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Entrevista a Àngel Ferrero sobre el libro "La quinta Alemania" (y II)

«Hay muy poca esperanza de que el SPD gire un poco a la izquierda»

Fuentes: El Viejo Topo

» En el último congreso, Sigmar Gabriel, presidente del SPD, volvió a reinvidicar la Agenda 2010, las reformas que ‘desmontaron’ el Estado social en Alemania.»


Periodista free-lance, miembro del Comité de Redacción de Sin Permiso, colaborador de La Directa, Àngel Ferrero es también traductor de Elmar Altvater (El fin del capitalismo tal y como lo conocemos, El Viejo Topo) y de James Connolly (Txalaparta, en prensa). Nuestra conversación, anterior a las elecciones de octubre de 2013, se centra en los II y III -«Hacia una construcción neoimperialista» y ¿Qué fue de la izquierda?»- del libro citado. La entrevista fue realizada antes de las elecciones del pasado octubre.

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Estábamos en la izquierda y en las cosas que más te inquietan. ¿Cómo ha sido posible que Die Grünen llegara donde ha llegado partiendo de dónde partió? ¿Es el camino inexorable de todas las fuerzas alternativas?

Los Verdes son uno de los partidos que más literatura académica ha generado en Alemania estas últimas décadas, y si lo ha hecho es justamente por lo que tú mismo preguntas. El camino de partido ecologista, contestatario, antibelicista y asambleario hasta partido de la burguesía urbana, defensor del ecologismo como elección personal y no como intervención pública, partidario de la «intervención humanitaria» y hasta de las coaliciones con los cristianodemócratas (un 40% de los delegados votó a favor de la opción en el último congreso) ha durado dos décadas, lo cual, históricamente hablando, ciertamente no es nada. Lo explica bien en su último libro Jutta Ditfurth, que además fue protagonista y víctima a un mismo tiempo de este proceso, así que no es ninguna sorpresa que se convirtiera en nuestra principal referencia para La quinta Alemania. Como todos los partidos que experimentan un rápido ascenso, Los Verdes se convirtieron en el vehículo idóneo para políticos ambiciosos y hábiles manipuladores como Daniel Cohn-Bendit o Joseph ‘Joschka’ Fischer, especialmente en el momento en el que la ola del 68 comenzaba a retroceder. Fueron estos carreristas los que depuraron el ala socialista y sindical de Los Verdes. La catástrofe de Chernóbil en 1986 aupó a Los Verdes a las instituciones porque el resto de partidos, incluyendo el SPD y el Partido comunista en Alemania occidental y el SED en Alemania oriental, apoyaba la energía atómica. Y, en cualquier caso, aunque a partir de qué momento Los Verdes dejaron de ser un partido de izquierdas puede seguir siendo a día de hoy motivo de debate, lo que parece que nadie pondrá en cuestión es que nunca fue un partido obrero. Y obvio es decirlo: no hay ningún camino inexorable que conduzca a un deterioro así.

De Linke, La Izquierda, el nuevo partido de izquierda para Alemania, parece no pasar actualmente su mejor momento. ¿Por qué? ¿No hay acaso condiciones objetivas para ello?

