Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
El ataque se produjo al final de la tarde y era ya la cuarta vez que me veía obligado a acudir a la policía local. Estaba al teléfono cuando el nauseabundo y familiar olor dejó sentir su presencia de una forma en la que solo las auténticas pesadillas pueden hacerlo; a esa presencia le siguió en cuestión de minutos el fuerte dolor de riñones que acompaña a esos ataques. Y aunque el responsable de los gases que estaba soportando era un agente tóxico, lo más sorprendente era que yo me encontraba en mi apartamento de Falun, Suecia, a cierta distancia de cualquier zona de batalla.
Desde luego, la historia demuestra que hay momentos y lugares donde algunos se han sentido libres para abusar de las minorías y especialmente de los «de fuera». Ya se tratara de los legendarios buenos chicos del Sur Profundo de EEUU de otra época, o de los fascistas europeos de la década de 1930, de vez en cuando, de un lugar a otro, ha existido siempre un tipo de gentes que solo el paso del tiempo muestra a una comunidad la capacidad que tienen para convertirse en un monstruo.
No me malinterpreten, algunas de las personas que he conocido en Suecia son la gente más maravillosa con la que uno podría encontrarse, pero otros parecen ser de forma incuestionable todo lo contrario. Parece que para algunos aquí, los extranjeros, «los de fuera» que viven en Suecia están cometiendo un delito que exige «castigo», o al menos un poco de maltrato, lo cual parece considerarse especialmente cierto en cualquiera de las víctimas que se hubiera opuesto de hecho a tan «especial atención».
Poner a la «chusma» en su sitio es también otra vieja historia, sin que importe cómo se defina a «la chusma» y quienes son los que proporcionan tal definición. Y para ser justos con la mucha buena gente que allí existe, quizá las razones de tales cambios se parezcan a las que motivaron que la Radio Sueca anunciara este titular el pasado mes de junio: « Åtta av tio kommuner misstänker corruption» («Ocho de cada diez ayuntamientos son sospechosos de corrupción»).
Aunque la mayoría de los suecos normales que he conocido son muy decentes, las noticias se están nutriendo de toda una variedad de escándalos. A nivel local, ha habido gran cantidad de asuntos sórdidos en relación con la privatización de la sanidad y la educación, además de los habituales escándalos municipales en los que aparecen implicados determinados funcionarios que parecen tener ciertas dificultades para dar explicaciones.
Por ejemplo, en Falun se halló que algunas de sus más respetadas autoridades habían estado viajando a expensas de una firma de construcción, una firma a la que habían premiado con un sustancioso contrato para construir una nueva pista de saltos de esquí. En un cabecero local se leía: «Peab fick tiomiljonersjobb utan upphandling» («Peab recibió una bicoca de diez millones sin licitación»). Y tal tipo de titulares, insólitos en otros tiempos, se han convertido en parte de la vida actual.
Igual pasó en junio con The Local (la principal página de noticias sueca en inglés), que titulaba «Un hombre está acusado de atropellar a un niño refugiado«, así que no es difícil imaginar cómo algunos culpan a los «de fuera» de la situación de deterioro, del dolor auténtico que mucha gente común sufre. Y quizá comprobamos mucho más vívidamente la existencia de chivos expiatorios en el reciente juicio de Peter Mangs.
«Mangs fue arrestado en noviembre de 2010 tras una caza masiva del hombre que siguió a una serie de tiroteos contra personas de origen inmigrante», según The Local («El francotirador de Malmö Peter Mangs es hallado culpable«), acusado en julio de dos cargos de asesinato y cuatro cargos de intento de asesinato. Desde luego, tan problemática conducta puede ayudar a poner en perspectiva el abuso sufrido por este periodista.
