El movimiento de los «chalecos amarillos» continúa planteándonos numerosas cuestiones y desafíos. Y como este movimiento es particular y nuevo en su naturaleza, nos interroga igualmente en sus formas de movilización y sus medios de acción. Aparecida sobre la cuestión del aumento de los impuestos a los carburantes, los lugares de esta movilización se han […]
El movimiento de los «chalecos amarillos» continúa planteándonos numerosas cuestiones y desafíos. Y como este movimiento es particular y nuevo en su naturaleza, nos interroga igualmente en sus formas de movilización y sus medios de acción.
Aparecida sobre la cuestión del aumento de los impuestos a los carburantes, los lugares de esta movilización se han focalizado «naturalmente» en los lugares de utilización de los coches: peajes, rotondas, vías rápidas, etc. Rápidamente se ha centrado de forma duradera alrededor de los territorios que corresponden parcialmente a los lugares de vivienda de los «chalecos amarillos» movilizados (zonas rurales y periurbanas en su mayoría y puntualmente en las grandes aglomeraciones para las jornadas de movilización del sábado).
Nuevo movimiento, ¿nuevos medios de acción?
Ciertamente, estos medios de acción no son totalmente exteriores a las prácticas del movimiento obrero tradicional. Los «bloqueos», por ejemplo, o las operaciones de «peaje gratuito» no son una novedad y habían sido ya realizadas en el último movimiento sobre las jubilaciones o durante la huelga del personal ferroviario.
Pero existen, no obstante, dos diferencias importantes: los «chalecos amarillos» comenzaron por bloquear, pero rápidamente decidieron permanecer y ocupar los lugares de bloqueo, haciendo así el centro vivo de su movilización. Se han montado verdaderos campamentos, en los que se han relevado día tras día y semana tras semana. Luego, esas operaciones de bloqueo no tienen relación con un movimiento del trabajo constituido, y tienen aún menos lugar en el marco de una huelga. Bloqueos de depósitos de carburante han tenido lugar, por ejemplo, sin estar en relación con una huelga del personal de las refinerías.
La otra particularidad de este movimiento es la ausencia de sindicatos o de partidos políticos. No solo se ha construido de forma exterior al movimiento obrero, sino igualmente en rechazo a éste y de sus formas de movilización, muy en particular de la huelga. El comienzo del movimiento ha estado marcado por un rechazo abierto a los sindicatos, juzgados inútiles, pero igualmente de «lo político», motivado en particular por las responsabilidades de los partidos tradicionales en la gestión de la crisis y de las políticas de austeridad. Los «chalecos amarillos» perecen ser mayoritariamente no sindicados y de una militancia nueva.
Esta constatación se impone, por otra parte, cuando se observa la forma en que se organiza el movimiento, y en particular la rareza de las asambleas generales o de marcos amplios y regulares en su seno de elaboración democrática. En efecto, no existe marco de centralización y de elaboración de una política nacional. A veces ni siquiera existe coordinación a las escalas locales o regionales.
No sindicatos, no huelgas
La ausencia de sindicatos y de partidos determina evidentemente en gran medida los medios de acción de los que se ha dotado el movimiento. Sin ellos, no hay huelgas, pero tampoco manifestaciones convocadas de la forma tradicional, no hay organización centralizada de las jornadas de movilización. Los primeros llamamientos (Acto I y II) no hablaban, o casi, de manifestaciones. Se mencionaban en ellos puntos de concentración que, de hecho, evolucionaron rápidamente en enfrentamientos con la policía, luego por la fuerza de las cosas a menudo en manifestaciones salvajes, a veces masivas pero igualmente constituidas de una multitud de grupos no coordinados. Este modo de acción se ha convertido en la norma a lo largo de las semanas.
Entonces, ciertamente, estos medios de acción nos son extraños o poco familiares, pero a pesar de todo representan potencialmente puntos de convergencia esenciales para nosotros y nosotras.
El problema de la ocupación de un lugar, es que si se hace al margen de un centro de trabajo y particularmente sin la huelga, no permite participar a todos y todas. Para tener tiempo, hay que «parar la máquina» y sin la huelga, es imposible para la mayoría de la clase obrera. Pero la ocupación tiene la ventaja de ser un punto de reagrupamiento, un espacio de intercambio de opiniones, de debate político y el lugar de reconstrucción de una experiencia de colectivo. Para todas las personas que no tienen empresas que ocupar, estos bloqueos son los espacios en los que las y los proletarios aislados pueden encontrarse, verse y de una cierta forma tomar las cosas en sus manos.
La radicalización: las manifestaciones salvajes y los enfrentamientos
En este estadio, es importante evocar el paralelo con el movimiento de las jubilaciones y las experiencias de los «cortejos de cabeza» (parte delantera de las manifestaciones, particularmente aguerrida y preparada para enfrentamiento con la policía). Ya entonces (2017), hacíamos la constatación de que una parte de quienes se movilizaban entonces por primera vez lo hacían fuera de los marcos tradicionales del movimiento obrero y, concretamente, al margen del marco de los cortejos sindicales y políticos.
Igual pasa en los «chalecos amarillos»: la respuesta totalmente desmesurada del gobierno en términos de represión policial y judicial ha prendido la mecha. Al comienzo de la movilización, algunos «chalecos amarillos» venidos por primera vez a París para lo que pensaban iban a ser simples concentraciones se vieron rápidamente confrontados a la violencia de las fuerzas policiales. Luego ha ocurrido lo mismo en las rotondas y los diferentes puntos de bloqueo que han sido disueltos con una gran brutalidad en todo el territorio.
Esta represión ha sido acompañada del desprecio del gobierno y de una campaña de denigración llevada a paso de carga. Todo esto ha acabado por desviar a una amplia franja de los «chalecos amarillos» de las soluciones legales y «republicanas». Hacer la experiencia de la naturaleza de clase del Estado, en su defensa de la gente más rica, y de la ilegitimidad de su política y de su brazo armado no es poca cosa para las y los militantes del movimiento. El episodio de del derribo de las puertas del ministerio de Benjamin Griveaux es un ejemplo…¡estrepitoso!
Entonces, ¿qué hacer?
El gobierno no está tranquilo, incluso ha comenzado a retroceder en varios puntos.
Pero para ir más lejos y aguantar, este movimiento tiene necesidad de la movilización del movimiento obrero tradicional. Tiene necesidad de «bloquear el país» realmente y no podrá ahorrarse la huelga. Desde este punto de vista, la responsabilidad de la CGT y de las organizaciones sindicales es enorme y, aunque no podamos, solitariamente, invertir la tendencia es importante que intentemos influir en ello. Debemos proponer a nuestra escala los medios de ligar los «chalecos amarillos» a los demás movimientos del mundo del trabajo y a sus militantes. Proponer, participar y organizar, incluso físicamente, la celebración de manifestaciones solicitadas o no, de cortejos organizados en movilizaciones nacionales es una tarea importante en esta perspectiva. Influir en las estructuras sindicales en las que intervenimos para favorecer su participación en las citas del movimiento forma igualmente parte de nuestra responsabilidad.
Todo lo que está en juego y el desafío para nosotros y nosotras es aliar la espontaneidad y la abundancia de estos medios de acción de los que el movimiento de los «chalecos amarillos» se ha dotado, al carácter masivo y coordinado que podría aportar una amplia movilización del movimiento obrero a través de la construcción de numerosas huelgas sectoriales, hacia la construcción de una o varias jornadas de huelga general.
Traducción de Faustino Eguberri – Viento Sur
Fuente original: https://npa2009.org/