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Con la connivencia de la Policía

Grupos de paramilitares vigilan la estatua de Churchill en Londres

Fuentes: Rebelión

Grupos de militantes de ultraderecha protegen desde el pasado fin de semana, con el consentimiento de la policía londinense, la estatua de Winston Churchill instalada frente al Parlamento británico.

Los participantes en este servicio de vigilancia, que se definen como ex miembros de las fuerzas armadas, exhiben en sus boinas castrenses insignias militares, condecoraciones y medallas. “Estamos aquí -advierten- para que nadie toque esta estatua”. En el aviso que han colocado en las paredes del cajón de madera, en cuyo interior se encuentra la escultura en hierro de Winston Churchill, dejan bien claro su propósito: “Somos exmilitares; por favor, no toque el cenotafio”.

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Según denunciaron ayer los manifestantes que recorrieron las calles londinenses, estos grupos de paramilitares, pertenecientes en su mayoría a organizaciones de ultraderecha británicas, actúan de forma agresiva contra todo aquel que se aproxima a la estatua con intención de criticar la faceta racista, hasta ahora desconocida, del primer ministro británico. Winston Churchill es considerado un héroe de guerra por su oposición a Hitler y por su imbatible defensa del país contra los ataques nazis. Este carisma se refuerza especialmente en círculos políticos de ultraderecha, que curiosamente defienden a uno de los personajes más conocidos en el mundo por su antifascismo. Lamentablemente, el antifascismo de Churchill se convirtió en anticomunismo apenas finalizó la segunda Guerra Mundial.

“No tenemos nada en contra de su pasado como defensor de Inglaterra -declaró un portavoz de los manifestantes-, pero no podemos permitir que, siendo un racista, se le levante una estatua en el Reino Unido”.

El ayuntamiento de Londres, tras los sucesos ocurridos con la escultura de un tratante de esclavos de Bristol, (Edward Colston, que acabó siendo arrojada al río por los manifestantes) y en previsión de que la talla de Churchill acabe también en el fondo del Támesis, ha blindado la estatua con un armazón de madera para hacerla inaccesible.

Además de oponerse físicamente a todos aquellos que intenten tumbar la estatua de Churchill, los miembros de estos comandos paramilitares colaboran voluntariamente con la policía, infiltrándose entre los manifestantes e informando a los agentes de aquellos a los que deben detener (una de las fotos recoge como uno de estos “infiltrados” informa a un oficial de policía de donde están los agitadores). Según ellos, el asesinato cometido contra George Floyd en Estados Unidos no es justificación para tomarla contra una estatua. “Las estatuas están ahí para recordar a nuestros héroes”.

Ni gobierno, ni Parlamento, ni ninguna de las dos cámaras que regulan la actividad política en Gran Bretaña, la de los Comunes y la de los Lores, ha dicho hasta ahora nada al respecto de estas bandas paramilitares que actúan en connivencia con la policía.

Defensor de la supremacía blanca

Según sus propias declaraciones, Winston Churchill se posicionó a favor de la supremacía blanca en 1937, cuando afirmó que esta supremacía era beneficiosa para otras razas a las que llamó «primitivas» (refiriéndose a los hindúes). “El sometimiento de las razas -declaro Churchill-, está justificado si se emprende con ánimo altruista”.

Calificó a Mahatma Gandhi, apóstol de la no violencia, como «maligno fanático subversivo». Sin ningún pudor, y a pesar de haber combatido furiosamente contra Hitler, Churchill declaró sobre la guerra civil española: “No voy a fingir: si me viera en la tesitura de tener que elegir entre el comunismo y el nazismo, optaría por lo segundo”.

Las declaraciones machistas de Churchill, como visceral oponente al voto femenino, tampoco tienen desperdicio: «Si da usted el voto a las mujeres -dijo antes de que se permitiera votar a la población femenina-, se verá en último término obligado a permitir que también ocupen escaños en el Parlamento». Ninguna de estas facetas, incuestionablemente reaccionarias y de desprecio, no solo hacia otras razas sino también hacia el sexo femenino, tuvo peso cuando en 1953 la academia sueca decidió galardonarlo con el premio Nobel (aunque no de la Paz, sino de literatura).