La policía no tuvo a bien presentarse en las dos primeras ocasiones en que alguien «perfumó» anteriormente mi casa, aunque el autor tuvo que entrar en mi apartamento las dos veces para llevar a cabo su acción. De hecho, tuve que empezar a ser cuidadoso y no llevar a nadie que pudiera correr el riesgo de ser objeto de vandalismo conmigo. La «tarjeta de visita» dejada por esas «visitas no autorizadas» olía de forma tóxica, el mismo fuerte olor que marcó los tres ataques finales. Los muy desagradables efectos físicos se convirtieron en algo demasiado bien conocido.
Parecía que, tras el primer asalto, alguien había sentido la necesidad de ir «agudizándolos».
Ya que la policía no había aparecido en los dos primeros incidentes, invité a un químico médico a visitar el piso tras el segundo. No hay nada como una experiencia de primera mano, por no mencionar una declaración testimonial.
Lógicamente, el hombre se sorprendió al llegar, el olor de la toxina era evidente aunque había aireado el piso y había conseguido eliminarlo bastante. Escribió que su olor le recordaba el del tricloroetileno y, tras producirse el tercer incidente, la policía vino al fin a recoger muestras. Las otras veces se me sugirió simplemente que acudiera a mi casero. Después de eso dijeron que llevaban meses demasiado ocupados como para poder venir, sugiriendo de nuevo que contactara con mi casero (el ayuntamiento de Falun tiene la propiedad de la empresa de las viviendas de alquiler, Kopparstaden), pero, tras la declaración pericial del químico, la tercera vez acudieron.
Fue meses después cuando contacté con el químico forense Jan Andrasko del Statens Kriminaltekniska Laboratorium -SKL- (El Laboratorio Nacional Sueco de Ciencia Forense), y sus primeras palabras fueron: «Pensé que nuestro Grupo de Envenenamientos le había contactado». Pero el Grupo de Envenenamientos nunca se puso en contacto conmigo, aunque Andrasko había encontrado «ácido acético», un disolvente, en las muestras que recibió. También hizo especialmente hincapié en que había problemas con las muestras.
Cuando el SKL recibió de la policía de Falun el material a analizar, Andrasko se quejó: «Lo habían puesto simplemente en bolsas de papel», añadiendo que debido a ese inadecuado envoltorio, si las muestras contenían componentes volátiles, «desde luego que se habían volatilizado». Demasiado para el tipo de lucha eficaz contra el crimen que se muestra por televisión y que aparece en las novelas sobre Kurt Wallander de Henning Mankell.
Lo que resulta especialmente sorprendente es que en el momento en que se produjo el último de los ataques, yo pensaba dejar el piso al día siguiente (aunque muy pocos lo sabían), mi patrón le había pedido con anterioridad al tribunal local que forzara mi traslado y el tribunal decidió que la cosa no era tan «preocupante» (traducido del sueco) como para tener que trasladarme de inmediato. Desde luego, está documentado que el piso en el que el Tribunal de Distrito de Falun no veía tanta preocupación como para tener que trasladarme aparecía contaminado con niveles «poderosamente elevados» de moho, y también con «inusuales altos niveles» de algunos repugnantes elementos químicos. En cuanto a lo que eso significa, dos expertos en medio ambiente testificaron bajo juramente que se habían puesto enfermos en el apartamento tras una breve estancia en él, uno se sintió enfermo tras estar allí veinte minutos, y era la segunda vez que se ponía enfermo en toda su carrera. Un tercer testigo señaló que estuvo enfermo durante tres o cuatro días tras pasar solo unas horas allí; sin embargo, la decisión del tribunal de Falun fue que mi estancia en tal apartamento no era «preocupante ni motivo de alarma».
Me encontré a mí mismo pensando repetidamente en cómo serían los tribunales de algunas ciudades pequeñas de Mississippi durante los años cincuenta, en cómo funcionaría allí y entonces el sistema legal.
Fue igualmente significativo que, a pesar del hecho de que llamé a la policía en cuatro ocasiones en las horas que siguieron al último ataque y aunque iba a abandonar el apartamento a la mañana siguiente y cualquier prueba podría perderse, ningún policía se presentó. Al parecer, mi envenenamiento no era una prioridad, aunque el informe policial no lo denominó asalto sino asunto mal llevado.