Según las últimas encuestas de intención de voto, La Izquierda baja del 11% a entre un 6 ó 9% de votos. Hay varios motivos que explican este descenso: el primero, la hegemonía ideológica que el gobierno y los grupos económicos que lo apoyan han conseguido en Alemania, donde se ha instalado el espejismo de que el país es una isla de estabilidad en un mar de países en crisis económica y social; el segundo, la presión de los medios de comunicación, abiertamente hostiles a La Izquierda; el tercero, la estrategia del SPD de empujar a los márgenes a La Izquierda, apropiándose parcialmente de su programa electoral; y finalmente, los propios conflictos internos, en no pocas ocasiones por meras cuestiones de influencia personal. El año pasado La Izquierda se vio atrapada en debates a los que la arrastraron los medios de comunicación, como su posición sobre el Muro de Berlín o una felicitación a Fidel Castro por su aniversario. A todo ello hay que sumar que estaba pendiente la redacción del programa del partido, que se aprobó finalmente en Erfurt. Todas estas cosas no fueron bien gestionadas por la presidencia del partido. Gesine Lötzsch tuvo que dimitir de su puesto inesperadamente debido al cáncer de su marido. La nueva presidencia, formada por Bernd Riexinger y Katja Kipping ha conseguido, por lo pronto, transmitir una nueva imagen del partido, sin estridencias, más abierto al debate y más concentrado en su agenda social, en los temas que la vieron nacer y que la animaron como partido. Hay condiciones objetivas, desde luego, para esa subida – no sólo la política europea del gobierno alemán, los datos sobre la desigualdad social en Alemania hablan claro-, pero La Izquierda tiene que seguir trabajando para romper esa hegemonía ideológica y hacer que su mensaje llegue a más sectores de la población, y, como siempre, sumar fuerzas.

¿Hay alguna probabilidad de que «La Izquierda» se rompa por sus tensiones internas?

No lo creo. La ruptura de La Izquierda es un fantasma que se agita periódicamente desde los principales medios de comunicación alemanes y que hasta la fecha no se ha producido. Después de encajar el año pasado varias derrotas electorales y de haber sobrevivido a considerables disputas internas, esa posibilidad pareció quedar conjurada en el último congreso. Que los medios de comunicación intenten explotar estas tensiones, que son inevitables en cualquier partido, y más todavía en un partido de izquierdas en el que tiene que haber democracia interna y debates abiertos, es lógico, porque las escisiones, y el debilitamiento que suponen para el movimiento obrero, son una memoria que está fuertemente instalada en la tradición de la izquierda.

¿Cuál es tu opinión de Oskar Lafontaine?

Se trata sin duda de uno de los políticos alemanes actuales más interesantes y un orador magnífico. Los tabloides alemanes no pueden verlo, y en el SPD se lo considera un Judas, aunque representó a la socialdemocracia en el sentido más auténtico del término. Perdió unas elecciones muy reñidas ante Helmut Kohl al sostener en plena euforia por la reunificación que el proceso terminaría en fracaso por la mala gestión, y el tiempo le dio la razón. Dimitió como ministro de Finanzas cuando el resto de ministros del primer gabinete rojiverde le dieron la espalda ante la presión internacional, después de advertir contra la desregulación de los mercados financieros y la ausencia de normas internacionales -una advertencia que le valió el apodo de «el hombre más peligroso de Europa» por parte de los tabloides ingleses-, y el tiempo le ha dado la razón.

¿Hay alguna esperanza que el SPD gire un poco a la izquierda?

Muy poca. En el último congreso en Leipzig, Sigmar Gabriel, el actual Presidente del SPD, volvió a reinvidicar la Agenda 2010, la serie de reformas que «desmontaron» el Estado social en Alemania. El candidato del SPD a las elecciones de septiembre es Peer Steinbrück, un miembro del ala conservadora que fue ministro de Finanzas en el primer gabinete de Angela Merkel. Como tal, defendió la desregulación de los mercados financieros, subestimó la crisis económica en el 2008 (¡ahí es nada!) y dijo que el sistema bancario alemán era robusto justo antes de llevar a cabo el mayor rescate bancario de la historia de Alemania. Cuando Gordon Brown decidió bajar el IVA para estimular el consumo interno, Steinbrück criticó públicamente su decisión. Según Steinbrück, los inmigrantes «deben aportar con su cualificación una plusvalía y no ser una carga para el Estado». En fin, éste es el candidato del SPD… El portavoz de su grupo parlamentario es Frank-Walter Steinmeier, vicecanciller del primer gobierno de Merkel y defensor de la Agenda 2010. Ésta es, básicamente, la cúpula del SPD.

