Con motivo del Día Internacional de la Lucha por la Tierra, el 17 de abril pasado se movilizaron más de 10 mil campesin@s e indígenas guatemaltecos, convocados por Comités de Desarrollo Campesino (CODECA), hacia la ciudad capital para exigir al gobierno nacional la priorización de la postergada política agraria integral. Miles de indígenas mayas, de […]
Con motivo del Día Internacional de la Lucha por la Tierra, el 17 de abril pasado se movilizaron más de 10 mil campesin@s e indígenas guatemaltecos, convocados por Comités de Desarrollo Campesino (CODECA), hacia la ciudad capital para exigir al gobierno nacional la priorización de la postergada política agraria integral.
Miles de indígenas mayas, de rostros curtidos y manos encallecidas, provenientes de diferentes pueblos «incomodaron» el reflujo automovilístico de mal gusto de la «mestiza» Guatemala que sueña con ser moderna. Como si se tratara de vacas en las carreteras, las y los citadinos montados en sus carros a fuerza de motor intentaban romper el río interminable de las y los huéspedes indígenas «indeseados».
Una de las citadinas motorizadas, increpaba a los marchistas: «¡Uds. son indios ignorantes!». El otro motorista decía: «¡Nosotros tenemos que trabajar!». Cuando a los citadinos incomodados se les argumentó que los campesinos e indígenas tenían derecho a manifestarse por sus derechos incumplidos, y además ellos y ellas daban de comer a las ciudades, la Sra. de cabello pintado increpó desde el volante: «Nadie me da de comer, yo trabajo». Pero, ¿cuándo se le preguntó: ¿quién cultivaba los frutos que disfruta en su mesa?, ella guardó silencio y con odio subió el vidrio de su automóvil.
Unas horas después, la multitud policromática, a ritmo de trote, arribó a las puertas del Congreso de la República, eufemísticamente denominada Casa de la Democracia, para entregar su pliego de peticiones mediante su comitiva. Pero, los Padres de la Patria (es así como se hacen llamar las y los diputados), con total desprecio a la multitud indígena campesina, conformada por mujeres, ancian@s, madres gestantes, niñ@s, etc., no atendieron a sus representantes, sino hasta después de varias horas, y sólo para decirles que el Presidente Otto Pérez Molina es quien retiró el proyecto de Ley de Desarrollo Integral Agrario de la agenda de debates del Legislativo.
Inmediatamente la multitud agobiada por el cansancio, sin desayuno, ni almuerzo, se dirigió a la Casa Presidencial, y en unos minutos inundó las inmediaciones de la «Casa del Pueblo». Pero, esta vez, barras metálicas, secundadas por policías militares antimotines en posición de ataque letal, esperaba a quienes hace tan sólo tres o cuatro meses atrás habían sido hospitalarios y dadivosos con la dupla de candidatos electorales Pérez-Baldetti.
«Sr. Otto Pérez, nosotros te hicimos Presidente, y ahora, nos recibes como a delincuentes. No somos terroristas. Sólo venimos a pedirte a que nos cumplas lo que nos prometiste. Se acuerda Ud. cuando vino a tal comunidad buscando votos y nos prometió…» Así, por varias horas, la multitud fue nombrando una a una las promesas incumplidas. Hasta que, casi al concluir la tarde, la Vicepresidenta Roxana Baldetti, recibió a la comisión (el Presidente Pérez se encontraba en México en urgencia financiera) para prometer el cumplimiento de las promesas incumplidas. Según uno de los dirigentes de CODECA, las visitas a ambos órganos de poder del Estado habían sido concertadas con antelación con cada una de las autoridades. Si esto no es un desprecio institucionalizado en contra del indígena y campesino, entonces, ¿qué es?
El desprecio al indígena en Guatemala es tan antiguo como el irresuelto problema del agro en el país. Se estigmatiza y desprecia al indígena, como dice Martínez Peláez, en su libro La Patria del Criollo, para justificar el sistemático robo de sus tierras, la sobreexplotación de su fuerza de trabajo, y ahora, la sustracción comercial de su milenario patrimonio civilizatorio por industrias del turismo que da de comer incluso a citadinos que sólo comen productos enlatados.
En qué cerebro con mediado contenido coherente puede caber la sentencia de: «Indios vagos, ignorantes…». Quiénes emiten estos estigmas, ¿se habrán puesto a pensar cuántas horas trabaja el o la indígena en el día? ¿Cuánta recompensa recibe por dicho trabajo? Las y los indígenas que cultivan las tierras para proveer de alimento a las ciudades, ¿gozan de feriados, vacaciones o seguros sociales? ¿Se les provee de insumos (incluyendo tierra) e instrumentos de trabajo necesarios? Si son ignorantes las y los mayas, ¿por qué muchas ciudades de Guatemala viven gracias al comercio del tejido, la pintura, la escultura y las sabidurías ancestrales mayas? Si son ociosas las mayas, ¿por qué se las asigna en las ciudades los trabajos más difíciles y menos apetecibles por mestizos, como son el servicio doméstico, el trabajo del cuidado, etc.?
Einstein dice que «creer es más fácil que pensar». Los estigmas contra indígenas y campesinos en Guatemala es una verificación de esta sentencia. Guatemala es racista y xenófoba porque sus habitantes son más creyentes que pensantes. Escuchan, creen y repiten sin razonar las mentiras que sus patrones (terratenientes, empresarios mediáticos, iglesias, etc.) inventaron como verdades para justificar sus fechorías. Mientras las y los guatemaltecos, no se cultiven en el arte del pensar, difícilmente podrán constituirse en una sociedad moderna. La billetera y los artefactos del mercado jamás suplirán la vaciedad mental. Como tampoco será posible la reconciliación e integración del país mientras se siga reproduciendo las criminales consignas excluyentes en contra de las diversas Guatemalas profundas «tranquilizadas» por los acuerdos de paz y el espejismo del mestizaje neoliberal.
Guatemala comenzó a ser ancho y ajeno para las y los indígenas desde la época de la Colonia que tuvo como pilar de su política agraria la promoción de los latifundios de usurpadores y la servidumbre de las y los indígenas. La República, con su revolución liberal del siglo XIX, afianzo el latifundismo y esquilmó aún más las tierras comunitarias de indígenas. Los intentos de reformas agrarias del siglo XX, no sólo obligaron a indígenas y campesinos a vender sus tierras a terratenientes, sino los empobreció a tal grado que ahora los convirtió en semi esclavos forzosos de empresas de hule y caña sin derecho a tener derechos. Así, indígenas y campesinos, con sus insuficientes y áridas tierras, están obligados a alimentar a Guatemala, mientras las agroindustrias trituran a guatemaltecos para proveer de biodiesel a motorizados «ambientalistas» en Europa y los EEUU. Y, las y los comensales continúan repudiando a las manos que les dan de comer y a la presencia que les recuerda su renegada identidad indígena que se impone por encima del esforzado mestizaje.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.