Si estos hechos les suenan a algo muy lejano, debería añadirse que un certificado médico de un «jefe médico» local mencionaba las consecuencias «tan negativas» que para mi salud podría tener la exposición al moho o productos químicos tóxicos. Teniendo esto en cuenta, ¿plantea la actuación del Tribunal en sí misma un problema de abusos sancionados por el Estado? Teniendo en cuenta que los informes del gobierno han documentado aquí la discriminación del sistema judicial con quienes tienen orígenes extranjeros, el fracaso de esas autoridades encargadas de proteger los derechos más básicos, ¿está acaso sugiriendo que existe una conducta ilegal sancionada por el Estado?
No es de extrañar que Julian Assange prefiera los confines de la Embajada de Ecuador en Londres a Estocolmo. No es tampoco extraño que, tras una evaluación honesta de las circunstancias de Assange, Ecuador le haya concedido valientemente asilo. Sin embargo, aunque los informes y los acontecimientos han puesto de relieve los problemas dentro del sistema judicial sueco, esto no quiere decir que tales problemas afecten a todo el sistema.
El 18 de junio, el fiscal para el medio ambiente que trabaja en Estocolmo, a quien yo había enviado la documentación acerca de determinadas prácticas alrededor del suelo de mi ahora antiguo casero, abrió una investigación criminal. El fiscal en cuestión, Anders Gustafsson, me envió un correo observando: «Soy de la opinión de que a estas alturas hay razones para creer que se ha cometido un miljöbrott (delito medioambiental)». Al contestar a mi pregunta respecto a qué sospechosos se estaba investigando, Gustafsson dijo: «La compañía en la que estamos centrando sobre todo las investigaciones es, por supuesto, Kopparstaden».
En cuanto a mi situación, puse fin a mi período de alquilado con Kopparstaden en vez de intentar sobrevivir en el turbulento piso del que el Tribunal de Falun pensaba que no había tanto «motivo de alarma». Si no hubiera sido por el valor de algunas personas de aquí y la simple decencia de otras, me sorprendería seriamente estar aún vivo para escribir esto. Pero, ¿qué es lo que nos dicen esas circunstancias extremas?
En una época en que tanta gente en tantos sitios supuestamente civilizados sufre en silencio, no puedo sino recordar «Historia de dos ciudades» de Charles Dickens, con los comentarios que tan elocuentemente hizo sobre los acontecimientos que rodearon la Revolución Francesa. A mis ojos, parece haber hoy dos Suecias: la de los que representan lo mejor de un Estado progresista, como aún consideran muchos a este país, y la de quienes hacen evocar algo muy diferente. Sobre estos últimos, Dickens escribió: «La ‘represión’ es la única filosofía duradera. La oscura sumisión al temor y a la esclavitud, amigo mío’, observó el Marqués, ‘hará que los perros se mantengan obedientes al látigo'».
Los acontecimientos en curso me han permitido apreciar nuevamente a Dickens, las palabras que eligió para empezar su novela: «Fue el mejor de los tiempos, fue el peor de los tiempos». Teniendo esto en cuenta y debido a que algunos en EEUU y Gran Bretaña mantienen que Suecia es el modelo a seguir, quizá no sea el mejor de los tiempos para hacerlo así.
Ritt Goldstein es un periodista político de investigación estadounidense que vive en Suecia. Sus artículos gozan de gran difusión, apareciendo entre otros, en el Christian Science Monitor de EEUU, en el Sydney Morning Herald de Australia, en El Mundo de España, en Aftonbladet de Suecia, en el Wiener Zeitung, de Austria, y en el Asia Times, en Hong Kong, etc.
Fuente: http://www.counterpunch.org/2012/08/20/a-tale-of-two-swedens/