En Alemania los partidos están obligados por ley a declarar las donaciones privadas que superan los 50.000 euros. La información es pública, puede encontrarse en la página del Bundestag, aunque ninguno de los principales medios de comunicación la reproduce. Pues bien, el SPD ha recibido en esta última legislatura generosos donativos de BMW, Daimler Benz, Südwestmetall Verband der Metall- und Elektroindustrie (la patronal de la industria del sur de Alemania), Evonik (un importante consorcio químico) o la aseguradora Allianz. (Todos ellos, por cierto, también hicieron donativos a Los Verdes). ¿Cómo va a girar el SPD a la izquierda? ¿De veras alguien cree que el capital da dinero a estos partidos sin pedir nada a cambio?

La consideración de España entre los partidos de izquierda alemanes, ¿es similar a lo que dicen de nosotros o nos llega del conservadurismo alemán?

No, por supuesto. El co-presidente de La Izquierda, Bernd Riexinger, asistió a una manifestación en Grecia con Alexis Tsipras y fue acusado por la CDU y sus altavoces mediáticos de «antialemán» por la prensa alemana. Ése es el nivel. La izquierda extraparlamentaria también está con el sur de Europa. Por desgracia, no es una actitud que fuera de la izquierda se encuentre con frecuencia. La campaña de desacreditación de los medios de comunicación generalistas -en la que ya no sólo participan los más demagógicos como el diario Bild o el semanario Focus, sino también el semanario Der Spiegel, que estaba considerado el referente de periodismo de calidad en este país- cala.

¿Las izquierdas alemanas están por el mantenimiento del euro?

La mayoría, al menos. Un reciente artículo de Oskar Lafontaine, que se apoya en un estudio de Heiner Flassbeck y Costas Lapavitsas para la Fundación Rosa Luxemburg, ha reabierto el debate, al que se ha sumado ya Attac. Yo no soy economista. Por honestidad intelectual tengo que decir que no puedo intervenir en el debate a fondo. Con todo, por los economistas que he leído, y por los que conozco personalmente, creo que hay que ser muy cauto con la defensa de una salida del euro. El aforista polaco Stanisław Jerzy Lec escribó aquello de «¡cómo ayuda la ceguera a dar en el blanco!» y aquí nos encontramos, por desgracia, con algo bastante parecido. Mucho de lo que se ha dicho en defensa de la salida del euro es precipitado, empujado por la frustración que provoca la mala gestión de la Eurozona. Michael R. Krätke ha señalado en uno de sus últimos artículos, reproducido en Sin Permiso, que una desintegración del euro provocaría una competición devaluatoria, y de los shocks monetarios que seguirían sólo se alegrarían los especuladores internacionales de divisas. La existencia del euro en sí tampoco determina la adopción de políticas neoliberales, es la voluntad política de la mayoría de gobiernos que forman la zona euro la que lo hace. Países como Lituania o Letonia fijan el valor de sus divisas con respecto al euro, que es una divisa más fuerte en los mercados internacionales, con lo que, de hecho, adoptan la política monetaria del BCE, pero sin tener ni voz ni voto en su Consejo de Gobierno a la hora de determinar su política monetaria (en el BCE cada país miembro cuenta con un voto). Si los países que salieran del euro decidieran emitir su deuda en otra divisa que no fuera la comunitaria, entonces la elección probable sería el dólar -y por la crisis de 1973 ya sabemos a qué conduce la dependencia del dólar-.

