Este 30 de abril se cumplen 70 años del suicidio de Adolf Hitler, el Führer, llevado a cabo cuando las tropas de la Unión Soviética lo tenían acorralado en el bunker donde al final de la guerra había buscado inútil refugio durante la Batalla de Berlín. Nunca dejará de asombrar la audacia con que la […]
Este 30 de abril se cumplen 70 años del suicidio de Adolf Hitler, el Führer, llevado a cabo cuando las tropas de la Unión Soviética lo tenían acorralado en el bunker donde al final de la guerra había buscado inútil refugio durante la Batalla de Berlín.
Nunca dejará de asombrar la audacia con que la derecha entierra en lo más profundo de la ignorancia colectiva a sus líderes fracasados; este el caso de Hitler. Se lo presenta como el psicópata que hipnotizó a los alemanes para poder a exterminar a los judíos, se prohíbe investigar sobre el tema y se castiga rigurosamente al que lo hace, al mismo tiempo que se oculta el verdadero meollo del nazismo.
Su meteórica carrera, de cabo del Ejército Imperial a Führer de Alemania, la logra gracias al apoyo del gran capital financiero mundial, que veía en él suficientes atributos de dureza y violencia, necesarios para controlar la efervescencia revolucionaria que se gestaba en el pueblo alemán. Mr. Gordon, alto funcionario de la Embajada de los EE.UU. en Berlín, informaba a Henry L. Stimson, Secretario de Estado de ese país: «No existe ninguna duda de que Hitler obtiene un gran apoyo financiero de determinados grandes industriales… Precisamente hoy me llegó un rumor de parte de una fuente, generalmente bien informada, que representantes norteamericanos de diferentes círculos financieros están aquí participando activamente en la misma dirección».
Hasta la derrota de Stalingrado, cuando Hitler comenzó a perder la guerra, la extrema derecha jamás tuvo un representante tan exitoso. Sus triunfos iniciales le granjearon la admiración de políticos e intelectuales de toda laya. Pero ahora se intenta olvidar que grandes personalidades de esa época fueron sus admiradores, entre ellos el gran poeta Italiano Gabriele D’Annunzio y algunos Premios Nóbel como Alexis Carrel y Khut Hamsun; que Eduardo VII, rey de Inglaterra, fue obligado a abdicar por ser amigo íntimo y seguidor del Führer, que a la única persona que Hitler visitó luego de conquistar Francia fue precisamente a él, luego inventaron la novela rosa de su amor prohibido con una divorciada americana; que el Ex Secretario de la OTAN, J. Lunz era miembro del Partido Nazi Holandés; que posiblemente Henry Ford fue el norteamericano que más contribuyó al desarrollo del nazismo, por algo Hitler tenía la foto de Ford colgada en la pared; la lista es larga y hay muchos más. No se trata solamente del caso del psicópata que engatusa a unos despistados alemanes, es un fenómeno político todavía latente que ha demostrado su vitalidad en las dictaduras que los EE.UU. instauraron en el Cono Sur de la América Latina, en Centro América, el Caribe y actualmente en Ucrania.
Muchos piensan que el fascismo sólo se produjo sólo en Italia y Alemania y se olvidan que también lo hubo en Finlandia, Polonia, Hungría, Rumania, Yugoslavia, Austria, España, Portugal, que casi se toma el poder en Francia, y que cuando Francia fue ocupada por Alemania tuvo en el sur al gobierno fascista de Vichy.
A pesar de no ser alemán de nacimiento, Hitler fue nombrado Canciller del Reich, en un país con un pueblo casi por definición nacionalista, gracias a la carta firmada por diecisiete grandes banqueros y magnates industriales, que así le exigieron al Presidente Hindenburg. Ya en el poder implantó la dictadura terrorífica del gran capital, que impidió la revolución proletaria y el derrumbe del capitalismo.
No en vano el General Ludendorff, que apoyó a Hitler en el putsch de 1923, dirigió una carta personal a Hindenburg en la que le decía: «Al nombrar a Hitler Canciller del Reich, usted entregó nuestra patria a uno de los más grandes demagogos de todos los tiempos. Yo, con toda seguridad, le predigo que este hombre llevará a nuestro país al precipicio, envolverá a nuestra nación en una infelicidad indescriptible, las futuras generaciones lo maldecirán a usted por lo que ha hecho».
Una vez en el poder, Hitler conformó el Consejo General de la Nueva Alemania compuesto por Krupp, dueño de las más grandes acerías; Simens, magnate de la electricidad; Thyssen, magnate de las minas de carbón del Ruhr; Schrodar, banquero y financista vinculado a los capitales norteamericanos; Reinhardt, Presidente del Consejo de Observación del Banco Comercial; Fisher, Presidente de la Asociación de Central de Bancos y compañías bancarias. Este organismo fue el que realmente gobernó Alemania y en él se hallaban las fuerzas que empujaron al mundo a la Segunda Guerra Mundial. Fueron estos monopolios alemanes los que dictaron la política interna y externa de Alemania Nazi, Hitler lo único que hizo fue cumplir sus órdenes. Es igual a lo que pasa hoy día en los EE.UU., donde sus presidentes, sean demócratas o republicanos, cumplen órdenes de los monopolios norteamericanos.
Así pasaron las cosas y no como en el cuento fantástico que se nos relata, según el cual un paranoico se tomó el poder en un país de grandes tradiciones libertarias y de grandes pensadores y artistas, e instauró una dictadura personal que llevó a los habitantes de Alemania a la guerra, como una manada de ciegos.
Occidente cerró sus bocas, ojos y oídos, aunque no los bolsillos, ante las barbaridades cometidas por la Alemania Nazi y postularon la política, llamada de apaciguamiento, que le permitió a Hitler apoderarse de media Europa casi sin disparar un tiro. El historiador inglés Sir Wheeler Bennet escribe: «Existía la oculta esperanza de que la agresión alemana, si se la podía encauzar hacia el Este, consumiría sus fuerzas en las estepas rusas, en una lucha que agotaría a ambas partes beligerantes». Esta peligrosa política, que evitaba la seguridad colectiva y estimulaba las conquistas nazis en el llamado «espacio vital» del este, casi termina descuartizando a quienes la auspiciaban, ya que Hitler, antes de dar un paso hacia el Oriente, lo dio hacia Occidente.
Mal paga el diablo a sus devotos.
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