación de dicho deterioro a los vínculos de pareja y por lo tanto a la estabilidad de los proyectos familiares (una de cuyas bases es la sostenibilidad económica de la casa) y con ello a la capacidad de contención emocional y acompañamiento pedagógico familiar de los niños, la pérdida de autoridad de padres y maestros (lo que es parte del diagnóstico de la posmodernidad como época de incertidumbre), el retraiminento de la cultura escrita, el cortoplacismo o la ausencia de horizontes lejanos en los proyectos vitales de los adultos de las clases trabajadoras, el escaso valor que le asigna el mercado a los años de educación (el rendimiento económico marginal de cada año estudiado entre 6to. grado escolar y 6to. grado de secundaria es escasísimo).
Tengo buenas noticas para los neoliberales de izquierda y derecha: las medidas que proponen no mejorarán los resultados educativos, pero la gente no se va a dar cuenta a corto y mediano plazo, porque en la medida que disminuya la repetición y se genere -algo maravilloso de esta época de simulacros- la «sensación de éxito académico», los cambios serán suficientes para obtener el apoyo de la población (piénsese cómo el Plan Ceibal no aporta nada significativo pedagógicamente y sin embargo recoge unánimes aplausos por su condición de fetiche moderno y de símbolo de cambio de status). Si llegan a darse cuenta, de cualquier modo, como es más fácil representarse a un docente holgazán que a un sistema educativo que funciona mal, ya saben a quién culpar. Y mientras el tecnicismo y el paidocentrismo en el orden pedagógico profundizarán la vulnerabilidad cultural y política de las clases trabajadoras y medias bajas (privándolos de la cultura general, de la disciplina escrita y los grados de abstracción propios de los discursos científicos complejos), el deterioro de la función docente permitirá reducir drásticamente la capacidad de resistencia de los trabajadores de la enseñanza, lo cual, combinado con algo que hubiera sido impensable 40 años atrás: la sujeción político-partidaria directa del sistema de enseñanza público, coronará una situación de absoluta sumisión de la enseñanza al mercado (o sea, a los principales capitales). Ahora que han muerto las utopías revolucionarias y todos están tranquilos en cuanto a que a lo sumo un «giro a la izquierda» apenas implica algún aumento de impuestos, no quedarán defensores políticos de la autonomía técnico-pedagógica del sistema de enseñanza público, porque no hay nada que temer. El modelo es la Universidad Tecnológica (UTEC)(1), compañeros.
La sensación de peligro inminente de disolución social y de caos que debe ser ordenado ya está suficientemente generada en la población y por lo tanto el ambiente es propicio para un golpe político a la enseñanza, para reconfigurarla en clave regresiva y neoliberal.
Nota
(1) La UTEC es un proyecto en marcha, con fuerte impronta personal del presidente uruguayo Mujica, consistente en una Universidad con un gobierno nombrado directamente por el Poder Ejecutivo y un proyecto pedagógico orientado a la formación de técnicos para satisfacer la demanda de las grandes empresas extractivas y elaboradoras de materias primas.
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