Desde que el Presidente Trump creara su propio Grupo de los Uno, en lo estrambótico nada lo había superado que el asesinato del periodista ruso Arkadi Bábchenko, acribillado a tiros por un sicario en la puerta de su vivienda en Kiev, para luego ser confusamente resucitado por Vasili Gritsak, jefe del Servicio de Seguridad de […]
Desde que el Presidente Trump creara su propio Grupo de los Uno, en lo estrambótico nada lo había superado que el asesinato del periodista ruso Arkadi Bábchenko, acribillado a tiros por un sicario en la puerta de su vivienda en Kiev, para luego ser confusamente resucitado por Vasili Gritsak, jefe del Servicio de Seguridad de Ucrania, SBU, organismo especializado en acallar, atemorizar y exterminar a los disidentes del régimen oligárquico de Ucrania, nacido en Maidán luego del golpe de Estado fascista del 2014. Gritsak explicó, mejor dicho, confundió al mundo con la cantinflada de que tuvo información sobre un plan para asesinar a Bábchenko, cuyo organizador, Borís Guerman, es un ciudadano ucraniano reclutado por los servicios secretos rusos que le encargaron llevar a cabo este atentado y que fue detenido por orden de un tribunal de Ucrania, que decretó su arresto por dos meses. Gritsak acusó a Rusia de ser la autora de este plan y que el montaje de la muerte de Bábchenko fue parte de un operativo para prevenir dicho atentado y el de las 47 personas extras que hubieran sido asesinadas después de eliminar a Bábchenko.
El redivivo, luego de agradecer al SBU por haberle salvado la vida, sostuvo haber ganado tiempo para su existencia, pues los que piensan asesinarlo «necesitarán varios meses para crear nuevos esquemas, encontrar un nuevo realizador, encontrar un arma, traer dinero y para otros detalles técnicos»; mientras tanto, exige un mínimo de cincuenta mil dólares por cualquier conferencia de prensa que dé. Por si las moscas, el Presidente de Ucrania, Petró Poroshenko, ordenó dar protección al periodista ruso y su familia, sostuvo que el ataque fue «un intento de Rusia para desestabilizar la situación en Ucrania y mostrar la baja efectividad del Gobierno» y se m anifest ó complacido del trabajo del SBU y d el periodista, por no permitir «que ese guión» se realizara en el país, que de esta manera celebra su tercer aniversario en el poder.
Sin embargo, esta parodia no le gustó a todo el mundo. El Secretario General de la Federación Internacional de Periodistas, Anthony Bellanger, tildó de «inaceptable mentir a los periodistas de todo el mundo y engañar a millones de ciudadanos que fueron conmovidos por este supuesto asesinato, es inaceptable escenificar la muerte de un periodista, especialmente dado que desde enero cada semana mueren dos trabajadores de estos medios». También mostró su decepción la organización Reporteros Sin Fronteras, que condenó en términos enérgicos la farsa «que los servicios secretos ucranianos han llevado a cabo en el marco de la guerra informativa»; de igual manera, la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa criticó que las autoridades ucranianas difundieran una noticia falsa de tan alto calibre. Todo es t o después de las consabidas marchas de protesta ante las embajadas de Rusia y d el reclamo airado d el representante de Ucrania en la ONU.
Bábchenko era la víctima ideal para denigrar del Presidente Vladímir Putin, ya que se había declarado enemigo de Rusia, de la que había escapado sin ser perseguido y a la que amenazaba con regresar montado sobre la torreta de un tanque ucraniano para derrumbar las murallas del Kremlin… sin que concretara sus amenazas en algún hecho que valga la pena relatar. Además, su fallecimiento se sumaría a la larga lista de periodistas que trabajan en Ucrania, cuyas muertes se achacan sin ninguna prueba a Moscú, p ues dizque es la única capital que busca eliminar la libertad de expresión, acusaciones a las que Dmitri Peskov, portavoz presidencial del Kremlin , cataloga de «cinismo a gran escala».
Es de imaginar la bullaranga que su fallecimiento hubiera causado: toda la prensa mundial hubiera señalado al único culpable, Rusia; nuevas sanciones contra ese país, draconianas por supuesto; campañas internacionales para boicotear el M undial, con las correspondiente condenas a sus asistentes; airados reclamos de los defensores de los derechos humanos y todo lo demás que quepa en la rica imaginación de los maquinadores. ¿Qué no cuajó?, se pregunta todo el mundo. Se hubiera tratado de un caso más sonado que pañuelo de constipado, mayor que el de Litvinienko, que falló porque su padre afirmó que ofrecieron mucho dinero para que declarara contra Putin; mayor que el derribo del avión de Malasia, cuyo gobierno declaró que no hay pruebas contra Rusia; mayor que el atentado contra los Skripal, padre e hija, en cuya autoría rusa ya no creen ni siquiera Theresa May o Boris Jhonson, autores de la tramoya; mayor que todas las acusaciones hechas hasta ahora contra Moscú y que han fallado una tras otra.
Más allá de la declaración del portavoz adjunto del Ministerio de Exteriores de Rusia, Artiom Kozhin, de que «después de lo ocurrido, a todos les ha quedado claro que se debe verificar muchas veces la información que proviene de Kiev, porque puede ser una noticia simplemente falsa, y hay muchas de ellas, una operación fina de los servicios de seguridad ucranianos», vale la pena reiterar la pregunta: ¿qué pasó? Y, por la ausencia de datos, se puede elucubrar esta explicación plausible. Posiblemente, un chivato, amigo de Bábchenko, tal vez el mismo Gritsak, enterado de que efectivamente h abía la orden de eliminarlo, y así levantar una polvareda mundial contra Rusia, por puro sentimentalismo, porque los verdugos también tienen su corazoncito, se compadeció y le sopló para que escapara adonde el viento lo arrastre. Pero como con un tipejo de esta calaña nadie quiere involucrarse para nada, se rompieron la molleja pensando ¿qué hacer? Para fingir su asesinato, sacrificaron a un inocente chancho y con su sangre embadurnaron la ropa de Bábchenko. Cómo los del SBU se encontraron atados de manos y píes , por tener un cadáver vivito y coleando entre las piernas, se atolondraron, lo resucitaron e inventaron un cuento que no tiene patas ni cabeza. Aunque una cosa sí es cierta, desde ahora la existencia del muerto está garantizada por haber ganado tiempo, pues los que piensan asesinarlo «necesitarán varios meses para crear nuevos esquemas», que aprovechará dando jugosas entrevistas mientra tenga resuello.
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