Hace unos meses entrevisté a Elmar Altvater y le pregunté sobre esta cuestión. Fue muy claro al respecto. Dijo que no sería ninguna solución y que, al menos a corto plazo, agravaría la crisis. Cito: «no se conseguirían ventajas competitivas en la economía real, que se vería devorada por el encarecimiento de las importaciones. Si la importación de crudo se encareciese debido a la devaluación de la moneda, todas las ventajas de las exportaciones se perderían muy rápidamente. Además, con la devaluación aumentaría la deuda, mantenida en euros, y en consecuencia, la deuda del estado, pero también el endeudamiento privado que se mantuviera en aquella divisa. No puede salirse de la crisis monetaria y financiera cambiando simplemente a otra divisa. El retorno a la peseta tendría que venir acompañado de una reforma monetaria y de una restructuración de la deuda. Pero entonces dejaría de tratarse de una cuestión de divisas, sino una cuestión política, una cuestión de poder y de lucha de clases

Según una encuesta del Pew Research Center de marzo de 2013, un 67% de los entrevistados en España está a favor de permanecer en el euro (sólo un 29% está en contra). En Grecia, el país más castigado por la Troika, el porcentaje aumenta hasta un 69% (en contra un 25%). No creo que sea un dato que deba ser pasado por alto.

En cuanto a los movimientos sociales, ¿cuál su estado actual? Pienso por ejemplo en el movimiento antinuclear.

Los nuevos movimientos sociales, como Ocuppy Frankfurt, son injertos que no terminan de dar frutos. El movimiento antinuclear sigue movilizando a miles de personas, pero se estructura en círculos concéntricos, desde el más grande e institucional -en el que participan Los Verdes para sacar réditos políticos- hasta el más pequeño y militante -criminalizado por el primero- que protesta contra el transporte de residuos nucleares hasta el almacén de Gorleben poniendo todo tipo de obstáculos al convoy. Otro movimiento de fuertes raíces históricas y perseguido por las autoridades que no conviene olvidar es Acción Antifascista (Antifaschistische Aktion). Aunque a veces se hace difícil distinguir el movimiento mismo de los grupos autonomistas que los animan, en manifestaciones como Dresde, cuando la extrema derecha intenta capitalizar el recuerdo del bombardeo anglo-estadounidense contra la ciudad, los bloqueos antifascistas cuentan con el apoyo de miles de personas, casi siempre sin apoyo institucional y presión policial. La mayor parte del trabajo de investigación sobre la extrema derecha en Alemania parte de estos grupos y no del estado.

Por cierto, ¿Alemania dejará atrás de verdad la industria nuclear? ¿Cómo paliará entonces su déficit energético incrementado?

Sí, el llamado «apagón nuclear» está ya aprobado. De hecho, puede interpretarse como una mano tendida a Los Verdes por los cristianodemócratas de cara a las elecciones de septiembre con vistas a una coalición, repitiendo la experiencia de Hamburgo a escala federal. El déficit energético se está «paliando» con energías renovables, incluso si eso va en muchos casos, irónicamente, en contra del medio ambiente, como ocurre con la construcción de parques eólicos en grandes extensiones de terreno que se llevan a cabo sin estudios que tengan en cuenta el impacto real en la fauna local, por ejemplo. Otra manera de paliar ese déficit puede ser la importación de energía de países vecinos. Existe el proyecto de construir una gigantesca red de parques solares en el desierto del Sáhara y transportar la energía producida hasta Europa central a través de las redes eléctricas de Oriente Próximo y Europa del Sur. Este proyecto, que implica unos costes de seguridad difíciles de calcular, se llama Desertec, y cuenta con el apoyo del Deutsche Bank, Siemens y las grandes energéticas como E.ON o RWE. Todo esto viene a demostrar que las energías renovables no son per se buenas y progresistas si se sigue manteniendo un modelo social consumista y una red centralizada en manos de intereses privados. Y, por supuesto, los costes económicos de ese cambio se han desplazado al consumidor, que ha visto cómo su factura de la electricidad aumentaba a comienzos de año.

¿Quieres añadir algo más?

Eric Hobsbawn tituló a su biografía «años interesantes». Por lo que se ve, cuando los chinos quieren desearle a alguien mala suerte, lo que le desean son unos «años interesantes». Por desgracia, creo que vamos a vivir unos cuantos de esos.

Nota: La primera parte de esta entrevista puede verse en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=176245

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.