Los manifestantes contra el asesinato de George Floyd consideran que un individuo como fue Winston Churchill no debe ser galardonado con una estatua y por eso reclaman que sea retirada.

Chuchill y Franco

Junto a las declaraciones racistas que se le atribuyen, Winston Churchill fue una pieza clave en el reconocimiento internacional del régimen franquista. En 1938, cuando las atrocidades de los sublevados contra la república se podían leer en toda la prensa europea (y fueron incluso recogidas por Picasso en su inmortal cuadro “Gernika”), Churchill declaró sobre la guerra civil española: «Franco tiene toda la razón, porque ama a su patria, Franco defiende, además, a Europa del peligro comunista”. Pronto, los mismos bombardeos nazis que sufría España, los sufriría también Inglaterra.

Si su soborno con diez millones de dólares a militares españoles, para que se opusieran a Franco y no apoyaran a Hitler en la guerra, pudo haber sido, dentro de un contexto bélico, interpretado como una estrategia beneficiosa para Inglaterra, su afirmación de que el banquero Juan March (el mismo que subvencionó la criminal sublevación de Franco contra la república española), jugaría un papel importante en el establecimiento de relaciones amistosas con España, demostraba ya su abyecta complicidad con la sanguinaria dictadura franquista.

Bajo la excusa de mantener a Franco neutral en la Segunda Guerra Mundial, Churchill hizo deplorables declaraciones públicas en favor de su perversa dictadura. Parece ser que los estadounidenses estaban dispuestos a acabar con Franco y recuperar la legalidad republicana, pero Churchill se negó a que España fuera liberada. A Winston Churchill debemos los españoles ser un país tercermundista que carece de democracia desde hace más de ochenta años (desde que en 1939 los fascistas españoles aplastaron ilegalmente la aún vigente legalidad republicana).

Según afirma el periodista Julen Berrueta, «Churchill tenía la sensación de que Franco, pese a ser un fascista, era también anticomunista». Cuando la Segunda Guerra Mundial tocaba a su fin y las tropas aliadas se disponían a liberar a España -tal y como era propósito de acabar con el fascismo en toda Europa-, Winston Churchill se opuso frontalmente a que la dictadura de Franco fuera desmantelada. Su terror a un estado comunista llevó a Churchill a insultar al legítimo gobierno republicano español: “Si los comunistas se hacen dueños de España debemos esperar que la infección se extienda rápidamente por Italia y por Francia”. La liberación de España que se inició en el valle de Arán no pudo llevarse a cabo a causa de la traición de Churchill, que se negó a apoyarla. Como los hindúes, para Churchill los españoles éramos una raza “primitiva”.

Churchill prefirió mantener los ojos cerrados ante los ríos de sangre que Franco había abierto en España: «Unió su país y reconstruyó su grandeza -dijo sobre el criminal dictador-. Además de ello, reconcilió el pasado con el presente y mejoró la vida de la clase trabajadora” (algo totalmente falso en un país que se moría de hambre); “No simpatizo -declaró en apoyo a la dictadura franquista cuando estaba en jaque contra toda Europa-, con quienes creen inteligente, e incluso gracioso, insultar y ofender al gobierno de España».

Alegando esta maniquea amenaza del “peligro comunista”, Churchill convenció a los EE.UU. para que se permitiera a Franco continuar con su programa de exterminio genocida contra toda la población española que tuviera simpatías por la república. Durante la década de los cuarenta y los cincuenta, las cárceles franquistas, circunstancia que fue despreciada por Europa, no eran otra cosa que campos de exterminio iguales a los de los nazis, con cientos de miles de reclusos que morían lentamente de inanición y falta de mínimos recursos para subsistir. En este sentido fue exclusiva responsabilidad de Gran Bretaña rechazar la liberación de España al final de la Segunda Guerra Mundial. La traición de Winston Churchill, impidiendo que fueran apoyados por el resto de tropas aliadas, dejó indefensos a más de veinte mil soldados que intentaron liberar España a través del Valle de Arán.

Por aquel entonces, era llevada al cine la inmortal novela de Ernest Hemingway “Por quién doblan las campanas”, que no pareció influir para nada en la política de complicidad de Estados Unidos con el sanguinario régimen franquista.